¿Quién soy?

Por Sara Levesque

 

Soy como un bebé, duermo mejor desnuda y con un pecho rozándome la anatomía de la nuez. A veces me dan ganas de berrear acentuando con hincapié todo aquello en lo que me reflejo, todo lo que jamás negaré. Solo sé que, aunque con tropiezos me tambalee, nunca me equivoqué.

Soy como una adolescente que se cree capaz de afrontar los problemas de frente, a la que le resbala si el gentío es honesto o miente. Por algo estoy carente de inconvenientes en la mente manteniendo mi esperanza aún vigente.

Soy como una adulta, no me importa recibir la mejor crítica o una gran multa. Lo que no hago es sepultarme cuando el camino se dificulta, aunque me disparen piedras desde una catapulta.

Soy como una vieja, pienso mucho en que no deseo cerca a la muerte pelleja. Demasiado mayor como para cambiar, muy a gusto de ser la más negra de las ovejas. Ya no malgasto los días que me queden con estúpidas quejas.

Sobre todo, soy un ser viviente, lúcido y consciente de que se culpa a la existencia por los errores de la gente. Si queremos que cada paso cuente hay que empezar por comprender que, de nuestros patinazos, la vida es inocente.

Aprendo como un alumno aplicado que en la escuela de escritores se ha escolarizado.

Escribo sentada en un pupitre de oficinista, ya sean novelas o colaborando en una revista.

Cuando el dinero impone su poder corpulento, me siento como una p**a vendiendo lo que invento sin poder intercambiar cariño con el aliento.

Hago malabares con las ganancias económicas al recitar en los bares.

Me agoto el pensamiento reflexionando sobre la moral de cualquier argumento.

Observo con dos ojos o cuatro todas las ofertas que idolatro.

Graduaba la audición hasta que aprendí a no seguir el guion.

Edifico desde el suelo una torre de manuscritos que le rasca la panza al cielo.

Diseño un estilo de vida a los personajes, sean secundarios o principales. Decoro sus hogares desde el techo hasta los cristales, les maquillo todos los modales y hasta esbozo sus gustos musicales.

Viajo junto a ellos por paisajes de lo más bellos, donde los matasellos, en vez de barreras, guardan destellos.

Les ordeno si deben pensar como progresista o conservador, me comporto con ellos como un dictador.

Cuando me entran las prisas escribo para ganar la maratón, aunque sea la única participante en la competición. Suena igual de irracional que ver a cien policías huyendo de un único ladrón. Hasta me los cargo si estorban en mi narración —ventajas del mundo de ficción—.

Me gusta toda la vida, cada profesión y mi color favorito es el gris. Hoy soy más gris que nunca.

Gris perla oculta y encontrada. Gris ceniza de cigarro requemada. Gris herida remendada. Gris más duro que el plomo, indestructible ante las malas jugadas. Gris olvido de lágrimas lloradas. Gris neblinoso de penas foll**as. Recuerdo grisáceo de emociones encontradas. El gris resultante al mezclar los tonos de un piano de madrugada. Gris hollín de melancolías incendiadas. Gris sin fin por revivir toda esperanza pisada. Gris asfalto, gris calzada o gris del camino que nunca acaba. Gris diferente al que me trata a patadas. Gris de navegar sin rumbo, desorientada. Gris grafito de escritura ilimitada.

Puede que en mi cabeza se empiece a descubrir un gris canoso, pero no me siento triste, aunque el amor me resulte a veces apestoso: soy un gris precioso.

© Sara Levesque

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