Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Tracto hecho

«Quiero echar un último polvo con otra y después de ese polvo quedarme contigo. Para siempre. Sin más polvos con otras después de ese polvo con otra. Tómalo como el chute de despedida de un futuro y definitivo exyonki». Contra todo pronóstico mi novia aceptó. «Te quiero demasiado y no quiero perderte», me dijo. Sin embargo, añadió una condición: hacer ella lo mismo. Se ligaría a un chico cualquiera y echaría un último polvo con él el mismo día que yo pensaba hacerlo con la actriz de la que ya os hablé. Y no esperaba esa respuesta, la verdad. Me dejó frío. Más que un trato entre los dos lo sentí como un tracto rectal sin previo aviso. Hasta aquel momento no la creía capaz de hacer algo así (y aún ahora no confío mucho en que lo acabe haciendo).

¿Se estará echando un farol para que yo recule? ¿Intenta acaso probar mis celos?

En un principio saqué al irracional que llevo dentro y dije NO, que ni hablar del asunto. Pero luego, más calmado, razoné su oferta y objetivamente me pareció de lo más justa.

Sinceramente me apetece mucho hacerlo pero no sé si podría soportar que me lo hicieran (y a decir verdad, no estoy seguro de que acabara pasándomelo bien si al final accedo). ¿Cómo sería estar con otra mientras piensas que tu novia está con otro?

En cualquier caso, aún no he decidido nada. ¿Tú qué harías?

La culpa es de Twitter

Hace un par de días me llegó vía twitter la siguiente mención de una lectora:

«@simpulso El sábado estaré en Madrid y me gustaría saber si puedo contar contigo para un servicio. Te leo de siempre y me encantas. Besos…».

Sin pensarlo demasiado contesté que sí. Después ella me envió un DM (mensaje directo) dándome las gracias, y luego otro más con los detalles. Vendría a Madrid el próximo sábado y necesitaba un taxi, a ser posible el mío, que la llevara a un set de rodaje en la otra punta de la ciudad porque tenía que grabar un pequeño papel para un corto (era actriz, me dijo). De hecho, su intención era tomar después el último AVE de vuelta a Barcelona, para lo cual también precisaría de mi taxi. Me dio su número de teléfono («Twitter a veces falla» fue su excusa), yo a ella el mío, y ahí quedó la cosa.

Sin embargo, y para mi sorpresa, a la mañana siguiente (por ayer) me desperté con un WhatsApp suyo:

«Es curioso. Estaba intentando prepararme el guión del corto pero no hago más que pensar en ese inminente trayecto en tu taxi».

«Me inquietan tus ganas», respondí desde la cama.

Ella no tardó ni dos segundos en contestarme, y después yo a ella, y ella a mí, y a medida que avanzaban los mensajes creció un feeling difícil de explicar. Ella creía conocerme demasiado bien a través de lo que había leído en mi blog, y el caso es que acertaba en casi todo. Me pasé la mañana en la cama, sin currar, hablando con ella, y por primera vez en mucho tiempo me sentí desnudo y sin embargo no me importó en absoluto mostrar mis vergüenzas ante una perfecta desconocida. Ella, por su parte, se abrió también hasta el punto de mandarme fotos suyas en tiempo real (con un café en la mano, después en un ascensor, después en el gimnasio), así como enlaces a webs con vídeos de sus trabajos como actriz. Era realmente guapa, y muy buena en lo suyo. Sin lugar a dudas había conexión entre ambos, pero sobre todo me excitaba no saber si también estaría actuando conmigo.

El caso es que, como os vengo contando últimamente, llevo un tiempo manteniendo una relación con quien pensaba que era la chica definitiva; o al menos eso pensaba yo hasta que, en un desliz mío, se enteró de mi charla con la actriz (uno de esos mensajes se lo envié, por error, a mi pareja) y no supe dar las explicaciones precisas para aclararlo. O tal vez no quise. O tal vez en ese instante me di cuenta de lo mucho que me había impactado esa nueva y misteriosa mujer. Y claro, mi pareja se pilló un cabreo descomunal y me mandó a la mierda.

Y ahora no me habla. Y sin embargo yo no hago más que pensar en ese trayecto del próximo sábado en mi taxi. Y me siento mal y bien. Confuso en cualquier caso:

Ya no sé si la culpa es mía o de Twitter.

El amor en los tiempos del COI

Elisabeth y Kiyoshi se conocieron en 2009 en la ciudad de Tokio. Ambos se estrenaban como miembros del comité evaluador del COI. Después de Tokio visitaron Chicago, visitaron Madrid y en Río de Janeiro, última ciudad candidata, se acostaron (o en lenguaje olímpico, practicaron el COIto). Fue un encuentro torpe, fugaz, después de la fiesta previa a las votaciones. En realidad fue Elisabeth, visiblemente ebria, la que invitó al cándido Kiyoshi a tomar la última copa en su habitación del hotel. A la mañana siguiente, cuando Kiyoshi despertó, Elisabeth ya se había marchado a su Londres natal.

En cualquier caso los dos acabaron votando por Río de Janeiro en homenaje a aquella noche de sexo. Y gracias a esos dos votos, Brasil fue elegida para los próximos Juegos Olímpicos de 2016.

Volvieron a verse en Londres 2012. En esta ocasión Kiyoshi, hombre precavido, reservó habitación en un hotel distinto al asignado por el COI, lejos de las miradas del comité. Pero sus planes se truncaron cuando vio a Elisabeth acudir a la ceremonia de apertura en compañía de su marido y sus cuatro hijos, todos ellos varones.

Pero lejos de rendirse, Kiyoshi ha vuelto a intentarlo esta misma semana en Madrid. Digo esto porque fui testigo presencial de aquel intento. Anoche estaba yo en la parada de taxis del Hotel Eurostar cuando vi a Elisabeth coger el taxi que me precedía. Segundos después, Kiyoshi subió al mío y me dijo:

-Follow that taxi!

Seguimos al taxi de Elisabeth hasta un restaurante del centro. En la puerta del restaurante estaba Lars, el miembro sueco del COI. Cuando Elisabeth bajó del taxi, Lars se acercó a ella y se dieron un largo y apasionado beso.

-Fucking bitch!- soltó Kiyoshi.

Y después me pidió regresar al hotel. Durante el camino de vuelta me confesó entre sollozos lo que os acabo de contar.

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Nota: Supongo que Elisabeth y Lars votarán por Madrid. Kiyoshi, ni de broma.

Sexo sinsentido

Y sin querer todo acaba girando alrededor del sexo. Te machacas en el gimnasio para que las chicas se fijen en ti. Te gastas una pasta en ropa para que las chicas se fijen en ti. Sales de copas para que las chicas se fijen en ti. Trabajas para pagarte el gimnasio, la ropa y las copas, así que en cierto modo también trabajas para que las chicas se fijen en ti. Y lo de las copas, lo de beber, es tu forma de ahogar esa timidez congénita. Cada sábado sales con tu grupo de amigos y al tercer jotabé en el garito de marras te acercas a cualquier chica que se te ponga a tiro e intentas entablar conversación jovial, y sonríes porque sabes que esos hoyuelos las vuelven locas. Sólo a veces la chica se deja llevar y acaba sucumbiendo y tú te acercas y la besas. Y a veces, cuando el magreo sabe a poco y vive sola o en un piso compartido, te invita a que subas. De darse el caso despliegas tu arsenal de fantasías, echáis dos o tres polvos mercenarios, sin miraros a los ojos, y cuando ella se duerme te vas. Sales del portal y buscas un taxi. Mi taxi en este caso.

Y ahora, desde el asiento trasero sonríes y frunces el ceño a intervalos. Recuerdas con todo detalle lo guapo que fue el proceso con esa chica cuyo nombre no recuerdas. Otro nuevo triunfo en la vida sexual de Charli, piensas. Pero al instante llega el vacío: ¿y ahora, qué? ¿a por otra? ¿y qué me aportará la siguiente? ¿más de lo mismo? Copas, cortejo y sexo. Copas, cortejo y sexo. La rubia de hace un par de semanas, la del pelo corto del mes pasado, la morena de hace apenas diez minutos. Colección de experiencias sexuales. Meterla en un sin fin de agujeros sin alma, meterla en la nada una y otra vez, cero + cero + cero + cero. Trabajas para pagarte el gimnasio, para pagarte la ropa, para pagarte las copas con la sola intención de sumar ceros y luego llegas a casa de tus padres, te metes en la cama de toda la vida, la misma que te vio crecer y piensas: mañana más de lo mismo. Sólo sexo consentido y sinsentido. Sólo eso.

Tranquilo: Nosotros pensaremos por ti

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Reconozco que resulta agotador pensar por uno mismo, ya sabes, separar según tu criterio lo que está bien de lo que está mal. Por eso entiendo y en cierto modo envidio a quienes abrazan tal o cual religión, ya que se quitan de un plumazo un esfuerzo de la hostia. Es más: ni siquiera tienes que elegir la creencia que más se ajuste a tus necesidades; será la propia creencia la que te elija a ti. Si naces en España, por ejemplo, tocará ser católico (y por consiguiente pensarás que el musulmán es un sectario que vive en la Edad de Piedra).

Dile a cualquier niño español que si acude a Catequesis y atiende a su catecista le regalarán una Play Station III y un móvil 3G, y ese niño creerá en la Santísima Trinidad, en los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, en el Arca de Noé y en lo que le pongan por delante. Máxime si su cerebro aún está tierno y no domina el filtro de la experiencia. Celebrará su Comunión, será el prota por un día y aquello le llevará a asociar conceptos: Si por esto me regalan una Play, cuando vaya al Cielo le pediré a San Pedro que me monte un parque de bolas. Y después le dirán: ya eres miembro del club, y en nuestro club fornicar por vicio es malo. Y a la primera pulsión por tocarse la minga, el chaval pensará: ¿será verdad que te quedas ciego? Y le confesará al párroco soltero y célibe que anoche tuvo pensamientos impuros con su profe de cono, y rezará la penitencia que le manden y al salir del templo inmenso, limpísimo y llenísimo de historia (la historia no miente) sentirá el mismo alivio que si hubiera eyaculado. O al menos será una descarga similar (sustituye testículos por alma).

Y sin querer se habrá quitado de encima ese incómodo trámite de pensar por sí mismo. Aunque si el azar lo llevó a nacer gay se sentirá sucio, horrible. Aunque si tiene un desliz Made in Satán y deja preñada a la vecina del quinto, ni de coña pensará en el aborto. Tendrá que casarse con ella aunque sólo le atraigan sus tetas. Y así con todo.

Pero actuará convencido de seguir el camino, de hacer lo correcto.

Por eso es importante Habemus papam. Hace falta un guía de carne y hueso para darle más firmeza al asunto. Un líder espiritual elegido por la representación dactilar de Dios (o a dedo). Un consejero delegado de la franquicia del cielo en la tierra. Recemos por el nuevo tesorero.

Entre la espalda y la pared

back

La chica de la foto durmió conmigo anoche. Nos conocimos en un café. Ella leía un libro en la mesa de enfrente y se me ocurrió acercarme y abordarla de un modo original:

-Disculpa, ¿te apetece follar conmigo?

Ella cerró el libro, me miró, soltó una carcajada y me dijo:

-¿Perdón?

-Me has entendido perfectamente.

-¿Me estás pidiendo que me acueste contigo?

-No. Dije follar. Aunque si prefieres hacerlo en una cama, por mí perfecto.

-¿Y qué te hace pensar que te diré que sí?

-Tu libro.

-¿Mi libro? ¿Acaso se titula «Follo con desconocidos»?

-No. Pero está escrito por Anaïs Nin.

-¿Y..?

-¿Puedo sentarme?

-Adelante.

-Veamos… nadie lee a Anaïs Nin por casualidad, y menos «Henry, su mujer y yo». Me inclino a pensar que tu obsesión por la figura de Henry Miller te llevó a mostrar, digamos, cierto interés por la única mujer que consiguió cautivarle. Intuyo que has leído Trópico de Cáncer (varias veces), Trópico de Capricornio, Sexus, Nexus, Plexus… ¿me equivoco?

-No. ¿Pero qué tiene que ver eso con querer follar contigo?

-Miller era un perfecto hijo de puta, un misógino y sin embargo el genio más sucio que ha dado la literatura. En el fondo te sientes atraída por ese tipo de hombres, ya sabes: viscerales, seguros de sí mismos aunque con tendencias autodestructivas, impermeables con el amor. Pero también por ese estilo de mujer capaz de enamorarlos. Lees a Nin porque quieres saber cómo demonios consiguió conquistar a alguien así. Quieres aprender de ella para hacer lo mismo.

-¿Y?

-Que yo soy otro perfecto hijo de puta al que no conseguirás enamorar. Tómalo como un reto.

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Nota: Contra todo pronóstico acabamos en su casa. Después de un par de horas al más puro estilo Miller, cayó rendida y yo me quedé un buen rato observándola. Estaba preciosa. ERA preciosa. Tan dura a ratos y sin embargo frágil. ¿Y si sucede a la inversa y Anaïs, en el fondo, soy yo? Fui yo quien dijo que no me dejaría enamorar, pero en el fondo moría de ganas de volver a verla. Por eso dejé un mensaje a mi manera. Escribí con indeleble mi Twitter en su espalda, hice la foto y me marché.

Espero, aunque lo tema, que me agregue. Espejo mediante.

Todas locas [+18]

empañado

«Nada de esto es real» estoy pensando mientras beso a una chica en el asiento trasero de mi taxi. Se llama Laura, o Patricia (veinticinco años, 1,65 de estatura, delgada, labios gruesos, piel de leche y pecas). Según me dijo, vino a Madrid a conocer a su padre.

Ahora Laura o Patricia me mete su lengua mientras noto cómo desliza una mano en dirección a mi entrepierna. Yo hago lo propio colando la mía por debajo del jersey y acaricio su vientre (noto un piercing, una bola fría). Subo los dedos hasta que me topo con el aro del sostén e intento colarlos por debajo, pero no puedo. Demasiado prieto. Así que subo hacia la copa e intento con el pulgar abrirme camino por el borde del encaje hasta que encuentro un pezón duro, pequeño, suave. En esto ella lanza un gemido, se incorpora, echa sus brazos hacia atrás y en un click se despoja del sostén, momento que aprovecho para abarcar con ambas manos toda la extensión de sus pechos. Ella me desabrocha el pantalón, y ahora introduce su mano y me agarra el sexo. Baja decidida la cabeza y comienza a felarme.

Cuando estoy a punto de correrme digo «¡Espera! Aún no». Aparto su cuerpo, estiro el brazo y cuelo la mano por entre sus leggins hasta que consigo alcanzar su sexo. Lo noto sumamente húmedo. Comienzo a acariciarle el clítoris y en esto ella responde gritándome al oído:

-PAPÁ, PAPÁ… NO ME DEJES NUNCA. DIME QUE ERES MI PADRE.

-Soy tu padre- digo extrañado.

-DÍMELO OTRA VEZ.

-Soy tu padre.

-MÁS…

-SOY TU PADRE.

Laura o Patricia alcanza un orgasmo prolongado. Noto espasmos en su vientre. Pero al instante me aparta la mano, se coloca los leggins y, sin mediar palabra, abre la puerta del taxi y se marcha.

Yo la sigo con la mirada mientras pienso en voz alta: ESTÁN LOCAS. TODAS…

«Tú serás la maga y yo el niño que flipa»

-De un tiempo a esta parte, cada vez que veo porno, no puedo evitar imaginarlas a todas vestidas. Con jerséis hasta el cuello, pantalones anchos y todo ese rollo. La desnudez se ha vuelto un lastre, no sé si me explico. Como cuando el mago te enseña el truco: «Mira, has sacado esta carta porque yo la coloqué ahí sin que tú te dieras cuenta y luego hice así». No mola, ¿verdad? Bueno, en realidad te mola aprender el truco, claro, pero sólo para sentirte al nivel del mago. Nada más. ¿Lo entiendes ahora?

-Creo que sí.

-Pues esto mismo me pasa con las mujeres. ¿Para qué saber el truco? ¿sólo por ponerme a su nivel? No, amiga. Tú serás la maga y yo el niño que flipa. Enséñame, por ejemplo, un tirante del sostén y ya me haré mis pajas. Mentales. Mis pajas mentales, quiero decir. Por eso mismo, cada vez que ligo con alguna y acabamos, ya sabes, en la cama, no puedo evitar acabar perdiendo el interés. Me entrego en un principio, y tal, pero si volvemos a quedar, ya no puedo evitar mirarla con ojos de ¡Eh, ya sé cuál es tu truco!, ¡estamos al mismo nivel, y no me gusta! ¡conozco tu vientre, tus tetas, tu pubis! Adiós magia.

-Pero hay más cosas, ¿no crees? Mil detalles que vas descubriendo con el tiempo y la confianza.

-Sí, claro. Ya sé lo que estás pensando. Que soy un tío superficial, ¿no es eso?

-Tal vez… sí.

-Puede que tengas razón, no lo niego. Aunque yo lo diría de otro modo. No es por justificarme o tal vez sí, pero más bien me siento víctima de las influencias; me dejé arrastrar por esa puta locura que es el siglo XXI. Me refiero a la cultura de la información sin procesar, al consumismo que te meten por vena. Te ilusiona un coche, te lo compras, y al poco tiempo ya es viejo. Te compras el iPhone 3, y antes de que acabe tu permanencia, ya salió el 5. Y así, casi sin querer, acabas mercantilizando también a las personas que a priori no conoces, o no te da tiempo a conocer. Entras en un bar, ves a una chica que te atrae físicamente, y la deseas del mismo modo que deseas una tele de 52″ 3D. En ese instante no piensas en su currículum, o en su calidad como persona. Esto es así. Sólo te fijas en la carcasa. Y viceversa. Yo soy un producto para ella y ella es un producto para mí. Punto. No hay machismo ni feminismo: sólo un pacto a dos, un intercambio. Luego, tal vez, la conoces, te mola su rollo, y sin querer te apetece entrar en su menú y estudiar sus funciones más a fondo. Pero ese es un segundo paso que no suelo dar. Me quedo en el primero por miedo a perder el tren de un nuevo modelo aún más sofisticado. En resumen, soy ese niño que disfruta abriendo regalos.

-¿Es aquí?

-Sí.

-Fue un placer hablar contigo. Interesante punto de vista.

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Nota 1: Conversación mantenida en mi taxi con un usuario.

Nota 2: No he dicho ni diré cuál de los dos soy yo.

Amor tóxico

Bebimos demasiado. El uno del otro, quiero decir. Ella llegó a conocer séis de mis vidas. Yo estuve a un sorbo de regalarle la séptima. Nos conocimos en mi tercera o cuarta reencarnación. Al principio sólo era sexo pero del rico, besando suave y mirando a los ojos. Todos los jueves. Y algún domingo. Desglosamos el uno al otro la palabra comprometer y compramos y metimos cada vez con más frecuencia. Algo así como un contrato oral con carácter retroactivo, o retroadictivo, o retroatractivo, o como quieras lamerlo.

Pasó un tiempo y sin querer su cama se transformó en consulta y su vientre en diván. Sexo, cigarrillo compartido y psicoanálisis. Su vida era un tango de Gardel. La mía un cubo Rubick en manos de un daltónico. Estuvimos años alternando sexo y confesiones, inventándonos posturas cada vez más freudianas. Y en una de esas posturas, se nos coló el amor. Un amor peligroso. Un amor corrosivo. Uno de esos amores que alimentan y envenenan a la vez.

Me alejé de ella diez o quince veces. Busqué sustitutas, heroínas, pero sólo encontré metadona. Y siempre regresaba cabizbajo, cual niño manchado de barro a las faldas de mamá, cual Erasmus sin blanca, y ella siempre me acogía en su cíclico diván, diviénen. Porque su amor era a prueba de balas y yo bomba química, bactero(i)lógica. Y claro, ella se acabó contagiando, y enfermó, y al final se hizo la muerta. Y yo acudí borracho al entierro de lo nuestro. Y a su tumba de mentira se llevó un pendrive con mis secretos. Y sus virus adjuntos.

Y yo ahora vuelvo a estar solo y ella vuelve a estar sola y no quiero volver a saber nada más de mí. Porque en el fondo sólo soy el rabo mutilado de esa lagarta. Me sigo moviendo, sí. Pero me falta el cuerpo. Y a su cuerpo le acabará creciendo un nuevo rabo. Y yo seré siempre el mismo rabo sin cuerpo.

Dos punto celo

Es irracional, una de esas taras que me nublan el juicio. Me refiero a sentir celos de tu pasado, me refiero a sufrir las huellas de otras manos en el envés de tus muslos, huellas que tú olvidaste, que dices haber olvidado aunque puedas cruzar los dedos mientras descruzas las piernas. Te beso y no puedo evitar pensar en ti pero con otro, y cierro los ojos fuerte, y cierro los puños fuerte bajo la almohada, arrugando la sábana o proyectando en la sábana la foto impresa de su puta cara. Y apago el WiFi de la memoria, pero hay un hacker o un infiltrado dentro más tonto que yo pero más cachas. Un topo imbécil, un vendido. Ese que se esconde siempre que voy al psiquiatra. Ese que se ocupa de incendiar la bilis disfrazado de bombero.

Y trato de centrarme y refugiarme en las dunas de tus tetas. ¿Mienten tus pezones? ¿Salta el mecanismo por despecho? ¿Gimes porque lo dice el guión?, ¿gemías tan fuerte con él? ¿Era su lengua más suave, sus dedos más ciegos, su fuego más rojo? Me acaricias el cráneo y busco en tu gesto una tregua: masajear o acorralar mis dudas. Pero aún más irracional que los celos es notar mi creciente erección, no poder evitar esta erección a pesar de mis demonios. Como si el efecto de esos celos sólo me afectara hasta el ombligo, o el veneno que me fluye mutara en Viagra.

Y te embisto y no visto. Es la rabia, es el deseo. Sólo busco bombear cualquier resquicio suyo en tu interior, vaciarte sus huellas, buscarte con la punta de mi orgullo el botón de Reset. Que te apagues y te enciendas. Que ardan sus posos, tus pasos, mis pesos y nuestros pisos tiemblen y derrumben el rumbo que antes fuimos, la rumba que serás para conmigo.