Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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¡Taxi, trágame!

Foto: Craig Clountier

Foto: Craig Clountier

A la mierda la lotería. Si me das a elegir yo prefiero ese azar que ayer te llevó hasta mí, mosquita muerta: alzaste la mano en plena calle y justo resultó ser mi taxi, después de tantos años sin saber del otro, quién lo diría. No ibas sola, por supuesto. Tu nuevo novio formal y recatado parecía Mister Octubre en un calendario del Opus —cuello de pico, after shave olor a padre, hoyuelos beatos—; uno de esos tipos que viajan siempre erguidos, de finas formas, sosegado, igual que tú ahora, quién lo diría. Finalmente optaste por fingir no conocerme de nada (cómo explicarle a tu cándido novio y sin mentirle, de qué conoces al taxista) y yo jugué a lo mismo aunque no pude evitar lanzarte mi catálogo de muecas canallas y tú mientras incómoda y tensa, con esa cara de familia numerosa que envolvía tu silencio. Sé que mientras te esforzabas en fingir normalidad no podías evitar acordarte de aquella noche innoble, los dos en el cuarto de baño de aquel oscuro bar de Malasaña, tú de espaldas a mí, con tu pómulo y tus manos sujetando azulejos, lanzándome esos gritos susurrados: “más fuerte”, “más fuerte”, “más fuerte…”.

Y gracias o por culpa de esos flashes invadiéndote el recuerdo, viajaste sonrojada buena parte del trayecto, hasta el punto de acabar captando la atención de tu novio:

—¿Te encuentras bien, querida? -dijo él con su voz engominada.

—No, no. Estoy bien. Hace un poco de calor; eso es todo.

Luego os dejé en el restaurante y, al bajaros del taxi , tu delicado novio cerró mal la puerta.

Yo bajé la ventanilla y le grité:

-¡Más fuerte!, ¡más fuerte!

Y os juro que me veo incapaz de describir esa mirada final que me lanzaste. Fue realmente indescriptible.

¿Qué buscan las mujeres?

FOTO: Pixabay

Tal vez buscaras ser retórico al preguntar, desde el asiento trasero de mi taxi, qué buscan las mujeres, pero el trayecto era corto y el tráfico infernal. Así que opté por callarme y contestar por aquí. Espero que de algún modo te llegue, aunque me conformo con que llegue a todo aquel que se formule esa misma pregunta.

La pregunta es un error en sí misma: quien la plantea sin duda cree que todas las mujeres son iguales, lo cual es simplón y rematadamente falso. Es falso, incluso, cuando tu único objetivo es tener sexo con ella y lo que surja. Ni siquiera hay dos mujeres iguales en lo referente al cortejo. Hay talleres de seducción y todos, sin excepción, son zafios (si yo fuera mujer me sentiría profundamente ofendida por esto). Te enseñan seducir a las mujeres como un cazador enseña a abatir corzos. Es más: si a través de esas técnicas consiguieras seducir a alguna, esa mujer no valdrá la pena en absoluto.

Nunca hay que hablar de las mujeres en plural. Deberías plantearte la pregunta de otro modo: ¿Qué busca Laura? ¿Qué busca Maite? ¿Qué busca Sara? ¿Qué busca Eva? Y en las tres habrá un matiz completamente opuesto. Laura busca a un hombre canalla pero con su punto tierno, brutote en las formas pero sensible y detallista en el fondo. Un hombre que se lo curre con ella, capaz de humillarse en el cortejo pero, una vez afianzado, se muestre celoso y posesivo. Maite busca acorralar a un hombre en apariencia seguro de sí mismo aunque de intelecto frágil, con fisuras, potencialmente acomplejado. Sara sin embargo busca el equilibrio perfecto, un hombre exactamente igual que ella y por lo tanto previsible, sin sobresaltos. Prefiere lo aburrido y seguro a cualquier altibajo. Eva, por el contrario, no busca a nadie, así que ni lo intentes. Está plenamente centrada en su oposición a fiscal del Estado y es feliz así. Luego está Magda, que busca a cualquier desconocido que sin apenas mediar palabra la empotre en los lavabos de un tugurio. O Nuria, del Opus y virgen hasta el matrimonio. O Carmen, de tendencia depresiva que busca hombres problemáticos que motiven afianzar sus problemas. O Vanesa, que busca hombres con dinero para sacarles hasta el último euro. O Tania, que no sabe qué busca porque anda perdida y el mismo perfil de hombre podría enamorarla o serle indiferente según el día.

Y luego están los hombres que prefieren moldearse a cualquier perfil de mujer en lugar de buscar a la mujer que encaje en su perfil. Normalmente son hombres abocados al fracaso, aquellos que suelen preguntarse qué es lo que buscan las mujeres.

Y luego estamos aquellos que, en lugar de buscar, encontramos.

Mis superpoderes sexuales

¿Qué mecanismo interno se le activa a un ser vivo para decidir montar una tienda de frutos secos? ¿Hay vendedores de cigarrillos electrónicos vocacionales? ¿Realmente alguien despertó algún día con la irrefenable visión de abrir un kebab en una barriada a las afueras de Villaconejos? En estos y otros pensamientos me hallaba inmerso, conduciendo mi taxi libre por la calle Hortaleza cuando, de repente, una mierda del tamaño y la forma de Australia impactó a plomo en la luna delantera del taxi, nublando por completo mi campo de visión. Mi primera reacción fue frenar en seco, pero en esto me embistió el coche que circulaba detrás, pegado al mío. Me eché a un lado y salí del taxi y también salió la conductora del otro coche como un tsunami.

–Tío, ¿estás loco? ¿a santo de qué ese frenazo?

–Primero, la locura es un estado relativo, y mi psiquiatra aún no se ha postulado al respecto. Segundo, me nubló la vista esa mierda que acaba de impactar sobre la luna de mi taxi. Tercero, frené porque mis superpoderes sólo los empleo en el ámbito del sexo. Y cuarto, a pesar de todo esto, debiste mantener la distancia de seguridad.

–Joder, vale. ¿Y qué hacemos ahora?

–¿Qué tal una cerveza?

Dejamos los coches en doble fila, y nos metimos en el el primer bar que encontramos a mano. Rellenamos el parte de accidentes en la barra con sendas cervezas dobles, y yo me esmeré en describir los hechos en verso (Me cegó una mierda de ave / Y a pesar de frenar suave / Impactó tras de mí / Un Golf rojo carmesí). A la conductora B, de nombre Lourdes, le pareció divertido. Y nos pusimos a hablar. Y apenas tres cervezas y después, me preguntó cuáles eran esos superpoderes en el sexo que le había dicho antes.

–¿Quieres que te los demuestre? –pregunté.

–Venga, vale. ¿Vienes a mi casa? Vivo cerca.

–¿Lo ves?

–¿El qué?

–Acabas de sucumbir a mis superpoderes con la excusa de una simple mierda de pájaro. Pero lo siento, no puedo. Soy un hombre casado.

Y con estas, arranqué mi copia del parte de accidentes y salí del bar.

Taxis, hombres y viceversa

FOTO: Wikimedia

FOTO: Wikimedia

Aquel usuario de mi taxi no era excesivamente guapo (labios de besugo, ojos como faros de un Mini Cooper, pelo lamido a izquierdas) pero hacía lo posible por potenciar su potencial. Primero, se notaba musculado, depilado hasta donde alcancé a ver, bronceado, e hidratado. Segundo, vestía a la última moda choni/cool (pantalones ceñidos y remangados verde pistacho, Nikes nuevecitas, camiseta blanca de pico y americana azul eléctrico, gafas de sol Feat. Pitbull y diamantes CR7 en ambos lóbulos). Tercero, se esforzaba en hablarme sosegado y educado, aunque se notaba que las buenas formas no eran su fuerte: «¿Podría usté llevarme a la calle Infantas, por favó?», pero al instante me demostró un lenguaje menos forzado, como si el BMW Serie 6 que pasó a nuestro lado descorchara de un golpe sus bajos instintos:

—¡Buá qué coche, chaval! Y mira qué llantazas calza. Yo acabaré pillándome uno, ¿que no? Me lo estoy currando un huevo.

—¿Ahorrando? —pregunté intrigado.

—Qué va. Estoy sin curro y aún vivo con mis viejos, pero me lo estoy currando muy en serio para entrar a saco en Mujeres, Hombres y Viceversa: mucho gimnasio, mucha dieta, cremitas para tener la piel chachi, buena ropa, subo selfis al tuiter para ganar fologuers, ya sabes…

—Pero la ropa, las cremas, el gimnasio… debe costarte un dineral.

—Por ahora me están ayudando mis viejos. Ojo: que no son ricos ni nada ¿eh? Son mazo humildes y tal. Vivimos en un piso cutre ahí donde me has cogido, en Aluche, pero les he prometido que pienso devolvérselo todo y comprarles una casa nueva cuando triunfe en la tele.

—Te veo convencido.

—Lo estoy, nano.

Lo de «nano», tratándose de un tipo de Aluche, me dejó roto, descompuesto, en blanco, sin nada más que decir. Y el opositor a tronista aprovechó el silencio para hacerse una tanda de selfies desde el asiento trasero de mi taxi.

Mientras tanto, un tal José María Eirín-López, a la sazón investigador en biología evolutiva (cuyo estudio para encontrar sustitutos naturales a los antibióticos fue destacado por la revista Nature como uno de los mayores logros de 2008) ha tenido que emigrar a EEUU por la falta de ayudas aquí, en nuestra peculiar España.

Cariño, te lo puedo explicar…

Resulta que ayer por la tarde me pagó una mujer la carrera del taxi con su tarjeta de crédito y al teclear yo el importe en el datáfono debí de confundirme, ya que acabé cobrando 4,50€ en lugar de los 45,00€ de la carrera (sí, fue una carrera larga: a Parla, nada menos). Caí en la cuenta demasiado tarde y claro, cuarenta euros son cuarenta euros, así que llamé al banco para preguntar cómo podría reclamar a la mujer la diferencia. Los del banco me dijeron que el cargo en cuestión correspondía a una VISA Corporativa, y me dieron un número de teléfono de la empresa a la cual pertenecía. Llamé a ese número, descolgó un tipo con voz de cazallero, le conté lo sucedido y me dijo que, por motivos de confidencialidad, no podía darme el contacto de la chica y tampoco pagarme la empresa como tal, ya que era un tema entre ella y yo. El caso es que insistí tantísimo, que al final el tipo me dio una solución.

La empresa a la cual había llamado resultó ser un emporio de webs porno. El tipo, muy amable, me pidió que describiera a la usuaria («cabello oscuro y liso con flequillo sesentero, calavera tatuada en el hombro izquierdo, enormes pechos») y al instante me dijo que, indudablemente, se trataba de Chonchi Glamour, una de sus «chicas webcam». Finalmente me aconsejó que accediera a la web y contratara un videochat con ella para hablar directamente de lo sucedido y llegar entre los dos a un acuerdo. De hecho, como acto de buena voluntad por su parte, me acabó regalando un pase Premium para acceder a la web sin coste alguno.

Así que nada más llegar a casa entré en la web porno, busqué y pinché en el videochat en directo de la tal Chonchi Glamour, me dispuse a hablar con ella, y cuando ya estábamos a punto de llegar a un acuerdo, entraste tú en el cuarto y te pusiste hecha una furia. Si me viste sin pantalones, amor, era sólo porque hacía un calor del carajo. Y el kleenex que encontraste a mi lado fue lo primero que encontré a mano: pensaba usarlo para anotar el número de la VISA de la chica y cobrar al fin esos cuarenta euros que, dicho sea de paso, ayudarían bastante a sostener nuestra precaria economía familiar. Amor.

Sólo espero que leas esto en casa de tu hermana, ya que has decidido no atender a mis llamadas ni a los Whatsapps.

Vuelve, pichurri. Te echo de menos.

Viejóvenes

FOTOGRAMA del FILM American Beauty

FOTOGRAMA del FILM American Beauty

Y qué decir de los hombres ya maduros que viajan en mi taxi y observan con ojos de no querer, como con culpa, a esas chicas de dieciocho o veinte años que pasean sus encantos por la calle, procurando admirar de reojo y sin poder evitarlo, so pena de ser tildados de babosos viejos verdes o peor: de patetismo irreversible. Hay un debate interno en esas miradas que lanzan: «Dios santo, si podría ser mi hija» aunque consuele saber que no es ilegal desearlas: son mayores de edad, a la postre. Pero en casos como estos evitan lanzarme comentarios y hacerme partícipe: «Mira qué pedazo de tía ahí, a tu derecha» como hacen con otras mujeres más acordes a sus años. Les da vergüenza admitir su pulsión por las más jóvenes. Y es curioso que aunque el hombre en cuestión envejezca y su mujer, por tanto, envejezca a la par, continúe manteniendo intactas sus preferencias ancladas a un pasado exacto: cuando ellos eran igualmente jóvenes y era lo propio alternar con esas chicas jóvenes. No son todos, por supuesto, y tampoco los critico; pero ha de ser ingrato en estos casos constatar que sus cuerpos languidecen mientras siguen deseando esas pieles tersas y esos pechos firmes aunque aún sin experiencia. No valoran, por tanto, la experiencia. O prefieren lo nuevo a la experiencia.

Sin embargo los expertos dicen que el mayor potencial sexual de las mujeres se encuentra entre los treinta y cinco y los cuarenta y cinco años, y puestos a elegir, llega un punto en que la experiencia se valora aún más que el mismo cuerpo. La sensibilidad que adquieren las pieles, por ejemplo. La magnitud del orgasmo. Conocerse de memoria, saber qué gusta y potenciarlo. Cuestión de prioridades, ¿tú qué opinas?

Puta vida

FOTOGRAMA: Jodie Foster en Taxi Driver

FOTOGRAMA: Jodie Foster en Taxi Driver

Larysa es puta. Vino de Ucrania engañada por un falso agente de modelos y ahora curra a comisión para saldar su deuda con la misma mafia que la trajo. Tiene los ojos azules No Frost, cuerpo y piel de Barbie, y reconoce que jamás besa en la boca a sus clientes. Ejerce en Sor Ángela de la Cruz, cerca del Bernabeu, de lunes a domingo, de diez de la noche a seis de la mañana, junto con otras ocho o nueve chicas. Tomó mi taxi porque venía la policía directa hacia ella y justo yo pasaba por ahí. Así que levantó el brazo como si estuviera esperando un taxi. Nada más subirse la patrulla paró a mi lado y uno de los Nacionales me preguntó que a dónde iba. Yo dije que al centro, y se marcharon. Larysa me dio las gracias y me pidió dar vueltas a la manzana hasta que la poli se esfumara.

-¿Cuánto costará taxi? -me preguntó.

-Depende de las vueltas que demos.

-Ay, no… Y en lugar de pagarte taxi, ¿prefieres mamada?

-No, esto… Ya vengo mamado de casa.

-Vaya. Entonces para aquí. Vuelvo andando.

-No, espera. Hagamos algo.

-¿Paja? ¿Te enseño pechos? ¿Mirar cómo me toco?

-Tentador, pero no. Cuéntame algo.

-¿Qué?

-Respóndeme a una pregunta.

-Di.

-Cuando estás chupando o follando con el típico tío asqueroso y borracho, ¿en qué piensas?

-En acabar rápido. Y en mi hija. Tengo hija en Ucrania de cuatro años.

-¿Te has enamorado alguna vez de algún cliente?

-Vale. Pregunto yo a ti. Si compras frigorífico, ¿te has enamorado alguna vez de frigorífico?

-Pero un frigorífico no es una persona.

-Y cliente cuando folla con dinero tampoco persona. Solo es cliente y yo frigorífico. Abrir piernas y abrir puerta de frigorífico es misma cosa.

-¿No has pensado nunca en volver de nuevo a Ucrania?

-Si me escapo, amenazan matar a mi hija.

-Quiénes.

-No voy a decirte esta cosa.

-¿Y denunciarlos?

-¿Naciste ayer o qué te pasa?

-Disculpa. Tienes razón.

-Gracias a dios soy guapa y tengo cuerpo bonito. Pienso en esta cosa. Tengo más clientes que chicas feas. Aquí, aquí. Para aquí.

-Ok. Vete. Estamos en paz. No me des nada. -dije parando el taxímetro.

-¿En serio no quieres mamada?

-Ni en un millón de años.

-Gracias, guapo.

Y se marchó calle arriba, subiéndose la falda a cada paso.

El techo del morbo

FOTO: Katie Tegtmeyer

FOTO: Katie Tegtmeyer

Recuerdo aquella vez que te sentaste en mi taxi, a mi lado, y sin mediar palabra colé mi mano por entre tus muslos, llevabas falda, y tú al seguir mi mano con los ojos semiabriste las piernas y echaste la cabeza hacia atrás como gesto inequívoco de darme permiso y dejarte llevar con lo que fuera que quisiera hacer contigo. Y yo atento a tu aprobación colé como pude los dedos por entre el fino tanga azul y comencé a acariciarte cada vez más húmeda, y tú te mordías el labio, cerrabas los ojos, y entre el silencio noté que tu respiración se aceleraba, y yo a mi vez seguía conduciendo de tu casa a la mía, cambiando de marchas con la mano izquierda porque la derecha seguía obsesionada en buscarte las cosquillas del placer secreto. El orgasmo te llegó en pleno semáforo, justo en el cruce entre López de Hoyos y Arturo Soria. Lo noté porque cerraste las piernas fuerte, asfixiando mi mano, y soltaste un tímido gemido ahogado por el decoro, y tu cara se volvió más roja que la franja roja de mi taxi. Fue en nuestra segunda o tercera cita. Aún te estaba conociendo.

Muchos años después, cada vez que pasamos por ese mismo semáforo no puedes evitar recordarme hasta el más nimio detalle de aquel orgasmo improvisado. Y después de cruzar esas precisas calles y su recuerdo indivisible, siempre acabamos buscando excusa y lugar donde hacer el amor.

Este no es más que un ejemplo de lo mucho que nos marcan ciertas escenas vividas (hasta el punto de hacerlas nítidas muchos años después, tal vez por siempre) mientras otras, la gran mayoría, pasan sin pena ni gloria al spam del olvido. De hecho, estoy seguro que cualquier lector (o lectora) de curriculum sexual más o menos extenso tiene en mente ahora algún encuentro exacto que lo asalta a veces, y trata una y otra vez de revivir (incluso con nuevas personas) o al menos acercarse al techo del morbo que en su día supuso. Yo ya conté lo mío. ¿Te atreves a contarlo tú?

Fusión (entre dos cuerpos)

FOTO: Universallyspeaking

FOTO: Universallyspeaking

Supe que era infiel por un detalle: justo antes de dejarle en su casa, se abrochó el primer botón de la camisa y se anudó la corbata. Pasaban las once de la noche, y en el trayecto en mi taxi llamó por teléfono a su mujer. Apenas dijo: «Sí, se alargó la cosa. Por la fusión, ya sabes. Llegaré en diez minutos». Luego caí en la cuenta de que no mentía, o tal vez escogiera adrede la ambigüedad de esas palabras para intentar redimirse, o al menos camuflar su culpa: Habló de una fusión. Podría ser la fusión de dos empresas, pero también la fusión de dos cuerpos. Y con lo de «Se alargó la cosa», pues eso. Sin comentarios.

Y luego, como digo, llegó el sutil detalle de sacar la corbata del bolsillo de su americana para anudársela alrededor del cuello. Como si el nudo de la corbata le ayudara también a anudar la más formal de sus dos vidas. Después, seguramente, subiría a casa, y besaría a su mujer al mismo tiempo que volvería a desanudarse la corbata. Parece mentira el contenido visual que demuestran ciertos gestos tan aparentemente simples. Aflojarse el nudo de la corbata es otra forma de decir: «Bien. Por fin en casa». Luego está el nudo o la maraña en la conciencia, pero eso va por dentro y no se aprecia a simple vista.

La modelo y el vendedor de aspiradoras

Joaquín, vendedor de aspiradoras industriales, vino a Madrid por trabajo y pasó la noche en un hotel del centro. Por la mañana, de vuelta al aeropuerto, me contó la increíble historia que le acababa de suceder: Resulta que después de todo un día de citas con clientes, decidió subir a su habitación no sin antes tomarse un tentempié en el bar del hotel. Pero nada más entrar, se fijó en un congreso que justo en ese instante se estaba celebrando en un salón contiguo, con las puertas aún abiertas y un ostentoso catering a ambos lados de la sala. En el cartel de la entrada se leía: «Simposio de cirugía plástica». Impresionado por la calidad del catering, decidió asomarse un poco más. Todos los asientos estaban ocupados excepto uno, de modo que, sin pensarlo dos veces, se coló con la intención de beber y comer gratis. Pero no se había fijado que, encima del asiento, descansaba una acreditación, y como ya era tarde para recular (se tuvo que levantar toda la fila para dejarle pasar), no le quedó más remedio que tomar la acreditación del asiento, colocársela en la solapa y hacerse pasar por un tal «Tomás Bret. Cirujano Plástico».

Joaquín aguantó la charla estoico, aplaudió al ponente y después, durante el catering, se le acercó una rubia impresionante que se puso a hablar con él (mientras él seguía fingiendo ser «Tomás Bret. Cirujano plástico»): la mujer quería operarse los pechos y quería pedirle consejo. Joaquín, eclipsado por la modelo y ya con cinco cervezas de más, se vino arriba y al final de la velada propuso a la mujer subir a su habitación con la intención de palpar mejor el contorno y la forma de sus pechos «y así hacer un presupuesto más aproximado». Ella, sorprendentemente, accedió.

Y entre medias del peritaje acabaron haciendo el amor, lo cual resultó harto extraño teniendo en cuenta el abismo entre ambos (él era gordo, bajito y calvo). Después del sexo se intercambiaron los teléfonos (por qué no, pensó Joaquín), y la mujer se marchó.

El caso es que, a la mañana siguiente, Joaquín recibió un Whatsapp de la mujer en cuestión. El mensaje decía: «Tomás: sé que estás casado y no me sería difícil localizar a tu mujer. Te propongo un trato: si me regalas el aumento de pecho, no le diré lo del polvo de anoche».  A lo cual Joaquín respondió: «¿Intentas chantajearme? Adelante. Cuéntaselo».

Joaquín me enseñó los mensajes en su móvil, así como la foto de perfil del Whatsapp de ella (en efecto, era una mujer impresionante). Luego, medio en serio medio en broma, me dijo: «Ahora sé por qué me dedico a vender aspiradoras. Siempre aspiro a vivir otras vidas».