Una política energética para enfriar precios y no hogares

Por Hugo Morán – Exdiputado

La tomadura de pelo del ministro Nadal, recitando la letanía inaugurada por su antecesor Soria, de una imaginaria bajada del precio de la luz a los consumidores que sólo era real en sus notas de prensa y en sus argumentarios, ya venía siendo desmontada facturación tras facturación en los recibos que puntualmente llegan a los millones de hogares de este país. Pero fue definitivamente enterrada por el INE en su última comparativa anual de evolución de precios: la luz cerró 2016 con una subida del 3´7%, lejos de la bajada del 11% que el Gobierno enarbolaba en su discurso triunfalista de la salida de la crisis.

Y aún no había llegado este enero, que se encarama a la cima de los precios más altos históricamente registrados tras aquel infausto episodio de diciembre de 2013 en el cual, en un alarde de sobreactuación, el ministerio decidió invalidar una subasta que amenazaba su campaña de imagen, asegurando después que se habían tomado medidas que garantizaban en adelante un correcto control del sistema. Otro embuste más que el tiempo se encargaría de desmontar.

Hoy, con unos precios del crudo en el mercado internacional sustancialmente más contenidos que en el pico registrado en 2011, la factura eléctrica se dispara hasta las cotas más altas que haya conocido el país. Y lo único que se le ocurre argumentar al ministro del ramo es que la culpa la tienen el mucho frío y el poco gas.

Pues bien, no se espera del Gobierno que despache el asunto con la típica conversación de ascensor sobre lo fresco que amaneció el día; lo que cabe exigirle es el catálogo de medidas adoptadas para paliar los efectos de situaciones coyunturales como ésta, que golpean con inusitada dureza a unas economías familiares ya muy depauperadas tras el vendaval de la crisis y de las devastadoras políticas arbitradas para hacerle frente.

Poco más cabe esperar de quien se quita de en medio a la primera de cambio, como si la cosa no fuese con él, a aguardar a ver si escampa. La climatología influye, claro que sí, y seguirá haciéndolo con mayor intensidad si cabe espoleada por un cambio climático que ha venido siendo relativizado hasta hace bien poco por el propio Presidente del Gobierno. Dicho esto, parece querer esconder el ministro que nuestra dependencia exterior sigue manteniéndonos cautivos de las fluctuaciones del petróleo también cuando la cotización del Brent sube; que hemos abandonado la senda del aprovechamiento de unas renovables a las cuales se les reconoce ya –trabajo costó- la virtud de atenuar los precios finales al consumidor; que seguimos manteniendo un mercado dolosamente ineficiente, que retribuye muy por encima de sus costes de generación a tecnologías convencionales como la nuclear o la gran hidráulica; que la Administración sigue cargando sobre el recibo de la luz toda suerte de políticas territoriales, sectoriales o sociales, que deberían ser presupuestarias; que se han puesto todas las barreras imaginables a la libertad de autogeneración; que se ha cercenado la capacidad de ahorro de cualquier hogar, al disparar en el recibo el peso del pago fijo por potencia contratada frente a la libertad de reducir u optimizar los consumos reales; o que seguimos esperando a que España se incorpore a la senda de una transición energética que otros países de nuestro entorno decidieron abordar hace ya un tiempo.

¡No, señor ministro! Lo que de usted se espera no son lamentaciones de impotencia frente a los elementos. Lo que le toca es reconocer que la senda que llevan recorrida con su descabellada política energética, no conduce a ningún otro sitio que no sea al desastre. Desastre para las economías familiares, quebrantadas por una crisis cuyo final sigue siendo mera retórica para la inmensa mayoría. Desastre para la competitividad de una industria que seguirá recurriendo a la precarización laboral para paliar el rejonazo energético a sus balances. Y desastre, en definitiva, para la salud de una ciudadanía que paga en cuotas de calidad y años de esperanza de vida los efectos de la crudo-dependencia crónica de nuestro patrón económico y productivo.

Sea humilde. Reconozca su fracaso. Ábrase a un amplio diálogo sin prejuicios para diagnosticar las carencias y disfunciones del sistema, y olvídese de sus trasnochados postulados ideológicos respecto a la materia, para propiciar una nueva Ley de la Energía (no sólo del sector eléctrico) que se construya sobre la premisa del derecho a un suministro básico vital. 2010 fue el año en que el agua pasó a ser reconocida como un derecho humano; por qué no marcarnos ese mismo objetivo con la energía para 2020. Quizás así, y sólo así, se enfríen los precios en vez de los hogares.

2 comentarios · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Sociólogo Astral

    NADA QUE HACER, SIGUE EL PP.

    31 enero 2017 | 11:10

  2. Dice ser Aforrado

    Nos gustan estos precios, seguimos votando a los mismos.

    31 enero 2017 | 14:21

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