Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Olvido y el ramo de flores

Estando yo en la parada de taxis de Ortega y Gasset aparcó a mi lado una furgoneta de floristería y salió el repartidor con un enorme ramo de rosas en dirección al bloque de oficinas contiguo. Luego entró por la puerta de acceso, habló con el vigilante, pero éste le denegó la entrada y le pidió que se quedara en la calle. Le hice una foto desde mi taxi:

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No entendía por qué no le habían dejado entrar hasta que, instantes después, comenzó a salir en tropel todo el personal de la oficina. Según parecía, en ese mismo instante estaban evacuando el edificio quizá por un aviso de bomba o un simulacro. Salieron decenas de personas y el repartidor miró a un lado y al otro sin saber a quién entregarle el ramo: sólo tenía un nombre y unas señas. Minutos después, una vez evacuado todo el edificio, el hombre  se acercó a un pequeño grupo y preguntó si alguno de ellos conocía a la receptora en cuestión, una tal Olvido. De entre todos ellos salió una mujer y alzó la mano:

– ¡YO LA CONOZCO!, ¡ES MI COMPAÑERA DE MESA! No está por aquí. Vendrá en una media hora. Ahora está con un cliente.

El repartidor le entregó el ramo y le pidió que, por favor, se lo diera ella misma. La mujer lo agarró sin pensarlo, firmó el albarán y así se quedó: sujetando unas flores que no eran, en fin, para ella:

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El resto del grupo continuó charlando mientras ella no podía evitar mirar el ramo que sostenía con ojos de envidia, acercando la nariz disimuladamente para olerlo. De vez en cuando lanzaba miradas fugaces a los otros grupos de su oficina tal vez para que pensaran que ese ramo era suyo, que había llegado un repartidor para entregárselo precisamente a ella de parte de su marido o de un novio nuevo y secreto.

Minutos más tarde salió el vigilante del edificio, y dijo en alto que ya se podía entrar: falsa alarma. Los grupos apuraron sus cigarros y fueron entrando lentamente en la oficina. La mujer del ramo, sin embargo, simuló de repente atender una llamada en su móvil (que no sonó), y se quedó remoloneando hasta que todos se marcharon.

Y cuando ya no quedaba nadie, se acercó a un contenedor de basura, abrió la tapa, y tiró el ramo.

El sexto sentido

Sobrado me creí con tres de los cinco sentidos para desentrañar la tragedia de aquel hombre: La vista, el olfato y el tacto. Nada más subir al taxi me llegó un fuerte olor a ginebra barata (una mezcla de alcohol en bruto y enebro): Venía de un bar. Tras indicarme su destino (zona Carabanchel), me fijé en su aspecto: Cincuenta años, piel gruesa y amarillenta, ojeras, barba de tres días, pelo oscuro con muchas canas, camisa gris sin planchar: Vivía solo. No llevaba reloj. Desempleado.

Durante el trayecto mantuvo la mirada perdida hacia la calle, sin fijarla en nada que llamara su atención: Deprimido.

Llegamos a su destino, me tendió un billete de 5€ desgastado y en el tacto de sus dedos noté unas yemas duras como piedras, curtidas. 

La ecuación, según mis sentidos, parecía clara: Aquel hombre trabajó toda su vida en algún oficio manual y de súbito se vio en el paro. Tal vez por culpa de ello su mujer le dejó y se abandonó a la bebida en un claro giro autodestructivo.

Pero nada más bajar del taxi gritó:

– ¡Mariam!

En esto, una rubia (espectacular) cargada de bolsas se giró:

– ¡Samuel! ¡no te esperaba tan pronto! 

La rubia se acercó a él y le dio un beso en la boca. Mi usuario tomó las bolsas y ambos entraron en una vivienda unifamiliar. La curiosidad me llevó a tirar de freno de mano y acercarme a la plaquita dorada que presidía la puerta. Leí:

«Samuel T. G. – Arquitecto -»

……………………….

Nota: No di una.

Moraleja: De nada sirven los cinco sentidos si no te funciona el sexto.

Método friki para curar de una vez por todas la alergia primaveral

El testimonio de mis clientes, desde que la vida es taxi (y los taxis, sueños son) me ha llevado, según el caso, a actuar siguiendo los siguientes parámetros:

a) Me creo todo lo que me cuentan.

b) No me creo nada de lo que me cuentan.

c) Media aritmética, según me salga del píloro, entre a) y b).

d) Someto el testimonio del cliente al escrutinio del lector.

Para el caso que me dispongo a relatar, dado su frikismo y mi nulo conocimiento al respecto, he decidido optar por la opción d) y dejarme llevar por vuestro criterio:

Resulta que de un tiempo a esta parte, desde el primer estornudo primaveral hasta la fecha, le cuento a todos mis clientes lo de mi alergia al polen, las gramíneas o lo que coño sea. Aprovecho que ellos suelen romper el hielo hablando del tiempo para soltarles mi retahíla aprendida de estornudos, picor de ojos, asma, y demás efectos virales por todos conocidos, con la loable intención de sentirme así menos mocoso, ojeroso y lacrimoso, o quizás también para que se apiaden de mí (besos, abrazos o propinas mediante).

Siguiendo este mismo modus operandi, el otro día, una mujer de edad perenne, ojos de koala en apuros y cabello anarquista, tras escuchar lo de mi alergia, me contó su método según el cual consiguió escapar de ella para siempre. Lean, escruten y flipen (por ese orden):

– Te parecerá que estoy loca pero hace tres años conseguí superar esa misma alergia que tú tienes mediante una técnica de visualización que me enseñó un buen amigo mío, experto en estas cosas. El método consiste en imaginarte cada mañana que estás en medio de un campo de amapolas y que te alimentas de ellas. Lo importante de este método es darle la vuelta al concepto y sugestionarte para que te alimente lo que tú crees que te está atacando. Como sabrás, el polen es muy beneficioso para muchos insectos y animales, así que no tienes más que pensar que para ti también lo es. Bueno, pues tras apenas dos meses visionando cada mañana un campo de amapolas y yo comiéndolas, al fin conseguí dejar de sentir alergia, así de fácil, como si trabajándome la sugestión me hubiera inoculado por completo. Y hasta ahora. No he vuelto a estornudar, ni nada.

¿Será cierto el testimonio de aquella mujer?

¿Tan fuerte podría llegar a ser el poder de la sugestión?

¿Me habrá tomado el pelo?

Gran Vía

Nadie alza la vista. Ahora entiendo por qué: el cielo aparece comprimido. El cielo de la Gran Vía no es más que otro archivo visual en Mp4.

A la altura de los ojos de mi taxi transcurre todo lo demás: fachadas y carne. Bolsas de la Fnac y peinados despeinados. Pantalones por las rodillas, culos de mal asiento y bocas precintadas por brackets diciendo a gritos: «soy independiente y en mi casa no lo saben». Gays que salen del guetto a respirar aire hetero y separan sus manos, sin mirarse, mientras cruzan de acera.

Una homeless de 120 kilos. Cuatro Agentes de Movilidad echándose un cigarrito entre pecho y espada. Un limpia-botas filósofo. Dos ancianos caminando con la cabeza gacha. Tres enamorados distraídos. Cinco adolescentes con los ojos en la nuca (que no saben deletrear el nombre de la pastilla que llevan bajo la lengua).

Mil japoneses haciendo fotos al chicle que acaba de pisar uno de ellos. Cuatro putas de Tarifa Plana compartiendo un Gelocatil. Un coche que pita a otro coche que pita a otro coche que me pita a mí. Quince taxis libres delante de mi taxi libre.

El útero de un cine convertido en H&M, las cenizas de otro cine comprado por Caja Madrid, un teatro Movistar. Escupideras patrocinadas por la empresa del cuñado de la madre del sobrino bastardo del concejal de Cultura. Y con tu voto, de regalo, una lobotomía.

Ahora pasa una limusina blanca, larguísima, y nadie le hace ni puto caso. Un niño llora porque se le ha caído la bola de su helado al suelo: El niño más triste de toda la calle. Y del mundo.

Bajo la ventanilla y saco la cabeza: huele a piel centrifugada. Huele a ocre. A piedra de mechero. A taxistas con Parkinson. A vida después de la vida.

Gran Vía es la pieza de un puzzle al que le falta una pieza.

Ohm…

Relax, relax, relax… me digo mientras trato de encontrar un hueco entre dos coches que ahora giran, y frenan, y casi chocan con un tercero justo antes de abrirse el último puto semáforo de un José Abascal en parada cardiorrespiratoria, agonizante. Relax, relax… y acelero, y sorteo a un malabarista argentino, seguro que es argentino, el mismo que ahora se quita el sombrero en busca de monedas por entre decenas de coches que no pueden moverse, que mueren tras mi espejo de impotencia (cual niños jugando a presionar su vena aorta), y entonces tomo el Paseo de Recoletos a la derecha, justo donde cinco coches oficiales esperan en doble fila a sus correspondientes peces gordos, y pienso en peces, y miro al cielo: no llueve. Los peces gordos no tardarán en morir de asfixia. Relax… y un Agente de Movilidad con cara de pez poniendo multas, y un hombre gordo con bigote y pinta de comisario que cruza sin mirar (¿le atropello?), y otro en bici, y una mujer que me mira con ojos de no haber dormido en los últimos quince años, y un vagabundo buscando cáscaras de vida en la misma papelera donde otro vagabundo acaba de tirar una American Express sin fondos, supongo, y una joven guapísima, con su coleta y su gorra roja y su abrigo rojo repartiendo el 20minutos a la salida del Metro, y otro semáforo en verde después de otro semáforo en rojo, el mismo rojo que la gorra roja de la repartidora verde del periódico rojo, y mi taxímetro apagado por falta de argumentos. Y el horizonte más lejano se encuentra a diez metros, y me falta el aliento porque me he dejado las branquias en casa, porque yo también soy un pez aunque no tan gordo como esos otros peces gordos que se comen a los chicos. No tengo hambre. Relax, relax… y subo el volumen de la radio, Sultans of Swing de los Dire Straits, y a lo que veo le sumo lo que escucho, cada acorde nítido, y lo sumo también a lo que respiro, porque huele a una mezcla de tubos de escape, alergia primaveral y electricidad estática (¿a qué huele la electricidad estática?), y el tacto áspero del volante, de la palanca de cambios, del reloj, de cada goma de cada calcetín, y me pican los ojos, y me los toco porque soy tacto de tu tacto. Mi tacto. Tu tacto. Su tacto. Nuestros tactos. Vuestros tactos. Sus dedos. Me estoy volviendo loco. Irreversiblemente loco. Relax…

Contamíname

El A-e-i-o-u-ntamiento de Madrid ha instalado, en plena plaza de Colón, monitores con información sobre los niveles de la calidad del aire que respiramos (no sé si retocados, o no, con el Photoshop).

Por su parte, la insigne concejala de Medio Ambiente Ana Botella (supongo que tras haberse bebido un par de tragos de sí misma), justificó los altísimos niveles de contaminación en la Estación Meteorológica de Recoletos alegando que «convendría hacer la media entre todas las Estaciones de Madrid, ya que nadie permanece todo el día en Recoletos; yo misma trabajo ahí pero también me muevo por otras zonas con niveles de contaminación mucho más bajos».

También culpó como causante al «polvo africano», como si los pobres senegaleses, o los marroquíes, no pudieran fornicar a sus anchas sin su correspondiente y obligado sentimiento de culpa.

Sin embargo, sigo pensando al respecto que somos unos desagradecidos: ¿Quién necesita aire limpio teniendo Wi-fi?. ¿Quién necesita aire teniendo en casa un decodificador de TDT?. ¿Quién necesita respirar pudiendo llenar la nevera de yogures con Omega-3?.

(Por cierto: ¿existió previamente el Omega-1 ó el Omega-2?)

Y luego quieren suvbencionar el «taxi ecológico», para que de aquí al dos mil nosecuantos todos los taxis de Madrid sean Verdes (¿pero no eran blancos, y con una raya roja?). Y esto está muy bien, sí señor, o señora, pese al daltonismo conceptual que sugiere entre líneas.

Pero creo que deberían empezar por subvencionar, como Dios (su Dios ese de los Legionarios de Cristo) manda, medidas de seguridad para todo aquel taxista susceptible de ser degollado por cualquier usuario cabrón de navaja en mano (y escrúpulos volando). Porque esos 100 euros que están dando por una Mampara de Seguridad (que le cuesta al taxista 1.200), no sirven de mucho. Porque esos cero euros que están dando por instalar un localizador conectado con la Policía (que le cuesta al taxista 2.600), no sirven de nada.

…………………

Señora Botella: Espero que, con estos datos, no esté queriendo decir que ‘quien quiera trabajar seguro, que se lo pague’. Y, sobre todo, espero que no esté queriendo decir que ‘quien quiera aire limpio, que se compre una botella de oxígeno’, porque yo a usted no le haría el boca a boca (léase el doble sentido) ni jarto de Jack Daniel´s.

Hombrepordios…