Descorche Descorche

Puede que en el vino no esté la verdad, si es que sólo existe una,pero lo que es seguro es que está el placer y juntos vamos a encontrarlo

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Quinta da Muradella, el fruto de un viticultor de verdad

José Luis Mateo es uno de los pocos vignerons auténticos de España. Tímido, serio, callado y siempre centrado en su trabajo en el campo, ha conseguido colocar a Monterrei entre las zonas de grandes vinos.

Situado en la parte sur de Orense, Monterrei es un valle marcado por el río Tamega, que lo atraviesa de norte a sur.

Su especial situación hace que en sus suelos encontremos materiales de lo más diversos, desde pizarras a granitos, pasando por esquistos, hierro y cuarcitas.

El proyecto de José Luis Mateo nace en 1991 y se centra en Quinta da Muradella, una propiedad de 14 hectáreas, distribuidas en pequeñas parcelas.

La diversidad de variedades es uno de sus rasgos diferenciadores. En tintas están Bastardo, Mencía, Caíño Redondo, Caiño longo, Zamarrica, Brancellao, Sousón y Arauxa. También se están haciendo pruebas con Tinto Serodio, Verdello Tinto, Garnacha Tintorera, Touriga Nacional, Prieto Picudo, Syrah.

En blancas hay Dona Blanca, Treixadura, Verdello y Monstruosa de Monterrei, con pruebas de Bastardo Rubio, Torrontés, Albariño y Sauvignon Blanc.

Variedades que en muchos de los casos no había oído en mi vida. Algunas al borde de la desaparición como es el caso de Bastardo, Zamarrica o la Monstruosa, una uva de enorme tamaño al que posiblemente deba su nombre.

Todas las nuevas plantaciones de José Luis Mateo las ha hecho con material procedente de una selección masal de los viñedos más viejos. Todo el viñedo se cultiva siguiendo a rajatabla los principios de la agricultura ecológica y biodinámica.

En el año 2000 José Luis entra en contacto con Raúl Pérez y juntos empiezan a diseñar los diferentes vinos que ahora se comercializan.

Las distintas variedades y las distintas fincas se vendimian y se elaboran por separado. Para la fermentación se utiliza la madera o el acero inoxidable dependiendo de cada añada. No hay reglas fijas de tiempo de crianza, ni del tipo de crianza sino que se estudian las características de cada añada y se actúa siguiendo la intuición para conseguir reflejar las peculiares características de este singular terroir.

Todavía recuerdo la primera vez que probé sus vinos, sentí la sensación de estar ante un proyecto emocionante. Vinos auténticos, diferentes, atlánticos, frescos, geniales.

Un Godello y un Caiño: la Galicia más verdadera

Los vinos recomendados para esta semana nos vienen desde Galicia. El primero es Gaba do Xil Godello 2007, un vino elaborado por Telmo Rodríguez, que como ya dije es mi socio en Alma Vinos Únicos, en Valdeorras.

Esta zona fue uno de los primeros sitios que atrajeron la atención de Telmo pero su proyecto no empieza hasta el año 2003. La base de todo está en el término llamado “La Falcoeira”, en el municipio de Santa Cruz, considerado durante años uno de los mejores lugares para elaborar vino y ahora en plena decadencia. Allí se ha hecho un gran trabajo de recuperación de las antiguas terrazas y muros, respetando al máximo la antigua forma de trabajar.

De momento las uvas con las que se elabora el vino todavía no proceden de estos viñedos sino de viejas cepas del mismo pueblo.

Gaba do Xil 2007 explica de forma sencilla la complejidad de la Godello de Valdeorras, una uva de marcada personalidad. Aquí no vamos a encontrar aromas de levaduras, ni frutas exóticas, lo que destaca es la autenticidad, la nitidez de la uva. Su precio en tienda está sobre 8,30 euros.

El siguiente vino es un tinto, uno de esos tintos de Galicia que tanto me gustan. Goliardo Caiño 2006 está elaborado por la bodega Forja del Salnés, situada en el pueblo de Meaño.

Una bodega pequeña pero que cuenta con una preciosa colección de viñas viejas. Rodrigo Méndez es un apasionado de las viejas viñas a las que cuida y mima con cariño y pasión.

Su abuelo, Francisco Méndez, fue uno de los fundadores de la DO Rías Baixas. Enamorado de las uvas tintas plantó hace muchos años Loureiro Tinto, Caiño y Espadeiro en la fincas A Tellería y Ameiro, situadas en la ladera de la ría de Dena, con suelos arcillosos y presencia de cantos rodados y gran cantidad de cuarzo. Aunque en su momento le consideraron loco él siempre soñó con elaborar un gran vino tinto. Murió en 2001 sin poder hacerlo pero sus nietos lo han conseguido. De esta cosecha se han elaborado únicamente 1.200 botellas.

Voy a copiar la preciosa descripción del vino que hace Pitu Roca, el gran sumiller de El Celler de Can Roca, en su habitual columna en El Magazine.

Viñedos fríos, viñedos atlánticos. Como los de este vino, el Goliardo Caíño en el Salnés, que viste de color cereza brillante, aunque la percepción visual sea aguada. Se abre sin contundencia pero con limpidez: los aromas balsámicos de eucalipto enriquecen una secuencia de cítricos, frambuesas y grosellas. Tiene agilidad táctil, es vibrante, vertical, penetrante. El retronasal envuelve con compota de cítricos y florales, bergamota y fresitas de bosque, con vegetales sombríos de bosque de hayas. La sensación final es una caricia salina y sensual, de cristalina elegancia. Es un guiño desde el final del camino a los monjes de Cluny, allá en Borgoña, donde empieza el camino

Pinchad en el enlace porque merece la pena. Poco más puedo añadir. Su precio en tienda supera por poco los 26 euros, pero es un gasto muy justificado. Lástima que haya tan pocas botellas.

Viejas cepas en una finca de ensueño

He aprovechado estos días de vacaciones para visitar diversas zonas vinícolas, desde Borgoña hasta Alemania pasando por Galicia. Y en esta última he encontrado uno de los viñedos más fantásticos que sea capaz de recordar, un viñedo que produce emoción.

Está en la zona del Salnés. Es una finca pequeña, poco más de hectárea y media, pero encierran toda la historia de Rías Baixas.

Su propietaria, Lola, sobrepasa los 70 años, aunque parece que tiene muchos menos. En su familia el viñedo y el vino ha sido siempre cosa de mujeres. Su madre, Genoveva, es la gran creadora de la finca, la que la mejoró y la mantuvo, la que fue capaz de transmitir a su hija toda la pasión por el vino.

Lola, en la fotografía con Rodrigo Méndez, elaborador de Leirana, fue capaz de aguantar con esta finca, con sus viejas cepas y sus bajos rendimientos, con sus altos costes de mantenimiento, con la dificultad de encontrar mano de obra para trabajarla.

Antes teníamos una cuadrilla de gente de por aquí que trabajaba muy bien, eran mayores pero sabían muy bien lo que hacían. Pero ahora la mayoría se ha ido a descansar

Nos dice sonriendo mientras señala al cielo e intuimos que ese es el lugar de descanso de la mayor parte de la cuadrilla.

Los que vienen ahora le gustan menos

Es tan difícil encontrar gente que a veces tengo que mirar a otro lado para que parezca que no me entero de lo que hacen mal. Yo les digo que toda la uva que no esté perfecta que la tiren, que más vale poco bueno que mucho malo, pero no siempre me hacen caso. Tengo que ir hablando con unos y con otros para que hagan lo que les digo, pero sin enfadarme que se me marchan

Cepas que en algunos casos tienen casi 300 años, cepas que se retuercen en el tiempo, que se han quedado casi huecas, que se mantienen por ese halo invisible que notas nada más bajar del coche y pisar la tierra.

Cepas de Albariño y Caiño, casi a partes iguales, demostrando que esta uva forma tanta parte de la historia de la zona como la variedad blanca, que ahora casi monopoliza el cultivo.

Lola tiene tanta fe en sus uvas que durante años ha guardado botellas de los vinos que elaboraba en casa, tanto del Albariño como del Caiño.

Hemos probado estas dos variedades elaboradas de forma artesanal hace más de 30 años. Lola sabe la edad porque se elaboraron en la bodega vieja y la nueva tiene ya 30 años.

Puede que yo esté un poco loca pero siempre me ha gustado guardar botellas para ver como cambian con los años y me gusta tener botellas que hizo mi madre

Los vinos son sorprendentes. El Caiño de más de 30 años parece haber detenido el tiempo. Si me lo ponen a ciegas y me dan 100 oportunidades de decir su procedencia estoy seguro de que no hubiera acertado y, sin embargo, la marcada personalidad de la uva se nota perfectamente, pero yo nunca hubiese pensado que estos vinos fueran capaces de vivir tantos años.

El Albariño también de más de 30 años mantiene su acidez. Está todavía vivo y sorprende su complejidad tan diferente de esa linealidad que sigue la mayor parte de los nuevos albariños gallegos.

Gente como Lola te devuelve la ilusión y te hace ver que no todo está perdido en el mundo del vino español. Espero que pronto se puedan probar en el mercado los vinos de esta finca, mientras tanto hay que tener la suerte de que algún amigo los conozcA y te lleve hasta allí.

Los tintos despiertan en Galicia

Hace algún tiempo en una entrevista en la revista La Clave dije que la zona de más futuro para elaborar vinos tintos es Galicia. Hasta ahora sólo se valoraban sus vinos blancos, sobre todo sus albariños, pero el cambio climático les ha cogido en buen momento.

Vicente Sotés, presidente del Comité Científico del CONCLIVIT y del grupo de expertos Medio Ambiente y Cambio Climático de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) lo tiene claro:

El ciclo se está adelantando. La vid brota antes en Galicia y la uva tiene más meses por delante para alcanzar un nivel óptimo de maduración.

El catedrático de edafología Francisco Díaz-Fierros asegura:

En algunos lugares la vendimia ha pasado de realizarse a mediados de octubre a primeros de septiembre. La temperatura media puede subir en torno a los 2,5 grados al norte de Galicia, y hasta 5 grados al sur, lo que haría posible incluso la introducción en algunos valles de las provincias de Lugo y Ourense de variedades de uva francesa como Cabernet Sauvignon o Chardonnay, o las utilizadas en las denominaciones de origen Rioja y Ribera del Duero, Garnacha y Tempranillo, entre otras.

Esta es la parte que más me preocupa, que en Galicia se repita el terrible mal de otras zonas en las que se ha abandonado lo propio para empezar a apostar por lo que viene de fuera, sin darse cuenta de que caemos otra vez en la internacionalización del gusto. Vinos iguales en todos los sitios.

Galicia tiene la suerte de contar con una buena cantidad de uvas autóctonas, cultivadas durante años y de marcada personalidad. Dejarlas de lado sería un crimen.

Bastardo, Caiño, Loureiro y Mencía son las cuatro patas sobre las que debe asentarse esta revolución que en pocos años situará los tintos gallegos entre los más prestigiosos de España. Olvídense del Cabernet, del Tempranillo o de la inefable Syrah.

Vinos atlánticos, finos y la vez intensos, capaces de expresar la mineralidad de sus suelos, a veces graníticos y a veces pizarrosos, provenientes de viejas cepas de poca producción. Vinos diferentes.

No hay que olvidar estos nombres:

Quinta Muradella y Gorvia de Monterrei, Goliardo de Rías Baixas, Algueira, La Cima y La Lama de Ribeira Sacra, Gaba do Xil de Valdeorras y A torna dos pasas de Ribeiro. Sus producciones son pequeñas y a veces son difíciles de encontrar pero hay que hacer el esfuerzo porque la recompensa merece la pena.