Ayer Dios me lanzó otro de sus mensajes raros, esta vez en forma de china de hachís en el asiento trasero de mi taxi. Supongo que se le cayó a un tipo con pinta de Morrisey que llevé a votar, o a una monja de clausura que llevé a votar, o a una MILF que subió en el tanatorio SUR y llevé con prisa al tanatorio NORTE (¿?). En cualquier caso, he de decir que no soy muy dado a los porros, o al menos nunca me sentaron bien. Sin embargo, no me preguntes por qué, instintivamente me guardé la china en el bolsillo del pantalón. Una cosa llevó a la otra y, al llegar a casa y ponerme más cómodo, saqué la china, la observé de cerca, y en un alarde de nostalgia decidí fumármela por los viejos malos tiempos.
No tenía papel, ni intención alguna de comprar, pero en una de esas asociaciones de ideas estúpidas me acordé de un libro de autoayuda que hace tiempo me regaló una editorial de libros de autoayuda (no recuerdo el motivo) y, por supuesto, nunca llegué a leer. Así que lo busqué, abrí el libro por una página al azar, y arranqué la página con la intención de hacer con ella un turulo y fumármela en formato porro. Lo enrollé como pude, volqué el condimento mezclado con tabaco, y como aquel papel no tenía tira adhesiva, se me ocurrió la genial idea de usar Pegamento Imedio, sin pensar que el pegamento, mezclado con la tinta de la página y mezclada, a su vez, con un hachís de procedencia desconocida, me acabaría provocando un triple aturdimiento sideral.
Pero más que el efecto en sí mismo, me flipó la metáfora de ver consumiéndose la hoja de un libro de autoayuda titulada «Encuéntrate a ti mismo», que calada tras calada se fue transformando en «Encuéntrate a ti mis», y luego «Encuéntrate a», y luego «Encuén», y hasta ahí pude fumar. De hecho, me encontró mi mujer tirado en el sofá con el porro-autoayuda en la mano, observando ojiplático 13TV a todo volumen y con sendas hojas de lechuga iceberg taponándome los oídos (me entró la paranoia de que el demonio de la tele me entraría dentro por cualquier orificio y me acabé tapando los oídos con lo primero que encontré a mano: la lechuga iceberg de la nevera). Lo inquietante fue que, al verme de esta guisa, mi mujer no dijo nada. Como si ya me tuviera más que asumido. Lo cual no sé si es bueno. O malo.