Hay dos actividades cotidianas, una para cada uno de mis hijos, que suponen toda una variedad de luchas y lloros.
Y me da la impresión de que debe haber muchos más niños pequeños por ahí en la misma situación.
En el caso de Jaime sacar del cajón la tijera para cortarle las uñas es como desenterrar el hacha de guerra. No hay manera. No se deja. Y como tiene cuatro años y medio, mucha fuerza y es una tarea delicada, al final hemos decidido cortárselas dormido.
Es algo que sucede sólo desde hace unas pocas semanas. Antes, sin ser plato de su gusto, se dejaba. Tal vez le hicimos daño en alguna ocasión. Imposible saberlo.
En el caso de Julia la guerra surge cuando toca lavarse la cabeza, algo que afortunadamente sólo hay que hacer una vez por semana. «¡Nooo! ¡Lavar la cabesa noooo!». Lo que no soporta es que le moje la cabeza. Enjabonar y desenredar el pelo no supone ningún problema. Pero mojarlo y aclararlo es siempre causa de llantos.
Y claro, a ella no podemos lavarle la cabeza dormida.
Recuerdo que cuando yo era pequeña tampoco me gustaba nada, pero mis quejas iban por el jabón en los ojos «¡Mamá, picaaa!» y por el desenredado.
Para intentar quitarle hierro estoy jugando con frecuencia con ellos a cortar las uñas y a lavar la cabeza a un muñeco, con los mismos utensilios que uso con ellos. Y les encanta hacérselo al muñeco. Pero no parece que esté ayudando mucho cuando les toca a ellos.
Imagino que nos tocará aguantar. Como a tantos otros padres recientes. A veces es imposible evitar que lloren.
¿Qué acto cotidiano y necesario es el que hace llorar y quejarse a vuestros hijos?