Lo fácil, lo cómodo, lo correcto, es condenar todo tipo de violencia. Lo fácil es defender el Estado de derecho, el orden público y no quemar cajeros de los bancos que nos roban, o los contenedores que sirven de alimento a tanta gente. Sin embargo, resulta peligroso ampararse en la legitimidad de un gobierno sólo porque fue elegido por once millones de votos hace ya más de dos años. Decir eso equivale a creer que la democracia sólo se manifiesta uno de cada 1461 días (contando un bisiesto), y los 1460 días restantes puedan hacer lo que les venga en gana, aunque esto incluya cargarse desde dentro el Estado de derecho. Es cierto que el PP ganó por mayoría, pero hoy ya son muchos millones de aquellos los que han dejado de confiar en su gestión. No hay más que echar un vistazo a las encuestas: en los últimos datos del CIS, Mariano Rajoy apenas obtiene un 2,81 en valoración, es decir, un suspenso clamoroso (Suárez dimitió con un 4,9, háganse cargo), y la nota de los ministros es si cabe aún más baja (Wert se lleva la palma con un 1,95). Por otra parte, conviene recordar que su victoria fue motivada por un programa electoral que resultó ser falso de principio a fin, amplificado además por una campaña de marketing electoral de «dudosa» financiación (a tenor de los papeles que insisten en tapar). Si a esto le añadimos que su única lucha en contra de la corrupción (máxima preocupación según el CIS) se ha reducido a amedrentar a periodistas, obstaculizar y dilatar procesos judiciales, o indultar a condenados, me cuesta creer en la auténtica legitimidad de este gobierno. Para colmo, después de convencernos de la necesidad de recortar en sanidad, educación y dependencia, entre otras muchas partidas básicas, inyectan miles de millones a la banca «porque no se la puede dejar caer», y ahora también a unas autopistas de peaje «que tampoco se pueden dejar caer» cuyas concesionarias, qué casualidad, figuran como donantes en los papeles de Bárcenas que, insisto, se esmeran en silenciar.
Nunca he empleado o animado a la violencia en ningún caso. Pero bien es cierto que tampoco me he visto sin mi taxi, o mis hijos sin comida, o sin casa, o sin la casa de mis padres por avalar mi casa, o sin ahorros por culpa de una estafa bancaria que sigue impune excepto por el juez que se cargaron. Y como nunca me he visto en tales supuestos, no sabría deciros cuál sería mi umbral de aguante que detonara el lanzamiento de mi primera piedra contra quienes defienden o escoltan a esta mafia. Y jamás pensé que diría esto, pero lo digo. Violencia son ellos más que nadie.