Pongo por delante que me gustan las bicis; es más: yo mismo fui un ciclista concienciado antes de darme al alcohol y al tabaco. Las bicis me parecen una alternativa de transporte cojonuda y más ahora, con los índices de contaminación por las nubes y un transporte público cada vez más caro e ineficaz.
Ahora bien, y aquí viene el PERO. ¿Resultan ciudades como Madrid lugares cómodos para moverse en bici? Evidentemente, NO. En parte por culpa de la orografía (Madrid no es precisamente plana), pero también por el volumen de tráfico sin restricciones que soporta, la ausencia de arcenes, y un carril bici tan escaso como mal planteado. Además, Madrid cuenta con carriles BUS-TAXI separados del resto por «aletas de tiburón», que hacen del todo imposible el adelantamiento, y no pocas veces al día me toca, como taxista, circular a 10-15 kms/h detrás del ciclista urbano de turno sudando la gota gorda y cuesta arriba. En tales casos jamás se me ocurriría tocarles el claxon o intimidarles, sería peligroso para ellos. Pero sí que me entran ganas de soltar algún que otro improperio. Y es que no es de recibo que una larga fila de taxis libres y ocupados y autobuses atestados de usuarios tengan que circular atrapados a diez por hora porque al ciclista en cuestión, normalmente UNO, le dé por pasear sus huevos toreros a golpe de pedal, completamente ajeno al zisco que está formando tras de sí. Entiendo en ellos cierta reivindicación por un cambio de modelo en el transporte, por una ciudad más limpia, pero tal vez no caigan en la cuenta de que están jugando con el tiempo (y los nervios) del resto, aparte de poner en constante peligro su propia vida (nada más frágil que una bici). Y me refiero, en concreto, a esos ciclistas que circulan cuesta arriba por carriles BUS-TAXI o por calles estrechas y a un ritmo pausado, o zigzagueando entre los coches, no al resto de los ciclistas cívicos, que por suerte son mayoría. Ojalá ciudades como Madrid estuvieran preparadas para llenarse de bicis, pero mucho tendría que cambiar la distribución de las calles, el ordenamiento del tráfico y, sobre todo, la mentalidad de muchos, empezando por nuestros bipolares responsables políticos.