Camino del Aeropuerto:
– Pues… me voy a pasar unos días a Cancún, ya sabe: sol, mujeres ligeritas de ropa, coctails, playas paradisiacas… – me soltó el usuario (allá donde más duele).
– Suena bien… – dije enseñándole los dientes a través del espejo.
– Y usted se queda en Madrid, ¿verdad? – me preguntó con cierto regustillo cabroncete.
– Ehhh… no. ¡Me voy!. ¡Me voy hoy mismo a… las Fallas!. ¡A ver las Fallas! – improvisé (no te jode…).
Así que, por culpa de unos cuantos pecados capitales (ira, envidia, etc.) proyectados en aquel usuario, tiré de contactos y en apenas diez minutos conseguí una cabaña a pie de playa en uno de esos campings que violan y salpican, a partes iguales, la costa levantina.
Pasé por casa para arramplar con lo básico (un bañador estampado, un par de mudas, 10 bolis bic, un paquete de 500 folios, tres baterías extra para el ordenador portátil y mi patito de goma Made in Hong Kong) y pocos minutos después del mediodía (P.M) salí de estampida con mi taxi a cuestas y el depósito lleno hasta las trancas (y barrancas).
En apenas cuatro horas (sin paradas, respetando las normas) ya estaba merodeando por un precioso pueblo de la costa levantina. Estaban en Fiestes Falleras:
(Espero que nadie confunda mi taxi con una Falla):
Aprovecharé para desconectar del mundo por un número indeterminado de días (aún no lo he decidido; según la inspiración).
…y aparcaré mi taxi, bien a la vista, junto a la cabaña.
…y escribiré hasta que se me borren las huellas dactilares.
…y le pondré un Nick distinto a cada ola del mar (vuestros Nicks, por supueso).
… y comeré arroz avanda hasta que me salgan granos.
…y meditaré sobre lo humano, lo divino y lo taxístico.
…y me acordaré de nadie y os recordaré a todos.
…y apagaré el teléfono, y desconectaré mi sentido arácnido.
…y escribiré, y escribiré y escribiré hasta que al fin explote por sobredósis cada puta letra de la R.A.E.