Metí toda mi tristeza en una caja de zapatos y guardé la caja debajo de la rueda de repuesto de mi taxi sin pensar que, cada vez que pinchara una rueda y tuviera que cambiarla, saldría mi tristeza a la luz. La caja de zapatos en cuestión correspondía a unos náuticos que nunca llegué a ponerme, así que decidí hacerle hueco a la tristeza y metí también los zapatos en la misma caja. Después busqué el ticket y me fui a la tienda a devolverlos. La tristeza es transparente y volátil, por eso el dependiente no reparó en ella cuando abrió la caja, supervisó los zapatos y me devolvió el dinero: 55,95€
Esa noche gasté el dinero íntegro de toda mi tristeza en un bar. Y ahí se quedó.
Dos días después subió a mi taxi un hombre que advertí cabizbajo, con aires de derrota. Durante el trayecto comenzó a sonar por la radio Maybe Tomorroy de Stereophonics, y en esto le vi apoyar su cabeza en el cristal mientras seguía la letra con los labios, llegando incluso al sollozo al arrancar el estribillo. Luego trató de limpiarse las lágrimas con la camisa. Le tendí un pañuelo.
-Disculpe. Llevo un par de días con la tristeza agarrada al cuerpo.
-¿Le sucedió algo? -pregunté.
-No. Y es raro. Todo me va bien, no puedo quejarme. Mi única pega son estos malditos zapatos, que me rozan el empeine. Me fue imposible seguir caminando. Por eso tomé su taxi.
Bajé la vista y me sorprendió ver que llevaba el mismo modelo de zapatos que yo había descambiado.
-¿Me permite preguntarle qué número usa?
-Un 46. Me los compré hace un par de días y no consigo adaptarme a ellos.
-¿Los compró en una zapatería de la calle Ayala?
-¿Cómo lo sabe?
-Los vi por casualidad en el escaparate al pasar con el taxi.
Mentí y me sentí mal por ello. No le dije que aquellos zapatos antes fueron míos. Tampoco que guardaba mi tristeza en esa precisa caja y, por lo visto, los zapatos se contagiaron y él también al ponérselos. Y ahora ese hombre vivía inmerso en mi tristeza. Era mi tristeza, lo sé. No es posible que un hombre de más de sesenta años conozca y susurre al dedillo una canción de Stereophonics.
Pero yo ahora estoy feliz.
Y a veces la felicidad implica ciertos toques de egoísmo.
Creo.
Supongo.