Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Es fácil dejar de fumar si no piensas en ella

bowie cigar

Tus tetas me producen ansiedad. Saber que puedo y podré tocarlas cuando quiera, aun en mitad de la noche, o estando tú en la oficina y yo dando vueltas con mi taxi y en un momento dado pueda llamarte y decirte «Necesito que bajes del despacho en diez minutos para tocarte las tetas. Te espero en el árbol de siempre» y tú lo hagas, divertida. Todo eso me produce ansiedad. Y también que me mires a la boca. Que yo te hable mientras tú me miras a la boca. Y luego tú me hables y yo te mire a la boca, y después tú a mí, y yo a ti, como jugando los dos al tenis, del verbo tener. O cuando me escondo en tu espalda y me abro paso entre tu pelo usando la nariz, moviendo la nariz entre tu pelo hasta alcanzar tu nuca, hasta notar el calor de tu nuca. No sabes cuánta ansiedad me produce eso.

Y pensar en el futuro. Pensar que mi futuro será la mitad del tuyo. Pensar en otra casa mas grande con más habitaciones y vistas al interior de tu mundo, en comprar un taxi nuevo con asientos Isofix y sin espejos, y esas noches de insomnio cuando mi cabeza se convierte en una hoja de Excel con su celda del Debe, con su Haber de dónde lo saco, con su Saldo negativo y su mañana dios dirá. Y los versos que me quedan por escribirte, y tú por cantarme, y esos cientos de relatos pendientes de inventarnos juntos, y viajar contigo a Detroit y besarte sin lengua en una fábrica vacía.

Todo eso me produce ansiedad. Y cuando tengo ansiedad, fumo.

La historia oculta de unas tetas de silicona

-Mi padre murió el año pasado y con el dinero de la herencia me operé las tetas. No sé por qué te cuento esto; voy pelín borracha, pero me has parecido un tío majo y además eres joven y seguro que ya habrás escuchado de todo en el taxi. A lo que iba: mi padre murió en julio, arreglamos los papeles en septiembre, y en octubre me aumenté un par de tallas. Me lo gasté íntegro, los 4.215€. Es más, cuando fui a la clínica, le dije al cirujano que me quería poner tetas por valor de 4.215€; que cuántas tallas sería eso más o menos. Yo no tenía ni pajolera idea de lo que costaba la operación, pero me daba remordimiento de conciencia tener ese dinero ahí, pudriéndose en el banco: ese dinero olía a muerto, tú ya me entiendes. Al final me pusieron un par de implantes de silicona y la verdad es que me quedaron unas tetas de fábula. Estoy contenta con el resultado, de veras te lo digo, pero ahora que estamos en confianza te confieso que me acaba de pasar algo muy muy muy heavy. No sé… necesitaba contárselo a alguien y chico, me has venido a huevo. Puedo tutearte, ¿verdad?

-Por supuesto -dije yo a través del espejo del taxi.

-Bueno, pues el otro día, hace un par de días o tres, fui a un bar con una amiga, un afterwork de esos de gintonics pijus máximus, ya sabes, y en esto me doy cuenta de que al otro lado de la barra hay un hombre super apuesto (aunque algo mayor para mi gusto) que no para de mirarme no sé si a mí o a mis tetas. Se marcha mi amiga un momento al baño y va el hombre, se me acerca, se presenta muy educado él, y nos ponemos a hablar. La verdad es que el tío era, es, un embaucador. Tenía una labia increíble. Bueno, a lo que iba: Vuelve mi amiga del baño, se la presento, y bla, bla, bla, nos invita a otra ronda y al final nos acabamos dando el número de teléfono. El tío, encantador, me llama al día siguiente, y me insiste en quedar para cenar hoy mismo en un restaurante de la de Dios. Y entonces pensé, por qué no. Así que quedamos, cenamos, risas, vino, copas, y va después y me invita a su casa, y al final pasa lo que tenía que pasar. Me lleva al dormitorio, comenzamos, ya sabes, con los sobeteos, me quita el vestido, el sujetador, y justo cuando me está comiendo las tetas, con perdón, comienza a entrarme una paranoia de la leche. Ya te dije que era mayor, pero el caso es que así tan de cerca me dio por pensar que podría ser mi padre. No sé… se daba un aire,incluso tenía la misma cicatriz detrás del cuello, y más o menos tenía la misma edad que mi padre cuando murió. Pero con todo y con eso, me dejé hacer. Y me da mucha vergüenza decirte esto, pero en plena confusión te juro que nunca antes me habían echado semajante polvazo. Imagínate a un tío clavadito a mi padre comiéndome, con perdón, los pezones, y yo mientras imaginando que está intentando succionarme igual que un bebé, pero no la leche materna, sino la silicona que precisamente llevo gracias a la muerte de mi padre. Y ahora no sé si estaría bien volver a quedar con él. ¿tú qué crees?

-¿Yo? Creo sinceramente que necesito unas vacaciones.

Cuatro acordes

Piensa en esto: las canciones más bellas de la historia de la música moderna tienen como base cuatro o incluso tres simples acordes repetidos en bucle. Te invito a que desnudes todo Beatles, desnuda cualquier tema de Bob Dylan y verás que su estructura es sólo eso: cuatro acordes básicos combinados de un modo u otro. Let it be: cuatro acordes. Knocking on heaven´s door: cuarto acordes. Enjoy the silence: cuatro acordes.

Esto no va de música, amor. Sólo es un ejemplo que demuestra lo mucho que complicamos la belleza que esconde lo nuestro. Ojalá te desnudes y me permitas disfrutar de tu cuerpo básico, sin el arpegio de tu falda, sin el riff de tu sostén. Sin la base maquillada de tu rostro, sin los coros de tus dudas, sin esos golpes de bombo y platillos que son tus latidos y mis palmas. Sólo déjame tocar tus cuatro acordes y yo pondré la voz, así de simple.

Pienso en esto mientras conduzco mi taxi ocupado por ti. Precisamente ha comenzado a sonar por la radio otro de esos temas hacedor de ganas: New Year´s Day de U2. Este es más fácil: sólo tres acordes. En realidad me inventé lo nuestro, no hay nada nuestro o al menos nunca lo hubo. Nuestra historia comenzó hace apenas tres minutos. Tú levantaste la mano, yo frené el taxi, subiste rápido y me indicaste un destino. Pero ahora, aunque no te des cuenta, el acorde La menor te acaricia el cuello y se cuela sigiloso por tu escote. Y después el Do menor se enquista en tus labios y actúa, tal vez, de anestesia, porque no los mueves. Y luego entra el Mi menor, y se aferra a tus párpados y tira de ellos y no puedes evitar su peso y poco a poco se van cerrando. Y así te mantienes, inmóvil y con los ojos cerrados, hasta que entra el estribillo y ahí ladeas la cabeza y te recuestas como en clave de Sol. Con tu cabeza apoyada en el cristal hasta el final del trayecto.

Llegamos a tu destino. Sin duda sigues embriagada por la simpleza de una música que nos unirá por siempre.

Me giro. Te miro. Estás preciosa. Pasa un rato pero no reaccionas. Me preocupo. Decido zarandearte la pierna. De súbito das un respingo y abres los ojos:

-¡Uy! ¡Me quedé dormida!

Me pagas la carrera y te marchas.

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Nota: Pensé que eras la mujer de mi vida, pero no. Sólo eres sorda.

 

Evasión o Victoria

La usuaria me pilló ajustando el espejo retrovisor a la altura de su escote:

– ¿Te gustan mis tetas? – me dijo.

– ¿Se refiere a su escote? – dije tratando de solapar mi sonrojo.

– Me refiero a mis tetas. Me estabas mirando las tetas – me dijo con cierto aire divertido.

– El escote.

– Las tetas – volvió ella, sonriendo.

– El es-co-te. No es lo mismo… – insistí.

– ¿Ah, no? Explícate.

– Un escote apenas ofrece los datos necesarios para conocer cómo serían esas mismas tetas al desnudo. A través del escote apenas puedes hacerte una idea aproximada, nunca real, del tamaño de las mismas, o de su textura, o de la distancia de separación entre ambas (comúnmente llamada «canalillo»), o de la curva cóncava, lineal o convexa que describe su zona frontal superior (el equivalente, para que nos entendamos, a un toldo más o menos tensado), o de la flacidez de su base (¿podrían sostener un bolígrafo en posición horizontal sin que se caiga?). El resto es pura ingeniería: Sostenes que realzan, sostenes que moldean, sostenes que agrandan, sostenes que comprimen… Un escote tampoco dice nada, por ejemplo, de la morfología del pezón: si la aureola es grande o pequeña, o su diferencia cromática o incluso táctil con respecto al resto del conjunto mamario (¿la aureola es más, o menos oscura que la misma piel?, ¿granulada o tersa?). O el grosor del pezón propiamente dicho (incluso los hay retráctiles), o su mayor o menor capacidad para erguirse según qué circunsiancias – dije.

– ¿Y cómo crees que son las mías?

– ¿Silicona?- me aventuré a decir.

– Sí. ¿Me quedan bien?

– A simple vista, como ya dije antes, sí.

– ¿Y qué me dices del resto de mi cuerpo?

– ¿A qué se refiere?

– ¿Crees que tengo un cuerpo bonito?

– Sí.

– ¿Sensual?

– Sí.

– ¿Sexualmente «apetecible»?

– Sí.

– ¿Y si te digo que soy transexual?

– No me lo creería.

La usuaria sacó la cartera de su bolso y me tendió un DNI. A la derecha de su foto (en efecto, era ella), un nombre: Víctor. Y debajo del nombre, un sexo: M(asculino).

– Mi nombre era Victor. Ahora me llamo Victoria. ¿Te sigo pareciendo sexualmente «apetecible»?

– No lo sé.

– A simple vista, sigo siendo la misma, ¿no?

– No lo sé.

– Piénsalo.

Estudio taxial de varios pares de tetas

El siguiente estudio taxial no habría sido posible sin la colaboración de más de 100 usuarias de mi taxi (o si me hubieran pillado estudiando sus tetas de reojo). Cada ejemplo corresponde a la anotación real de las mismas en mi taxi-libre-ta:

– Mujer de tetas grandes, flácidas, que se antojan firmes por el efecto constrictor de un sostén reforzado: Le gustan sus tetas pero sólo bajo los efectos del sostén.

– Mujer de tetas pequeñas, meseta violada por un par de hormigueros, que muestra adrede los tirantes del sostén. Necesita que todos creamos que TIENE tetas.

– Mujer de tetas en apariencia grandes y firmes que desaparecen, como por arte de magia, en cuanto la portadora se recuesta sobre su asiento (como si la tapicería del taxi ejerciera una extraña succión sobre ellas). Son tetas cuya gravedad sólo les es propicia en posición vertical. Suele evitar la horizontalidad menos cuando cree que no está siendo observada.

– Mujer de tetas firmes que no necesita de sostén y, sin embargo, lo lleva (bien por una mera combinación cromática en su conjunto, por evitar transparencias o por disimular la incómoda dualidad de unos pezones que dicen estar excitados cuando en realidad hace frío).

– Mujer de tetas caídas sin sostén. Hippy, anti-sistema, casada con un hombre que cree en el amor o lesbiana militante.

– Mujer cuyo escote rebasa la línea de sus amígdalas (gracias a un sostén fabricado por técnicos de la NASA). Está feliz con sus tetas y sin embargo se siente incómoda cuando alguien se las mira (yo tampoco lo entiendo).

– Mujer orgullosa de su enorme busto (argumento respaldado por el eterno: «¡a mi marido le gustan!»). En invierno gasta ropa entallada y abierta que demuestra un canalillo de acceso imposible.

– Mujer de pechos lactantes cuyas copas están dotadas de un velcro o similar para su fácil descorche. Nunca alcanzaré a entender por qué sólo las madres recientes hacen uso de tan genial tecnología.

– Mujer que, sencillamente, le incomoda tener tetas (ya sean grandes, o pequeñas). Lo demuestra su afán por cubrir con capas y más capas de ropa (o mediante tops ceñidos, sin aros) cualquier indicio de curva pectoral.

– Mujer de tetas pequeñas cuyo tamaño siempre será imposible de intuir gracias a la originalidad de su vestimenta. Suelen hacer uso (medido y estudiado) de pañuelos, bufandas o lazos estratégicamente colocados para que nadie sepa el tamaño de lo que esconde.

– Mujer de tetas dibujadas por el compás de Dios (pinchando la punta en cada pezón para articular su contorno). La portadora siempre será menos feliz que la expresión de mis ojos.

– Mujer de tetas operadas. Por motivos obvios, la portadora está descalificada de cualquier categoría: Hizo trampa.