Admiro a los médicos por encima de todas las cosas. Admiro a los misioneros a pesar de sus creencias. Admiro a los asistentes sociales, a la ecuatoriana que cuida de mi abuela, a los maestros. Pero también al camarero que curra como un bestia doce horas seguidas soportando a borrachos o sirviendo trescientos cafés al día. Y a la que limpia escaleras con ciática y al minero, joder, no conozco trabajo más puto que ese. Y al bombero, y al policía que se juega el pellejo en pro del ciudadano (no confundir con el antidisturbios al servicio del poder). Admiro al periodista de raza incapaz de venderse. Admiro a ciertos escritores, admiro a ciertos artistas, admiro a ciertos taxistas (me admiro a veces).
No me jodería en absoluto que un médico fuera millonario. O un científico. O cualquiera que salve vidas o ayude a mejorarlas. Sin embargo el mundo gira en sentido contrario a mi ideal de mundo. Echando un vistazo a la lista Forbes, podrás comprobar que los cien hombres y mujeres más ricos del mundo sólo saben gestionar bien su dinero. Invertir en negocios rentables: comprar y vender. Sólo compran barato y venden caro, o aprovechan las oscilaciones del mercado: dinero llama a dinero. Monta un imperio textil, reduce los salarios de tus empleados, manufactura en países del tercer mundo para ahorrarte pasta, y saca tu negocio a bolsa. No digo que hacerlo sea fácil, sólo digo que no admiro en absoluto a quien lo hace. Jamás admiraré al multimillonario que paga a sus empleados setecientos euros netos acogiéndose a reformas laborales dictadas a la carta con la única intención de ampliar sus beneficios y extender su negocio ad infinitum. El multimillonario que hace eso me parece un perverso hijo de puta. La fortuna de Bill Gates hoy alcanza los 76.000 millones de dólares (ganó 9.000 millones sólo en el último año, relegando a Carlos Slim al segundo puesto). El tercero es Amancio Ortega, con 55.000 millones, y a pesar del vergonzoso dato, parece ser que algunos españoles sienten orgullo. «Amancio Ortega es la auténtica Marca España, todos querríamos ser como él» decía hace unos días Risto Mejide en su Viajando con Chester de CUATRO. Yo no, Risto. Yo no quiero ser Amancio. No le admiro en absoluto.