Se conoce como ‘insultar’ a la acción de agraviar a una persona utilizando palabras hirientes y descalificaciones, con el objetivo de dañar tanto su reputación como anímica y personalmente.
Etimológicamente proviene del latín ‘insultāre’ de igual significado y que nacía de la unión del prefijo ‘in-‘ (hacia adentro) y el vocablo ‘saltus’ (saltar) teniendo originalmente el significado literal de ‘asaltar’ o ‘saltar sobre alguien’.
Pero este salto o asalto no se refería a la acción física de dar un brinco, sino al gesto que se realiza de echar el cuerpo hacia adelante cuando, en una discusión, se gritan improperios, injurias u ofensas contra un oponente. Ese característico gesto que hace pensar que durante una disputa uno va a saltar sobre el otro mientras le suelta lindezas de todo tipo es lo que originó el uso del término latino insultāre y que llegó al castellano como insultar (insulte en francés; to insult en inglés).
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Se utiliza la expresión ‘Meter cizaña’ para aludir a la acción de malmeter y provocar algún malentendido con la intención de crear disputas y enemistades.
La expresión hace referencia a la ‘cizaña’ un tipo de planta muy parecida al trigo, que crece sin haber sido plantada y que frecuente es confundida con este cereal, con la salvedad de que su grano y la harina que éste produce son tóxicos y están desaconsejados para el consumo humano y animal.
El término cizaña llegó al castellano desde el latín ‘zizanĭa’ y a este desde el griego ‘zizánia’ (ζιζάνια), ambos de idéntico significado y en referencia a la mencionada planta.
Pero el hecho de darle esa connotación negativa al término proviene del siglo IV d.C, en el que algunos evangelizadores (entre ellos Jerónimo de Estridón, quien se encargó de traducir la Biblia del hebreo al latín vulgar) utilizaban la comparación entre el ‘tritĭcum’ (trigo) y la ‘zizanĭa’ (cizaña) para hacer una comparativa entre el bien y el mal, lo bueno y lo malo, la virtud y el pecado…
Así pues, al hecho de entrometerse en un asunto para emponzoñarlo y crear disputas, quedó relacionado con la cizaña, un cereal silvestre considerado como maleza, naciendo de ese modo expresiones como ‘meter cizaña’ o ‘sembrar cizaña’.
Se conoce como hostilidad al conflicto (ya sea armado o por enemistad) que pude producirse entre países, grupos, personas, pueblos…
El término procede del vocablo ‘hostil’ (contrario, enemigo) y éste llegó al castellano desde el latín ‘hostīlis’ formado por el sufijo –ilis y el vocablo ‘hostis’ el cual se utilizaba en la Antigua Roma para designar al ‘enemigo extranjero’.
Cuando un ejército declaraba la guerra a un país extranjero automáticamente se convertía en un hostis (también usado para señalar al enemigo público del pueblo e incluso de aquel que traicionaba a su propia nación).
Con el tiempo, los términos hostil u hostilidad pasaron a designar cualquier tipo de enemistad, desacuerdo o agresión ya fuese con un foráneo o compatriota.
El cerebro es posiblemente la estructura más compleja de nuestro organismo y del que todavía no se conoce totalmente todas sus funciones y capacidades. Sabemos que es el encargado de transmitir una serie de mensajes al resto de nuestros órganos (a través de múltiples y diversos estímulos) y que es el responsable de hacernos razonar, pensar y recordar.
Y es precisamente a partir de esta última función (tirando del hilo de su etimología) de lo que quiero hablar hoy en este post.
Tal y como decía Eduardo Galeano en su famosa y multicompartida cita: ‘Recordar: del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón’. No le faltaba razón al célebre escritor uruguayo, debido a que ese es el origen exacto de dicho término, pero debo hace una puntualización sobre el mismo.
En la antigüedad (en las civilizaciones como la Antigua Roma y Grecia) se tenía el convencimiento de que el órgano encargado de hacernos pensar, sentir y recordar estaba situado en el pecho, o sea, era el corazón y no el cerebro.
Por tal motivo existen tantos vocablos que hacen referencia al corazón, entre ellos ‘recordar’. Pero el sentido original del mismo para referirse al acto de evocar algo ya sucedido no lo implicaban como un sentimiento sino como algo que provenía de la mente (situada, según los antiguos, en el pecho). Así pues, ese ‘volver a pasar por el corazón’ que alude la etimología del término recordar/recuerdo a lo que hacía alusión original y realmente era a ‘volver a pasar por la mente’, la cual se encontraba en el corazón.
Otras palabras como ‘acordar’, ‘desacuerdo’, ‘concordia’, ‘discordia’, ‘cordialidad’ o ‘concordato’ provienen de la misma raíz ‘cordis’ (corazón).
Se utiliza la expresión ‘Ser la manzana de la discordia’ para señalar a alguien que provoca, intencionadamente, que haya disputas, desavenencias y discrepancia de opiniones dentro de un grupo, lugar…
Erróneamente son muchas las personas que creen que dicha expresión proviene del pasaje bíblico en el que Eva toma un fruto prohibido del árbol del bien y del mal en el ‘Jardín del Edén’ (que como os expliqué en otro post no era una manzana, ya que se trataba de un error de traducción).
Pero la expresión nada tiene que ver con las ‘sagradas escrituras’ sino con una leyenda que se recoge en la mitología griega y que tiene que ver con Eris, Diosa de la discordia y las desavenías.
Según explica el mito, durante el enlace nupcial entre Peleo y Tetis (futuros padres de Aquiles) hizo acto de presencia Eris, quien no había sido invitada a tal magno evento, con la intención de provocar un conflicto entre los allí reunidos.
Portaba una manzana de oro, la cual lanzó a los pies de las diosas Afrodita, Atenea y Hera. Dicha manzana llevaba una inscripción que indicaba que era para la mujer más hermosa, algo que motivó que las tres deidades discutiesen entre ellas sobre a quién le correspondía quedársela.
Para mediar en el conflicto ocasionado por Eris, se escogió a Paris para que eligiera a la más bella de las tres y, por tanto, debía ser la poseedora del fruto dorado.
Tras mucho dudar e incluso intentar sobornarlo con diferentes favores por cada una de las tres diosas para ser la escogida, finalmente Paris ofreció la manzana de oro a Afrodita (quien le había prometido el amor de Helena de Esparta, esposa del rey Melenao).
El joven convencido por las palabras de la diosa terminó secuestrando a Helena, lo que dio lugar a la conocida como ‘Guerra de Troya’.
Fue de los numerosos relatos sobre este episodio mitológico de donde nació la expresión ‘Ser la manzana de la discordia’.