Víctor me pide que le describa en este blog desde un punto de vista femenino, como si yo fuera mujer y tratara de «vender» su atractivo al resto de las mujeres. Me gusta el juego y acepto. Nunca antes lo había hecho.
¿En qué me fijaría de Víctor si yo fuera mujer? Tal vez en sus ojos. Tiene una mirada vidriosa pero no triste (ojos oscuros, cejas pobladas aunque bien enmarcadas: le dan aspecto de tipo duro). Su barba de tres días realza unos labios carnosos, bien definidos, como marco perfecto para su impecable dentadura (que sabe usar, sin duda, como arma de seducción cuando sonríe). Barbilla cuadrada, mentón ancho y cabello despeinado grueso y oscuro (de aspecto casual, aunque bien medido).
Espalda ancha y brazos de gimnasio. Por entre los dos botones abiertos de su camisa demuestra que no se depila el pecho (tampoco es velludo en exceso). Huele a Hugo Boss. Se cuida pero sin pasarse. Le importa su aspecto pero no le obsesiona. Nunca hizo dieta, según me cuenta. Y es cervecero y fumador social.
En un descuido suyo me fijo en su paquete. Calza bien. Sus vaqueros también marcan un bonito culo (me fijé cuando salió del taxi). Y tiene las manos grandes, los dedos largos. Aunque siguiendo el juego tratara de seducirme, se nota que conoce lo que nos gusta a ciertas mujeres, las del morbo inmediato; sabe detectarnos a la legua. Tiene pinta de ser un hombre ducho en aventuras, muy de aquí te pillo, aquí te mato. Experto en el efecto que produce su primera impresión, aunque indomable en el largo recorrido. No parece ser el yerno perfecto aunque sí el amante ideal.
Mira a los ojos cuando habla (a los ojos del espejo retrovisor, en este caso). Se nota seguro de sí mismo. Habla mucho aunque no dice apenas nada sustancial. Se le da bien evitar profundizar demasiado, y salta de un tema a otro más para estudiar (o hipnotizar tal vez) a su adversario que por puro interés cotilla. Me pregunta por temas personales aunque banales no porque le importe lo que yo le cuente, sino con la intención de conocer a la futura víctima de sus encantos.
Al despedirnos me da dos besos en el límite de la comisura de mis labios. Le sugiero tomar una copa, pero él me aparta y me dice que el juego ha terminado. Sale del taxi y ahí es cuando le miro el culo. Nunca antes me había rechazado nadie así. Me siento humillada, vacía.
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Nota: Si tú también, como Víctor, te atreves y quieres ser descrito a propósito (y vives o estás de paso por Madrid), manda un mail a simpulso@nilibreniocupado.es. Te iré a buscar en mi taxi (sin coste alguno) y biopsiaré tu perfil en este mismo blog.