Estando yo en la parada de taxis de Ortega y Gasset aparcó a mi lado una furgoneta de floristería y salió el repartidor con un enorme ramo de rosas en dirección al bloque de oficinas contiguo. Luego entró por la puerta de acceso, habló con el vigilante, pero éste le denegó la entrada y le pidió que se quedara en la calle. Le hice una foto desde mi taxi:
No entendía por qué no le habían dejado entrar hasta que, instantes después, comenzó a salir en tropel todo el personal de la oficina. Según parecía, en ese mismo instante estaban evacuando el edificio quizá por un aviso de bomba o un simulacro. Salieron decenas de personas y el repartidor miró a un lado y al otro sin saber a quién entregarle el ramo: sólo tenía un nombre y unas señas. Minutos después, una vez evacuado todo el edificio, el hombre se acercó a un pequeño grupo y preguntó si alguno de ellos conocía a la receptora en cuestión, una tal Olvido. De entre todos ellos salió una mujer y alzó la mano:
– ¡YO LA CONOZCO!, ¡ES MI COMPAÑERA DE MESA! No está por aquí. Vendrá en una media hora. Ahora está con un cliente.
El repartidor le entregó el ramo y le pidió que, por favor, se lo diera ella misma. La mujer lo agarró sin pensarlo, firmó el albarán y así se quedó: sujetando unas flores que no eran, en fin, para ella:
El resto del grupo continuó charlando mientras ella no podía evitar mirar el ramo que sostenía con ojos de envidia, acercando la nariz disimuladamente para olerlo. De vez en cuando lanzaba miradas fugaces a los otros grupos de su oficina tal vez para que pensaran que ese ramo era suyo, que había llegado un repartidor para entregárselo precisamente a ella de parte de su marido o de un novio nuevo y secreto.
Minutos más tarde salió el vigilante del edificio, y dijo en alto que ya se podía entrar: falsa alarma. Los grupos apuraron sus cigarros y fueron entrando lentamente en la oficina. La mujer del ramo, sin embargo, simuló de repente atender una llamada en su móvil (que no sonó), y se quedó remoloneando hasta que todos se marcharon.
Y cuando ya no quedaba nadie, se acercó a un contenedor de basura, abrió la tapa, y tiró el ramo.