La historia se repite, nada cambia. Me refiero a mi problema con las mujeres. Siempre he dicho que vivo solo desde hace muchos años, que me gusta vivir solo y que compré una casa pequeña adrede, toda ella en formato individual excepto la cama, que es enorme porque adoro soñar sin límites. Y ligo de vez en cuando, sí. Me gustan las mujeres, pero no sólo por el sexo. Me gustan las mujeres porque son la máxima expresión del arte y me llevo mejor con ellas, la verdad.
Todos esos ligues saben sin excepción de mi estilo de vida. Saben que vivo solo, que me gusta vivir solo y que no tengo intención de cambiar mi estado en Facebook, ni mucho menos tener hijitos y pasar los domingos por la tarde en un parque de bolas. Lo saben y lo aceptan. Incluso juegan ellas también a la independencia para que yo confíe en sus intenciones, me relaje, y el paso del tiempo y el roce y el cariño consigan el resto. Pero todas, repito: todas, en el fondo, me acaban considerando un reto. Y ninguna, repito: ninguna ha sido capaz de reconocerlo. Todas creen que sólo ellas podrán cambiarme poco a poco, casi sin darme cuenta, hasta que al fin acabe sucumbiendo a los encantos del compromiso por amor.
Llegados a este punto sólo pueden pasar tres cosas. Que al fin descubra sus intenciones, me acojone por ver amenazado mi estilo de vida y salga corriendo (en el 80% de los casos), que se rindan y me tomen por imposible (en el 19% de los casos), o que me acabe enamorando como un perro, sucumba a sus nuevas condiciones (¡vivamos juntos!, ¡llenemos la casa de bebés!) y en ese punto, cumplido el reto de haber conseguido cambiarme, me dejen (en el 1% restante).
Estos tres ejemplos demuestran lo que digo, más el tercero. Así de rebuscadas y complejas son las tías. Siempre guardando en la recámara intenciones sibilinas que no confiesan porque en el fondo lo suyo es más psicológico, primero te ganan por los ojos pero a partir del segundo polvo su concepto de atracción o reconquista es mucho más complejo. Nosotros somos más nobles, más cristalinos. Nos falta, diría yo, ese puntito de maldad. Y en cierto modo lo envidio.