Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Freud no nos quiere

– El médico no sólo te recomienda no fumar durante el embarazo, sino también, y sobre todo, durante la lactancia. Según parece, la calidad de tu leche empeora si fumas. Sería como inyectarle nicotina al pobre bebé… – continuó la usuaria mientras circulábamos por el útero de Bailén.

Escuchándola, comencé a pensar en esas boquillas de plástico que algunos fumadores insertan en el filtro de los cigarros para reducir su nivel de nicotina. De hecho, mientras me explicaba cómo el tabaco influía en la leche materna, comencé a imaginarme a la usuaria enroscándose una de esas boquillas en su propio pezón y al bebé succionando a través de ella.

Y esa imagen me excitó.

– … porque, claro, si tenemos en cuenta que la leche de la madre se forma en las mamas a partir de los nutrientes que ella misma consume…

En esto subí el aire acondicionado del taxi a tope y bajé con disimulo mi espejo retrovisor. Sus pezones no tardaron en emerger tras la fina tela del vestido. Filtros de boquilla estrecha, pensé.

– …hace tiempo vi un documental en La2 que explicaba el proceso perfectamen… ¿Podría quitar el aire acondicionado? Hace frío.

– Mmm… sí. Claro.

Apagué el climatizador y casi al instante sus pezones volvieron a desaparecer como succionados por sus propios pechos. Fascinante mecanismo, pensé.

En esto, el insoportable calor de la calle invadió el habitáculo y ambos comenzamos a sudar. Una pequeña gota de sudor recorrió despacio el cuello de mi usuaria hasta desaparecer por entre sus pechos.

El sudor surge a través de los poros, pensé. Y los pezones también son poros, aunque algo más gruesos. ¿Por qué no segregarán leche todos los poros de su cuerpo? En tal caso, los lactantes se alimentarían lamiendo la piel de sus madres, y ese contacto entre la lengua del bebé y el cuerpo de su madre crearía un vínculo mucho más estrecho entre ambos.

¿Y los hombres? Si tanto afecta el tabaco al esperma, ¿por qué no enroscarnos nosotros también un filtro de nicotina en el pene? ¿y por qué no sudamos sémen? ¿por qué no fecundar sólo cuando haga calor, abrazando a las mujeres que sudan leche? ¿por qué no alimentarnos sólo de su leche, y ellas de nuestro esperma, en eterno bucle?

¿Y por qué, nada más bajarse la usuaria del taxi, llamé a mi madre?

Dermatuyo

Tras días de estudio en el laboratorio de mi cama he conseguido elaborar un listado de motivos que demuestran lo que ya te dije aquel primer día, en mi taxi, a través del espejo empañado:

– Tu piel y mi piel son compatibles.

Espero que compartas cada uno de los siguientes puntos, o los transformes en comas, o me comas y punto:

1.- El lóbulo de cualquiera de mis orejas encaja a la perfección, sin holgura, en tu ombligo.

2.- Mi cuello y tu cuello, al unirse, simulan el mecanismo de dos ruedas dentadas, atascadas, soldadas por una sustancia que el análisis de mi lengua identificó como «aleación de salitre y óxido curioso».

3.- Cada vez que te abrazo fuerte tus órganos internos se coordinan con los míos, lo cual demuestra la alineación perfecta de todos y cada uno de nuestros poros. Por culpa de esta extraña «Ley de los Poros Comunicantes», siempre que te abrazo me duele tu apéndice y a ti te suenan mis tripas.

5.- Tus uñas, al rozar mi espalda, se convierten en pétalos de rosas sin espinas que se clavan en mi espina dorsal. Y sangro cutículas.

6.- Tu labio inferior es idéntico a mi labio superior; y viceversa. Cada vez que nos besamos el tiempo retrocede.

7.- Ayer la Policía Científica nos desmanteló la cama. Me esposaron y me llevaron a comisaría. Laboratorio clandestino, según dicen. Al tomarme las huellas salió en pantalla tu ficha policial. Tranquila, estás limpia.

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Nota a pie de puntos (de sutura): Si, después de tan pormenorizado estudio, sigues desapareciendo en cada abrir y cerrar de costillas, volveré a acordarme de Beatriz con la devoción que se merece.

Tu recuerdo insoportable

Lo siento, pero no me puedo quitar su imagen de la cabeza. La imagen de Beatriz. Su cara. Sus ojos. Su voz. Sus tetas. Pienso en ella mientras conduzco mi taxi por un Madrid que me es ajeno, que me la pela. Y por muchos desvíos que tome, por mucho que pise el acelerador, o gire, o frene, o baje la ventanilla, o encienda el aire acondicionado, o suba a tope la música, siempre estará ahí, detrás de las costillas, pegada a ellas pero por dentro. Pegada como sólo saben hacerlo los recuerdos que duelen aunque fuera yo quien rompiera lo nuestro, aunque en mi mano estuviera volver a tenerla. Puede que ahora esté con otro. Eso sí que jode. Que sea otro quien ahora esté besando esos labios o tocando esas tetas. Que ella gima de placer gracias a las manos de otro o a la polla de otro. Que otro consiga suplantar mis manos o mi polla. Que se olvide de mí. Así de simples y de absurdos somos los tíos cuando nos da por pensar en lo que no debemos. La inercia de los celos y las pajas mentales nos convierte en auténticos Nazis.

Busco por la ventanilla de Cuatro Caminos otras mujeres. En Madrid hay miles, millones de mujeres bellísimas. Pero ninguna es ella. Ninguna tiene su forma de hacerme perder la cabeza. Llámalo química. Llámalo dadaísmo cardiaco. Llámalo X. (Despejo la X, la tengo en la mano, me trago la X, se me atraganta)

Nada peor que no poder quitarte algo así de la cabeza. Es imposible. No puedo. No soy capaz. Ni hablando con mis clientes, ni leyendo el periódico, ni escuchando las gilipolleces del Losantos en esa nueva radio guerracivilista, ni tomando café con los colegas, ni comiendo chinchetas para desgarrar su imagen.

Necesito con urgencia olvidarme de ella. Aunque duela. Aunque cueste dinero.

¿Algún consejo?

Fashion victim: La Religión del S. XXI

«Hay que ser gilipollas para comprarse un bolso Tous de imitación. Si ya son feos y horteras los originales…» le escucho decir por teléfono a un capo de la alta costura, dirección Pasarela Cibeles, (Ifema, pabellón 14).

Le observo a través del espejo: Cuarenta años, chaqueta negra, una cruz enorme, de plata, sobre el jersey, cien gramos de bottox en el labio inferior, doscientos en el superior, treinta cremas distintas chupándole el rostro, gafas de pasta y sombrero de ala ancha. Su olor dulzón demuestra que cambia de perfume según la estación del año. Sus gestos me dicen a gritos que es gay, que está orgulloso de serlo, de que todo el mundo lo sepa: Más femenino que la más de las mujeres.

– Estoy cansadísimo – continuó diciéndole al teléfono. – Me quedo al próximo pase, al cocktail y me vuelvo en el primer Puente Aéreo… (…), no… no insistas, Asdrubal, cielo…

Al llegar ya le estaba esperando otra fashion victim de estilo único e inimitable. Se dieron un solo beso en la mejilla, se miraron, y alzándose las gafas mi ex-usuario le dijo:

– Estás divina. Siempre divina. Como sigas así acabarás resucitando a la mismísima Dietrich, querida.

Me quedé un buen rato pensando:

Puede que la frivolidad, al fin y al cabo, no sea tan mala idea.

Puede que vivir por, y para la fachada no sea tan mala idea.

Puede que venerar la estética por encima de todas las cosas no sea tan mala idea.

Puede que morir por un traje de Armani no sea tan mala idea.

Puede que matar por conocer la próxima tendencia de Dior no sea tan mala idea.

¿No somos, acaso, todos así (solo que a distinta escala)?

La encontré…

La encontré. Era ella, sin duda. Conducía un Peugeot 206 azul oscuro casi negro por Cea Bermudez. Era ella. Lo supe enseguida.

Me salté el semáforo de Hilarión Eslava y aceleré siguiendo su estela. Un par de maniobras prohibidas después (hice frenar a un Golf, y casi me choco con otro) conseguí ponerme a su lado. Más adelante, un destino disfrazado de semáforo en rojo nos detuvo a los dos.

Era ella. Tenía que serlo. Me lo dijo el obsceno ritmo de mi pulso y el triple nudo con tirabuzón en la boca de mi estómago. Abrí tanto los ojos que mis párpados bien podrían haberme cubierto el cráneo. Sin duda, era ella.

En lo que duró el semáforo no paré de observarla. Ella seguía absorta en su música, cantando algo que no pude ni supe adivinar. Sus labios parecían pinceles de Munch dibujando Gritos en el aire.

Sus ojos eran dunas caleidoscópicas en el desierto de su piel. Su flequillo, el telón de su mente blanca de tipp-ex. Sus hombros, mi hogar okupado.

Se abrió el semáforo y aceleró.

– Esto no puede quedar aquí – pensé.

Pisé el acelerador con la furia de un Ñu. Cien metros después conseguí embestirla por detrás con el morro de mi taxi: Su paragolpes se hizo trizas bajo mis ruedas. Entonces frenó (¿asustada?) y se bajó del coche muy pálida y temblando, como en mis sueños.

Bajándome del taxi me acerqué a ella y, guiado por el anverso un corazón pasado de vueltas, tomé su cara con las manos y la besé. Sus labios no supieron reaccionar:

Tiempo al tiempo.

Volví a mi taxi y ahí la dejé. Por el espejo pude ver cómo apuntaba con un boli mi matrícula (o el rótulo de ‘nilibreniocupado’) en su mano. Espero que su Compañía de Seguros se ponga en contacto conmigo lo antes posible.

O que me busque en Google y lea este post. La echo de menos.

Hormigas carnívoras

Un caminante pisa la portada del 20minutos de hoy que alguien tiró o dejó caer sobre la acera, y me jode tanto que no puedo evitar bajar la ventanilla de mi taxi y soltarle en alto:

– ¡No me pises!

Acelero (como quien lanza la piedra y esconde la mano) y escucho cada vez más lejos al caminante gritando:

– ¡Pero si es gratuito…!

Quisiera detenerme y discutir con aquel pisante mi tesis sobre ‘el valor intrínseco de lo que es gratis’, pero el usuario alicatado al asiento trasero (un tipo calvo con las cejas como toldos de quiosco) me pide llegar a su destino lo antes posible:

– Tengo cita con el urólogo en apenas diez minutos.

Y pienso que como no lleguemos en diez minutos al urólogo el usuario se meará sobre la tapicería nueva de mi taxi nuevo.

Así que giro una y dos calles, y a la tercera un Agente de Movilidad vestido de azul y verde (cual océano herido, supurando) me da el alto, y freno casi en seco, y como no entiendo por qué extraña razón me ha mandado parar me asomo y le pregunto:

– ¿He hecho algo mal?

– No – me dice el Agente.

– ¿Entonces, por qué me manda parar?

– Porque el semáforo no funciona.

– Y usted está desempeñando la función del semáforo, ¿verdad?…

– En efecto – me dice el Agente orgulloso.

– Fascinante…

Hace calor. Un calor que demuestra la fiebre del cielo sobre un mundo vírico.

Y la sombra descrita por cada árbol tuberculoso de la calle Serrano se extiende como una hilera de hormigas carnívoras que ahora parecen acercarse con violencia hacia mi taxi.

Entonces comienzo a sudar: Estoy sudando. Sudar me hace feliz porque cada una de estas gotas me ayuda a anestesiar el dolor de tu recuerdo.