En casa nos gustan los videojuegos. Yo he jugado con ellos bastante más que la media de las mujeres de mi edad (no es difícil, muchas no han cogido un mando jamás salvo para colocarlo en su sitio) desde que en mi primera comunión me regalaron un MSX con el que me volví absolutamente loca. Ahora sigo jugando, aunque poco. Mi santo, que también tenía un MSX (aún no nos conocíamos, podríamos haber intercambiado juegos, que en aquel entonces casi todo el mundo tenía Spectrums), sigue siendo bastante jugón.
Tenemos los últimos modelos de PlayStation y Xbox (teníamos la vieja Wii, hasta que Julia decidió con dos años accionarla solita) y los videojuegos se suman a otras actividades que nos gusta practicar con los peques o en solitario. Nos gusta hacer deporte, apuntarles a carreras populares, leerles cuentos, ver películas con ellos o ir al parque de bolas y también jugar con la consola. Creo que esa es la clave, jugar con ellos, no darles un mando y dejarles jugar.
Hay más, claro está: limitar el tiempo que se dedica a la consola, compaginarlo con otras actividades y conocer muy bien los videojuegos que compramos a nuestros hijos. En ese último punto, ser padres ‘jugones’ es siempre una ventaja.
Me llama mucho la atención la mala prensa que tienen los videojuegos como forma de ocio infantil. Siempre defenderé que es inmerecida. Los videojuegos son interactivos, piden que hagas algo, que pienses, que resuelvas puzles, que leas, que escojas un camino a seguir en una historia… me parecen en ese sentido mucho mejores que la televisión, esa niñera absurda que todos utilizamos y ante la que los niños se sientan y son meros receptores.
Jaime la verdad es que les hace poco caso, pero con ambos hemos jugado, teniendo Julia menos de dos años, a limpiar a Thomas el tren (en las imágenes) y dejarlo reluciente, a bailar con Dora usando la Kinect, a cantar el karaoke de canciones de Disney, a capturar Invizimals con la PSP o a recorrer el parque de Disneyland.
El último descubrimiento de Julia han sido los Skylanders, esos juguetes que se iluminan y cobran vida en el televisor al ponerlos sobre una plataforma. Ella, a sus cuatro años, es aún pequeña para manejar el juego, lo hacemos nosotros con ella. Tendríais que vernos a los cuatro en el sofá hace apenas dos tardes: mi santo primero y luego yo a los mandos, Jaime sentado a nuestro lado observando la aventura que se desarrollaba en la tele y a Julia diciendo por dónde debíamos ir, lo que debíamos hacer y cambiando de Skylander. Es esa combinación de juguete tangible y videojuego lo que le ha encantado (a ella y a muchos niños más, porque está siendo todo un éxito). Realmente pasamos un rato muy agradable en familia. Al contrario que los videojuegos de Thomas o Dora, es un título que podemos jugar los adultos y disfrutarlo, como algunas películas infantiles que logran la cuadratura del círculo de entretener a niños y mayores.
Los videojuegos están ahí, se van a encontrar con ellos, muy probablemente les gustarán. Y es normal, muchos son auténticas obras de arte, producciones con un diseño y un argumento mejor que el de muchas películas y series de televisión. Es absurdo vetarlos desde mi punto de vista. Lo que hay que evitar es que sean enganches, el uso inapropiado de algunos títulos que son para adultos, estar presentes y participar en sus juegos siempre que sea posible y procurar que tengan muchos otros intereses en los que repartir su tiempo.