Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Misticismo infantil

Se llamaba Julia, tenía 9 años y hoy celebraba su Primera Comunión. Apoltronada en el centro del asiento trasero de mi taxi y custodiada por su rey padre y su reina madre parecía una princesa recién coronada: Vestido y zapatos blancos, diadema con flores, guantes de encaje y angelical sonrisa (menos dos dientes de leche).

Semejante contexto me llevó a suponer que Julia era una de esas niñas superdotadas: Siendo apenas un bebé decidió ser bautizada y ahora, pocos años después, su formado concepto de Dios le había llevado a confirmar su Fe haciendo suyo el cuerpo de un Cristo con forma de galleta.

Tras tres o cuatro calles en silencio monacal la reina madre, orgullosa como estaba de su devota benjamina, al fin dijo:

– ¿Qué has hecho con la medallita que te ha regalado la tía Asun?

– Es muy fea, mamá – contestó la niña.

– Póntela aunque sólo sea para que te la vea la tía, anda.

La niña, sabedora de la ley de Dios, hizo caso a su madre y se la puso con su ayuda en la muñeca. Luego, en un evidente arrebato de misticismo, Julia dijo:

– Muuuchas gracias por la Wii, papi – y le dio un beso.

En esto el padre pareció sentirse abatido. ¿Crisis de Fe?, ¿flaqueza mística?, pensé.

– Puri, ¿te acordaste de coger la chequera para pagar el convite?

– Sí. Está en el bolso.

Y entonces él respiró aliviado. Y viajamos todos felices hasta el final del trayecto: Salones Emperador.

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El taxista y la dependienta de la tienda de regalos

(Historia basada en hechos reales)

Se conocieron en la parada de taxis de Serrano esquina Hermosilla. Ella trabajaba como dependienta en una lujosa tienda de regalos; él conducía un taxi doce horas diarias, cinco días por semana.

Durante aquel trayecto iniciático (bañado en conversaciones livianas y miradas furtivas) el taxista comprendió enseguida que al fin había conocido a la mujer de su vida. Ella, por su parte, encontró en la mirada límpida del taxista una ternura que no podía desaprovechar:

– Cuando quieras comprar un regalo bonito, ya sabes dónde estoy – le dijo justo antes de pagarle la carrera.

Dos días después Manuel, el taxista, armándose de valor entró en la tienda de regalos con la excusa de comprarle algo bonito y vistoso a su madre por su cumpleaños. La dependienta, de nombre Patricia, se mostró muy atenta y, en cierto modo, ilusionada también por aquella visita imprevista y fugaz.

Manuel, consumido por los nervios, se dejó aconsejar por Patricia y acabó comprando un pañuelo bordado en seda que jamás regalaría: Su madre, la pobre, llevaba más de cinco años muerta.

Sin embargo, pensó Manuel, aquellos fueron los 90€ mejor invertidos de su vida: Antes de marcharse ya había conseguido invitar a Patricia a un café esa misma tarde, después del cierre.

Dicho y hecho: pasadas las ocho y media ambos tomaron asiento en el Café y Té de Serrano esquina Goya. Manuel pidió una infusión. Patricia, una cerveza. Y antes del primer sorbo ya se estaba confesado:

– Creo haber encontrado en ti a la mujer de mi vida – soltó Manuel con la voz temblando.

– Siento no poder decir lo mismo, Manuel. Seamos realistas: nuestras vidas son completamente opuestas. Yo trabajo en una de las mejores tiendas de Madrid, ya sabes, me relaciono a diario con lo más selecto de esta ciudad. Tú, en cambio… ¡eres taxista!

Tras oír esto Manuel sacó un billete arrugado de 5€, lo plantó en la mesa y sin mediar palabra se marchó.

(…)

Para quien quiera reconocer a Manuel por las calles de Madrid ahora lleva atado al espejo retrovisor de su taxi un carísimo pañuelo bordado en seda.

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Nota: La paradoja de esta historia no se encuentra tanto en la reacción clasista de Patricia como en la realidad de sus respectivas economías. Patricia apenas contaba con una nómina de 900€ mensuales mientras que Manuel, el taxista, digamos que ganaba… bastante más.

Poesía a mano armada

Me llegó la inspiración en un semáforo de Alberto Aguilera, así que tomé mi taxi-libre-ta y comencé a escribir:

«Mi mundo yace tanga por hombro…»

Pero el semáforo se abrió, y como no podía dejar esa frase a medias, no me quedó otra que acelerar escribiendo a la vez, con la taxi-libre-ta sobre el volante.

– Que las musas te pillen trabajando – pensé.

Y habría conseguido finalizar tan épico momento si no fuera por culpa de un Agente de Movilidad motorizado que, de súbito, me mandó parar tras adelantarme moviendo su brazo derecho (cual mariposa en apuros).

Frené tras su moto, se acercó a mi taxi (libreta en mano) y me dijo:

– ¿Qué estaba haciendo?

– ¿A qué se refiere? – pregunté dando respuesta a su pregunta-trampa.

– Le he visto escribir mientras conducía.

– Es el inicio de un poema que se me acaba de ocurrir – dije mientras abría la taxi-libre-ta por su correspondiente página -. Escuche: ‘Mi mundo yace tanga por hombro…’ ¿entiende el matiz? He escrito ‘tanga por hombro’ en lugar de ‘manga por hombro’ que, como bien sabrá, significa desordena…

– ¿Está de cachondeo? ¿No sabe que está prohibida cualquier actividad distractora mientras conduce?

– Pero si es el inicio de un poema cojonu…

– Carnet de conducir, por favor.

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¿Quién dijo que la poesía era un bálsamo para el alma? ¿Acaso los Agentes de Movilidad no tienen sentimientos? ¿Acaso los Agentes de Movilidad no conocen el significado de la expresión ‘manga por hombro’?¿Desde cuándo escribir poesía supone la pérdida de 3 puntos en el carnet de conducir y 150 eurazos? ¿Vivimos, pues, en un mundo deshumanizado?

El maravilloso mundo de las propinas

Nunca he entendido ni entenderé en función de qué damos propinas, ni tampoco ese pacto silencioso que nos lleva a dar siempre propina según a quién o a qué sector. Léanse los siguientes ejemplos en forma de duda:

¿Por qué siempre damos propina en los restaurantes y, sin embargo, jamás lo hacemos en los de comida rápida (léase Mc Burguers, etc.)?

¿Por qué en las cafeterías siempre dejamos esos 10 céntimos sobrantes de los 1,90€ del desayuno?

¿Por qué siempre dejamos propina en las cafeterías y, sin embargo, nunca damos céntimo alguno en bares de copas ni en discotecas al pagar el cubata de marras?

¿Por qué, sin embargo, jamás le damos un mísero céntimo al kiosquero del barrio, ni siquiera cuando nos consigue esa peli atrasada que se nos olvidó comprar en su día?

¿Por qué siempre le damos al menos 1€ al aparcacoches?

¿Por qué le damos una suculenta propina al portero del hotel por el simple hecho de abrirnos la puerta del taxi?

¿Por qué me dan esas propinazas en mi taxi?

¿Por qué me cobro 20€ cuando el taxímetro marca 18€ y, sin embargo, no me cobro 5€ cuando el taxímetro marca 3€ si el diferencial es el mismo?

¿Por qué los argentinos jamás dan un solo céntimo de propina?

¿Por qué los americanos sueltan siempre unas propinas del carajo?