No entiendo bien esta nueva moda extendida ahora entre las chicas de llevar vaqueros altos, por encima del ombligo, con esas interminables braguetas como cesáreas, aunque su límite inferior rebase la frontera de las nalgas, mostrando incluso parte de las nalgas, sin pudor por enseñar las nalgas. Llámame ajeno a los designios de la moda, pero yo recuerdo, no hace tanto, lo mucho que la gente se mofaba de aquel Julián Muñoz Street Style, que poco le faltaba al hombre para atarse el pantalón a las axilas, tachándolo por todos de extrema paletada. Y ahora, según parece, Muñoz se ha convertido en un icono sin querer desde su cárcel, encerrando también vosotras el placer de admirar la franja más sensual de vuestro cuerpo. ¿Dónde quedaron esos vientres planos, tan sutilmente suaves a la vista, custodiados por el raro y poderoso sumidero del ombligo? ¿Por qué condenásteis al destierro aquellos piercings ombligueros (auténticos imanes para el iris de los hombres) o esas leves curvitas cóncavas de los huesos caderiles que además hacían las veces de tensores del vientre, como pinzas de una piel tendida al sol? ¿Acaso ahora lo moderno es esconder lo más preciado, mostrando el culo a cambio, en una suerte de trueque sensorial para los hombres?
(¿Habrá detrás una intención preconsciente de ocultar o negar el ombligo como símbolo fantasma del cordón umbilical unido a sus madres?)
Me cabrea muchísimo el asunto. Porque es verano. Y parece que el museo de los cuerpos cerró por vacaciones. Capaz serían, mis ojos, júrolo, de sacrificar escotes y nalgas a cambio de un mayor número de vientres desnudos. Tapaos, si os place, hasta el cuello, o cubríos los culos: podré con ello. Pero no me arrebatéis mis ganas de comerme las aceras desde el taxi, el placer inofensivo de dar vueltas en busca del vientre perfecto, o del piercing que emita las ondas precisas para atraparme. Como el insecto tonto que soy cuando detecto belleza.