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La falta de deseo frente a la insatisfacción, una situación de la que hay que salir

Ayer os hacía una pregunta en mi último post: ¿Cambian las relaciones sexuales tras tener hijos? ¿Son mejores? ¿peores? ¿diferentes?

Curiosamente fue uno de los posts que más porcentaje de respuestas masculinas ha tenido. ¡Algo que agradezco, eh! Es frecuente que cuando escribo sólo contesten madres.

Me han llamado la atención varias cosas.

Una: que para nadie parecen haber mejorado. Alguien hay que dice que sí, que son mejores, pero añade que son mucho menos frecuentes.

Otra: que la mayoría de las madres se quejan de estrés, cansancio, obligaciones y diversas ocupaciones que las dejan derrotadas y sin apenas deseo mientras que los padres se quejan de que se ha pedido calidad y cantidad hasta el punto de que el sexo es casi inexistente, unos cuantos incluso lo asumen como algo lógico y natural.

Probablemente el que mejor exprese esa perspectiva masculina que parece tan común es «en el otro lado».

Aquí un chico.

La respuesta es sí: ¿Por qué? Porque de repente para tu pareja el sexo se queda en la cola de una larga lista de prioridades inventadas y llega a la conclusión “de que no es tan importante” y de que “el niño es lo primero” y esas cosas que solo escudan que simplemente tu metabolismo ha cambiado y no te apetece.

Y no es un ataque, que conste, es una situación real que no es culpa de la mujer, supongo que algo químico dentro ya tiene lo que necesita (no hablo de niños) y por tanto no necesita para nada tener una pareja, sino un padre para su hijo, igual que deja de ser mujer para ser madre.

Alguno dice tiempo: pero el tiempo es el que buscas, y yo como padre encuentro tiempo para un millón de cosas, y por supuesto también para mi pareja (además de mi hijo que es el centro de todo). Pero el tiempo para hacer cosas juntos (y no hablo de sexo exclusivamente) han de buscarlo dos, y si uno no quiere…

Esto no es general, pero estoy segurisimo de que más de uno (porque las unas lo reconocen menos) se sentirá identificado con la situación.

Por cierto, mi comentario anterior igual lo leen los que no son padres, pero no pasa nada, la memoria racial tiene una cualidad impresionante para obviar cosas que no quiere saber.

Igual que una madre después de un parto horrible ni se acuerda del dolor y quiere tener otro, solo se da cuenta uno de lo que ha perdido teniendo hijos cuando lo ha perdido.

Un aspirante a padre/madre puede tener un manual con testimonios de 4.000 personas y en el peor de los casos cuando todos señalen con el dedo dirán: “no, pero a nosotros no nos va a pasar eso”.

Despertad, lo que veis alrededor es lo que hay.

Y que conste: mi hijo es lo mejor del mundo, no lo cambio por nada, pero sé perfectamente que si no lo hubiera tenido tampoco hubiera echado de menos tener niños.

Y me pregunto si es esa la realidad de la mayoría de las familias con niños pequeños: la falta de deseo frente a la insatisfacción.

Y de ser así me pregunto si pasa lo mismo en la mayoría parejas sin hijos que llevan juntas bastante tiempo y van cumpliendo años.

Desde luego mi experiencia personal no vale en este caso. Obviamente los primeros meses de vida del niño, aunque haya sexo, es esporádico, tienes la antena puesta por si llora, no acabas de desconectar y si te pilla al final del día estás cansada.

Pero luego no es así. El menos en mi caso el deseo se recupera pronto con tantas o más ganas que antes de ser padres. Claro que en mi relación siempre estuvimos igualados en ese aspecto. De hecho, de inclinarse la balanza de la iniciativa hacia algún lado, con toda seguridad sería más hacia el mío.

Sólo en una ocasión, hace ya años y antes de ser padres, pasamos por eso que contáis de no tener yo ganas. Y me preocupó, no nos hacía bien como pareja, no me gustaba la sensación de no sentir deseo, así que busqué explicaciones y la culpa la tuvo la píldora anticonceptiva. Fue dejar de tomarla y todo volvió a su cauce. Nunca volveré a tomar métodos anticonceptivos hormonales.

Desde luego el deseo de las mujeres está mucho más influenciado por nuestras fluctuaciones hormonales que por los hombres, que en ese aspecto son bastante estables.

Es difícil dar consejos. Pero imagino que mientras dure el amor a los padres recientes insatisfechos no les queda más remedio que ser pacientes sin dejar de buscar ocasiones y a las madres cansadas intentar motivarse para encontrar esas ganas. A veces hay que hacer un esfuerzo por reencontrar el deseo, procurando mirar a su marido con los ojos de los primeros días, cuando cualquier portal oscuro era una invitación para explorar su cuerpo y sólo con pensar en verle olvidaban los problemas del día.

Por que lo que sí creo es que, al menos cuando somos jóvenes (tal vez también después, ya lo iré averiguando) el sexo es parte fundamental de una relación de pareja feliz y completa. Y una relación de pareja feliz y completa nos beneficia a nosotros mismos y también a nuestros hijos.

Hay un libro éxito de ventas en Estados Unidos que se llama Is There Sex After Kids? (¿Hay sexo después de los niños?) de la doctora Ellen Kreidmansays que dice «Una de las mejores formas de enseñar a tu hijo a amar es teniendo una relación de amor con tu pareja».

Esta doctora recomienda no dejar que se pierdan pequeños detalles: ese beso cariñoso (con el cerebro puesto en ello) al llegar a casa de trabajar, esa llamada telefónica diaria, seguir llamándose por el nombre o el epíteto cariñoso y nunca llamar al otro «mamá» o «papá», buscar tiempo (tal vez pagar dos horas a la semana para que alguien planche suponga un mundo de diferencia), proponer citas sospresa a tu pareja (cines, teatros, paseos por lugares especiales, musicales, restaurantes nuevos…), procurar que el sexo no sea rutinario con cosas tan sencillas como cambiar de habitación, de postura, ponerse ropa interior especial o crear expectación con una llamada desde el trabajo.

Se puede ser padres recientes y seguir teniendo una vida en común plena. De verdad que sí.

¿Hay hombres que activan nuestro deseo de ser madres?

Martola, lectora y comentarista habitual de este blog, hizo un comentario en el post sobre el deseo de ser madre que me resultó interesante. Decía lo siguiente:

Creo que el reloj biológico, más que con la edad (a algunas mujeres les entra el pánico de última hora), está más relacionado con la pareja adecuada que tienes al lado. Unos activan esa bomba de relojería y otros no. Eso es lo que yo creo.

Al darle vueltas me ha dado la impresión de que el tema tiene más enjundia de la que parece.

Es cierto que no es el detonante clave: hay muchas mujeres en las que aparece el deseo de ser madres sin tener a su lado la persona indicada. Algunas esperan hasta encontrarlo, otras lo son tal vez con una persona no del todo indicada para ello, las menos se arrojan a la aventura de la maternidad sin compañía.

Hay muchos factores que despiertan ese deseo en las mujeres. La edad es determinante, las circunstancias personales también, el deseo consciente e inconsciente por tener hijos, el pulso incontestable de la naturaleza, incluso simplemente el no pensar demasiado en las alternativas y recorrer el camino prescrito (noviazgo, matrimonio, maternidad…).

Pero sí que me da la impresión de que tiene razón en muchos casos: para muchas mujeres tener a su lado un compañero idóneo es el catalizador .

Y voy un paso más allá: también creo que hay un tipo de hombres que activan nuestro deseo de ser madre. Un hombre al que amemos, en quien se puede confiar, que también desee hijos, al que imaginemos como un buen padre…

Desde luego en mi caso tener alguien así a mi lado contó mucho para que deseara ser madre a los 30 años. Yo que nunca he sido niñera y que nunca supe a ciencia cierta si deseaba hijos. Probablemente si no hubiera sido así, si hubiera estado sola o con un hombre diferente, ese deseo hubiera estado soterrado más tiempo.

Pero también estoy convencida que antes o después hubiera aparecido. Probablemente para complicarme la vida si hubiera estado sola o acompañada de un hombre que no deseara hijos.

El Deseo

Hace pocos meses que conozco a María Fernanda Ampuero, y pronto pude comprobar lo bien que escribía. Era algo que ya me habían adelantado.

Mantiene algún que otro blog e incluso ha ganado algún que otro premio literario. Es periodista, así que es su trabajo. Pero además es su pasión. Es de esas personas a las que escribir le da aliento para avanzar. Un poco como me pasa a mí, o como pasa a alguna que otra buena amiga, aunque me da la impresión de que en ella se produce en mayor medida.

Hace pocos días compartió conmigo vía Facebook una pieza titulada Fantasías sexuales.

Sólo está en Facebook. Ahora ella me ha dado permiso para que también perdure digitalmente en este blog.

Espero que lo disfrutéis.

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire (…) No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”. Julio Cortázar, Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj.

Y llega un día, señoras y señores, en el que la vida de una ya no es más de una: es del Deseo.

El Deseo, voraz y cavernícola, te controla, te conduce, te domina, te impulsa. No existe más que él.

Saben a lo que me refiero: esa incapacidad de ser racional, ese cambio de conducta, esas ansias, ese no hablar de otra cosa. Sí, sé que saben a qué me refiero.

Muchas lo han vivido o lo están viviendo ahora. Hablo por nosotras, mujeres de más de 30 años, presas, como yo, del Deseo más inquietante, más ajeno y propio al mismo tiempo, del más total.

Estoy hablando, claro, del Deseo que genera el aparato más perfecto y más temible jamás inventado, del eficientísimo servidor de la naturaleza, del incansable, inagotable, infatigable, tenaz, persistente, obstinado, laborioso, diligente, voluntarioso, activo, trabajador… ¡Reloj Biológico! (música de película de miedo, sonido gutural, grito).
Oigan, de verdad, no se rían. Resulta toda una experiencia para una mujer el despertar del aparatito (por llamarlo de alguna forma, ya que hace más ruido que la campana de 13 toneladas del Big Ben de Londres).

“¿Cómo pasó esto?”, me pregunto todos los días. “¿Cuándo pasó esto?” Quién sabe, tal vez la cosa estaba como el celular en modo ‘silencio’ hasta que un día, en algún lado, alguien le cambió el tono a ‘muy alto’ y desde ahí no hay quién lo pare: ¡tictac, tictac, tictac, tictaaaaaaaaaaaaaaaaaaac! Sin parar, día y noche, como el conejito de Energizer (que sigue y sigue y sigue).

Les juro por Dios que lo oigo. Me estoy quedando dormida y tictac, tictac, tictac. Me miro al espejo y tictac, tictac, tictac. Mastico mi tostada y tictac, tictac, tictac.

Pero resulta que cuando voy asumiendo la cantaleta y le dejo de hacer caso, se descarga otro politono y empieza dong, dong, dong o clan, clan, clan o ding, ding, ding o crash, crash, crash.

La idea es yo que lo escuche. Fuerte y claro, en estéreo. La idea es que le haga caso. Qué eficiencia tiene, de verdad.

Y cuando veo a un bebé… Uy, jesucito de mi vida, empieza a darle y darle con toda la fuerza de su ancestral maquinaria pum, rast, plas, bim, bam, bum hasta que el corazón se me pone como si tuviera a Guns & Roses en concierto por dentro. ¡Qué locura: llevo 34 años con este mismo cuerpo y ahora resulta que tenía un alien dentro de él!

Porque, verán, yo nunca fui maternal.

Cuando mis amiguitas se despelucaban y se arrastraban como Alfaro por el Policentro por el Chicho Belo, la Picolina, el Nenuco, el Agugú, el RN, yo pedía la Barbie ejecutiva, la vaquera, la Reina de Corazones, la Princesa Leia.

Una vez, me acuerdo, me regalaron un bebé y, por mi tendencia a decapitar muñecos (“Freud, ¿tú qué dices?”), la cabeza no le duró mucho en su sitio.

Tampoco tuve el clásico Cabagge que acunaban todititas mis conocidas, ninguna muñeca mía se hacía pipí, ni había que darle papilla o pasearla en coche: ellas tenían una profesión, un carro fucsia, un romance con Ken y más de 20 años.

Y crecí como suelen hacer las niñas y la cosa seguía igual: poquito novio en el horizonte, nulas expectativas de cantar “qué diversión, la Familia Corazón” y por supuesto cero deseos de reproducción.

¿Bebés? Nanay del Paraguay. Yo quería conocer mundo, triunfar con mis libros, ser todo lo que podía ser y más…

Hasta ahora, que nada más escribo la palabra bebé y ya me asoma una lagrimita, que parezco una gelatina tarada cada vez que se me acerca un niño y que, como si fuera de esos depravados adictos al porno en internet, tengo que ocultar de mi jefe las omnipresentes fotos de los preciosísimos hijos de mis amigas del Facebook.

¡A mí es que tendrían que poner el babero!

Resumiendo, estoy, como dice Benedetti, “jodida y radiante” con este tema. Y hay más, porque el Reloj, no contento con tenerme el día entero a merced del estremecimiento, llena mis noches de bebitos.

Bebitos en la playa, bebitos llorando, bebitos que son míos, bebitos que no son míos pero que robo y huyo, bebitos chiquitititos como Pulgarcito, bebitos que me sonríen desde los brazos de mi marido. No es un caso aislado: mis sueños están literalmente poblados de bebés.

Así están las cosas: ni dormida ni despierta dejo de verlos. Tan grave es que en la cama de mis ensoñaciones, donde antes estaba George Clooney, ahora hay un bebé dormido.

Así que si cuando vieron el título de este artículo pensaron en que revelaría cosas del tipo de Atracción Fatal, lamento decepcionarlos: las únicas fantasías sexuales que me quedan son si va a ser niño o niña.