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«Macarrones, solo macarrones»

La doctora Erna Rijnierse trata las secuelas de la violencia de Anon a bordo del Aquarius. Fotografía: Alva White/MSF.

La doctora Erna Rijnierse trata las secuelas de la violencia de Anon a bordo del Aquarius. Fotografía: Alva White/MSF.

Sarah Giles, doctora de urgencias a bordo del Aquarius, barco de rescate operado conjuntamente por Médicos Sin Fronteras y SOS Méditerranée.

Es difícil reconocer que he desarrollado una reacción visceral negativa hacia el nombre del alimento que más me gusta comer. Los ‘macarrones’ ahora me llenan de una sensación de desesperanza y temor.

Llevo dos meses trabajando como médico en el equipo de Médicos Sin Fronteras en el barco de búsqueda y rescate Aquarius en el Mediterráneo central. Prácticamente todas las personas que hemos rescatado de embarcaciones de goma y madera peligrosamente atestadas nos dicen que los han mantenido en cautividad en Libia.

Hay diferentes tipos de centros de detención. Algunos de ellos son instalaciones autorizadas por las autoridades libias donde las personas sin documentación son retenidas. Otros son centros son auténticos tugurios carentes de aseos y ventanas y llenos de desesperación donde las personas son secuestradas a la espera del pago de un rescate. En esas ‘prisiones’ pasan mucho tiempo hasta que sus familias reúnen el dinero suficiente para pagar su liberación.

Las personas a las que rescatamos nos cuentan que, a menudo, son privadas de comida, golpeadas y violadas en los centros. Mientras les torturan, llaman a sus familias para que escuchen los gritos de sus seres queridos y paguen rápidamente. Algunos nos cuentan que el precio de la libertad es muy alto: unos 6.000 dólares (5.450 euros). Según nos relatan, es habitual que, en el caso de darles de comer, les alimenten con exiguas raciones de macarrones sin nada más.

Hace unos días, una mujer me contó que había estado detenida durante nueve meses. Antes de su cautiverio pesaba 58 kilos, pero cuando la subimos a una báscula en el Aquarius esta solo marcó 36. Había pasado de ser una mujer más o menos de mi tamaño a casi un esqueleto tan falto de aliento y tan débil que caminar unos pasos la hacían jadear. Cuando le pregunté lo que había comido durante los últimos nueve meses, me respondió con las palabras habituales: «Solo macarrones».

Refugiados, migrantes y solicitantes de asilo cautivos en un centro de detención de Trípoli, Libia. Fotografía: Ricardo García Vilanova.

Y cuando digo macarrones, me refiero a la pasta sin nada, sin una salsa de tomate (que podría tener algunas vitaminas) ni salsa de carne (que podría aportar algunas proteínas), no, solo la pasta. Junto a la desnutrición generalizada, he visto personas con signos clásicos de escorbuto (por la falta de vitamina C): llagas en boca y labios, dientes sueltos y úlceras en el cuerpo.

Antes de esta misión, había visto casos de desnutrición severa en menores y adultos con enfermedades crónicas o en contextos en los que había escasez de alimentos debido al conflicto. Sin embargo, no había visto una desnutrición severa provocada por una negligencia intencionada en un lugar donde sí hay comida. Me horroriza la capacidad de las personas para torturar a otros seres humanos.

La mayoría de nuestros pasajeros nos dicen que no comerán pasta el resto de sus vidas. Resulta cruelmente irónico que desembarquen en Italia. Sus historias me generan sentimientos encontrados respecto a la pasta en general y, muy probablemente, derivarán en una aversión irracional y prolongada a los macarrones.

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