La mujer no paraba de hablarme, que si el #12M15M, que si el calor, que si la nueva gira de Bruce Springsteen, pero yo no podía evitar mirar aquella bolsa, una bolsa isotérmica que ahora reposaba a sus pies sobre la alfombrilla, a mi lado, en el asiento del copiloto de mi taxi. Mientras ella me hablaba yo hacía mis cálculos: la mujer había salido de la tienda de congelados y tomado mi taxi a las 18:28 (me vio nada más salir del comercio), ponle que transcurrieran otros dos o tres minutos previos con los productos fuera del congelador (lo que pudiera tardar entre sacarlos del frío, pasarlos por caja, pagar y meterlos en la bolsa isotérmica). El trayecto era corto, pero hasta ahora ya nos habían tocado tres semáforos en rojo y dos coches maniobrando para aparcar, mala suerte, así que había transcurrido unos siete u ocho minutos desde que la mujer sacó la mercancía de su hábitat hasta este preciso momento. ¿Cuánto tardarían los productos en descongelarse a pesar de la bolsa isotérmica? (Ni puta idea. Sería como preguntarse: ¿cuánto dura vivo un pez fuera del agua?). De todos modos me faltaban datos. Desconocía qué productos guardaba en la bolsa. No es lo mismo una merluza congelada, que helados de hielo. De tratarse de helados sin duda tardarían mucho menos en descongelarse, y ahí ni cadena del frío ni hostias: un helado descongelado es como un pez muerto. Y yo no quería matar nada o ser el cómplice forzoso de ningún asesinato. No en mi taxi.
Entonces se me ocurrió una idea. Con la intención de aumentar unos grados, accioné el aire acondicionado a tope, a la menor temperatura posible y enfocado a la bolsa. La mujer continuó hablándome como si nada, pero en esto me di cuenta que llevaba sandalias, y el chorro de aire frío en sus pies desnudos debió de recorrer su cuerpo, pues se instaló en sus pezones que emergieron como boyas en pleamar (al otro lado de su camiseta blanca de tirantes, sin sostén).
Ahora no sólo continuaba angustiado, víctima de una angustia creciente y proporcional al estado intrínseco de la bolsa, sino que aquella imagen de sus pezones erectos, además, me excitó. Extraña mezcla de sensaciones, sin duda.
Y digo yo que será por culpa de una asociación inconsciente de ideas, pero desde aquel trayecto, cada vez que veo derretirse algo, no puedo evitar sentir cierta excitación sexual. Y cuando veo un pez muerto.