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A los buenos maestros

Voy a empezar diciendo una obviedad. Hay maestros excelentes. También los hay que trabajan duro y con vocación para lograr serlo desde una perfecta imperfección.

Tienen abordajes diferentes de la educación, distintos planteamientos, discrepancias a veces, pero le echan ganas y dedicación, se forman y viven la enseñanza con pasión. Enseñando a párvulos y a adultos, a personas con discapacidad y a adolescentes desahuciados por otros colegas.

Me da la impresión de que cada vez son más, aunque bien sé que en todas las épocas ha habido docentes así y en todos los niveles.

Fernando Fernán Gómez en la excelente ‘La lengua de las mariposas’. Me imagino a Don Gregorio a día de hoy innovando en el aula, tal vez adepto a la gamificación.

Y a muchos les ponemos las cosas muy difíciles, incluso les terminamos quemando. Lo hacemos entre padres, administración, falta de recursos y también mucha zancadilla de otros profesionales de la enseñanza, supuestos compañeros acomodados, suspicaces, de cortas miras, desmotivados, que solo miran su propio ombligo o directamente son mala gente.

Otra obviedad: hay profesionales excelentes, buenos, regulares y malos en todos los oficios. Es así en la docencia, en centros públicos, privados y concertados, y también en el periodismo, en la medicina, en el mercado e incluso en la política. Sin olvidar que nadie, ni siquiera el mejor, se ha librado de cometer errores en alguna ocasión. De hecho se aprende con frecuencia metiendo la pata.

Por ser madre, por mi actividad en este blog y como periodista, he tenido la suerte de conocer a bastantes buenos maestros. Mis hijos han tenido la suerte aún mayor de encontrarse con varios durante su breve vida académica. Jaime más que Julia, no sé si es una cuestión de suerte o que abundan entre los que están en Educacion Especial aquellos con una pasta especial.

Y lo hacen contra fuertes vientos y traicioneras mareas, contra planes educativos cambiantes y a veces incongruentes, falta de recursos, interinidades crónicas, sesgos ideológicos a los que los niños deberían ser ajenos, incomprensión generalizada cuando desean innovar, aulas atestadas y con notables desequilibrios, poco reconocimiento y mucho desgaste personal.

Ahora que el curso acaba quiero acordarme de ellos, deseando que el descanso del verano les ayude a recargar fuerzas y olvidar sinsabores.

No quiero que despidan el curso sin sentirse valorados; sin saber que hay también muchos padres que apreciamos su esfuerzo; que somos consciente de que tienen entre sus manos el material más sensible de la sociedad, nuestros niños, y que sabemos que intentan enseñarles bien y con cariño.

Los habrá que, como siempre, recuerden con envidia amarilla sus largas vacaciones, que es cierto que son más extensas (no para todos, los hay para los que el verano supone también una interrupción de sueldo) que las de una mayoría de trabajadores pero no tanto como creen esos que olvidan sus propias ventajas laborales al lanzarse a la crítica, como vuelos gratis si trabajan en compañías aéreas o descuentos en los comercios en los que desempeñan su labor. Pero es que incluso en trabajos sin prebenda ninguna es mezquino no alegrarse de la suerte ajena solo porque no te ha tocado a ti. El camino a la felicidad no se construye comparándose con los demás y atacando todo lo bueno que no ha sido para ti.

Dicen que la envidia es muy española, no lo sé. Yo procuro de forma consciente tenerla bien lejos. Lo que me gustaría que fuera muy español es agradecer a aquellos que trabajan duro, que intentan abrir nuevos caminos y así lograr que el paso de nuestros hijos por colegios e institutos sea feliz y provechoso. Querría que lo muy español fuera cooperar, arrimar el hombro todos por el bien de las generaciones futuras.

Buen verano, buenos maestros. Descansad, que pronto nos veremos en un nuevo curso cargado de retos.
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