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Niños de Siria: trabajar para sobrevivir

Por Soha Boustani, UNICEF Líbano

Cuando entré en el barrio de refugiados de Ghazieh, en el sur de Líbano, me quedé impactada por las condiciones de vida: mujeres, hombres, ancianos, niños, bebés… Todos hacinados en pequeñas habitaciones por las que pagan un alquiler de 270 euros al mes. Su situación es horrible. No tienen baños ni cocinas.

Estaba en una de los muchos lugares de Líbano donde las familias sirias se refugian en edificios vacíos, garajes y otras estructuras aún en construcción. Me encontraba allí para hablar con los niños sirios sobre su día a día como refugiados. Una niña llamó mi atención pero, según me acerqué a ella, corrió hacia las habitaciones de sus vecinos. Unos minutos más tarde volvió y me miró fijamente, pero no quería hablar, así que empecé a conversar con otras mujeres que estaban por allí.

Una hora más tarde, la niña, que respondía al nombre de Yasmeen, se acercó y me dijo que quería contarme su historia. «Llegué hace tres años con mi hermano pequeño y con mi tío. Mis padres se quedaron en Siria para cuidar del resto de mis hermanos. Ahora tengo 14 años y mi hermano tiene 12. ¿Te lo puedes creer? Solo tenía 11 años y él 9 cuando la vida nos puso en el camino del exilio«.

Niños de Siria: trabajar para sobrevivir

© UNICEF

Yasmeen aceleraba sus palabras a medida que hablaba. «Cuando iba al colegio en Siria era de las mejores estudiantes. Me fui del colegio y hui con mi hermano sin saber nada de este mundo. ¿Sabes lo que siente una niña cuando no está con sus padres? ¿Sabes cómo se siente cuando tiene que trabajar y arreglárselas sola con 12 años?», me decía.

Mientras hablaba, pensaba en los miles de menores no acompañados que han huido de Siria a otros países en la región. También pensaba en mí cuando tenía su edad. Yasmeen insistía en que la escuchase mientras me contaba su día a día.

«Me levanto a las 4 de la mañana y trabajo 10 horas por 5 euros. Cuando vuelvo, hago las tareas de casa, cocino hasta el atardecer y me voy a dormir. Mira cómo están mis manos de todo el trabajo; duras como piedras. Me duele la espalda«.

Niños de Siria: trabajar para sobrevivir

© UNICEF

«Llevo aquí tres años, pero parece una eternidad. Cada día es igual. No pasa nada nuevo. Tienes que trabajar, tienes que sobrevivir y tienes que pagar el alquiler. ¿Es esta una vida que merezca la pena?».

Le pregunto que de qué tiene miedo. «De la vida, del mundo«, me dice.

«Por la noche, pienso en mi familia y me preocupo por si mueren en Siria. Estoy muy preocupada por ellos. Me da miedo que nos pase algo a mí o a mi hermano. Me siento como si tuviese 20 años. No puedo soportar tantas preocupaciones. Todavía soy muy joven«.

Tres generaciones de Kamalaris: Abuela, madre e hija

Nicole Baltussen, Plan Internacional.

“Mi abuela, mi mamá y yo fuimos Kamalaris, pero yo no dejaré que mis hijas trabajen de esta manera”. La firmeza de sus palabras esconde años de servidumbre obligada. De los 14 a los 17 años, Lila Wati Chaudhary –ahora tiene 22- fue kamalari en casa de un terrateniente en Katmandú, Nepal. Kamalari, significa “esclava” en su lengua local y es una forma de trabajo infantil, basada en la servidumbre como pago por deudas adquiridas.

Tres generaciones de Kamalaris: Abuela, madre e hija

Tres generaciones de Kamalaris: Abuela, madre e hija.

Tres generaciones de su familia viven en una choza de barro con techo de paja en un pequeño pueblo Nepalí. La historia de Lila es común a la de muchas niñas de la zona cuyos padres trabajan cultivando en tierras fértiles pertenecientes a ricos hacendados.

Su padre, Ram Krishna, es Kamaiya, allí llaman así a los granjeros que trabajan la tierra de otra persona a cambio de una parte de la cosecha. En ocasiones, tras el reparto, los cultivos no son suficientes para que la familia viva y Ram, se ve obligado a comprar parte de lo que él mismo ha producido, al dueño. A menudo endeudándose al hacerlo.

Las deudas, los años de tradición del sistema kamalari y la falta de acceso a la educación, llevan en muchas ocasiones a que los campesinos, se vean obligados a vender a sus hijas como esclavas domésticas como pago por la deuda contraída. Algunas son enviadas a trabajar con tan solo seis años.

Lila sentada en su cama

Lila sentada en su cama

Lila empezó trabajando como Kamalari cuando tenía 14 años. Le daban comida, alojamiento y 500 rupias nepalíes al año (alrededor de 40 euros). Su madre Aangani de 40 y su abuela Fulrami de 68, también trabajaron como Kamalari cuando eran jóvenes.

A pesar de que, desde el año 2000, en Nepal existe una ley que prohíbe la servidumbre por deudas, es habitual que los propios oficiales que implementan dicha normativa tengan kamalaris trabajando en sus casas, por lo que aún queda mucho trabajo por hacer para erradicar esta práctica tradicional, que se calcula que todavía hoy afecta a miles de niñas nepalíes.

A pesar de todo, hay una generación de niñas que llega pisando fuerte. Niñas que crecen siendo educadas, aprendiendo a leer, a escribir, entendiendo sus derechos y recibiendo la oportunidad de formarse y poder tomar decisiones sobre su futuro.
Lila es una de ellas. Ella pudo retornar a la escuela gracias al programa de rehabilitación para niñas Kamalari de Plan Internacional. En la escuela ha aprendido sobre sus derechos y sobre cómo obtener la información y las herramientas necesarias para desarrollarse y progresar.

Lila con su madre Aangani

Lila con su madre Aangani

 

Su madre Aangani ha sido también beneficiada por el porgrama de Plan Internacional, formando parte de un grupo de ahorro en el que ha aprendido, junto a otras mujeres, cómo aumentar su producción de frutas y empezar nuevos negocios con la ayuda de microcréditos.

«Como kamalari tuve que trabajar duro todo el día», dice Lila. «No tenía tiempo para la escuela o para leer. Afortunadamente, eso ha cambiado. Ahora me siento bien y si tengo hijos más adelante, les ayudaré para que vayan a la escuela y tengan nuevas oportunidades.”