Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de marzo, 2014

Violencia eres tú

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Lo fácil, lo cómodo, lo correcto, es condenar todo tipo de violencia. Lo fácil es defender el Estado de derecho, el orden público y no quemar cajeros de los bancos que nos roban, o los contenedores que sirven de alimento a tanta gente. Sin embargo, resulta peligroso ampararse en la legitimidad de un gobierno sólo porque fue elegido por once millones de votos hace ya más de dos años. Decir eso equivale a creer que la democracia sólo se manifiesta uno de cada 1461 días (contando un bisiesto), y los 1460 días restantes puedan hacer lo que les venga en gana, aunque esto incluya cargarse desde dentro el Estado de derecho. Es cierto que el PP ganó por mayoría, pero hoy ya son muchos millones de aquellos los que han dejado de confiar en su gestión. No hay más que echar un vistazo a las encuestas: en los últimos datos del CIS, Mariano Rajoy apenas obtiene un 2,81 en valoración, es decir, un suspenso clamoroso (Suárez dimitió con un 4,9, háganse cargo), y la nota de los ministros es si cabe aún más baja (Wert se lleva la palma con un 1,95). Por otra parte, conviene recordar que su victoria fue motivada por un programa electoral que resultó ser falso de principio a fin, amplificado además por una campaña de marketing electoral de «dudosa» financiación (a tenor de los papeles que insisten en tapar). Si a esto le añadimos que su única lucha en contra de la corrupción (máxima preocupación según el CIS) se ha reducido a amedrentar a periodistas, obstaculizar y dilatar procesos judiciales, o indultar a condenados, me cuesta creer en la auténtica legitimidad de este gobierno. Para colmo, después de convencernos de la necesidad de recortar en sanidad, educación y dependencia, entre otras muchas partidas básicas, inyectan miles de millones a la banca «porque no se la puede dejar caer», y ahora también a unas autopistas de peaje «que tampoco se pueden dejar caer» cuyas concesionarias, qué casualidad, figuran como donantes en los papeles de Bárcenas que, insisto, se esmeran en silenciar.

Nunca he empleado o animado a la violencia en ningún caso. Pero bien es cierto que tampoco me he visto sin mi taxi, o mis hijos sin comida, o sin casa, o sin la casa de mis padres por avalar mi casa, o sin ahorros por culpa de una estafa bancaria que sigue impune excepto por el juez que se cargaron. Y como nunca me he visto en tales supuestos, no sabría deciros cuál sería mi umbral de aguante que detonara el lanzamiento de mi primera piedra contra quienes defienden o escoltan a esta mafia. Y jamás pensé que diría esto, pero lo digo. Violencia son ellos más que nadie.

El beso perdido

"La persistencia de la memoria", de Salvador Dalí.

«La persistencia de la memoria», de Salvador Dalí.

Procuro que en mi taxi sucedan cosas raras, porque una vida en dos dimensiones no es atractiva al tacto.

Por ejemplo, con los cambios horarios como el del pasado sábado: recuerdo aquella noche, justo en el momento en que cambió la hora, yo me encontraba en mi taxi, llevando a una usuaria de ojos grises, y fue precisamente ella quien me recordó que a las tres volverían a ser las dos. Hicimos varios chistes, ocurrencias sin importancia, y yo acabé diciendo que esta precisa hora, que este preciso instante, a efectos prácticos no existía, ni siquiera aquel trayecto en mi taxi, y por lo tanto podríamos permitirnos hacer todo cuanto nos viniera en gana durante los próximos sesenta minutos, cualquier cosa de espaldas a nuestro entorno. A ella le pareció divertido y me propuso ir hasta un mirador donde hace años solía acercarse en coche para huir de la ciudad o de sí misma.

Quedaba lejos, pero no me importó: Y allá que fuimos, y estuvimos charlando hasta que las dos volvieron a ser las tres y la llevé a su casa.

Podría decir que en aquel mirador nos besamos, y que en cierto modo llegué a sentir algo por ella, pero no sería exacto. A efectos prácticos, aquello no sucedió.

El primer puñetazo de mi vida (a mis 36)

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Ayer un hombre en mi taxi se quejaba de que nunca había estado enfermo de verdad. «Ni una simple gripe, ni un dolor de muelas, ni esguinces, cólicos, jaquecas: NADA», llegó a confesarme angustiado. Y en cierto modo conseguí entender el motivo de su angustia: le preocupaba no sentir, o no saber qué era sentir, o no contar con el dolor como punto de referencia opuesto al bienestar. ¿Cómo disfrutar del bienestar si nunca has tenido con qué compararlo? No habría guapos si no hubiera feos, por ejemplo, o noches sin sol. No es posible comprender lo que es la vida si no acecha o se intuye el peligro de la muerte. Nunca verás a un inmortal jugando al poker, quiero decir. Se aburriría como un mono en un zoo cerrado por vacaciones.

 Pero la ausencia de dolor le provocaba un dolor en sí mismo. Era un dolor existencial; el dolor de quien invoca ser parte integrante de este mundo y no le dejan. «Quiero ser normal y mi suerte me lo impide» llegué a interpretar de sus palabras. Le llevé en mi taxi a un hospital a visitar a un sobrino recién operado de apendicitis, y en cierto modo parecía sentir cierta envidia por el enfermo. No lo dijo, claro. Tal vez por decoro. Pero me dio la impresión de que el motivo de su visita más bien era el de ponerse en el pellejo del sobrino. Compadecerse de sí mismo a través de otro o algo así.

Frené en la entrada general del hospital. Y al pagarme y salir del taxi, salí yo también, me acerqué frente a frente, y con todas mis fuerzas le solté un puñetazo. En un principio se quedó atónito pero luego, con la nariz sangrando, me sonrió.

-Gracias -me dijo sin dejar de sonreir.

Y se fue caminando a urgencias.

Después de aquello me empezaron a doler los nudillos. No tolero bien el dolor, pero juro que llegué a sentirme vivo como nunca. Aquel había sido mi primer puñetazo (a otra persona),

y algo me decía que no sería el último…

El equilibrio es imposible

FORO: Jelko Arnds

FORO: Jelko Arnds

En mis siete años de blog he tocado todos los extremos de la psique imaginables. Me han llamado fascista y comunista en un mismo post, en un bar una lectora me llamó «feucho» y «guapete» en un intervalo de apenas tres sorbos de gintonic, otra me ofreció su cama vía Whatsapp y al abrirme la puerta me lanzó a la cara un cedé de Radiohead (que aún conservo, por cierto). Me han llamado misógino, machista, feminazi, estulto (tuve que buscarlo en el diccionario), maniaco, sociópata de sofá, inventor de los cojones (¿?), liberticida, me han amenazado de muerte un total de ocho veces (siete de las cuales eran mujeres), me han roto una luna de mi taxi con una piedra envuelta en una nota («No te quejes por el cristal. Mi corazón también está roto en mil pedazos por tu culpa» decía la nota), he recibido cuatro notificaciones de denuncias (una de ellas por intento de atropello en una calle de Mexico D.F.; nunca he estado en Mexico D.F.), he encontrado tres copias exactas, literales, de mi blog firmadas por otros (llegué incluso a escuchar una entrevista realizada a uno de ellos en una radio de Uruguay), cuatro usurpaciones de identidad (dos en Twitter, una en Facebook y otra en un portal para buscar pareja), he firmado un autógrafo en la nalga de un tipo que podría ser mi padre, me han querido invitar a farlopa, heroína, porros, setas, speed, pastillas, tartas de queso, multas, viajes, visitas al zoo, putas, travelos e incluso gasoil (un lector insistió en pagarme cuarenta euros de diesel en una gasolinera), he firmado libros en un convento, en la sala de espera de un tanatorio, en dos comisarías, en un centro de planificación familiar, en un taller de chapa clandestino o en semáforos, de un taxi a otro. Y de todo el dinero que he podido ganar con la escritura en estos años, más de la mitad me lo he gastado en terapias, y más de la otra mitad en psicofármacos, alcohol, ordenadores portátiles (que olvido en bares o estropeo derramando vasos sobre el teclado) y multas.

Pero si volviera a nacer, no lo dudaría ni un segundo: haría exactamente lo mismo.

Media vida

FOTO: Daniel Lobo

FOTO: Daniel Lobo

Despiertas en tu lado de la cama. Abres un ojo. Te dejaste el armario entreabierto. Observas las perchas que ahora son como hombros desnudos sin cuerpo. Hace un par de días esas mismas perchas sostenían con pinzas la mitad de tu vida. Sostenían, ingrávidas, la chaqueta de cuero de Eva, el abrigo entallado de Eva, los vaqueros de Eva, el pañuelo de Eva ahorcando el frío cuello de la percha, dotando a la percha de un cuerpo vacío de huesos, pero con futuro. Nada queda ya de Eva y ahora empiezas a entender por qué los ganchos de esas perchas tienen forma de interrogante. Ahora sabes que la palabra ‘tristeza’ es ver bolsitas de naftalina en un armario vacío evitando, tal vez, que las polillas se alimenten del recuerdo. Ojalá lo hicieran, piensas. O tal vez no. Todavía no. Aún es pronto.

Te levantas y en el baño aún se encuentra el soporte con ventosa del cepillo de dientes de Eva. No soportas el soporte pero lo dejas. No te atreves a quitarlo, por si volviera con su cepillo, su abrigo entallado y sus cremas con olor a la mitad que te falta.

Tomas una ducha insomne, desayunas como un autómata, te vistes porque hay que vestirse y bajas a la calle. Las fuerzas apenas te dan para alzar la mano y parar un taxi: mi taxi. Montas y me indicas tu oficina por destino. Por la radio suenan baladas en inglés, y agradeces no entender nada de inglés. Nunca fuiste bueno para los idiomas.

El amor es un idioma, estás pensando.

Leo en tus ojos que has perdido tu mitad, pero aún te queda media vida por delante. Tal vez acabes encontrando mitades nuevas y acabe medio lleno ese armario vacío. Tal vez acaben quietas esas perchas que se mecen cuando abres la ventana y entra el viento. Deja de pensar que el viento es Eva disfrazada de aire fresco, quiero decirte. Pero no. No me atrevo. Sólo soy, en fin, un taxista.

¿El espíritu de la transiQUÉ?

FOTO: Wikipedia VIRAJE: @simpulso

FOTO: Wikipedia
VIRAJE: @simpulso

Seamos sinceros. Aquel fallido intento de golpe de Estado de 1981 demostró dos cosas: La primera, que al recientemente fallecido y por TODOS laureado Adolfo Suárez, no llegaron a quererle ni en su propio partido. Los mismos que ahora lloran su pérdida o ensalzan su figura a la categoría de mártir de la transición, intentaron cargárselo en su día (políticamente, se entiende) con mociones de censura, la dimisión por hartazgo, acorralado, del propio Adolfo Suárez, o incluso artículos incendiarios en la prensa patria: el diario ABC llegó a sugerir un «golpe de timón» proponiendo al general Alfonso Armada como candidato a la presidencia del Gobierno. El mismo Armada que acabó participando activamente, ¡oh casualidad!, aquel 23F. El mismo ABC, en fin, que ahora llora al «Presidente que inventó otra España».

Segundo. Cuando Tejero y sus secuaces entraron fusil en mano al Hemiciclo, sólo tres políticos: el mismo Suárez, Santiago Carrillo (cuyo partido legalizó Suárez) y Gutiérrez Mellado, permanecieron de pie en su Escaño a pesar de la amenaza de muerte que supuso aquel gesto, lo cual dice mucho del sentido de Estado de los tres en cuestión. El resto, se escondieron como ratas.

(Imagina por un momento qué haría Rajoy, Rubalcaba, o Rosa Díez en las mismas circunstancias. Miccionarse encima es poco).

Podríamos hablar largo y tendido de ese Espíritu de la Transición, o en qué se ha convertido todo aquello, o si de aquellos barros, estos lodos. Por mi parte, sólo añadiré un simple dato: la dictadura finalizó cuando Franco murió de viejo. Sin juicios, ni restitución del sistema de Gobierno anterior, ni compensación a sus miles de víctimas. Treinta y seis años de régimen dictatorial acabaron con un simple carpetazo consensuado, entre otros, por excargos franquistas.

Y recuerden, además, quién propuso al rey como Jefe del Estado. Y aún sigue. Treinta y nueve años después, aún sigue.

Pensaremos por ti

FOTO: Jason Bolonski

FOTO: Jason Bolonski

Observen al telespectador medio. No es casual que las tertulias políticas escondan cierta similitud con los partidos de fútbol y arrastren al hincha ideológico a tomar una posición virtualmente activa en un bando u otro. En los debates televisivos también hay dos ‘equipos’ fácilmente identificables. Los ‘jugadores’ mantienen estrategias más o menos defensivas u ofensivas, de forma que el espectador medio pueda sentirse cómodamente representado por al menos un tertuliano que hablará por ti de un modo casi telepático.

Te sentirás realmente implicado desde el sofá, exactamente igual que en un Madrid-Barça.

Los argumentos que desmonten al contrario serán celebrados como un gol por la escuadra, saciando nuestra dosis de indignación. Por el contrario, el argumento opuesto al elegido como propio, será silenciado por el filtro de los prejuicios, igual que un fanático del Real Madrid jamás reconocerá un buen regate de Messi, o viceversa con Cristiano.

La ideología se ha reconvertido en subproducto de masas, en marketing viral. La razón ya dejó de ser motivo en sí mismo: hay tantas verdades como quieras comprar. Por tanto, seguirá ganando en las encuestas quien más pasta invierta en maquillaje.

Discriminación positiva (versión Beta)

FOTO: Evan Forester

FOTO: Evan Forester

Ernesto explotó en mi taxi: «No aguanto. Te juro que no aguanto. Siete años llevo sufriendo el acoso de mi exmujer. Y lo peor de todo es que utiliza a los niños, ¡a mis hijos! Mintió en el juicio, ¿sabes? Le dijo al juez que yo la maltrataba, que era un hombre violento con ella y con mis hijos, y dios sabe que eso no es verdad, ¡jamás le he puesto la mano encima a nadie! Lo dijo sin presentar parte médico ni nada y el juez la creyó. Orden de alejamiento y pensión alimentaria. Tampoco tengo régimen de visitas: no sé nada de mis hijos, y cada vez que intento acercarme a ellos, la muy bruja llama a la policía. Yo sólo quiero verlos crecer, ¡son mis hijos! También se quedó con el piso, claro. Y yo a la puta calle, a mis cuarenta y tres años y viviendo desde hace siete en un piso compartido con dos estudiantes y un parado. Con mi sueldo de conductor de autobuses, imagínate. Imposible rehacer mi vida. Normal que de vez en cuando me den crisis de ansiedad y tenga que ir a urgencias a que me den algo. Ahora mismo vengo de urgencias, y el médico me ha recomendado reposo. También quería darme la baja laboral durante un par de semanas, pero soy autónomo, y no me puedo permitir estar de baja. Me darían menos de lo que gano currando; igual que tú en tu taxi, supongo. Te juro que a veces me dan ganas de hacer una locura. No lo justifico en ningún caso, y menos cuando hay niños de por medio; me horripila la violencia, pero te juro que a veces entiendo a esos hombres que se lían a tiros por venganza y luego se quitan de en medio. Y que dios me perdone por lo que acabo de decir, que dios me perdone. Pero muchos en mi lugar, con lo que estoy pasando y sin esperanzas de nada, sin ayudas, sin ganas de seguir, ya lo habrían hecho».

Las chicas con los chicos

FOTO: Gwendalin Niles

FOTO: Gwendalin Niles

Chico A conoce a Chica B en una de esas webs de contactos para buscar pareja. Ambos se citan en la estatua del Oso y el Madroño de la Puerta del Sol, típico punto de encuentro de chicos y chicas en Madrid. De hecho, mientras Chica B espera a Chico A, se encuentra con Chico C, otro contacto de la web de con quien ya quedó hace un par de semanas,  el cual a su vez está esperando a otra nueva chica de la web de contactos: Chica D. Al reencontrarse, Chica B y Chico C comienzan a charlar más por compromiso que otra cosa: aquella cita que tuvieron fue un desastre. No hubo química.

Al rato llega la cita de Chica B, es decir, Chico A. Chica B le presenta a Chico C. «Un amigo que encontré por casualidad», le dice. En realidad no se acuerda de su nombre. Acto seguido llega la cuarta en discordia, Chica D, que resulta que también conoce a Chico A: tuvieron otra cita en la misma web, y en este caso la noche acabó en sexo; después de aquello Chico A desapareció a pesar de la insistencia de Chica D por volver a quedar con él. Casualidades de la vida, el destino vuelve a cruzarles. En cualquier caso, nada más verse, prefieren actuar como dos desconocidos.

Llega el momento de despedirse y separarse cada cual con su nueva pareja. Sin embargo Chica D, la despechada, propone al resto salir todos juntos a tomar algo. Ella, en realidad, sólo busca joderle la cita al otro. Chico A, por supuesto, dice que no, pero el resto se abstiene. Para arrastrarles, Chica D decide parar un taxi y hacerles señas. «Vamos, subid», les dice.

Es mi taxi.

Chico A monta a mi lado. B, C y D, detrás. No se ponen de acuerdo dónde ir, así que me preguntan por un sitio con buena música donde tomar algo y charlar tranquilamente. Decido llevarles al garito de un amigo mío en Malasaña.

Chico A se muestra tenso y callado. Chica D no deja de mirarle con cierta inquina a través del espejo. Chica B y chico C hablan del tiempo y poco más. Se respira tensión, en cualquier caso.

Les dejo en el garito de mi amigo. Paga Chico A.

Al día siguiente llamo por teléfono a mi amigo. Le pregunto si anoche llegó a fijarse en dos parejas que entraron en su bar sobre las once y media. Le describo a los cuatro por encima. «Ya lo creo», me dice. «A los dos chicos… tuve que sacarles del garito porque acabaron a puñetazo limpio. Ellas sin embargo pasaron de irse con ellos. Se quedaron las dos y estuvieron bebiendo en la barra y charlando sin parar hasta el cierre».

Cómo matar el vacío (o las dudas)

FOTO: Horacio Maria

FOTO: Horacio Maria

Sucede algunas veces que la vida te supera, como si apretaran las costuras del alma, y falta el aire, y si paras y respiras, si respiras con fuerza, no consigues llegar al tope, tus pulmones no te llegan, quedan cortos, como a tres cuartos del tope o cinco tercios, depende. No sé de qué depende, o cuál es la causa, pero así sucede. Algunas veces. Y frenas el taxi, no importa dónde, y te chequeas: A ver, ¿qué me sucede? Todo estaba bien hace un momento y la vida, en general, me sonríe. Amor: Ok. Salud: Ok. Dinero: Ok. Cabeza: A tope. Y el taxi limpio, reluciente. ¿Y bien? ¿Qué me falta? ¿Sobra algo? ¿Qué podría hacer ahora para aplacar mi vacío o mis dudas? ¿Acaso tengo dudas? ¿Duele algo? Hace un día estupendo: sol radiante y cielo azul. Es uno de esos días que añoro cada vez que llueve o hace frío. Podría, qué sé yo, disfrutar del día sin más y vegetar un rato, pero entonces, si no hiciera nada, absolutamente nada, creería que me estoy perdiendo algo, ¿pero el qué? ¿Qué me perdería precisamente ahora, que tengo la oportunidad de disfrutarlo?

¿Y por qué no me prohíbo las preguntas? Exacto. Eso es. ¿Por qué no cierro un rato la boca del coco?

Me sé esa respuesta de memoria: porque no puedo evitarlo. Porque entonces dejaría de ser yo. ¿Pero qué hay de malo en perderse la pista de vez en cuando? ¿Qué hay de malo en jugar a ser otro?

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Nota: Y así fue como, en fin, acabé durmiendo en el calabozo. Mamá.