Sin miedo en la lengua

Por Sara Levesque

 

Mi querido Lector, mi herido diario:

Anoche soñé con ella.

Soñé que volvía sin avisarme. No me molestaba, solo verla borraba todo lo demás.
Soñé que me daba un besito juguetón. Y yo, sí y no, lo esquivaba porque tenía novia…; pero lo anhelaba.
Soñé que rememoraba cuando fuimos al teatro. Ella me decía «a veces sacan a alguien». Yo la miraba paralizada y se reía, la muy pícara, diciéndome que era broma.
Soñé que, por fin, dejaba de ser una niña para ser una mujer, hablándole a la cara.
Soñé que la acompañaba al garaje a por el coche y me confesaba haberse vuelto a enganchar al tabaco; fumaba cada dos horas.

Soñé que, en el aparcamiento, la besaba, me expresaba que lo había hecho mal, y daba media vuelta con intención de irse. Le preguntaba «¿quieres que lo haga bien?». Agarraba su mano y la traía de vuelta. La besaba de nuevo, sin miedo en la lengua.
Soñé que me sonreía y yo era feliz por sentirla otra vez.

Herido diario, soñé que me encantaría hacer el amor con ella en el coche, mismo, como dos impacientes; pero que tampoco me corría prisa si no le apetecía.
Soñé que comprendía que no hay en el mundo una mujer más maravillosa que ella.
Soñé con su tacto junto a mí, y me acordaba de mi novia. Porque el tacto de mi pareja no era el de ella. Porque su manera de besar no me ponía cachonda igual que la de ella. Porque no era ella, al fin y al cabo.
Soñé con que no necesitara soñarla más.

Qué pena me ha dado despertar y ver que la mujer de mi cama no era ella. Ahora sufro insomnio por su culpa. Por una mujer que, como cruel casualidad, me hace soñar.
Ha sido maravilloso volver a estar con ella, aunque solo sea en sueños. Aunque padezca pesadillas, fantasías, sueños normales y corrientes…, de todo tipo; pero siempre anda ella por ahí, manoseándome el subconsciente. Se ha adueñado de él sin permiso.

Llegamos casi a tocarnos, casi a confesarnos, casi a besarnos. Y en medio de tanta indecisión que, por no haber concluido aún me dura, casi llegue a decirle «te quiero».

He sufrido todo tipo de sueños con ella, de mil formas, colores y dimensiones. Hasta en blanco y negro. De una forma u otra siempre brotaba su esencia. He temido a las pesadillas asfixiantes; a los sueños románticos y empalagosos; a las alucinaciones sin sentido de lo que habíamos vivido; a las apariciones bucólicas; a los espejismos entrañables a veces y quimeras en que las dos éramos las jueces. Y he sufrido muchas, muchas fantasías eróticas. He logrado notar su lengua acariciando la mía, el murmullo secreto de nuestros labios, casi podía tocar su sonido al despegarse. Recuerdo saborear un olor a limón en su aliento, el perfume de su piel, el aroma de su pelo. Y he llorado de pena, de dolor, de ruina al despertarme y comprobar que solo era producto de mi imaginación, que la echa mucho de menos, a pesar de que nunca la ha sentido.

Su boca me volvió loca. He soñado tantas veces que nos besábamos que mi cerebro está intoxicado de ausencia. Tiene adicción a la ficción. He desquiciado al pobre Freud. He soñado tanto con ella que, a veces, era incapaz de distinguir si la tenía delante o solo sufría otra terrible pesadilla.

© Sara Levesque

 

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