Me siento orgullosa de poder escribir que he hecho el camino de Santiago a pie y que tengo esclerosis múltiple. Fueron ocho días increíbles, con un compañero de faena excepcional que me daba ánimos y me cuidaba en cada etapa. Sin él, no lo podía haber hecho. Fueron ocho días, 154 kilómetros a nuestros pies, desde O’Cebreiro a Santiago.
Siempre había querido hacerlo, pero no encontraba ni el momento ni el acompañante adecuado. Teniendo una enfermedad tan especial (por llamarlo de alguna manera), es complicado encontrar un momento en el que te apetezca y puedas tanto físicamente como laboralmente. En mis dos años que estuve sin brote, me encontraba bien físicamente. Además, coincidió con las vacaciones de Semana Santa, llevaba un año bien, y me animé.
Estuvimos preparándonos durante varias semanas haciendo caminatas de diez-doce kilómetros con las botas y la mochila que íbamos a llevar. En casa, tenía una guía del camino y pude preparar el viaje a conciencia. Preparé todas las etapas de tal forma que no superasen nunca los 25 kilómetros. Hice una lista de lo poco que me quería llevar, lo metí a la mochila y comprobé que era poco peso y que podía soportarlo.
Para mí, fue un viaje de auténtica superación. No tenía todas conmigo que pudiese acabarlo sin hacer trampas. Y cuando digo trampas, me refiero a los taxis que te llevan la mochila al final de tu etapa, o a los peregrinos que cogen transportes públicos para hacer las etapas.
Al ser Semana Santa, no había mucha gente y no hacía un calor excesivo. Característica indispensable que influye negativamente en mi cuerpo. El primer día nos llovió, nos mojamos enteritos. Los siguientes días nos hizo sol, con una temperatura de unos 22ºC aproximadamente. Era soportable, aunque hubo una etapa que lo pasé realmente mal, se me hizo interminable y fue el día que más calor nos hizo.
Desde el primer día quería abandonar, pero ahí estaba mi compañero de viaje para animarme. Tienes dolores musculares, yo acabé con una rodillera y tobillera; además andas raro, pero bueno, todos andábamos igual; afortunadamente nuestros pies estaban bien, con unas botas ya usadas y una buena hidratación en los pies no hay problemas.
Cuando llegas a Santiago, la sensación es que te quedas a gusto, sabiendo que has podido y que has llegado como uno más. Además la catedral es preciosa, la ciudad me encantó y nos comimos una buena mariscada por la noche.
Lo peor del Camino fue viajar con la medicación. Llevaba mi kit de viaje con el hielo, el inyector y la medicación. Aunque la gente de allí esta más que acostumbrada a que la gente viaje con medicación, la verdad es que es un auténtico coñazo andar pendiente de dejar/coger los hielos y la medicación de un frigorífico/congelador.
Experiencia recomendada a todo el mundo.
Me parece estupendo, soy igualmente enfermo de EM y lo voy a hacer este año por motivos de superación espero tener las narices de llegar sin trampilla jaja.
17 febrero 2016 | 11:07