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La energía: un derecho y una responsabilidad

Mariano Sidrach de Cardona

Mariano Sidrach de Cardona – Catedrático de la Universidad de Málaga

Nadie duda de la importancia de la energía para el desarrollo humano. Vivimos en una sociedad que llamamos “tecnológica” donde la transformación y el uso de la energía están en el centro de todas las actividades humanas. Desde que el hombre aprendió a transformar calor en trabajo, lo que supuso el comienzo de la revolución industrial, el consumo global de energía ha crecido exponencialmente, posibilitando un sustancial desarrollo y bienestar para una parte importante del planeta. Este mismo desarrollo ha tenido como consecuencia una fuerte degradación ambiental, que ha sido consecuencia del uso masivo de combustibles fósiles para hacer funcionar nuestras máquinas térmicas.

Juan Manuel Maroto

El aumento de la población mundial, que demanda su justo derecho a consumir energía para su desarrollo, la limitada disponibilidad de recursos energéticos fósiles y la degradación del medio ambiente presentan una encrucijada que deberíamos ser capaces de resolver. Todo parece indicar que de la solución que demos a este problema va a depender el futuro de nuestro planeta. Se hace inevitable abandonar el uso de los combustibles fósiles y sustituirlos por otras fuentes de energía.

Todas las transformaciones de energía tienen impacto sobre el medioambiente, como se encarga de recordarnos el segundo principio de la termodinámica, que también nos dice que cuanto más eficiente sea un proceso menos contaminaremos. Se precisan, por tanto, sistemas energéticos que solucionen los problemas planteados a nivel global. Por suerte los sistemas renovables permiten una alternativa a la situación actual.

Los datos de 2015 permiten ser optimistas. La inversión global mundial en energías renovables, sobre todo solar y eólica, alcanzó 286.000 millones de dólares, siendo la inversión acumulada en energías renovables en los últimos 12 años de 2,3 billones de dólares. Esta inversión se ha producido mayormente en los países en vías de desarrollo, pero también en Estados Unidos. Se han instalado 134 GW de nueva potencia renovable, de los que 22 GW corresponden a grandes infraestructuras hidráulicas. Aún sin contar esta potencia, por primera vez, se ha instalado en el mundo más potencia en renovables que de tecnologías tradicionales, gas, carbón y nuclear.

Estamos ante un cambio de paradigma en la generación de energía mundial. Una nueva revolución energética que no ha hecho más que empezar, ya que la aportación global de las energías renovables sólo representa el 16,2% del total. Todo esto ha ocurrido a pesar de las grandes bajadas que han experimentado los precios de los combustibles fósiles.

Los sistemas renovables permiten, además, la democratización de la producción de energía, mediante la implementación de sistemas de autoconsumo, y abren la puerta a la generación distribuida, facilitando la producción de energía eléctrica en las áreas urbanas. Un cambio de modelo que debe representar también una oportunidad de desarrollo económico y social.

Sin embargo, para acelerar esta revolución tecnológica hacen falta varias condiciones: disponer de una tecnología madura con costes competitivos respecto a las tecnologías que se van a sustituir, una legislación que cree los incentivos adecuados y una fuerte demanda y aceptación social.

Las tecnologías renovables son tecnologías maduras y han demostrado su competitividad económica respecto a las tecnologías tradicionales. Sin embargo, no existe una legislación adecuada que marque unas reglas de juego claras y en igualdad de condiciones, no existen incentivos sociales, todo lo contrario, se legisla para limitar y entorpecer su desarrollo y como consecuencia tampoco hay un clamor popular que reclame el uso de estas tecnologías.

¿Por qué la generación y uso de la energía no se percibe en nuestra sociedad como un problema grave asociado al cambio climático?

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La energía y las trincheras ideológicas

Juan Castro – GilSecretario y abogado de ANPIERjuancastromini

“Papi, ¿qué tengo que pensar?” Lo pregunta Teresa, es mi hija y tiene tres años. Ayer por la noche, tras la cotidiana lectura del cuento nocturno, sobrevino una confesión: había cometido una travesura con las pinturas y cremas de mamá. Como infernal castigo, estuvo sentada cinco larguísimos minutos en la “baldosa de pensar en lo que has hecho”, donde mis hijos evalúan el bien y el mal del universo profundo que se vislumbra tras una trastada. Hasta aquí todo normal. La cosa se torció cuando tras un meditado silencio sobre el porqué de la baldosa me dijo: “Papi, ¿qué tengo que pensar?” Pocas preguntas más complicadas me han hecho en mi vida.

Escultura 'El pensador' de Auguste Rodin (Máximo López)

‘El pensador’ de Auguste Rodin (Máximo López)

Son tiempos en los que vemos como las personas, sin cuestionarse realmente la evidencia de las cosas, acuden primero a las fuentes de su trinchera de confort para ver qué dicen los mismos que -se supone- piensan como ellos. Así, un buen día, comprobamos que como el primo de Rajoy entendía que el cambio climático era una majadería, los esfuerzos de miles de científicos al amparo de la ONU, de nada servían si eras español y tu adscripción política era pseudoliberal. Durante una temporada en la que docenas de políticos eran fichados por grandes compañías eléctricas, por arte de birlibirloque, empezamos a escuchar que todos los pequeños inversores en energía solar eran unos advenedizos chupatintas. Y últimamente, si le preguntas a muchos su opinión sobre la posibilidad de producir energía en el tejado de casa para encender tu nevera, miran al gurú de turno y acaban diciendo que eres un terrible depredador de la sociedad.

Da igual que la afirmación no se sostenga, que sea un sinsentido, que huela a podrido. La triste realidad es que la gente no se siente cómoda si sus palabras no se aclimatan al mensaje que emiten sus referentes políticos. Es la ideología de trinchera, que está convirtiendo simples agujeros partidistas en tumbas del sentido común.

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