Fragmento del monólogo de un hombre en mi taxi de unos cuarenta años, camisa a cuadros y pantalón de pinzas, en el trayecto comprendido entre la glorieta de Quevedo y la plaza de Tirso de Molina.
«A mí no me jodas. Esa horterada del “sentimiento patriótico” sólo sirve para odiar a gente que no conoces por el simple hecho de haber nacido en un trozo de tierra que no es el tuyo. Ahora el catalán independentista odia al Español centralista y viceversa. El primero quiere separarse del segundo, y el segundo, el Español, a pesar de odiar igualmente al primero, pretende mantenerlo encerrado en su misma patria. ¿Lo ves? Tan paradójicamente absurda resulta una postura como la otra. Hablan de cultura, hablan de historia. Como si alguno de ellos hubieran tomado parte en la conquista de América, en la expulsión de los moriscos, o en la Guerra Civil. “Somos una gran Nación. Echamos a los moros de Al Andalus”. ¿Tú y quiénes más, pedazo de idiota? ¿Acaso estuviste ahí? ¿Quién derramaría ahora una sola gota de sangre por defender un trozo de tela aparte de cuatro brutos sin cerebro y una cabra? ¿Qué pretendes proteger? ¿El legado de una cultura que cíclicamente, cada cuarenta años, siempre acaba a hostias? ¿El legado de un país que jamás ha vivido cien años seguidos en paz? ¿Y ahora quién está detrás de esto? Veamos: por una parte, un partido cuyo líder ideológico ha robado a su pueblo durante treinta años. Y por otro, un partido que se ha financiado a base de mordidas a empresarios y, por tanto, hinchando presupuestos públicos y, por tanto, robando a la gente. El mismo que ahora se aferra al estricto cumplimiento de la Constitución. El mismo que modificó la Constitución en dos tardes por mandato de la troika. Anda y que les den por el culo. A los dos. Y a todos esos imbéciles que les bailan el agua. Ahí. Párame en ese portal. Y perdona por la chapa. Me saca de quicio tanto cinismo. ¿Qué te debo?»