Por Hugo Morán – Exdiputado
“Total compra el fabricante de baterías Saft por 950 millones de dólares”. En 2011 ya había comprado Sun Power.
“Gas Natural Fenosa invertirá 14.000 millones de euros en redes y nueva capacidad de generación fundamentalmente renovable hasta 2020. De los 3.500 millones previstos en nueva generación, 2.500 serán en hidráulica, eólica y solar, y 1.000 en gas”.
“El Fondo de Pensiones Global del Estado Noruego excluyó el año pasado a 73 compañías de su cartera por motivos medioambientales y éticos”.
“Iberdrola entra en el negocio del autoconsumo con su producto Smart Solar. Endesa ya ha presentado su oferta residencial fotovoltaica”.
“Arabia Saudita exportará electricidad renovable en vez de petróleo a mitad de siglo. Esto ha declarado su nuevo ministro del petróleo”.
“Volkswagen tendrá 20 modelos de coches eléctricos diferentes a la venta para 2020”.
“El coste de adaptación al cambio climático podría ascender entre 280.000 y 500.000 millones de dólares al año hasta 2050, unas cifras que cuadruplican o quintuplican los cálculos previos. Es lo que se desprende del segundo Informe sobre la brecha de adaptación elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente”.
No hace falta ser especialmente perspicaz para, una vez leídas noticias como las anteriores (que por cierto son todas muy recientes y extraídas en menos de quince minutos de unos pocos medios españoles), concluir que se está produciendo un descomunal giro en torno al modelo energético global y que detrás de este cambio se adivinan inmensos flujos financieros, espectaculares negocios corporativos y no pocos movimientos geoestratégicos de orden político.
Cuando a un ciudadano cualquiera se le pregunte sobre el porqué de eso que ha venido en llamarse “la desafección de la política”, dará alguna explicación conectada con asuntos que le preocupan o le afectan directamente, pero detrás de toda una suma de motivos individuales y colectivos subyace una razón de fondo, y esa no es otra que cada vez se hace más visible la realidad que nos resistimos a aceptar de que son los intereses económicos los que marcan la agenda política.
A un político se le pide que sea capaz de adelantarse a los tiempos. Esto es que, atendiendo a su compromiso democrático con el conjunto de los ciudadanos, marque el rumbo y los ritmos de avance de su país. El político ha de gestionar el futuro; para hacer lo propio con el presente tenemos a las Administraciones. Pero, muy al contrario, lo que vemos en el día a día del devenir energético es que, mientras el político está enfrascado en el presente, el financiero diseña y decide el futuro. Y así cuando el futuro llega, ya hay quien está allí esperándole con su negocio preparado, mientras que la inmensa mayoría habrá de pagar el peaje para pasar.
- Imagen: Olearys
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13 mayo 2016 | 09:41