Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Amantes y después

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

COLAPSO es ver subir en tu mismo taxi a la mujer que hace lustros compartió conmigo cama y fantasías (y llegó incluso a tocarme con la punta de los celos), y aquello acabara de la forma más brusca y más tensa: puteándonos y odiándonos hasta el punto de matarnos en el mapa del otro. Imagina su cara y mi cara al cerrar la puerta y decirme «Buenas tar…» y quedarse absorta, bloqueada, sin saber qué se debe hacer en estos casos: ¿marcharse?, ¿ser fría?, ¿cortés? ¿Bastarían diecisiete años para enterrar el rencor que nos tuvimos? ¿cuánto tardará una cicatriz en ser obviada o asumida o absorbida por el cuerpo y la memoria?

Tuve que ser yo quien tirara de entereza y sonreír: «¡Ana!, ¡Cuánto tiempo!» para que ella después atajara por el camino fácil: «¡Dani!, ¡no sabía que fueras taxista!» y desplegara un buen racimo de obviedades, y yo aprovechara esa calma neutra (y que no se atreviera a mirarme a los ojos) para observarla en conjunto. Diecisiete años pasaron y en esencia estaba igual excepto dos o cinco arrugas, y unos rasgos más marcados, y unos ojos menos vivos, como velados por una capa de barniz cuarteado. Pero aún conservaba el mismo tono de piel, igual de tersa. Y el mismo pelo rizado, silvestre, aunque más corto. Sé que me pilló bajando la mirada hacia su escote, sin poder evitar preguntarme y comparar la firmeza de sus pechos con aquellos que aún mantengo  intacto en el recuerdo. Qué raro sería volver a observarnos desnudos diecisiete años después, pensé. O besarnos de nuevo después de un abismo de besos con otros (la personalidad del beso a veces se diluye en nuevos labios y cambia, y pierde su esencia). Recuerdo que usaba la lengua como un francotirador acorralado. Recuerdo también la asombrosa humedad de su entrepierna, siempre insaciable.

Y en esto no pude contener tantos recuerdos y dije: «Tómate algo conmigo. Charlemos pero no de tu vida o la mía, sino de aquello. ¿Lo recuerdas?».

-Claro que lo recuerdo, pero hoy no puedo. Llevo prisa -me dijo.

-Perdí todo un año por tu culpa. Qué menos que cobrarme unos minutos de tu tiempo -volví.

Aquel argumento la dejó sin excusas. Aparqué el taxi y tomamos café en una de esas terrazas con calor artificial. Y hablamos, más yo. Y fumé, y le ofrecí, pero ella insistía en que había dejado de fumar hace dos años, cinco meses y siete días.

Y charlando con ella me di cuenta de lo mucho que cambia la voz de quien ya no comparte sexo contigo. El timbre, el tono, el color, o la temperatura de la voz no depende tanto de la edad sino del vínculo. Y al final, al despedirnos, me excitó sobremanera comprobar que Ana, en el fondo, seguía sintiéndose igual de contradictoria para conmigo: Justo antes de intercambiarnos los teléfonos y marcharse, se dio la vuelta, volvió a acercarse a mí y con la voz temblante me pidió un cigarrillo.

Esa sensual geometría imaginaria

Conduces tu taxi detrás de una moto. Sigues de cerca a esa moto porque en ella viaja todo lo que entiendes por sensual: una larga melena rubia, un rostro abierto a la imaginación (lleva casco), espalda cóncava y apenas dos centímetros de carne a la intemperie, espontánea por la postura. Esos dos centímetros incluyen el filo de un tanga color infarto: es la base invertida de un triángulo equilátero cuya máxima tensión lo vuelve isósceles. Sensual es intuir que ese tanga desafía todas las leyes de la trigonometría. Todos sus vértices se prolongan convirtiéndose en líneas, y la línea del vértice inferior viola sin querer ese infinito bucle de la misma vida, y se transforma de nuevo en otro triángulo algo más grande, al otro lado de su cuerpo, debajo de un ombligo que también juegas a imaginar hasta con piercing. No existe ecuación que lo demuestre, apenas puedes ver una mínima parte de aquel complejo entramado, pero sabes que es así, y esa geometría imaginaria te vuelve loco.

Sensual es el triunfo del descuido por encima del pudor. Esa pista extra que te ayuda a tirar del hilo, esa nueva pieza a encajar en el puzzle que poco a poco vas formando en tu cabeza. Y cada nueva pieza (tal vez la tira del sostén en un descuido, o la franja de sus ojos si levantara la visera del casco, o un nuevo tatuaje en un tobillo) es celebrada por todo lo alto, como un niño que consigue el cromo más difícil del álbum.

Pero la más compleja sensualidad radica en saber frenar a tiempo, en no querer ver más de lo necesario por miedo a la decepción. ¿Y si sus pechos no fueran tal cual imaginaste? ¿Y si al bajar de la moto y perder la tensión de esa postura su trasero dejara de ser tan perfecto? ¿Y si se quita el casco y con él desaparece esa belleza que pensaste a juego con su pelo y con su cuerpo? Por eso cuando ella al fin se echa a un lado con la moto y sube a la acera como fin de su trayecto, decides no seguir sus pasos. Es mejor acelerar tu taxi y quedarte con esa imagen nítida que siempre será más bella que la real. Repito: SIEMPRE.

Los ojos de Bette Davis

Diez y media de la noche. Calle desértica, como tu cuello. Me lanzas miradas en carne viva mientras hablas por teléfono. Yo conduzco y sólo escucho el carmín de tu boca, tus suaves grietas como anillos de árbol: sabes que podrías ser mi madre. Tus deseos son incestos para mí.

Cuelgas. Me hago el huérfano. Giras las piernas hacia el sur y escucho el sonido de tus medias como piedras de mechero.

– Cambio de planes. Mejor tu casa – me dices, confiada.

Apago el taxímetro sin decir nada. Sólo subo el volumen de la canción: Bette Davis eyes.

En el garaje llegan los besos que saben a sal. Me arrancas los botones del ascensor, abro la puerta con los dientes y en lo que dura el pasillo araño tu espalda que cicatriza al instante con mi propia saliva. Aparto de un manotazo a mi pato de goma Made in Hong Kong y nos lanzamos a la cama buscando el Tetris perfecto. Convierto tus medias en cuartas y luego en octavas. Abro el segundo cajón de la mesilla, meto mis prejuicios y saco los condones.

Traduces tu orgasmo en palabras. Gritas «Carlos», sin querer. En el cigarro me dices que Carlos es el nombre del hijo que siempre quisiste tener. Tienes cuatro hijas de dos maridos distintos. Cuatro. Y ya es tarde para más.  

Apago el cigarro, me acerco a tu pecho, tomo tu pezón entre mis labios y comienzo a succionar.

– Buen chico – me dices.

Me quedo dormido en esa misma postura. Tú permaneces despierta durante toda la noche.

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Mañana, a las 12, encuentro digital en 20minutos.es. Os espero a TODOS.

Dermatuyo

Tras días de estudio en el laboratorio de mi cama he conseguido elaborar un listado de motivos que demuestran lo que ya te dije aquel primer día, en mi taxi, a través del espejo empañado:

– Tu piel y mi piel son compatibles.

Espero que compartas cada uno de los siguientes puntos, o los transformes en comas, o me comas y punto:

1.- El lóbulo de cualquiera de mis orejas encaja a la perfección, sin holgura, en tu ombligo.

2.- Mi cuello y tu cuello, al unirse, simulan el mecanismo de dos ruedas dentadas, atascadas, soldadas por una sustancia que el análisis de mi lengua identificó como «aleación de salitre y óxido curioso».

3.- Cada vez que te abrazo fuerte tus órganos internos se coordinan con los míos, lo cual demuestra la alineación perfecta de todos y cada uno de nuestros poros. Por culpa de esta extraña «Ley de los Poros Comunicantes», siempre que te abrazo me duele tu apéndice y a ti te suenan mis tripas.

5.- Tus uñas, al rozar mi espalda, se convierten en pétalos de rosas sin espinas que se clavan en mi espina dorsal. Y sangro cutículas.

6.- Tu labio inferior es idéntico a mi labio superior; y viceversa. Cada vez que nos besamos el tiempo retrocede.

7.- Ayer la Policía Científica nos desmanteló la cama. Me esposaron y me llevaron a comisaría. Laboratorio clandestino, según dicen. Al tomarme las huellas salió en pantalla tu ficha policial. Tranquila, estás limpia.

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Nota a pie de puntos (de sutura): Si, después de tan pormenorizado estudio, sigues desapareciendo en cada abrir y cerrar de costillas, volveré a acordarme de Beatriz con la devoción que se merece.

Miedo al tacto

Cada vez son más los usuarios que, sin querer (o no), tratan de evitar cualquier conato de contacto físico con el taxista. El simulacro de roce sólo se produce en el mismo momento de abonarte la carrera, cuando el usuario acerca su mano y te tiende el billete o las monedas de marras, o cuando les devuelves el cambio. En ese mismo instante, como digo, el usuario emplea una especie de estrategia antitacto tratando de dar sin tocar, de tenderte un billete sin siquiera rozar tu palma con las yemas de sus dedos, o viceversa.

Pensé que este rechazo podría no ser más que miedo al contagio de enfermedades infecciosas (ahora que la Gripe A compite en Prime Time con Belén Esteban). Por eso, en una suerte de Experimental Taxi Club al uso, he decidido conducir hoy, durante todo el día, con guantes de látex.

¿Resultado? El miedo a tocarme, en lugar de erradicarse, se acrecentó. Al llegar el momento de pagarme los usuarios, como escamados por mis guantes de látex, me tendían sus billetes o monedas lanzándolos a la palma de mi mano en lugar de posarlos, como de costumbre, sobre ella.

Conclusión: La asepsia da más miedo que el miedo mismo al contagio.

Ahora bien, descartado el miedo al contagio, ¿por qué otro motivo evitaremos hasta el más mínimo contacto físico?

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Nota epidérmica: Los franceses, aparte de volcarnos los camiones, tienen por costumbre darle la mano al taxista antes de apearse. ¿Será que la conducta del toqueteo va ligada a las costumbres culturales de cada país?

El taxi de Lesbos

24 y 25 añitos, ambas de pelo corto, vaqueros anchos y aspecto casual. Se habían conocido esa misma noche, en un garito de Malasaña.

La de 24 era nueva en esto del flechazo al primer y mismo sexo. La de 25, no. La de 24 había bebido demasiado. La de 25 parecía haberse tragado un frasco entero de Viagra Ovular:

– De 0 a 10, ¿cuánto te pongo? – le preguntó la de 24.

– 10,8 – contestó la otra.

– ¿Por qué 10 ‘coma’ 8?

– Cuando te lo ‘coma’ en mi ‘cama’, subiré a 11.

Un par de calles y cinco taxigotas (de sudor) después, la conversación de ‘Todos a 100’ se transformó en una dulce mezcla de sonidos de salivas a punto de nieve. Mi espejo me chivó que la de 25 se había abalanzado sobre la otra para besarle en los labios (de la boca): En total, 49 años fundidos en una misma masa de piernas entrelazadas y manos urgentes.

Y de esta guisa continuaron durante todo el trayecto hasta que al fin (shit!) alcanzamos el orgásmico destino de su lecho:

– Siento ser el típico ‘taxista interruptus’. Pero ya hemos llegado.

– Perdón. Eh… ¿qué te debo? – me dijo la de 25.

Estuve a punto de pagarle yo a ella, pero la otra se me adelantó y me tendió un billete de 10€.

Luego se fueron, de la mano, hasta perderse en el orificio genital de un portal cualquiera.

(Yo hice lo propio acudiendo a una farmacia de guardia en busca de un buen vasoconstrictor)

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Pregunta simpulso: ¿Por qué, a los hombres, nos excita tanto el amor entre dos mujeres?

¿Y vicevérsicamente hablando?

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nilibreniocupado y los taxis nocturnos en el programa ‘A vivir que son dos días’ de la Cadena SER: