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Comenzando con los sólidos

En pocos días una madre reciente y su bebé de seis meses a los que conozco bien abandonarán la lactancia materna en exclusiva. Comenzarán con los famosos cereales sin gluten, que igual son los polvos de farmacia como el arroz hervido de toda la vida. Toda una nueva etapa para ambos.

Recuerdo que cuando en esos momentos, sobre todo con mi primer hijo, me dió por pensar que hasta ese momento todo su ser procedía de mí. Durante las 38 semanas de embarazo fue mi sangre y los seis meses siguientes fue mi leche lo que le aportó todo el alimento. Sus huesecillos, su carne tierna y firme, todo en él venía de mí.

Comenzar con otros alimentos era también comenzar a despedirme de todo eso. Algo bueno, ilusionante, pero también un poco triste.

Con ambos pasamos directamente del pecho a la cuchara. Ni Jaime ni Julia han probado jamás un biberón ya que la leche la continuaron tomando de su envase original. Y la transición fue natural y sencilla.

Pero es lo único que tienen en común.

Jaime era un niño que comía cantidades industriales de cereales y papillas desde el primer momento. En torno al año bajó la cantidad de alimento durante unos meses, pero pronto volvió a recuperarse.

Eso sí, nunca mostró interés por ver o probar lo que había en nuestros platos. Tampoco por coger él la cuchara o la comida con los dedos. Ahora sé que eso era parte de su problemática.

Además, aunque al año ya devoraba aspitos, tardó mucho en comenzar a masticar como es debido. Todo tenía que estar trituradísimo. Eso, aunque puede que también, no tiene por qué deberse al autismo. Muchísimos niños de entre uno y dos años tienen el mismo problema.

De hecho recuerdo en un programa de televisión a una niña de unos cinco o seis años que, salvo las palomitas de maíz y alguna que otra chuche más, también quería todo triturado.

Julia en cambio durante los primeros tres meses (de los seis a los nueve) apenas comía otra cosa más que el pecho. Los cereales y purés, muy poquito. Afortunadamente lo tenía a su disposición.

Al contrario que su hermano, muy pronto comenzó a querer probar y masticar lo que teníamos en nuestros platos. Y a día de hoy, con casi catorce meses, come de todo con las manos y no toma nada triturado. No lo quiere. Desayuna pan con queso, o galletas y fruta. Pero en trocitos.

Y come bastante cantidad. La que ella quiere.

Hace ya mucho tiempo que aprendí que es una guerra absurda pretender que un niño coma más de lo que desea. Convertir las comidas en una guerra es un desgaste inútil para la madre y para el hijo.

Nunca he obligado a comer a mis niños. Creo que nadie mejor que ellos sabe lo que necesitan sus estomaguitos. Recuerdo perfectamente cómo me intentaban obligar a mí. El tiempo perdido ante un plato de lentejas frías. El uso de la comida como arma arrojadiza. Era una comedora horrible de niña y ahora como absolutamente de todo.

Nuestra experiencia de niños siempre marca nuestras reacciones como padres.

En cualquier caso, independientemente de los planes que los padres tengamos, nuestros hijos vendrán a romperlos marcando sus preferencias desde el principio. También con apenas seis meses y la introducción de nuevos alimentos.

Más vale estar abierto a lo que sea y ser fléxibles.

Creo que la madre reciente de la que os hablo lo tiene bastante claro.