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Archivo de la categoría ‘Siria’

¿Refugiados, migrantes o personas?

Unni Krishnan, Director de Respuesta ante Desastres de Plan International

“We know where we´re going… We know where we´re from”, cantaba Bob Marley en un contexto y una era diferentes.

Este año 2015  miles de personas, muchas de ellas niños y niñas, han huido de sus hogares en un éxodo global. Son personas que saben de dónde son, algunas sabían su destino, pero no todas lo han logrado. Más de 3.580 personas han muerto o desaparecido en el mar Mediterráneo, y cientos de refugiados siguen atrapados entre los estrictos controles fronterizos.

Siria es el escenario de un conflicto cuya violencia y sufrimiento ha afectado y afecta a 13.5 millones de personas, de las cuales la mitad son niños y niñas. El mundo está siendo testigo del mayor desplazamiento de personas desde la Segunda Guerra Mundial.

Plan International trabaja para proteger a los niños y niñas refugiados sirios. Copyright Plan International

Bombardeos, balas y barcos

Selam es una niña de 10 años procedente de Damasco. Los continuos bombardeos llevaron a su familia a tomar la decisión de huir. Desde Turquía, cogieron una embarcación hacia las costas griegas pero tras dos horas de navegación el barco se hundió. Los guardacostas griegos les rescataron y les llevaron a la isla de Lesbos desde donde fueron traslados a la península en ferry. “Las bombas eran peores que el barco hundiéndose”, afirmaba Selam.

Su historia es solo un ejemplo del sufrimiento generalizado de todos los niños y niñas que han tenido que abandonar sus hogares, su cultura y su infancia . ¿Por qué la humanidad sigue sin abordar la crisis de los refugiados y migrantes? Las discusiones en torno a este tema se centran en la definición que se da a las personas que llegan a Europa, bien como refugiadas -persona obligada a dejar su país para escapar de la guerra, la persecución y la violación de los derechos humanos-, o bien como migrantes -persona que llega a otro país en busca de un trabajo y unas condiciones de vida mejores-.

¿Realmente importa esta diferenciación? Los términos deshumanizan a los miles de niños y niñas, así como a familias cuya crisis humanitaria ha llegado a nuestro continente. La guerra y la violencia han puesto fin a la vida de muchos niños y niñas que no podrán volver al colegio a corto plazo o que no volverán a ver a sus amigos o familiares.

Copyright Plan International

Necesitamos más

Entre 2014 y 2015, unas 900.000 personas han llegado a Europa cruzando océanos en peligrosas embarcaciones, atravesando campos desiertos y haciendo largas colas en los controles fronterizos. El 51% de las personas que han sobrevivido a la travesía provienen de Siria. El éxodo de nuestro tiempo se guía por la esperanza, el instinto de supervivencia y, normalmente, un teléfono móvil.

Esta situación  internacional precisa comprensión, respeto y el cumplimiento de las leyes internacionales que protegen los derechos de refugiados, migrantes y, en definitiva, de todas las personas. La Carta Humanitaria recuerda al mundo que los derechos, la ayuda, la dignidad y el respeto hacia las personas son inseparables. Las Leyes Humanitarias Internacionales dictan la protección de todos los civiles, especialmente de las mujeres y los niños y niñas.

Sin embargo, las dificultades legales y la semántica no deberían entorpecer las acciones políticas. La asistencia humanitaria y la protección son derechos que todo el mundo debería respetar. Según Antonio Guterres, Alto Comisario para los Refugiados de la ONU, “nos encontramos ante una batalla de valores: la compasión contra el miedo”.

La riqueza de la humanidad se centra en la compasión y la preocupación por otros seres humanos por lo que deberían priorizarse los valores que sirvieron para crear las reglas y leyes.

Avanzando

La coordinación, coherencia y humanidad para responder a la crisis de los refugiados ha fallado. La falta de acciones por parte de los gobiernos quedará en la memoria colectiva, pero también lo harán las respuestas que todavía se pueden tomar.

Las políticas del miedo tienen que dejar paso a la esperanza fundada en la educación sobre cómo recibir a los refugiados. La organización en defensa de los derechos de la infancia, Plan International, presta ayuda a los refugiados en Alemania y Egipto y tiene previsto desarrollar proyectos a largo plazo ya que esta crisis no va a desaparecer.

Plan International España trabaja desde 2013 en Egipto para ayudar a los niños y niñas sirios refugiados, así como a sus familias, en las provincias del Gran Cairo, Alejandría y Damieta. Según Concha López, directora de Plan International España, es necesario proteger y garantizar los derechos de todos los sirios, pero en particular de las niñas, que son las más vulnerables a sufrir violaciones de sus derechos como la falta de acceso a la educación, el maltrato y el matrimonio infantil.

Plan International trabaja en Egipto para proteger los derechos de los niños niñas refugiados sirios. Copyright Plan International v2

La ONU espera que las cifras de refugiados se mantengan en 2016 ya que “las causas que obligan a las personas a huir van a seguir existiendo”.

El mundo tiene que responder a esta crisis centrándose en la seguridad y protección de los más pequeños, ya que muchos de ellos viajan solos. Además, hay que saber responder a los traumas psicológicos que los bombardeos, la violencia y el miedo vivido en los botes han causado en los niños y niñas.

El año nuevo es una fecha en la que predomina el deseo de construir un mundo mejor. Hay muchas historias de individuos y personas que han mostrado compasión y han ayudado a los refugiados y migrantes que han llegado a Europa, un continente con una larga historia de  acogida de refugiados.

Ningún niño o niña nace con el título de refugiado o migrante. Ningún niño es ilegal. Los menores tienen el derecho de ser cuidados y protegidos. Los gobiernos tienen que centrarse en el cuidado de los que más lo necesitan y dejar a un lado las políticas y los problemas burocráticos. La policía fronteriza necesita mostrar humanidad ya que, después de todo, no somos definidos por cómo describimos a los otros, sino por cómo elegimos responderles.

 

Día Universal del Niño: que se cumpla tu sueño, pequeña Nabiha

Por Belén Ruiz-Ocaña, UNICEF en Serbia

Hoy es 20 de noviembre. Y los niños ocuparán unas líneas, tal vez incluso una página, en los periódicos; serán los protagonistas de alguna noticia en televisión; tal vez hablen de ellos en la radio. Las redes sociales les cederán un hueco entre la vorágine de mensajes que se lanzan cada día.

Porque hoy, 20 de noviembre, es el Día Universal del Niño. Una fecha en la que, desde las organizaciones que trabajamos por la infancia, recordaremos que todos los niños, sean de donde sean, estén donde estén, tienen unos derechos que deben cumplirse. Hablaremos de los millones de niños que sufren desnutrición, de los que no pueden ir a la escuela, de los que no tienen acceso a servicios sanitarios básicos, de quienes sufren la violencia.

Pero detrás de cada número, de cada cifra, hay una cara y un nombre, una historia real que merece ser contada. Como la de la pequeña Nabiha, que me mira con timidez sin decidirse a hablar conmigo.

Nos conocemos en el centro de registro de refugiados en Presevo, Serbia. Tiene una mariposa pintada en la cara, se la han dibujado en la frontera con la antigua República Yugoslava de Macedonia, tan solo unos kilómetros más atrás. Una mariposa que le hace sonreír y que le quita el miedo, aunque sea por un rato.

Tiene 12 años y es de Alepo, Siria. “Estoy bien”, nos cuenta, “pero cansada”. Salió de su país hace casi 20 días con sus padres, su hermana y su hermano. Huyen de la violencia. Son solo una familia entre los miles de refugiados que llegan a este centro cada día. Aquí pasan tan solo unas horas, el tiempo que tardan en registrarse y coger el autobús o el tren que les llevará a la próxima frontera, la que separa Serbia y Croacia. Y desde allí, un nuevo viaje en busca de un futuro mejor.

Que se cumplan tu sueño, pequeña Nabiha

Nabiha, delante de los dibujos realizados por niños en el espacio amigo de la infancia de UNICEF en Presevo, Serbia / ©UNICEF

Un futuro que Nabiha quiere encontrar en Alemania. Y allí, ¿qué te gustaría ser cuando seas mayor? “Peluquera”, y sonríe convencida. Le pregunto si no preferiría volver a su país. Su “no” es tan rotundo que sorprende, viniendo de una niña. “He visto mucha gente muerta, y muchos de mis amigos perdieron a sus padres. No había electricidad, ni comida, ni agua”. Y su mirada oscura ya no me parece la de una niña.

Su historia es parecida a la de los niños que nos rodean, casi todos ellos sirios, iraquíes y afganos. Estamos en el espacio amigo de la infancia que UNICEF ha habilitado en este centro de Presevo para que, mientras los padres realizan los trámites de registro, sus hijos puedan jugar o descansar. Ser niños de nuevo.

Casi todos llegan con lo puesto, y las organizaciones que trabajan en el centro les dan comida y otros artículos. UNICEF les da ropa de abrigo, porque aunque aquí nos cuentan que este año el invierno se está retrasando, el frío se acerca. Y todavía tienen muchos kilómetros por delante en busca de ese futuro que la guerra les impidió encontrar en su país de origen.

Por eso, en este 20 de noviembre, para mí el Día Universal del Niño tiene la cara de Nabiha y de todos los niños que, como ella, están atravesando Europa huyendo de lo que ningún niño nunca, en ningún lugar, debería vivir.

Pequeña Nabiha, ojalá se cumpla tu sueño y, dentro de unos años, seas la peluquera siria más feliz del mundo.

Los zapatos de Shamir

Arturo Valoria, delegado de la Unidad de Comunicación en Emergencias UCE de @CRE_Emergencias

Se llama Shamir. Se acercó a mí con la mayor humildad que nadie te pueda mostrar jamás. Con una leve sonrisa me transmitió su amistad, con una mano sobre su pecho me transmitió su sinceridad y su respeto. Y a apenas tres metros de mí y en un buen inglés, me preguntó: “Disculpe señor, ¿sabe dónde puedo encontrar unos zapatos?”.

Voluntarios distribuyendp calzado en Opatovac.

Voluntarios distribuyendo calzado en Opatovac.

Unas viejas chanclas azul celeste desgastadas era lo único que separaba sus pies del negro barro que cubría el área en el que se ubicaban las tiendas de campaña del Centro Temporal de Admisión de Opatovac, en el este de Croacia.

Por el centro -situado a apenas diez kilómetros de la frontera de Tovarnik con Serbia-, por el que en los últimos días han pasado decenas de miles de personas que desde Siria, Irak y Afganistán entre otras partes, huyen de la miseria, de la guerra y de la inseguridad, buscando retomar en Europa su vida normal perdida o soñando con tener una oportunidad, hasta ahora negada.

Dada la constante llegada de miles de refugiados cada día en las últimas fechas y con objeto de no rebasar la capacidad del campo, las autoridades croatas los transportan desde Opatovac hasta la frontera húngara o eslovena para que sigan su camino.

Era innegable, Shamir se aprestaba a salir del campo en muy poco tiempo y la voluntaria de la Cruz Roja Croata que me acompañaba y yo acudimos a una de las tiendas en las que se repartía calzado o ropa. Apenas unas prendas sucias se esparcían ya por el suelo, restos de una entrega de ropa y calzado que acababa de concluir. Algún zapato, pero ninguno que le sirviera a Shamir.

Entre la curiosidad por saber más de él y para distraerle de nuestro fracaso a la espera de poder encontrar algo para él, me dijo que era afgano. “Tengo entre 22 y 24 años, pero no lo sé exactamente porque mis padres murieron siendo yo niño. Ni siquiera sé qué día es mi cumpleaños”, añadió.

Ropa infantil en el centro refugiados de Opatovac.

Ropa infantil en el centro refugiados de Opatovac.

Shamir entró en Europa desde Estambul, donde subió a una lancha que condujo a la isla griega de Kos. Y digo bien condujo, no que le condujo. Porque Shamir guio el timón de la embarcación fuera borda. “Cuando llegamos el grupo a la orilla nos dijeron que alguien debía ocuparse de ello y como nadie se ofrecía, lo hice yo”, explicó. Pero “el trayecto duró una hora más o menos”, añadió justificando su arrojo.

“Yo estudiaba para arreglar coches” decía. Con sus manos complementó su explicación y las chocaba para aclarar que estudiaba para arreglarlos cuando habían chocado.

Shamir busca llegar a Alemania donde confía en poder retomar sus estudios y por supuesto trabajar. Viaja junto a un grupo de compañeros, “afganos y de otros países, que nos hemos ido encontrando en el camino hasta aquí”.

Voluntarias de Cruz Roja ataviadas con petos blancos entran en la tienda de campaña con varias cajas y de una de ellas asoma el tacón de un zapato. El tamaño del mismo advierte que tal vez sea el de Shamir. No hay tiempo que perder.

“Shamir no te entretengo; aprovecha ahora”, le digo momentos antes de que separaran la lonas de acceso a la tienda y empezaran a entrar migrantes. Tras ellos, uno de los jóvenes que entiendo iban con él, daba saltos para facilitar la ubicación desde donde profería esos gritos llamando su atención: ”Shamir, Shamir…!”.

Sería fácil deducir que su compañero de viaje trataba desesperado de conseguir unos zapatos lo antes posible por las señas que le hacía. Pero es sólo un suponer.

 

Las aplicaciones móviles: un salvavidas para los jóvenes sirios que huyen de la guerra hacia Europa

Por Lely Djuhari, UNICEF

Jehad mece el teléfono móvil en su mano. Para este adolescente sirio de 15 años que ha llegado a Europa después de varias semanas de viaje, su móvil es uno de sus bienes más preciados.

«No veo a mi padre desde hace un año. Con esto puedo tener noticias suyas desde Alemania y saber cómo salen adelante mi madre, mi hermana y mi hermano en Jordania”, nos cuenta Jehad, que usa habitualmente  WhatsApp, Facebook y Viber para conectarse con su familia y amigos.

Conocí a Jehad hace muy poco, en un espacio amigo de la infancia apoyado por UNICEF cerca de Gevgelija, en la ex República Yugoslava de Macedonia. Allí hizo una parada de un día después de cruzar la frontera con Grecia.

Las aplicaciones móviles: un salvavidas para los jóvenes sirios que huyen de la guerra hacia Europa

Jehad, de pie en el espacio amigo de la infancia que hemos instalado en el centro de recepción de refugiados próximo a Gevgelija, en la antigua República Yugoslava de Macedonia, después de cruzar la frontera con Grecia. ©UNICEFMK-2015/Emil Petrov

Él es una de las 3.000 personas que están llegando a diario. Se les da permiso para permanecer durante 72 horas en el país y presentar formalmente la solicitud para obtener la condición de refugiado. Sin embargo, la mayoría continúa su viaje a la vecina Serbia, Hungría y, finalmente, a los países de Europa occidental o del norte.

La familia de Jehad abandonó Siria huyendo de la violencia y la inseguridad hacia Amman, la capital de Jordania, donde ha estado viviendo durante los últimos años. Pero atrapados por las dificultades económicas, decidieron escapar y buscar una nueva vida en Europa. Su padre se marchó primero. Un año después, Jehad se fue de casa con su tío y varios de sus amigos.

Nos relata el angustioso viaje que sufrió en una débil lancha de goma junto a otras 60 personas intentando cruzar el tormentoso mar de Turquía a Grecia.

«Fue muy aterrador. Si te sentabas, el aire se escapaba. Estuvimos siete horas en el mar. La lancha se llenó de agua. Daba mucho miedo y había familias y niños. Cuando la lancha se desinfló y se llenó de agua, todos los adolescentes de mi edad saltamos al agua y nadamos. Dejamos a las mujeres, niños y ancianos en el bote. Tratamos de empujarlos hasta la playa. Nadamos hasta la playa y cuando llegamos allí caminamos varias horas hasta llegar al campamento”.

Las aplicaciones móviles: un salvavidas para los jóvenes sirios que huyen de la guerra hacia Europa

Jehad responde a los mensajes pendientes en su teléfono móvil. ©UNICEFMK-2015/Emil Petrov

Es un nuevo trauma que se une a los numerosos que muchos ya han acumulado con las guerras de Siria, Irak y Afganistán. Pero aún así siguen viniendo.

Noor es una joven de 17 años, también de Siria, que está tratando de conseguir «noticias de casa» y «asuntos domésticos» en su móvil. En lugar de buscar información sobre cómo obtener ayuda, quiere saber cómo continuar con sus estudios y lograr un trabajo en Suecia.

Me enseñó una aplicación llamada Gherbtna, hecha por un refugiado emprendedor sirio, Mojahid Akil, para ayudar a los refugiados en Turquía que se enfrentan dificultades como la obtención de la residencia y la apertura de cuentas bancarias, para obtener información sobre ofertas de empleo o para ayudar a la gente que no tiene acceso a información.

«Turquía ya estaba a tope. Tuvimos que irnos. Sería muy útil contar con una aplicación como esta para Suecia «, dice.

Y con una mirada nostálgica, agrega: «Me pregunto si todo el mundo en Europa piensa que somos gente pobre que no quiere trabajar o ganarse el pan y sólo recibir dinero del Estado. Quiero ser programadora informática como mi padre». Noor prefiere que no la fotografíen; teme por su madre, que aún se encuentra en Damasco.

Jehad dice que solo le llevará un año estudiar alemán y que después podrá estudiar para ser arquitecto.

Entrecerrando los ojos bajo un sol cegador, descubre que la pantalla de su móvil se había apagado. No hay ningún sitio para cargar su teléfono. Al menos puede descansar a la sombra, beber y comer un poco de pan. Los niños más pequeños se divierten con juguetes y participan en actividades de canto y dibujo. Otros han recibido ayuda médica de Cruz Roja. Los problemas más habituales son la deshidratación, ampollas, resfriados, diarrea y quemaduras solares.

El centro de recepción próximo a Gevgelija estará muy pronto equipado con dos grandes tiendas de campaña apoyadas por UNICEF, con un espacio amigo para madres lactantes, bidones de agua, instalaciones de saneamiento y más baños.

Estoy impresionado con niños como Jehad y Noor. Impresionado por su tenacidad, resistencia y deseos de aprender. Como especialista en Comunicación de UNICEF, he hablado con muchos expertos sobre cómo los niños se expresan en el mundo online usando los medios sociales y cada vez más el móvil. Ahora más que nunca soy muy consciente de lo mucho que significa un teléfono móvil como salvavidas para los niños en tránsito, además de su necesidad de protección, salud, alimentación, educación, vivienda y apoyo emocional.

Esta semana, sigo en contacto con Jehad a través del WhatsApp.

«Estoy en Hungría desde hace tres días. Duermo en el suelo, pero hay demasiado ruido en la estación de tren. Un hombre nos está proporcionando un lugar para cargar nuestros teléfonos. Todo el mundo dice que es imposible pasar a Alemania. Pero todavía tengo esperanzas«, me cuenta.

Kos, mucho por hacer aún

Por Òscar Velasco, Delegado de Comunicación en Emergencia de la FICR en Grecia

Los alrededores del centro de identificación y reconocimiento de la Policía en la isla griega de Kos son en últimas semanas un espacio difícil de describir pero, sobre todo de entender, dentro de la Europa comunitaria.

Centenares de personas -en gran mayoría hombres jóvenes, pero también familias enteras con niños o bebés- están durmiendo en las calles, las más afortunadas en tiendas de campañas, las menos, sobre cartones en el suelo; colas interminables frente a las dependencias policiales hasta la madrugada; tumultos improvisados para reclamar mayor celeridad en los trámites de identificación; jóvenes y pequeños tomando un baño en las aguas transparentes… así es el día a día en esta ínsula oriental del Dodecaneso.

Si se estima que más de 200.000 personas migrantes han alcanzado la frontera griega en lo que va de año, en estos últimos días y semanas esta cifra se ha incrementado exponencialmente, ante el inminente fin del verano. El número de personas que ha alcanzado las costas griegas en botes en los primeros 8 meses de 2015 ha aumentado un 750% respecto al mismo período del año anterior.

Grecia (3)

Parten de madrugada, a las 2 o 3 a.m., en embarcaciones neumáticas con capacidades de 10 a 50 personas desde las cercanías de la ciudad turca de Bodrum y llegan al alba, después de una travesía marítima de unas dos horas y media o tres para recorrer 4 kilómetros de distancia, según sea la dirección del viento o el estado de la mar, en general aquí muy tranquilo. La noticia de la reciente muerte de 12 personas en la costa turca de Bodrum aún no deja de estremecernos. Para realizar este trayecto en bote cada persona ha tenido que desembolsar de 1.000 a 1.500 euros para comprar entre todos la embarcación que luego quedará abandonada a su suerte.

Diariamente el influjo de personas refugiadas y migrantes en Kos se estima que ha alcanzado la cifra de un millar de personas y, aunque las autoridades tengan ciertas dificultades en dar cifras exactas, se calcula que unas 6.000 están instaladas temporalmente en la isla. Son personas procedentes de Siria, Iraq, Bangladesh, Paquistán, Afganistán, pero también del África Subsahariana. Han dejado atrás guerras, conflictos armados, miseria, miedos… pero ahora tienen que afrontar otros nuevos retos plagados de incertidumbre ante su largo periplo hacia el Norte.

«La situación humanitaria es francamente difícil hoy en Kos, realmente necesitamos la ayuda de Europa para dar una respuesta» reconoce Irina Panagiotopoulou, voluntaria y presidenta de la asamblea local de Cruz Roja Helénica en Kos. En esta isla de unos 30.000 habitantes, la Cruz Roja cuenta con una discreta red de colaboradores voluntarios. En una isla eminentemente turística como Kos y en plena temporada alta queda muy poco tiempo para el voluntariado. Irina, en cambio, se lo quita a su pequeño negocio turístico para liderar un equipo de unos 30 voluntarios que distribuyen un par de tardes a la semana paquetes alimentarios, kits higiénicos para hombre y mujer, pañales, sacos de dormir y otros productos de primera necesidad. A pesar de ello, toda ayuda resulta hoy poca en Kos. Hace falta más para atender con dignidad y bajo el principio de Humanidad a las personas migrantes más vulnerables.

Por ello, la Federación Internacional de la Cruz Roja acaba de lanzar un llamamiento para poder atender las necesidades más básicas de 45.000 personas migrantes vulnerables en Grecia, dentro de un contexto de intervención europeo mucho más amplio que afecta directamente a los países de la región, como Grecia, la antigua república yugoslava de Macedonia, Serbia, Hungría que deben afrontar el movimiento migratorio más importante en Europa desde los últimos 70 años.

No obstante, sin lugar a dudas, este reto humanitario va a exigir dar una respuesta coordinada mucho más amplia, de ámbito europeo, que deberá repercutir en una movilización solidaria de acogida y protección de las personas refugiadas y migrantes en cada ciudad y pueblo de toda la geografía europea.

Grecia (2)

Crisis de Siria: la historia de una valiente mujer en la asolada Alepo

Por Malene Kamp Jensen, UNICEF

Esraa Alkhalaf es una chica dulce pero fuerte a la vez. Ha vivido los disparos de los francotiradores, fuertes enfrentamientos, cortes de agua y electricidad y la destrucción de su ciudad, reducida a escombros. A pesar de todo, sigue en Alepo por dos razones: su compromiso con los niños y mujeres de la ciudad y su sueño de alcanzar su doctorado.

El mes pasado, los dos sueños se unieron. Esraa aprobó su doctorado con honores y completó un viaje que simboliza la fuerza y perseverancia de tantas personas en esta ciudad asolada por la guerra.

El conflicto de más de 4 años ha generado una división importante en la mayor ciudad del país y también ha separado a Esraa de su familia. Sin embargo, no ha dejado de trabajar; por el día, en la respuesta humanitaria de UNICEF; por la noche, estudiando a la luz de las velas durante los cortes de energía.

“Desde que era pequeña, mi sueño fue convertirme en profesora de universidad”, me explica esta mujer de 33 años desde una de las ciudades más antiguas del mundo. “Pero durante esta crisis me di cuenta de que podía ayudar a la gente a través de UNICEF”.

Crisis de Siria: la historia de una valiente mujer en la asolada Alepo

La doctora Esraa con una niña en uno de los campamentos de desplazados de Alepo ©UNICEF/Syria/Kumar Tiku

Se mudó a Alepo en 1998 para asistir a la universidad de medicina y se marchó durante unos meses en 2013 por motivos familiares. Cuando regresó a Alepo en octubre de ese año “no reconocía la ciudad”, dice.

Esraa había perdido su casa y la clínica pero se negó a dejar la ciudad de nuevo. Forma parte de la docena de trabajadores de UNICEF que siguen en Alepo y que se coordinan con los aliados para apoyar a los habitantes que permanecen allí. “La vida ahora es muy diferente”, dice. “Los edificios están destruidos y apenas hay nadie en las calles al caer la noche. Antes, Alepo nunca dormía. Pero lo más descorazonador es ver cómo de cansada y agotada está la gente, sobre todo los niños”.

Como confirma Esraa, Alepo es uno de los lugares más peligrosos del mundo pero cuenta con algunas de las personas más resilientes. “Los niños hacen colas muy largas para conseguir agua con un calor abrasador”, dice resaltando que los cortes de agua a veces se prolongan durante semanas. “Pero intentan no perder la sonrisa”.

La situación en el país es muy triste. Más de 12 millones de personas en Siria necesitan ayuda humanitaria; casi la mitad de ellos son niños. Solo el 43% de los hospitales funcionan con normalidad, la disponibilidad de agua potable así como la tasa de escolaridad se han reducido a la mitad y la desnutrición ha aumentado de forma drástica. En todo el país, y a pesar de los riesgos, UNICEF y sus aliados han proporcionado material para tratar agua para 16 millones de personas, trabajan para asegurar que millones de niños continúan su educación y reciben vacunas, y han distribuido suplementos nutricionales entre otros tantos de miles.

Hala es una de las pequeñas pacientes de Esraa. Era una de los 1.350 niños con desnutrición en Alepo. Entre Esraa y los aliados cuidaron de ella. Este caso subraya los problemas sociales alimentados por la crisis y las desventajas a las que se enfrentan especialmente las mujeres.

Los trabajadores sanitarios descubrieron a Hala mientras examinaban a los niños de los sobrecargados centros para desplazados. Con 6 meses, esta niña se aferraba a la vida. Su hermano gemelo ya había muerto después de sufrir una grave diarrea. La pequeña y su madre llegaron al hospital, seguidas de un marido enfurecido porque no había dado su aprobación. “Entró de forma violenta, cogió a su mujer y comenzó a golpearla en frente de nosotros”, cuenta Esraa. “Llamamos a seguridad e intentamos intervenir, pero la arrastró fuera. Fue muy violento”. Por suerte, dejaron a la niña y, durante 10 días, los voluntarios no se separaron de ella. La madre regresó a por la niña y Esraa y su equipo continúan visitándolas para asegurarse de que están bien.

A pesar de los riesgos, Esraa permanece en Alepo y emplea su tenacidad y su humor como herramientas para sobrevivir.

Un día del pasado invierno, cuando cruzaba un estrecho pasaje que conecta la ciudad dividida, tuvo que esquivar el fuego de los francotiradores junto a un grupo de personas. Tuvo que inclinarse, mirar hacia abajo y correr para salvar su vida. Llovía y la carretera estaba llena de barro. “Vi a gente que llevaba consigo su equipaje, sus niños y su tristeza”, cuenta Esraa.

Con un hiyab para cubrir su pelo y un largo abrigo rosa y gris, se dispuso a cruzar a la zona más conservadora de Alepo cuando ocurrió. “De repente escuché la voz enfadada de un hombre que gritaba: ‘¡Eh! ¡La de rosa! ¡Sí, tú, María Antonieta! ¡Agacha la cabeza y muévete!’ Y, ¿sabes? Con el abrigo levantado para no llenarlo de barro, ¡realmente me parecía a ella!”.

Pero Esraa cambia rápidamente la risa por la tristeza y lanza un claro mensaje desde el corazón. “Quiero decirle a cualquiera que pueda ayudar a traer la paz a Siria y ayudar a estos niños que por favor, ¡por favor!, lo haga”.

Niños de Siria: trabajar para sobrevivir

Por Soha Boustani, UNICEF Líbano

Cuando entré en el barrio de refugiados de Ghazieh, en el sur de Líbano, me quedé impactada por las condiciones de vida: mujeres, hombres, ancianos, niños, bebés… Todos hacinados en pequeñas habitaciones por las que pagan un alquiler de 270 euros al mes. Su situación es horrible. No tienen baños ni cocinas.

Estaba en una de los muchos lugares de Líbano donde las familias sirias se refugian en edificios vacíos, garajes y otras estructuras aún en construcción. Me encontraba allí para hablar con los niños sirios sobre su día a día como refugiados. Una niña llamó mi atención pero, según me acerqué a ella, corrió hacia las habitaciones de sus vecinos. Unos minutos más tarde volvió y me miró fijamente, pero no quería hablar, así que empecé a conversar con otras mujeres que estaban por allí.

Una hora más tarde, la niña, que respondía al nombre de Yasmeen, se acercó y me dijo que quería contarme su historia. «Llegué hace tres años con mi hermano pequeño y con mi tío. Mis padres se quedaron en Siria para cuidar del resto de mis hermanos. Ahora tengo 14 años y mi hermano tiene 12. ¿Te lo puedes creer? Solo tenía 11 años y él 9 cuando la vida nos puso en el camino del exilio«.

Niños de Siria: trabajar para sobrevivir

© UNICEF

Yasmeen aceleraba sus palabras a medida que hablaba. «Cuando iba al colegio en Siria era de las mejores estudiantes. Me fui del colegio y hui con mi hermano sin saber nada de este mundo. ¿Sabes lo que siente una niña cuando no está con sus padres? ¿Sabes cómo se siente cuando tiene que trabajar y arreglárselas sola con 12 años?», me decía.

Mientras hablaba, pensaba en los miles de menores no acompañados que han huido de Siria a otros países en la región. También pensaba en mí cuando tenía su edad. Yasmeen insistía en que la escuchase mientras me contaba su día a día.

«Me levanto a las 4 de la mañana y trabajo 10 horas por 5 euros. Cuando vuelvo, hago las tareas de casa, cocino hasta el atardecer y me voy a dormir. Mira cómo están mis manos de todo el trabajo; duras como piedras. Me duele la espalda«.

Niños de Siria: trabajar para sobrevivir

© UNICEF

«Llevo aquí tres años, pero parece una eternidad. Cada día es igual. No pasa nada nuevo. Tienes que trabajar, tienes que sobrevivir y tienes que pagar el alquiler. ¿Es esta una vida que merezca la pena?».

Le pregunto que de qué tiene miedo. «De la vida, del mundo«, me dice.

«Por la noche, pienso en mi familia y me preocupo por si mueren en Siria. Estoy muy preocupada por ellos. Me da miedo que nos pase algo a mí o a mi hermano. Me siento como si tuviese 20 años. No puedo soportar tantas preocupaciones. Todavía soy muy joven«.

“Los suministros médicos están cubiertos con la sangre de los que arriesgaron sus vidas para llegar hasta aquí”

A., médico sirio y director de uno de los ocho hospitales de campaña apoyados por MSF al norte de Homs

En el norte de Homs, MSF da apoyo a todos los centros médicos de la zona; un total de 8 hospitales de campaña y 3 consultas médicas.

En esta zona, cerca de 350.000 personas han vivido sitiadas durante más de un año. Los barriles bomba y los enfrentamientos son su realidad cotidiana, su día a día.

Además, existe una importante escasez de agua, de electricidad y de suministro de alimentos básicos. MSF es la única organización internacional que apoya a las redes de médicos sirios en el norte de Homs, proporcionando aproximadamente el 50 % de las medicinas y de los suministros que estas redes e instalaciones necesitan.

Hoy en día, debido a las enormes necesidades existentes y a que apenas reciben ningún otro tipo de apoyo, MSF está tratando de ampliar su asistencia para llegar a cubrir el 80% de las necesidades que algunos de estos hospitales tendrán en los próximos meses.

El doctor A. es el director de un hospital de campaña con un alto valor estratégico y que está situado en Al Houleh, en el norte de Homs, un área con aproximadamente 90.000 personas que viven en estado de sitio.

Un paciente herido es atendido en un hospital de campaña improvisado en el norte de Homs. MSF

Un paciente herido es atendido en un hospital de campaña improvisado en el norte de Homs. MSF

Lo llamamos masacre en mayo de 2012, cuando un centenar de personas, la mayoría de ellos mujeres y niños, murieron en una sola tarde. Fue un día terrible, pero las cosas siguen empeorando en Al Houleh. En las noticias lo llaman “bombardeo intermitente”, pero la verdad es que los ataques apenas se detienen. Hay momentos en los que se trata de artillería pesada y otros en los que son armas ligeras, pero las detonaciones nunca cesan.

Hemos creado este hospital de campaña desde de cero. Proporcionamos atención de emergencia y también una serie de servicios que incluyen la atención primaria y la cirugía. Tenemos sólo unas pocas camas, y están siempre ocupadas.

En enero contabilizamos 50 ataques con barriles bombas en una sola semana. Los hospitales de campaña que están en la zona donde el conflicto está más activo luchan para hacer frente al elevado número de heridos. Teniendo en cuenta que los suministros son muy limitados y que apenas queda personal médico en la zona, en el fondo están haciendo mucho más de lo que pueden. En los pueblos todo el mundo se conoce, y aun así, debido al estado en el que quedan algunos cuerpos después de los ataques, muchas veces tenemos dificultades para saber quiénes son las víctimas. Realizamos muchas cirugías y demasiadas amputaciones.

Hoy en día, en todo Al Houleh sólo contamos con un cirujano general y un cirujano ortopédico. Entre ambos tienen que cubrir las necesidades médicas de una población de más de 90.000 personas.

Nuestra prioridad ahora mismo está en tratar de conseguir los medicamentos y el material que necesitamos para realizar cirugías y atender las emergencias. Luchamos cada día para obtener lo básico, como por ejemplo gasas, pero también ponemos todos nuestro esfuerzos en tratar de conseguir otros suministros mucho más difíciles de localizar; por ejemplo los anestésicos. Además, tenemos muchos pacientes que padecen enfermedades crónicas, niños con infecciones respiratorias y madres embarazadas que necesitan seguimiento médico. Nadie tiene dinero para ir al médico o para comprar medicamentos. Ahora mismo la gente de esta región se encuentra en un estado de pobreza verdaderamente crítico.

La ciudad de Al Houleh está rodeada. Los puestos de control no dejan que entre nada; a veces ni siquiera permiten la entrada de un pedazo de pan.

Llegar hasta el norte de Homs con suministros ya es de por sí muy difícil, pero entrar en Al Houleh es imposible. Geográficamente es un valle, pero estamos rodeados de montañas y de puestos de control; en realidad, esto es como una isla poblada por 90.000 personas que se encuentran viviendo bajo un asedio aún más intenso que el que hay en el norte de Homs. De hecho, han pasado tres años desde que esta región dejó de ser accesible en coche a través de carreteras regulares.

Tanto si se trata de un alimento, como si lo que intentas es transportar medicinas o combustibles, sólo podemos ir caminando a través de un camino lleno de barro al que sólo se puede acceder a pie, en burro, o utilizando pequeños botes para cruzar el lago Houleh.

Lo llamamos el camino de la muerte, porque hay francotiradores desperdigados por todas partes. Y vemos que todos los suministros (y personas) que nos llegan hasta aquí, están cubiertos de la sangre de cientos de personas anónimas que han arriesgado sus vidas para traerlos hasta aquí.

 Los suministros de MSF llegan a una zona sitiada del norte de Homs. MSF

Los suministros de MSF llegan a una zona sitiada del norte de Homs. MSF

Gracias al apoyo de MSF al menos recibimos algunos medicamentos que cubren más de la mitad de nuestras necesidades, pero todavía seguimos teniendo muchas rupturas de stock.

Es imposible que podamos almacenar las medicinas; estamos permanentemente consumiéndolas. Y en cualquier caso, es complicado almacenar medicamentos cuando sólo podemos permitirnos, para no exponernos aún más, transportar una sola caja cada vez que atravesamos el camino.

Mucha gente está bebiendo agua contaminada y llega al hospital con infecciones. Hace tiempo Al Houleh era conocida por sus cultivos y por la calidad de sus productos agrícolas. Ahora es demasiado peligroso salir al campo y cosechar la tierra. Los alimentos básicos que están disponibles en el mercado son demasiado caros para la mayoría. La gente viene al hospital enferma a causa de beber agua en malas condiciones y una baja nutrición.

Hay días en los que sólo tenemos 2 horas de electricidad, y semanas en las que estamos totalmente a oscuras. Por suerte, nuestro hospital funciona a través de generadores. Contamos con las dos únicas camas neonatales que están disponibles en toda la región, y a veces nos vemos obligados a poner a dos bebés en una única cama. Médicamente, esto es inaceptable, pero no tenemos otra opción.

El hospital en el que estoy trabajando ha sido bombardeado en tres ocasiones. La última vez fue hace siete meses. Los aviones de combate volaban bajo y sus ataques iban dirigidos claramente hacia el hospital. No había posibilidad alguna de que estuvieran equivocándose en lo que hacían. Sus disparos fueron certeros: golpearon la construcción que estaba justo al lado de la que yo me encontraba y dos personas murieron. Es por ese motivo que nuestros departamentos médicos están distribuidos en diferentes edificios; así evitamos perder todas nuestras instalaciones en un mismo bombardeo.

No paramos ni un instante; vemos pacientes día y noche. Los días son muy largos, y la idea de tener tiempo para otra cosa que no sea trabajar es un sueño lejano, pero cuando puedo, trato de pasar tiempo con amigos y familiares. Intento recordar que una vez, no hace tanto tiempo, vivimos buenos tiempos. Y quiero creer que eso volverá a suceder. Es lo único que puedo hacer para reunir fuerzas y poder continuar».

Cuando volvió a abrir los ojos, apenas podía creerlo:

«Las historias son muchas, y todas son desgarradoras. Nunca olvidaré a aquel hombre de 60 años cuyo corazón se había detenido. Utilizamos el material básico para reanimarlo, para ayudarle a respirar. Nuestros equipos son muy viejos. Estuvo en coma durante 2 días y medio y el equipo médico hizo turnos, también durante la noche, tratando de mantener su respiración a través de un sencillo dispositivo manual que consiste en apretar una bolsa con la que introducir aire en sus pulmones.

Cuando volvió a abrir los ojos y me preguntó por su esposa, apenas podía creerlo. No podía creer que estuviera despierto y que su cerebro funcionara. Hoy en día aquel paciente sigue vivo y reside en Al Houleh. Y estoy orgulloso de saber que eso fue posible gracias a nosotros. Yo, mientras la guerra sigue, trato de recordar historias como ésta. Estoy seguro de que cuando todo esto termine, algunos de nosotros dejaremos para siempre la medicina. Hemos visto tantas cosas tan difíciles de asimilar, que apenas nos quedan fuerzas ni ánimos para seguir adelante”.

 

«Mi trabajo: llevar agua a los campos de refugiados sirios»

Por Rafik ElOuerchefani, oficial de comunicación de UNICEF

Turki está enzarzado en una discusión con su supervisor y no nos hace demasiado caso. Se pasa un buen rato dando vueltas alrededor del camión y revisando cada uno de sus ocho neumáticos. Después, le pide al hombre que está encima del camión llenando el tanque de agua que se dé prisa para poder atendernos.

“No tengo todo el día. Ya voy con retraso y tengo que moverme. ¿Qué necesitáis?”, nos pregunta bruscamente mientras busca con su mano derecha el manillar de la puerta del camión.

Turki es uno de los más de 200 conductores de camión que reparten agua cada día en el campo de refugiados de Zaatari. UNICEF, a través de su aliado ACTED, y gracias a la financiación del Departamento de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea (ECHO), proporciona alrededor de 4 millones de litros de agua diarios en los campos de refugiados; lo que se traduce en unos 35 litros de agua por refugiado al día y que estos conductores se encargan de distribuir.

“Creo que mi trabajo es muy importante. ¿Quién puede vivir sin agua? Todo el mundo la necesita. El agua es vida. Todos los días me levanto temprano para venir aquí y que todo el mundo tenga agua a tiempo”, dice.

Turki en su camión de reparto de agua (UNICEF/Rafik) ElOuerchefani

Turki en su camión de reparto de agua (UNICEF/Rafik) ElOuerchefani

Turki desempeña esta labor desde hace un año y, aunque ha tenido más trabajos antes, está convencido de que este es el más importante. Todos los días hace 4 o 5 viajes en el campo, dependiendo de las necesidades. Recoge el agua de pozos que se encuentran tanto dentro como fuera del campo. Una vez que ha llenado la cisterna de su camión, un técnico revisa la calidad del agua ante de darle el visto bueno. Después, Turki reparte el agua por las calles que le han sido asignadas, descargándola en los depósitos que están distribuidos estratégicamente por el campo.

Debido a su clima semirárido, Jordania es uno de los países del mundo con mayor escasez de agua. En la actualidad, la situación se ha visto agravada por la llegada de los refugiados sirios. Los depósitos de agua aseguran que los 98.000 refugiados que viven en los campos de Jordania disponen del agua adecuada. Sin embargo, se están realizando grandes esfuerzos para intentar que los campos se autoabastezcan con fuentes internas, reduciendo su dependencia de los depósitos y los costes que estos conllevan.

“Tenemos que ir más allá del mero suministro de agua y asegurar también el componente del saneamiento. Existe una clara relación entre el agua y el saneamiento en cuanto a prevención de enfermedades se refiere”, cuenta Ismaeil Ibrahim, Jefe de Agua, Saneamiento e Higiene de UNICEF.

El acceso inadecuado a fuentes de agua potable y servicios de saneamiento, unido a unas malas prácticas higiénicas, mata y hace enfermar a miles de niños en el mundo cada día. En este sentido, UNICEF también se encarga de recoger los residuos sólidos de los campos de refugiados. Diariamente, se retiran una media de 800 metros cúbicos de residuos. También se han construido baños comunitarios, con un comité de personas refugiadas a cargo de su limpieza.

“Para seguir avanzando, estamos construyendo una red de distribución de agua, que pretende reducir las conexiones ilegales a la infraestructura actual. También queremos promover un reparto más equitativo en todo el campamento de Zaatari”, afirma Ismaeil Ibrahim.

Mantener viva la esperanza para los niños de Siria después de cuatro años de guerra

Por Simon Ingram, Jefe Regional de Comunicación de UNICEF para Oriente Medio y África

Una foto de Za’atari de 2013. © UNICEF/NYHQ2013-0660/Noorani

Una foto de Za’atari de 2013. © UNICEF/NYHQ2013-0660/Noorani

Este domingo se cumplen cuatro años del inicio de la guerra de Siria. 14 millones de niños en el país y en la región se encuentran en peligro y muchos de ellos viven en tiendas de campañas en campos de refugiados como el de Zaatari.

El campamento de refugiados Zaatari se ha vuelto famoso en Jordania y en el extranjero. Recuerdo el día que empezó a funcionar, en el verano de 2012, cuando no era más que un terreno arenoso y desolado cerca de la frontera con Siria. Una violenta tormenta de polvo prácticamente impedía ver las largas hileras de tiendas de campaña que se extendían hacia el horizonte. Ese día, Zaatari ofrecía un panorama bastante miserable.

Recuerdo que hablé con algunas de las familias que acababan de cruzar la frontera. En ese momento había unas pocas docenas, pero se trataba de personas extremadamente orgullosas, llenas de ira por las nuevas circunstancias que les tocaba vivir, y convencidas de que pocas semanas o, a lo sumo, pocos meses después emprenderían el regreso a sus hogares en Siria.

Desde luego que esto no ha ocurrido, por lo menos no para los habitantes de Zaatari ni para el resto de los más de 3 millones de refugiados sirios que se encuentran dispersos en la región. Hoy en día se considera a Zaatari como la cuarta ciudad más grande de Jordania, con cerca de 80.000 habitantes.

Campo de refugiados de Za’atari hoy – calles asfaltadas y un sentido de normalidad. (c) UNICEF/Simon Ingram

Campo de refugiados de Za’atari hoy – calles asfaltadas y un sentido de normalidad. (c) UNICEF/Simon Ingram

La mayoría de las tiendas de campaña se han reemplazado por casas de contenedores que ofrecen mucha más protección contra el extremo calor del verano y el gélido frío del invierno. El campamento cuenta con un activo mercado y algunas de las calles principales han sido asfaltadas. En los restaurantes sirven kebabs bastante aceptables y se puede conseguir un corte de pelo. Alguien me dijo que incluso hay una tienda de mascotas.

Sin embargo, lo más significativo ha sido el cambio en la forma como ven su situación las personas que viven en Zaatari. Regresar pronto a sus hogares es un tema sobre el que ya muy pocos hablan. Más bien, hay una especie de resignada aceptación de este exilio forzado y de la necesidad de continuar con sus vidas de la mejor manera posible.

Mohamed, su esposa, Ferdanel, y sus cuatro hijos han vivido en Zaatari durante más de dos años. Mohamed trabaja a tiempo parcial en un negocio dedicado a la producción de baklava árabe y otros famosos dulces de Siria.

Pero su orgullo y alegría es Yenal, su hija de 12 años. Brillante y con un gran talento artístico, la niña ha pintado coloridos árboles y mariposas en las paredes del contenedor que sirve de hogar a la familia.

Yenal muestra parte de sus obras de arte. (c) UNICEF/Simon Ingram

Yenal muestra parte de sus obras de arte. (c) UNICEF/Simon Ingram

Acompañé a Mohamed y a Yenal a caminar hasta la escuela del campamento donde estudia la niña. Las escuelas solían ser lugares donde niños y niñas llenos de ira y a menudo traumatizados se desahogaban. Pero ahora existe un ambiente más tranquilo, y los niños están más preocupados por temas normales, como las tareas y los exámenes.

El director de la escuela me dijo que el cambio ha sido más notorio en los estudiantes mayores. Al principio, estos adolescentes no encontraban sentido a tomar cursos y rendir exámenes basados en programas de estudio de Jordania, que nunca serían validados en Siria. No obstante, muchos de ellos están tomando actualmente esos cursos.

Cuatro años después de que Siria se sumió en la crisis, y sin una solución a la vista, puede ser peligroso interpretar con excesivo optimismo un pequeño cambio como este. Pero con una despiadada guerra como la que se vive allí, es esencial mantener entre los niños y las niñas sirios la creencia de que no todo está perdido, de que los combates terminarán un día, y de que ellos tendrán la posibilidad de desempeñar una función importante en la construcción de una sociedad nueva y mejor tanto para sí mismos como para sus comunidades.

Conversando con Yenal, ella me contó que, cuando llegó a Jordania, estaba convencida de que ya no tenía futuro. Pero ahora que está matriculada en la escuela y que asiste con regularidad a las sesiones que ofrece un centro de actividades respaldado por UNICEF, la situación es diferente, dice.

“Hoy puedo volver a soñar en llegar a ser arquitecta”, me dijo.