Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Los límites del humor (versión beta)

Chica conoce a chico en Twitter. Intercambian menciones (respuestas simpáticas a tuits ocurrentes). Llegan los DMs. Más DMs. Deciden agregarse en Facebook. Chica ojea las fotos del chico (le resulta interesante). Chico pincha en el álbum “Verano 2013 Ibiza con amigas” de la chica (se centra en su figura en bikini y en el piercing de su ombligo). Empiezan a chatearse. La primera noche, cuarenta minutos. La segunda, hora y media. La tercera, deciden quedar. Ella es de Madrid, él de Fuenlabrada. Ella vive con sus padres. Él vive solo, en el piso que en su día compró con su exnovia. Para mayor comodidad de ella, acuerdan quedar en el Mercado de San Miguel de Madrid. Él se acerca en coche y lo mete en el parking de la Plaza Mayor. Ella acude en Metro. Al verse a las nueve treinta en la puerta del mercado, se reconocen enseguida. Deciden tomarse unas cañas y picar algo en los puestos del mercado. El encuentro cara a cara parece funcionar. Las cervezas ayudan.

Después de cuatro o cinco cañas con sus pinchos, deciden pasarse al gintonic en un local más apartado. Y al segundo gintonic, se besan. Y al cuarto gintonic, pasadas ya las tres de la madrugada, el chico propone a la chica dormir en su casa. En Fuenlabrada.

—Venga, vale. ¿Cómo iremos?

—En mi coche. Lo tengo ahí mismo, en el parking.

—Ni hablar. Bebiste demasiado.

—Tranquila. Yo controlo.

—En serio. No insistas. Olvídalo.

Al final el chico, por no dejar su coche toda la noche en el parking, decide marcharse solo a casa. Por el camino, le paran en un control de la A-42, y cuadruplica la tasa de alcoholemia permitida. Le quitan en carnet, se lleva el coche una grúa, y el chico queda a la espera de vérselas con un juez.

La chica, por el contrario, toma un taxi de camino a casa. Mi taxi, para ser exactos. Tal vez movida por el alcohol, se arranca a hablar conmigo sin parar. Me cuenta toda su historia con aquel chico: que la cosa, en un principio pintaba bien, pero que al final la cagó comportándose como un niñato por culpa de lo del coche. Llegamos a su casa, se marcha, y en esto se deja olvidado el móvil en mi taxi. Caigo en la cuenta poco después de arrancar, cuando me sorprende un pitido en el asiento trasero del taxi. Me giro y encuentro su iPhone. El pitido corresponde a un Whatsapp del chico. Lo abro y leo: “Menudo putadón, tía. Acaban de trincarme en un control de alcoholemia. Multaza con juicio, sin puntos, y encima se llevan el coche (emoticono triste)”.

No puedo evitar hacerme pasar por ella y le contesto: “Te jodes, por niñato. Si hubiéramos pillado un taxi, ahora me tendrías en tu cama (emoticono de berenjena, emoticono de boca abierta)”.

Al instante llama la chica a su mismo móvil. Contesto: «Sí, sí. Aquí lo tengo. Doy la vuelta y regreso a tu portal en dos minutos». Me acerco de nuevo a su casa y le entrego el móvil. La chica me da mil gracias y se marcha. No sé qué pensará cuando vea el mensaje que envié en su nombre. Tal vez se lo tome con humor, tal vez justo lo contrario. Me pueden las formas, lo sé. Y lo siento.

Nota: En mi defensa diré que me reí bastante.

Besar con brackets

FOTO: Steven Depolo

FOTO: Steven Depolo

Los brackets son la esencia misma de la belleza corrupta. Mira esa boca. Perfecta. Labios insomnes. Comisuras que parecen guiones de diálogo al principio y al final de cada frase, y esos hoyuelos cuando sonríe, como paréntesis contenedores de tiempo (y fuera de ellos, la nada). Enfoqué el espejo retrovisor hacia su boca huyendo del cruce de miradas (soy un hombre casado) y de repente, las calles se evaporaron y yo, como taxista, hice un master en volúmenes perfectos contenidos en continentes lejanos y exóticos. Ella, por si las moscas, mantuvo la boca cerrada, pero ese preciso y precioso hermetismo pronunciaba aun más sus labios abultados por los brackets, como quien guarda un tesoro bajo la almohada y la almohada se desboca. Qué bella palabra: desboca.

Pensaba en esto por no hablar de teenagerismo que imprimen unos brackets a los veintitantos, sumados a unas pecas que son el gotelé del alma niña. Pensaba en esto por no hablar del papel que representa su lengua inaccesible y presa del pánico en esa cárcel de dientes díscolos que sueñan otra vida recta y ordenada. Besar una boca mullida con brackets es plantarle cara a la ansiedad, abrir la mandíbula suave y testar el metal, y sentirte migrante en la frontera de Melilla, y el paraíso artificial al otro lado, eléctrico instante.

—¿Qué te debo? —me dijo al final.

—No te entiendo.

—La carrera. El taxímetro. Vivo aquí. ¿Es lo que marca?

—Sí, supongo. Perdona. Estaba en otras cosas.

Y ella sonrió, tapándose la boca con la mano.

—No te tapes, por favor. No te tapes —dije yo.

Entonces ella apartó su mano. Fue solo un segundo y luego se marchó, pero aquel sencillo gesto de apartarse la mano de su boca fue el desnudo más sensual de la historia de los taxis con historia.

Lamer tu hierro

FOTO: YouTube

FOTO: YouTube

De todas las mierdas que enturbian nuestras cabezas, lo difícil es discriminar la paja de la viga rica en hierro: quedarnos con la viga y lamerla a lo Cyrus aunque evitando, a ser posible, la pose de putón. A menudo acumulamos datos que se enquistan y supuran, y por tanto acaban encharcando nuestro ánimo, barriendo cual tsunami todo lo demás y a los demás.

Ya ando harto de usuarios que suben en mi taxi encabronados. Harto de noticias, malasangres y agoreros. Llevamos cinco años, CINCO o tal vez más, perdí la cuenta, acumulando demonios sin salida y urge un cambio social que empiece en cada uno, un cambio íntimo y transferible al resto, a nuestro entorno más directo. Que le den a esta panda de cínicos, pero yo te compro tus ganas, tu optimismo, tu risa: lamo tu hierro. Dime cómo lo haces y no me apenará imitarte y que el resto me imite lo que yo imite de ti. Construirnos en redes que resbalen oportunismos malsanos y remar justo al contrario de quienes dicen que rememos en su misma dirección. No hay que fiarse nunca de esos, ya están marcados. Pero no podemos dejarnos arrebatar las ganas por quienes no fueron ni serán nunca invitados.

Que cunda el ánimo, copón. Que cunda la risa.

Reservemos el derecho de admisión a nuestra fiesta.

Perdido

solo el

Subió un tipo raro en mi taxi, sandalias y calcetines de cuadros, desplegó un enorme mapa delante de mí, señaló con el dedo una calle del mapa y me dijo: «GO HERE, PLEASE!». El mapa era de Düsseldorf, Alemania. Traté de explicarle el error, pero parecía no entenderme, o más bien no quiso entenderme. Luego me hizo un gesto de seguir adelante, «STRAIGHT, STRAIGHT!» inicié la marcha, y a la tercera o cuarta calle me mandó girar a la izquierda, «LEFT!» y cinco o séis calles después a la derecha «RIGHT!». El caso es que aquel hombre no tenía ni puta idea de dónde estaba, ni adónde ir, y sin embargo sus ojos destilaban esa felicidad absoluta de quien maneja a su antojo su propia vida. Llegado el momento me dijo «STOP!», sacó un billete de 100 no sé qué (no supe distinguir de qué moneda se trataba, ni el país) y se marchó caminando. Luego le vi detenerse en el escaparate de una mercería y acariciar el cristal.

Para ser sincero aquel hombre me dio cierta envidia. Resultaba tentador vivir perdido, así que intenté en lo sucesivo comportarme del mismo modo.

En un semáforo me pitó otro coche, bajé la ventanilla y me preguntó:

-Disculpe, ¿la plaza de Canalejas?

-Lo siento, pero no soy de aquí- le dije.

El tipo bajó la vista hacia el logo de mi taxi y luego volvió a mirarme extrañado. Yo le lancé mi mejor sonrisa, y por primera vez en mucho tiempo me sentí perdido y libre como un Tomtom pirata.

Se abrió el semáforo y pocos metros después me mandó parar una mujer. Subió a mi taxi y me dijo:

-Buenas tardes, ¿me lleva a la calle Prim?

-Buenos días, ¿sería tan amable de indicarme? Estoy perdido- dije fingiendo nerviosismo.

-¿Es nuevo?

Asentí con la cabeza. La mujer se refería a «nuevo en el taxi» pero quise interpretarlo como «nuevo en la vida». ¿Es usted nuevo en la vida? Molaba más. Nuevo en la vida. Ojalá.

En cualquier caso, me indicó amablemente el camino a seguir.

-Haga completa esa rotonda y después, la primera a la derecha- me dijo.

Al llegar a su destino la mujer me tendió un billete de 10€ y, con voz de circunstancia, me dijo:

-Quédese con la vuelta.

El taxímetro marcaba 7,80. Me dio 2,20 de propina por lástima hacia mí. Sintió pena, en serio, como si me creyera huérfano. Y después volví a hacerme el nuevo con el siguiente cliente y a éste le pasó lo mismo y me dio otros 1,70 de propina. Y el próximo, también.

Curioso, ¿verdad?

 

El lobby masón de las figuritas de navidad

USUARIO DE MI TAXI: Por fin un poco de cordura, querido amigo.

YO: ¿Perdón?

U: Sí hombre, sí. Lo del Evangelio. Lo del nacimiento de Jesús. ¡Menuda patraña!

Y: ¿Se refiere a las palabras de Ratzinger?

U: Pues claro, ¿a qué si no? Es cierto que María fue fecundada por una paloma, y que alumbró a Jesús siendo aún virgen. Algún día la ciencia nos dará la razón, no le quepa duda. ¿Pero lo del asno y el buey en el pesebre? ¿qué puto loco llegó a creerse eso? ¿Un asno y un buey en un pesebre? ¡Válgame Dios! ¡Qué imaginación!

Y: Jajaja.

U: Pues no sé de qué se ríe. El tema es serio. ¡Llevan siglos engañándonos!

Y: ¿Quiénes?

U: El lobby de los fabricantes de figuritas de navidad, ¿quién si no? Masones todos, para más INRI.

Y: ¿Lo dice en serio?

U: No he hablado más en serio en toda mi puñetera vida.

Y: Perdón.

U: ¿Usted sabe la cantidad de figuritas de bueyes y de asnos que se han podido vender en todo este tiempo? ¿Quién nos devuelve el dinero ahora, eh? ¿EH?  ¿A quién le pedimos responsabilidades?

Y: ¿A Zapatero?

U: ¡Pues tal vez! (…). Pare ahí delante, a la derecha. En aquella iglesia.

(Freno el taxi en el margen derecho de la calzada)

U: Ande, tome. (Me tiende un billete de 5€). Quédese con el cambio. Para que luego no digan de la caridad cristiana.

Y: Señor… el taxímetro marca 5,10€.

U: Uy, perdón… (Vuelve a mirar su cartera). Pues sólo tengo un billete de 50. No me hará cambiar 50 euros por diez míseros céntimos, ¿verdad?

Y: Vale. Déjelo.

U: Bien. Rezaré por usted. Y ya de paso, rezaré también por ese atajo de hijos de puta.

Y: ¿Los masones?

U: Los masones.

Que la muerte no te pille despeinada

Me dijo su edad, noventa y cuatro años, con voz de haberse fumado las cenizas de sus tres maridos. Pero no fue eso lo que llamó mi atención, ni tampoco su cuerpo enjuto, o sus pómulos huesudos con varias capas de colorete fucsia, o todas esas joyas alrededor del cuello (un cuello más fino que mi muñeca). Lo que más destacaba era la sonrisa pícara que mantuvo a lo largo del trayecto. Aquella anciana era la imagen misma de todo lo que puedas entender por decadencia, la mismísima antesala de la muerte, y sin embargo sonreía a nadie en particular, sonreía siempre (incluso después de bajarse del taxi pude ver por el espejo cómo se alejaba sonriendo). 

Solista en la orquesta del Titanic, pensé. Que la muerte no te pille despeinada.

De entre todas las opciones se quedó con la pose, maquillarse contra la debilidad, usar sus dientes para tapar rendijas. Construir un bunker alrededor de sí misma para no darle pistas a nadie. Tampoco el espejo. 

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Nota: Al llegar a casa y hacer números me di cuenta que me faltaba una carrera. Había cobrado todas menos una. Me faltaban, exactamente, 12,85€,. Los 12,85€ de aquella anciana. Ahora que lo pienso, me quedé tan absorto en su sonrisa, y luego se bajó del taxi con tal naturalidad, que ni siquiera reparé en que se marchaba sin pagarme. Me dijo incluso ‘Adiós, y buena suerte’, la muy…

Muerte de un taxista

Cuando te hospedas sola, todas las habitaciones de todos los hoteles son la misma ciudad. Las mismas paredes asépticas, la misma cesta de bienvenida, la misma cama inabarcable, el mismo mueble bar (siempre insuficiente pero que nunca tocas), las mismas toallas bordadas sin tu nombre, el albornoz siempre grande que huele a nada, el escritorio repelente de musas, una tele con todos los canales menos el tuyo, una biblia en el cajón que no abrirás, o ese teléfono color cadáver que nunca suena y descuelgas para escuchar que funciona, que todo a tu alrededor funciona menos tú, que a veces.

Te asomas a la calle y las ventanas son otro distinto canal de la misma tele, los mismo otros coches, la misma otra gente que camina. Sabes bien por qué estas aquí pero te preguntas qué haces aquí. Sabes por qué te hospedas sola pero te preguntas por qué te hospedas sola, por qué esa cama amarga, por qué no hay rastro de siluetas pasadas o de copas rotas. Pero te tumbas y ahora la habitación es más pequeña que en tu párrafo anterior, y evitas mirar la pantalla del móvil pero aún lo tienes en la mano, nunca lo soltaste. Es el único vínculo con tu mundo exterior de dentro, tan lejos pero tan cerca, tan falso todo y sin embargo imprescindible. Abres tu correo, abres Facebook, abres Twitter. Todo novedades, pero nada nuevo.

Sacas de la maleta tu billete de vuelta. Mañana a las once. Bendito maldito billete cerrado. Lo usas como antifaz para poder dormir (la luz de emergencia te molesta). Y duermes y sueñas un sueño prestado. El mismo sueño de todos los hoteles.

A la mañana siguiente te despierta el teléfono que nunca suena. El recepcionista, en inglés pausado, te dice que tienes un taxi esperando en la puerta. El mismo taxi que te llevará al aeropuerto, al avión de tu vida pasada y futura y de siempre. Cuelgas.

Por la tele echan una de James Dean. Sin pensar o pensando más en blanco que nunca abres el mueble bar, escoges una botellita de Jack Daniel´s y te la bebes de un trago. Sabe a sábana arrugada. Luego despliegas la ventana y lanzas tu teléfono móvil al vacío.

Te asomas y miras hacia abajo. Le has dado al taxista en la cabeza. Sonríes.

1.000 posts. ¡GRACIAS 1.000!

Este post que tienen ustedes ante sus ojos cumple el número 1.000 de mi etapa en 20minutos. Desde aquel primer post publicado el 30 de mayo de 2007 (hace más de 4 años, madre mía), mis ganas de contar los entresijos de mi taxi (y las gallinejas de mí) no han decaído ni un sólo día. Más bien podría decir que han ido en aumento (hasta el punto de no concebir mi profesión de taxista sin mi vocación de escritor, o viceversa). Me apasionan las dos cosas. Amo su perfecta simbiosis. La piedra filosofal es la calle, el azar, los usuarios anónimos e inagotables; ese diván dinámico que es el asiento trasero de mi taxi, ese bisturí aséptico que es mi espejo retrovisor, esas ganas de comer con los ojos que son las mías, y de contarlo todo, y de soltar mi lastre…

Por mucho que tal vez lo creas, no hay mérito alguno en lo que hago. 1.000 posts son mil días en los que sucedieron cosas. Todos los días pasan cosas. Y si no pasan, se buscan. Y si aun buscándolas no se encuentran, te las inventas. El caso es escribir. El caso es respirar para no ahogarte. Todos llevamos muchos más de 1.000 días respirados y vividos. Y la vida son palabras en el orden que tú quieras. Y el amor por las palabras es una enfermedad similar al insomnio.

Pero no olvido que el auténtico motivo de estos mil posts no soy yo: sois vosotros. Sin vuestra curiosidad lectora yo no sería éste yo que conocéis, sino otro. Sin vosotros yo no estaría aquí. Tampoco estaría aquí, después de 4 años, sin la generosidad y la confianza de papá Arsenio y de mamá Virginia. Mil gracias a ellos dos también y al resto de la familia, mi familia, que conforma 20minutos.

Y ahora… ¿qué toca? Otros 1.000 más. No me será difícil encontrar nuevas historias, anécdotas y reflexiones. Recuerda que tengo un taxi.

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Nota: La tarta que adjunto arriba fotografiada, minutos antes de ser engullida entre amigos, es obra de la (primero) lectora y (después) amiga Mariam. Mil gracias por el detallazo. La guardaré siempre en la memoria de mi estómago.

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Casting de un actor en pleno atasco

El chico (25 años, piel bronceada, cabello corto, rizado) me indicó como destino el nombre de una calle que no existía:

– ¿General Panteras? ¿Estás seguro?

– Mmmm… no. ¿General… Pardiñas, tal vez?

– Esa sí.

– Bien. Vale. Perdona. Estoy un poco nervioso, ¿sabes? tengo un casting en media hora ahí, en esa calle.

– ¿Actor? – le pregunté.

– Sí.  Y esta vez me han dado un guión para la prueba realmente jodido.

– Puedes ensayarlo mientras llegamos, si quieres. Con este atasco calculo que tardaremos quince o veinte minutos – le dije. 

– ¿No te importa?

– Por supuesto que no.

– Vale, pero tendrás que hacerme un favor. Te paso una copia del guión y si me equivoco en alguna parte del texto, me lo dices, ¿vale?

– Hombre… no suelo leer mientras conduzco.

– Tranquilo. Aprovecharemos los parones del atasco y los semáforos.

– Ok.

El chico me tendió un par de hojas arrugadas.

– Una cosa más. Si me equivoco, no me lo digas de palabra, que me jode mucho. Hazme un gesto o… no. Mejor aún, toca el claxon.

– De acuerdo.

Dicho esto comenzó a respirar profundo dos, tres veces, cambió su gesto y en cuanto el taxi se detuvo en el primer atasco soltó (a la vez que yo leía):

«No me mires con esos ojos que no son tuyos ni míos ya. Los reconozco. No a ti. A ellos» – me señaló a través del espejo retrovisor, con el ceño fruncido – «Son los ojos de una ira que no tienes. Ira robada a los lobos. Tú eres manso. No eres tú quien me mira. Arráncate esos ojos. Tíralos lejos. Que se los coman los lobos»

Piiiiii (toqué el claxon).

«Fieras» dije. 

– Eso, joder, «fieras», «fieras». Primero «lobos» y luego «fieras», joder. Sigo: «Que se los coman las fieras. Prefiero tenerte ciego a estar con otro que no conozco. Ven. Abrázame…»

Piiiiii (toqué el claxon)

«Dame tus brazos» – dije.

En esto, el conductor que me precedía se bajó de su coche y se dirigió hacia mí con muy malos humos.

– ¿Tienes prisa? – me gritó al otro lado de mi ventanilla subida.

Negué con la cabeza.

– Como vuelvas a pitarme, te lo tragas. ¿Entendido?

Asentí con la cabeza.

– Putos taxistas… – soltó.

Regresando el conductor a su coche, mi usuario bajó su ventanilla, sacó la cabeza y le gritó:

«Dame tus brazos. El calor no miente. La piel jamás podrá mutar en piel de lobo, ni se arrugará de ira. Seguirá siempre suave».

Piiiiii (toqué el claxon).

«Tersa» – dije.

Y ahí se lió pero bien gorda.

¿Qué harías tú con esta cartera?

El pasado lunes un usuario se dejó olvidada su billetera en el asiento trasero de mi taxi. Nada más reparar en ella busqué en su interior algún documento que pudiera remitirme a su domicilio para hacérsela llegar, o en su defecto, entregarla en la oficina de objetos perdidos. Soy consciente de la putada que supone perder una cartera (no tanto por el dinero que pudiera contener, sino por el trastorno de quedarte indocumentado).

Como ya era tarde (la una y media de la madrugada) decidí entregársela a la mañana siguiente (su DNI me dijo que vivía relativamente cerca de mi casa).

El caso es que esta mañana, justo antes de salir de casa, revisé mi correo y me topé con el siguiente mensaje enviado desde la pestaña de contacto de este blog (copio y pego; las negritas son mías):

Ayer me dejé olvidada mi cartera en tu taxi sobre la una de la madrugada (me llevaste de Caleruega a Sol). Al salir del taxi me fijé de casualidad en el cartel que llevas en el maletero, ese que pone ni libre ni ocupado y fíjate cómo son las cosas que cuando caí en lo de la cartera me acordé del cartel, lo busqué en google y me salió tu blog. La foto del blog es la tuya, así que no tienes escapatoria. Como sé cómo sois los taxistas para lo ajeno, me temo que esta vez no podrás quedarte con ella. Ahora te tengo localizado, así que llámame cuanto antes al nº xxx xx xx xx o atente a las consecuencias. Juan Luis

Como digo, ya me disponía a salir de casa para entregarle su billetera, pero a tenor de semejante correo he preferido replantearme qué hacer con ella y someterlo al escrutinio del lector. He pensado en cuatro opciones:

a) Hacer como que no he leído nada y devolverle la cartera tal cual me la encontré.

b) Donar todo su efectivo (185€) a alguna ONG (¿existe «Bocazas sin Fronteras»?) y devolverle el resto (billetera, documentos, tarjetas, etc.).

c) Correrme una buena juerga con sus 185€ (¡a su salud!) y devolverle el resto de su cartera + un matasuegras.

d) Guardarme su cartera intacta, esperar a que me denuncie y, de celebrarse el juicio, entregarle al juez la cartera intacta y una copia del correo de marras.

e) Se admiten más ideas.

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Nota: Como digo, me decidiré por la opción más votada (no más de un voto por nick; el voto del interesado, por motivos obvios, será declarado nulo).

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