Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Una asombrosa historia de amor

Germán (nombre ficticio) había perdido su pierna izquierda en un accidente de tráfico. Llevaba una sola muleta y la pernera fantasma del pantalón recortada y plegada a la altura de la rodilla. En apariencia, no padecía mayor trauma que el de su torpe movilidad. Consiguió incluso sacarle provecho al asunto. Un provecho que alcanzó lo sentimental. Una historia de amor asombrosa.

El caso es que Germán, por motivos obvios, sólo usaba zapatos del pie derecho. Ninguna zapatería vende zapatos sueltos, así que decidió poner un anuncio en un tablón de internet: «Vendo zapatos del pie izquierdo a mitad de precio. Talla 43» y adjuntó una foto de su colección, ocho zapatos izquierdos a estrenar. Dos días después recibió un mensaje de Alberto (nombre ficticio), mutilado de la pierna opuesta y también con un pie del 43. «Me interesa tu oferta pero no el diseño de tus zapatos. ¡Son horrorosos! Aceptaría el trato si me dejaras escogerlos a mí». Germán aceptó el trato y a la semana siguiente quedaron en una zapatería del centro. «¿Cómo te reconoceré?» preguntó Alberto en tono de guasa. A Germán también le gustaban esas bromas.   

Ya en la zapatería, Germán se dejó aconsejar. Alberto optó por un par de mocasines y otros con cordones. Cada cual se probó sus correspondientes zapatos, opinando y discutiendo sobre cómo le quedaban al otro. Una vez decididos, pagaron a medias y pidieron al absorto dependiente que metiera los dos izquierdos en una de las cajas y los dos derechos en la otra. Luego tomaron juntos un café, intrigados por conocer los motivos de la mutilación del otro. 

En los días siguientes, Germán sólo usó esos dos zapatos. Le gustaba pensar que Alberto pudiera compensar sus pisadas con las de él, guardando entre ambos una especie de equilibrio cósmico. Incluso le enviaba mensajes buscando la coincidencia, esa perfecta complicidad, en una suerte de excitante juego: «¿Te pondrás hoy el de cordones? Contesta, por favor». A lo cual Alberto contestaba: «Ponte el mocasín. Seguiré tus mismos pasos».

Volvieron a quedar con la excusa de comprar otro par de zapatos. Esta vez Alberto le dejó escoger a Germán: éste optó por unas deportivas. Desde que se conocieron, por ese nuevo y mutuo afán de sentirse acompasados, ambos caminaban más que nunca; necesitaban un calzado más cómodo.

Luego llegó el café y del café pasaron a una cena en un restaurante improvisado. Y después de esa cena y de horas de charla llegaron las copas. Luego, los dos borrachos pero con pie firme, tomaron mi taxi, y en el trayecto pude escuchar cómo Alberto invitaba a Germán a subir a su casa. Les dejé en el portal citado; Germán me pagó el trayecto adjuntando una buena propina. Estaba feliz.

Se dieron su primer beso en el sofá de Alberto, acariciando el uno la pierna real del otro, encontrando con ello una extraña aunque excitante compensación, la misma que varios besos después les llevó a la cama. Y ahí tumbados, entrelazando sus piernas, hicieron el amor en perfecto acople, como dos piezas exactas de un mismo puzzle.

Sin duda, estaban hechos el uno para el otro. Su perfecto equilibrio representaba, a fin de cuentas, la esencia del amor.

El último del resto de los hombres

Cruzando el barrio de Chueca me topé con un hombre tumbado sobre el asfalto, medio muerto o medio vivo (nunca supe distinguirlos), y un círculo de gente absorta alrededor. Frené mi taxi delante del tumulto y en esto se abrió paso otro hombre, clavó sus rodillas junto al hombre tumbado, le tanteó el pulso con dos dedos y al no encontrar respuesta le abrió con fuerza la camisa de leñador (saltaron los botones, uno de ellos junto a mi taxi) y comenzó a practicarle, a pecho descubierto, un masaje cardiaco con sus propias manos. Luego le tapó la nariz, le abrió la mandíbula, acercó su boca y le besó soplando. Un par de besos después, el medio muerto se convirtió en medio vivo: abrió los ojos, los clavó en el otro y viceversa, y así permanecieron durante no sabría decir cuánto tiempo. 

La boca de un hombre le había salvado la vida a otro hombre en el barrio gay de Madrid.

Antes de deshacerse el tumulto salí del taxi, cogí el botón de la camisa que había caído a mi lado y me lo metí en el bolsillo.

Reinicié la marcha con la imagen de ese beso salvavidas clavada en mi cabeza. Pensé en la simbiosis del hombre que se salva a sí mismo. En los besos entre hombres y en los besos entre mujeres. Pensé en un mundo donde los sexos sólo se salvaran y se amaran entre sí, sin mezclarse. Imaginé un mundo enteramente gay, que acabara por erradicar cualquier deseo de procreación entre ambos sexos. Un mundo sin descendencia. Una última generación de hombres y mujeres. Una raza humana condenada a extinguirse. ¿Cómo nos comportaríamos, si se diera el caso? ¿cómo sería el día a día de esa última generación?

Frené en seco, saqué el botón del bolsillo, me lo metí en la boca y tragué con tantas ansias que me atraganté y comencé a toser.

– Me ahogo… auxilio…

Tus huellas en mi nieve

Siempre que nieva creo que estás ahí debajo, tumbada. Fría y viva, como tú eres. Que duermes cubierta por un manto blanco.

Siempre que nieva pienso en sacar la pala y buscarte. Desenterrarte. Escarbar por toda la calle, sudando vaho, desesperado.

O mearlo todo para derretir la nieve. O esnifar la calle. O tumbarme y hacer el ángel y levitar y buscarte desde lo alto. O hundir mi nariz en la nieve y seguir tu rastro. O hundir dos cables pelados y esperar a que chispees. O pasar con mi taxi, calle arriba, calle abajo, calle arriba, calle abajo, hasta que mis ruedas te hagan gritar y escupir nieve.

Y, de encontrar tu cuerpo, te llevaría en brazos a la bañera de mi casa y abriría el grifo del agua caliente hasta que abrieras los ojos y me reconocieras. Entonces te preguntaría:

– ¿Por qué sólo apareces en invierno?

Después te abrazaría cual gota agarrada a la punta de una estalactita, pensando que somos lo mismo pero distintos. Distintos estados de un mismo agua.

Aunque mis huellas cubran el suelo antes que tu nieve.

El Amor en los Tiempos del Taxi

Si yo fuera el hijo bastardo de Dios le instalaría un taxímetro en el corazón de cada ser humano para contabilizar sus latidos y cobrarles en función de su frecuencia.

Y entonces todos trabajaríamos exclusivamente para pagar a fin de mes lo que marcara nuestro propio taxímetro cardiaco. Y el amor y sus taquicardias nos obligaría a trabajar horas extra:

– Lo nuestro es imposible. Si continúas acelerándome el taxímetro tendré que trabajar domingos y festivos – le diría el enamorando a su enamorada.

Y quienes llevaran una vida lineal, aburrida e insensible (de pocas pulsaciones por minuto) apenas tendrían que pagar el sueldo base. Trabajarían poco, casi nada.

Pero con el tiempo, los vagos acabarían por darse cuenta que no se puede vivir sin amor y comenzarían a trabajar más horas y ahorrarían todo lo posible esperando que, algún día, su taxímetro consiguiera marcar su máximo histórico gracias a uno de esos amores como de tiempos del cólera.

– Déjame quererte sin mesura. No te preocupes; tengo 20.000 pavos en el banco.

Y todos, a fin de cuentas, acabarían trabajando en lo que fuera con tal de amar y ser amados.

Y claro, no habría guerras, ni hambre, ni nada malo.

– ¿Y quién sería el Tesorero?, ¿quién se encargaría de administrar toda nuestra pasta? – me pregunta el gilipollas de turno.

– La idea ha sido mía, ¿no?: Pues eso… – le contesto en tono despectivo.

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Y de postre, el Sevilla (de los Mojinos Escozíos) habla de mi libro nilibreniocupado en el programa «Colga2 por Manu» de Canal Sur. Puedes verlo pinchando AQUÍ (es el último vídeo, sección ‘El Sevilla, lecturas recomendadas’)