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Soberanía energética es seguridad y recuperación para el país

El confinamiento, y la paralización económica, decretado para frenar la pandemia del coronavirus ha demostrado lo extremadamente frágiles que son aquellos países que han deslocalizado la producción de bienes básicos y se abastecen a través de largas cadenas de distribución. Como advirtiera Josep Borrell, Alto representante de la Unión Europea (UE), el pasado viernes 8 de mayo, en el Foro de Next Educación, hay países que solo valoran el precio y no el valor estratégico de los productos. Así, por ejemplo, en Europa no fabricamos ni tan siquiera paracetamol. No hablemos ya de batas, mascarillas o guantes. Cuando han pintado bastos, como ha sido el caso, primero se abastece, lógicamente, el mercado local productor (en Asia) mientras en nuestro país los hospitales quedan desbordados por la falta de medios.

De esta crisis sin parangón deberíamos salir con, al menos, una lección grabada a fuego: hay sectores estratégicos que son cuestión de seguridad nacional. Lo es, desde luego, la sanidad, como ha quedado sobradamente demostrado. En el futuro tendremos reservas estratégicas de material sanitario, medicamentos, etc. También lo es, indudablemente, la agricultura y, en general, el sistema agroalimentario. ¿Se imaginan qué sería de España si no tuviéramos tierras de cultivo? Y lo es, también, sin lugar a dudas, el sistema energético. En la actualidad, el 74% de la energía que consumimos en España procede del exterior y debemos importarla. Básicamente, son combustibles fósiles que deterioran nuestro medio ambiente, provocan efecto invernadero (causante del calentamiento global) y lastran nuestra economía y competitividad, pues nos cuestan en torno a 40.000 millones de euros cada año. Algo inadmisible en un país como el nuestro, rico en fuentes renovables y, por definición, autóctonas (sol, viento, etc.).

Estas fuentes, al no depender de los mercados o de las situaciones geopolíticas internacionales, nos aseguran nuestra autonomía energética. Al estar distribuidas por el territorio, pueden dinamizar de la economía y crear empleo en un mayor número de comarcas, frente a la concentración (puertos, refinerías, …) del modelo centralizado actual. Este carácter distribuido permite, también, democratizar el acceso a la energía (podemos poner paneles solares en multitud de azoteas y tejados) y contribuye a que muchas personas se relacionen más estrechamente con estas fuentes renovables, adquiriendo una nueva conciencia (una nueva cultura de la energía) acerca de lo que supone consumirlas. En la actualidad, por el contrario, todavía bastantes personas (aunque por fortuna son menos cada día) no son plenamente conscientes de los procesos que subyacen al hecho de encender un interruptor en casa o el motor del coche. No vemos, o no queremos ver, todo lo que hay detrás. El actual sistema energético está basado en largas cadenas de distribución y suministro, envuelto en un sistema económico que separa las zonas de producción, vertido, consumo, etc., de manera que se corre un tupido velo sobre estos procesos y sus impactos, que han quedado históricamente invisibilizados en la trastienda (ya cada vez menos invisibilizados, todo hay que decirlo, debido a que hemos llenado el mundo y nos hemos quedado sin esa “trastienda”).

Como decía, las fuentes renovables, particularmente la solar, permite que muchas personas se asomen a una nueva cultura de la energía. Podemos pasar a ser sujetos centrales y activos del sistema energético del futuro, gestionando, autoproduciendo, autoconsumiendo, intercambiando o vendiendo nuestra propia energía, tal y como viene defendiendo la Fundación Renovables desde sus inicios.

Esta nueva relación de proximidad con la energía nos hará más ahorradores y eficientes; por ejemplo, empezaremos a utilizar nuestros electrodomésticos, no a cualquier hora, sino, preferentemente, en aquellas horas en las que estamos autoproduciendo energía en nuestras azoteas. Seremos más conscientes de lo que implica tener acceso a la energía.

Las renovables suponen, también, una fuente muy importante de empleo local y estable, lo que ahora es esencial dado el escenario de recuperación económica y la encrucijada en la que nos encontramos como país. Numerosos proyectos de generación de energía renovable pueden establecerse en el medio rural, en terrenos no aptos para el cultivo, contribuyendo a fijar población y a dinamizar económicamente comarcas en situación de vulnerabilidad. Esto cobra especial importancia en el contexto de la España Vaciada y la transición energética justa de la que debemos dotarnos, no dejando a nadie atrás. La equidad y la justicia, tanto intergeneracional como interterritorial, son absolutamente imprescindibles y las energías renovables constituyen una importantísima fuerza tractora para alcanzarlas.

Las energías limpias, en suma, suponen la única garantía para un autoabastecimiento energético sostenible en nuestra nación, además de ser una fuente de seguridad, pues nos previene de potenciales situaciones de desabastecimiento como las que se habrían ocasionado si esta crisis hubiese sido energética, en lugar de sanitaria, y con epicentro en los países de los que importamos los combustibles fósiles (Arabia Saudí, Argelia, etc.).

Luis Morales – Socio de la Fundación Renovables

 

Si la energía cambia todo cambia, ¿incluso el proceso de globalización?

Por Domingo Jiménez Beltrán – Presidente de la Fundación Renovables

energía eléctrica

La primera revolución industrial se hizo con el carbón, la segunda con el petróleo y la tercera se hará, sin duda, abandonando ambos como base para combustibles y carburantes y dando entrada a nuevas energías, las procedentes de fuentes renovables, y se podrá incluso revertir muchos de los escenarios territoriales y globales que se propiciaron con estos materiales combustibles.

El carbón y el petróleo, como materias de alto poder energético y fácilmente transportables y almacenables, han permitido durante décadas (aunque con diferencias entre el mundo desarrollado o en vías de desarrollo) la deslocalización tanto de los sectores productivos como de los propios procesos urbanos, que además venían facilitados por la deslocalización de grandes estructuras de generación eléctrica basadas en los combustibles fósiles y las grandes redes de transporte de ésta.

A esta simplificación tecnológica de los procesos de planificación económica y territorial se ha unido la posibilidad de forzar las economías de escala en ambos procesos, que ha permitido el desarrollo de grandes polos industriales, en muchos casos especializados (industria química, metalurgia, automovilística…), y, por supuesto, grandes urbes. Todos con un factor o constante común, ser grandes consumidores de la energía que llegaba en forma de carbón, petróleo, gas o electricidad.

Este proceso extendido a nivel mundial, la llamada globalización, ha tenido como resultado una deslocalización y especialización de las estructuras productivas no solo industriales, de trasformación o de servicios, sino incluso agrarias, junto con un proceso de incremento y concentración de la población urbana que ya supera el 50% a nivel global y el 70% a nivel europeo y en ciudades cada vez más grandes.

Esta globalización simplificada o simplista y basada en el acceso deslocalizado a la energía, que podría considerarse como una optimización tanto de los sistemas productivos como de los asentamientos urbanos propiciados por la economía de escala, la especialización y el acceso a servicios ha tenido resultados no deseables.

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