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La depresión sonriente #DEPVeronicaForqué

La trampa del humor y de la eterna sonrisa. El ser humano es de las pocas especies capaz de fingir emociones, de simular felicidad cuando internamente estamos rotos.

Fotografía de JORGE PARÍS

Veronica Forqué. Fotografía de JORGE PARÍS

Ahora conocemos el caso de Verónica Forqué, hace algunos años fue el del actor Robin Williams, y muchos son los que se sorprenden de que este tipo de personalidades tan carismáticas y con un sentido del humor tan sobresaliente padezcan una enfermedad mental tan grave como una depresión.

No, nuestra cara no es el espejo de nuestra alma, no tiene por qué serlo. A veces solo es una máscara que tapa socialmente nuestro dolor, por vergüenza, por no compartir ni contagiar nuestro suplicio con los que queremos, por el maldito tabú y la estigmatización social que todavía silencia a la enfermedad mental.

Es posible sufrir una depresión severa y a la vez parecer feliz, tener una vida aparentemente idílica, y este hecho es particularmente peligroso porque la persona vive como si de verdad no le pasara nada cuando realmente esto no es así.

Supone un coste emocional tan alto que, sin apenas darse cuenta, llega un día en el que se desbordan, y no pueden más y no ven otra salida a este extraño sufrimiento interno que no comprenden.

Según un artículo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión sonriente presenta síntomas antitéticos (conflictivos) a los de la depresión típica. Esto puede complicar, en un primer momento, el proceso de diagnóstico, junto con el hecho de que muchas personas ni siquiera saben que están deprimidas y no buscan ayuda.

La tasa de suicidio en los casos de ‘depresión sonriente’ es bastante mayor. El motivo es porque en una depresión clásica, visible y consciente, las personas no suelen tener ni la motivación ni la energía para actuar sobre sus propias decisiones (ya sean positivas o perjudiciales), pero alguien con depresión sonriente sí que tiene la entereza y el vigor suficiente para movilizarse a la acción.

Hoy en día las redes sociales alientan una positividad tóxica (concepto en el que profundizaremos en el próximo post) que puede fomentar el origen y mantenimiento de este tipo de depresión, forzando una alegría y un bienestar ficticio de cara a la galería, porque parece que nos sigue pareciendo que está mal estar mal.