Hoy debería hacer el post más corto desde que escribo el blog. En realidad lo único que debería hacer es poner este enlace a un genial artículo de Álvaro Girón Sierra en elmundovino.com y aconsejar que se lea el artículo con atención.
Pero como no se si mi capacidad de convencer es tan alta voy a explicar un poco lo que os vais a encontrar en el artículo.
Álvaro Girón Sierra es historiador y científico titular del Departamento de Historia de la Ciencia de la Institución Milá y Fontanals-CSIC de Barcelona y, en la parte que más nos afecta a nosotros, colaborador del elmundovino, especialmente activo en temas que afecten al Jerez.
Su artículo analiza la importancia del terruño, del terroir aunque él no use esa palabra, en el resultado del vino de Jerez. La teoría dominante es que la parte importante en la calidad del vino de Jerez es la crianza en la bodega, mientras que el viñedo pasa a un claro segundo lugar.
Álvaro Girón explica las razones que le llevan a cuestionar esta afirmación
He de confesar que mi cuestionamiento de la ortodoxia establecida parte de la experiencia vivida. Una de las ocupaciones de mi padre, aparte del Derecho Mercantil, era sacar adelante una modesta bodega y tres viñas que constituían a la vez un orgullo y una pesada losa para nuestra familia extensa.
Una de las cosas que tengo claras de esa colección dispersa de recuerdos, es de que existía una conciencia de que no todas nuestras viñas –situadas en los pagos sanluqueños de San Borondón, La Punta del Águila y Carrascal- producían un fruto de igual calidad. Y eso era una fuente de preocupación a añadir a la tensión en los días previos a la vendimia, la fenomenal conflictividad laboral de mediados de los años 70 y los bajos precios tanto de mostos como de uva que difícilmente hacían sostenible la actividad de pequeños viñistas y bodegueros. Es más, todo me induce a pensar que aquellos que compraban nuestros mostos y sobretablas –algunos de ellos, reputados exportadores- sabían que teníamos de bueno y de no tan bueno. Para eso enviaban a sus expertos catadores.
A sabiendas de que uno tiende a idealizar el pasado, he hecho lo posible por contrastar esos recuerdos con las opiniones y experiencias de otros, ya sea orales o escritos. Y el resultado es, cuando menos, revelador
Analiza detalladamente, con esmerado cuidado, la evolución a lo largo de los años y concluye
Y es que, en realidad, lo que ha sucedido no es que el viñedo sea inherentemente irrelevante en el resultado final de los jereces, sino que se ha vuelto irrelevante en las últimas décadas, cosa francamente distinta
Su razonada conclusión es clara
Volver a la viña no sería una vuelta al pasado basada en la simple veneración de una tradición en parte abandonada, sino que sería congruente con la propia naturaleza de los mejores y más característicos vinos jerezanos (finos y manzanillas, amontillados, olorosos, palos cortados), aquellos a los que en el XIX muy significativamente se les llamaba ‘natural sherries’ para distinguirlos de los cabeceos para la exportación de menor calidad. Tampoco supone una suerte de manifiesto ludita. No implica en absoluto renegar de la moderna viticultura, ni de los tanques de inox. Supone ponerlos al servicio de una vitivinicultura respetuosa y de calidad, que se aleje de una orientación productivista que hoy más que nunca carece de sentido.
Es tan bueno el artículo que casi me dan ganas de copiarlo entero, pero os aconsejo que os lo leáis con mucha atención, seguro que os encanta como me encantó a mi. No dejéis de entrar en La Sobremesa y leer los comentarios que ha originado el artículo.