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Coronavirus y cambio climático: ¿Cambio de prioridades?

La crisis del coronavirus Covid-19 nos ha inmerso en situaciones que, hace tan solo unos días, nos habrían parecido propias de una serie de televisión. Las conversaciones que mantenemos con familiares o amigos se asemejan más al guion de una serie distópica de Netflix o HBO que a nuestro día a día. Pero esto es la vida real y solo hay un camino: centrar todos los esfuerzos en tratar de contener, atajar y resolver un problema con el que ya convivimos.

En esta situación, cualquier otra prioridad o urgencia pasa a segundo plano. Sin embargo, esta emergencia mundial también nos enseña lecciones que nos pueden ser de gran ayuda para enfrentar la otra gran crisis que avanza inexorable y que, a diferencia del coronavirus, la conocemos con antelación y sabemos que nos puede contagiar a todos: la del cambio climático.

Las consecuencias de la crisis climática, si no se ataja a tiempo, serán aún mucho más devastadoras que las del coronavirus, y no solo para la salud y la economía. Aún así, contamos con una gran ventaja: conocemos la medicina que debemos administrar al cambio climático. Lo sorprendente es que no solo no se está aplicando (o se hace en dosis insuficientes), sino que continuamos alimentando el origen del problema. Por este motivo, lo peor que podríamos hacer ahora es olvidarnos de él solo porque hay otras urgencias. Es justo ahora cuando debemos y podemos evitar que nos ocurra como con el coronavirus, por lo que necesitamos actuar con antelación para evitar llegar a una situación fuera de control, que no se resolvería solo con quedarnos en casa.

La comunidad científica nos ha advertido con toda claridad: para tener una probabilidad razonable de evitar un cambio climático que condicione dramáticamente nuestras vidas tenemos que actuar con urgencia, cuando todavía queda algo de tiempo. ¿Y cuánto tiempo nos queda? ¿Para hacer qué? Para que el calentamiento global no supere el umbral de 1,5 ºC, las emisiones mundiales de Gases de Efecto Invernadero, como el CO2, deben reducirse a la mitad en esta década y llegar al cero neto a mitad de siglo. Eso nos obliga a grandes transformaciones, sí, pero son cambios que ya están identificados -incluso decididos-, que sabemos hacer, que van a beneficiar al conjunto de la sociedad y que se van a producir, en cualquier caso.

El problema es de ritmo, de urgencia. Es paradójico ver la diferencia de percepción y de actuación ante la emergencia en uno u otro caso. En enero, el Gobierno de España, a instancia del Parlamento, declaró la emergencia climática en nuestro país, una declaración “fake” que, si bien contenía medidas importantes, carecía de lo más básico: el sentido de urgencia. De hecho, no ha cambiado nada: si le preguntamos a cualquier persona por la calle (bueno, desafortunadamente ahora eso ya no podemos hacerlo) seguro que no se ha enterado de que oficialmente estamos en emergencia climática. Por el contrario, la emergencia sanitaria por el coronavirus es por todos conocida y mayoritariamente aceptada; nos quedamos en casa y se paraliza toda actividad no imprescindible que implique contacto físico y así todos los prejuicios sobre “lo imposible” o “lo utópico” se caen como un castillo de naipes. Cuando una emergencia se reconoce como tal, se comunica como tal y se actúa como tal, sí se puede.

Ahora que se habla de la gestión que ha hecho Corea del coronavirus como ejemplo de éxito, y dadas sus semejanzas económicas y poblacionales con España, es interesante observar que el Gobierno surcoreano no ha cambiado sus prioridades respecto a la transición energética a causa de la emergencia sanitaria. Al contrario, el partido de gobierno ha decidido presentarse a las próximas elecciones con una propuesta de “Nuevo Pacto Verde” que lleve al país a ser el primero del este asiático en comprometerse a alcanzar emisiones cero en 2050. Y lo hace apoyándose en la gran oportunidad económica que ese Pacto Verde supone para el país. Entre sus medidas incluye una ley que dé soporte legal al Pacto Verde: acabar con la financiación a proyectos de carbón e introducir un impuesto al CO2.

Es decir, en plena situación de emergencia por el coronavirus, Corea reconoce la importancia de la emergencia climática y elige acelerar, no frenar, la transición desde una economía basada en los combustibles fósiles a una basada en las energías renovables. Si bien falta que concrete una hoja de ruta con plazos y medidas, y que no solo lo proponga el partido que aspira a seguir gobernando, sino que sean todos los partidos quienes aspiren a seguir ese camino, podemos y debemos apoyarnos en el ejemplo coreano para decidir acelerar el paso de la transición energética también en España.

Antes de que estallase la crisis del coronavirus, 2020 estaba identificado como el año clave en la lucha contra la emergencia climática y ecológica. Todavía lo es. A pesar de que por la crisis se hayan suspendido los grandes encuentros que estaban programados para el otoño, como la conferencia de las partes del Convenio de Biodiversidad en China y la del Convenio de Cambio Climático en Escocia, la urgencia del problema no ha cambiado. Para antes de fin de año, todos los países deberán haber presentado nuevos planes oficiales para reducir sus emisiones mucho más de lo comprometido hasta ahora, porque no es suficiente con cumplir lo que de momento han puesto sobre la mesa, ya que esto nos llevaría a un calentamiento global de más de 3 ºC.

No es el momento de cambiar de prioridades. Es el momento de aprender que podemos reaccionar ante una gran crisis haciendo cambios de calado que antes parecían impensables y de anticiparnos a la crisis climática al tiempo que ponemos en marcha un paquete de medidas que nos saquen de la crisis sanitaria, aplicando un gran Pacto Verde en España y en Europa, mucho más ambicioso que lo que hasta ahora han propuesto tanto la Comisión Europea como el Gobierno español.

No es el momento de pensar en volver a estar “como antes” de la crisis: es el momento de plantear las medidas que nos permitan estar mejor que antes y, sobre todo, mejor preparados para prevenir la gran crisis climática.

José Luis García – Patrono de la Fundación Renovables y responsable del Programa de Cambio Climático de Greenpeace España

Movilidad Europea en 2050

Será eléctrica: Emisiones CERO en el tubo de escape. Emisiones casi CERO en la fabricación y reciclaje de los vehículos eléctricos (VE o BEV) y sus baterías. Y emisiones casi CERO en la electricidad que consuman.

Según las estadísticas de la UE, sus 300 millones de coches están el 95% del tiempo… aparcados. O sea que, en un momento determinado, el 95% de los vehículos están aparcados (ya sé que no es exactamente lo mismo, pero siendo tal alto el 95%, el error es bastante despreciable, excepto en puentes y operaciones retorno).

“Es que no hay capacidad hoy para alimentar 30 millones de VE en España”, “es que si todos cargan por la noche, se colapsará la red”, “es que apenas una tercera parte de los coches que hay en España aparca en garaje”. “No hay litio ni cobalto para tantos coches eléctricos”. “Y ¿qué pasa con el reciclado de las baterías?” Estas y otras muchas objeciones surgen de la audiencia en cada conferencia o jornada sobre movilidad eléctrica. Veamos:

Demanda eléctrica adicional

Por 1 millón de VE: En España el vehículo promedio hace 12.900 km/año (OCU, 2018). Si es eléctrico, consume unos 15 kWh/100km, es decir, 1.935 kWh. Dejémoslo en 2.000 kWh. Un millón de esos VE, consumirá 2 TWh. Comparando con la demanda actual peninsular, de 250 TWh eso es menos del 1%. El PNIEC se ha marcado el objetivo de que, en 2030, haya 5 millones de VE en España (la mitad, híbridos enchufables…). O sea, entre 5 y 10 TWh de demanda adicional, en 2030. Según ese PNIEC, habrá unos 30 GW más de renovables instaladas, a 2000 h/año= 60 TWh, diez veces más. Cero problemas.

Carga nocturna

Hoy, con apenas 30.000 VE, todos cargan de noche, con las tarifas valle o supervalle de las eléctricas. En 2030, con 5 millones de coches, ya se verá. En 2050, con una flota de VE entre 20 y 30 millones, que seguirán estando el 95% del tiempo aparcados… NO cargarán todos de noche, todos a la vez. Los coches estarán casi siempre enchufados: En casa, en la oficina, en el centro comercial y en la calle. Eso ya ha empezado en ciudades como Amsterdam.

No ocurrirá en 2020, ni en 2030. Pero será un proceso que deberá estar culminado en 2040. Para entonces, la generación de electricidad será casi 100% renovable. Lo que implicará una potencia pico instalada varias veces la potencia pico demandada (simplemente, al funcionar entre 2.000 y 3.000 horas al año, habrá que instalar varias veces la demanda). Lo que generará momentos de “exceso” de producción que deberá almacenarse (bombeo, baterías, termosolar, hidrógeno, etc., etc) para cubrir los momentos de “exceso” de demanda. Y dará lugar a elementos de gestión de la demanda, interconexiones, etc.

Aquí entra la enorme batería que supondrán 25 millones de VE, casi todo el tiempo aparcados. El que necesite usar su coche, lo usará. Pero el 90-95% restante tendrá la posibilidad de comprar electricidad cuando “sobre” y sea barata y venderla a la red cuando “falte” y sea cara.

La capacidad de almacenamiento de electricidad de 25 millones de VE, en España, en 2050, será de 25 E6 X 70 kWh = 1,75 TWh, más de 2,5 días de consumo peninsular actual, que es 250 TWh/365= 0,7 TWh diarios.

La semana pasada, T&E publicó este estudio titulado Baterías sobre ruedas: Riesgos y oportunidades en torno a los coches eléctricos. Pasó un poco desapercibido, entre tantas publicaciones sobre electrificación, el futuro de la movilidad y, cómo no, los debates de investidura.

La electrificación de la demanda (movilidad, calefacción) va a ocurrir a pesar de  las empresas de hidrocarburos, los fabricantes de diligencias y algunos partidos políticos. Es una grandísima oportunidad para modernizar la industria, crear empleos locales, reducir importaciones de petróleo y gas, generando crecimiento económico.

Hacerlo mal no es una opción. Pero para hacerlo bien no basta con una tecnología superior y más barata en coste total de propiedad. Hay que planificar con todo cuidado la transición, la transformación de la industria de automoción, el despliegue de electricidad sin emisiones, el despliegue de una red adecuada de puntos de recarga doméstica, de recarga pública y, sobre todo, de recarga universal en TODAS las calles de pueblos y ciudades: No será ni fácil, ni rápido ni barato. Pero al final tendremos una atmósfera respirable, un clima soportable para nuestros hijos, una economía más autónoma, sin depender de petróleo y gas importados. Con empleos locales y ahorro en la factura energética.

Anexo: Evolución de Ventas y Flota en la UE, por tipo de motorización

gráfico vehículos eléctricos

La gráfica muestra la transición hacia una flota (casi) 100% sin emisiones en 2050.

A la izquierda, las Ventas esperadas. En 2030, la mitad de las ventas serán eléctricos (EV) = 25% híbridos (HEV) + 8% híbridos enchufables (PHEV) +2% a pila de combustible (FCEV, la mayoría, camiones pesados) +15% eléctricos a baterías, (BEV). Pero en 2040 ya no se matriculará ningún vehículo a motor térmico (ICE, Internal Combustion Engine) ni híbridos. Un 25% serán PHEV, un 20% serán a pila de combustible y el 56% serán BEV. En 2050, prácticamente, todas las ventas serán eléctricas, 71% BEV + 26% FCEV.

La parte derecha muestra la evolución de la flota: En 2030, el 85% sigue siendo a motor térmico, pero ya habrá un 15% de híbridos, enchufables y 20 millones de eléctricos. En 2040, todavía el 51% de los vehículos en circulación seguirá teniendo tubo de escape, pero ya habrá un 21% de eléctricos, un 22% de híbridos y un 6% de FCEV, con 112 millones de eléctricos. En 2050, apenas quedará un 20% de vehículos contaminantes y más del 60% serán de emisiones CERO: 230 millones de vehículos serán BEV (136), PHEV (44) o FCEV (50). En muchos países ni siquiera se podrá circular quemando hidrocarburos. No habrá gasolineras.

La oportunidad de transformación industrial, económica y ambiental es inmensa. No la perdamos. No habrá otra.

Por Emilio de las Heras – Experto en Cambio Climático y Economía "

La Corte Penal Internacional y el cambio climático

Por Juan Castro – Gil – Abogado y Secretario de ANPIER

cambiclimaticoHace tan solo unos días, la Corte Penal Internacional, asomó su patita medioambiental fuera del armario.

La Corte Penal Internacional es un Tribunal creado con el impulso de la ONU (aunque al margen de ella) a finales del siglo pasado, con el objeto de juzgar a personajes acusados de cometer crímenes de esos que no caben en cabeza humana (si es que cabe alguno), tales como los genocidios, guerras, esclavitud…

Los países del mundo, después de mucho tiempo discutiendo sobre la posibilidad de crear un tribunal penal supranacional para asuntos que superaban límites territoriales e incluso de derecho natural, tuvieron que vivir en sus propias carnes el genocidio ruandés y la barbarie de los Balcanes para dar el paso finalmente y aceptar compromisos de cesión de soberanía de Jueces no nacionales. Todo el mundo entiende que haya determinados delitos que superan la imaginación de la jurisdicción doméstica, en los que además, la triste realidad demuestra que terminarían resultando impunes si un organismo semejante no los abordase.

Hasta ahora, en el imaginario colectivo, este tipo de procesos se destinaba a sanguinarios criminales que asesinaban sin pudor a centenares de miles de inocentes, o a los que usaban armas químicas contra la población, o esclavizaban a niños y mujeres en beneficio de guerras miserables,… Pero, ¿qué incidencia penal pueden tener determinadas actividades humanas que inducen de forma directa a un cambio del sistema de vida radical provocado por el cambio climático?

No se rasquen los ojos todavía.

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Recojamos la basura

Por Juan Castro-Gil – Secretario de ANPIER

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Este verano, me sumé fervorosamente con mi familia a una iniciativa de la red llamada #paseoDELplastico. Básicamente se trataba de dar cinco minutillos del tiempo que pudiésemos pasar en la playa (o en el río), recogiendo alguno de los plásticos sembrados por nuestra necedad y tirarlos en el contenedor. Efectivamente, si todos los usuarios de la playa siguiésemos esa misma rutina, su estado sería bien distinto. Por la parte que me toca, nosotros lo convertimos en un concurso familiar, ante la mirada atónita de los vecinos de toalla.

Esta actividad tan sencilla y saludable, realmente tiene bastante más trasfondo del que pudiera parecer, y ya no solo por la evidencia que supone el retirar entre todos cada tarde, varias toneladas de residuos inorgánicos de nuestra naturaleza, sino por los evidentes paralelismos con la realidad social que nos rodea.

Vivimos en lugares hermosos, con gente a la que queremos y respetamos, sin embargo, parece que nos da igual que el entorno en el que vivimos se deteriore a ritmo de vértigo, hecho ante el cual, pasamos impasibles. Es fácil contemplar a unos padres tomando el sol con sus hijos, apagando cinco cigarrillos en la arena, o despreocupados de que sus niños, además de adornar los castillos con conchitas, también lo hagan con tapas de botellas, trocitos de ruedas, bolsas o tampones. De idéntica forma, la gente percibe tanta miseria a su alrededor, (corrupción, pobreza extrema, abusos financieros y laborales, paro, desarraigo…), que parece que termina acostumbrándose a convivir con todos esos desechos sin inmutarse. Incluso, cuando se hacen esfuerzos individuales para denunciar alguno de ellos, las miradas son de desdén como diciendo: ¡pero tú qué haces, insensato!

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No, el cambio climático no es culpa de los extraterrestres

Mariano Sidrach de Cardona – Catedrático de la Universidad de Málaga Mariano Sidrach de Cardona

Puede ser que existan, no digo que no, pero yo no creo en los extraterrestres. Así que tengo una muy mala noticia que daros: “los responsables del cambio climático somos nosotros”. A la vista está que nos cuesta asumirlo, pero más vale que lo hagamos y rápido.

¿Qué estamos haciendo mal?

Globo terráqueo

Hemos basado nuestro crecimiento económico en el consumo de combustibles fósiles y estamos produciendo graves daños sobre el medio ambiente. Conforme una sociedad es más próspera consume más, aumenta el gasto de los recursos, genera más residuos y produce más emisiones de CO2, lo que implica más problemas para el medio ambiente y provoca el llamado cambio climático. La sostenibilidad está relacionada con los recursos y con el uso que hacemos de los mismos.

Los países más desarrollados hace tiempo que superamos los límites de la sostenibilidad y utilizamos cada vez más recursos de forma poco eficiente. A nuestro lado, muchos millones de personas en el mundo no tienen todavía un acceso razonable a recursos suficientes que posibiliten su desarrollo. Nos enfrentamos por tanto al siguiente dilema: la sostenibilidad sin calidad de vida no tiene sentido y la calidad de vida sin sostenibilidad no tiene perspectiva”. Aquellos países que hemos alcanzado un nivel de calidad de vida razonable, debemos ser los protagonistas esenciales de las políticas de sostenibilidad, con el fin de dotar de un futuro razonable a las siguientes generaciones.

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