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Regresan los setenta, la década de la que nadie salió ileso

Cubiertas de 'Ciudad en llamas' y 'Reyes de Alejandría, y, en el centro, póster de 'Vinyl'

Cubiertas de ‘Ciudad en llamas’ y ‘Reyes de Alejandría, y, en el centro, póster de ‘Vinyl’

La década de los años setenta fue la última de la que emanó el presentimiento constante de que todo estaba a punto de estallar, la creencia, como decía la canción, de que cualquier esfuerzo era inútil porque nadie saldría vivo del mundo y la opción más adecuada, quizá la única, era entregarse al torrente de la locura y arder en el magma de la disipación. Uno de los personajes del escritor Garth Risk Hallberg condensa la sensación en una imagen olfativa: «huelo a sangre de niño».

El autor de una de las novelas del año, Ciudad en llamas, no vivió el tiempo que narra —nació en 1979—, pero ha conseguido en su debut literario la crónica más detallada y pulsátil de los Bad Old Days, como llaman los neoyorquinos a los tiempos de la heroína, el desorden y el rock and roll. El libro, que en castellano ha sido editado por Random House [los fragmentos iniciales de cada bloque de la novela se pueden leer en estos vínculos: 1, 2, 3 y 4], viene precedido de los adjetivos promocionales de «nuevo clásico» y el autor recibió un adelanto de dos millones de dólares, el mayor nunca pagado por una ópera prima.

Ninguna de ambas circunstancias manchadas por la moda debe llamar a engaño: la novela es una fábula tétrica de un millar de páginas que se dejan leer con la adictiva naturalidad de un tóxico. Si el lector anhela una máquina del tiempo para conocer el lugar y el momento donde sucedió todo y de modo simultáneo, esta es su oportunidad. Lee el resto de la entrada »

¿Debemos celebrar 1965 ó 1955?

Algunos discos editados en 1955

Algunos discos editados en 1955

Está el historicismo del rock muy apasionado con la celebración del 50º aniversario del milagroso 1965, el año, se nos dice, en que «cambió el pop«.

Las velas encendidas sobre el pastel —el apremiante Like a Rolling Stone, de Bob Dylan; Rubber Soul, el primer disco en el que los Beatles, de los que llegaron a celebrar un falso 50º aniversario hace bien poco, mostraban que no sólo eran un grupo de insustancial yeah yeah yeah; el despegue de los Kinks como nuevos Dickens; el country-rock de The Byrds…—   son luminosas como antorchas y es inútil discutir la potencia con que todavía alumbran y, sobre todo, cómo cegaron a la juventud occidental de hace medio siglo, gente desencantada con la cultura adulta y con más dinero en los bolsillos que nunca en la historia para gastarlo en emociones fuertes. En 1965 los jóvenes de la parte rica del mundo eran un gran nicho virgen para obtener cash flow y en los despachos lo sabían.

Es chocante que no se cite para la salva de aplausos a The Beach Boys Today!, quizá el mejor álbum del año —la estremecedora suite de bolsillo de cinco canciones seguidas en la cara B [Please Let me Wonder, I’m so Young, Kiss Me Baby, She Knows Me Too Well, In the Back of My Mind] , era nueva, compleja y palpitante— y era el prólogo al revolucionario Pet Sounds (1966), el disco que dinamitaría todas las convenciones sobre cómo construir canciones adolescentes con instrumentos clásicos y producción visceral y antiacadémica del genio Brian Wilson, que hoy, como entonces, es ninguneado en favor de los mucho más cool Mick Jagger y John Lennon.

Dado que los aniversarios son un juego con el calendario, me pregunto por qué no celebramos el 60º cumpleaños de 1955, año que fue tan o más rompedor que 1965 y que, como extra, era más inocente, acaso porque la mercadotecnia publicitaria no consideraba todavía al rock un negocio con posibilidades millonarias. Era un problema de «adolescentes salvajes» a los que convenía atar en corto.

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Los pecados del camarada Seeger

Pete Seeger en 1955

Pete Seeger en 1955

Hace una semana, sólo unas horas después de la muerte de Pete Seeger a los 94 años en un hospital presbiteriano de Nueva York, dos personajes de gran empaque pop abrieron la boca para hablar del fallecido. Barack Obama dijo: «A lo largo de los años Pete usó su voz y su martillo para golpear por los derechos civiles y de los trabajadores, por la paz mundial y la conservación del medio ambiente». Bruce Sprigteen añadió que Seeger «era el padre de la música folk estadounidense» y «un héroe».

Primero: les juro que el presidente de los EE UU y de Guantánamo usó la palabra «martillo», lo que demuestra que conoce lo básico del cancionero de Seeger —If I Had a Hammer (Si tuviera un martillo), una especie de nana progresista— y que la topología semántica de Lacan (somos y tememos lo que decimos) sigue siendo instrumentalmente válida. Obama, víctima de un episodio lacaniano de estadio del espejo, realmente no dijo «su voz y su martillo», sino «su hoz y su martillo», lo cual es históricamente adecuado para referirse a un personaje como Seeger, que no renegó del estalinismo hasta 1982, cuando tenía 63 años, los muchos millones de cadáveres del gran terror de Stalin se habían simbiotizado con la tierra décadas antes y el mundo entero sabía, desde 1953 (por medio del camarada Kruschev), que el trigo del paraíso de los trabajadores estaba abonado con cadáveres.

Segundo: les juro que el Boss dijo «padre» del folk cuando consta que Springsteen, un tipo educado en lo musical, sabe de la existencia de Woody Guthrie, la Carter Family y Hank Williams, a quienes, dada la inmensidad de sus obras, resulta tan criminal como los gulags de Stalin colocar por debajo de la supuesta paternidad de Seeger, cuyo mayor aporte al folk fue comercializar un muy exitoso curso para aprender a tocar el banjo y cantar canciones que habían compuesto y cantaban mejor otros. Seré justo: con dos o tres excepciones, una de las cuales, Turn! Turn! Turn!, por cierto, es una adaptación (léase copia) del Eclesiastés bíblico, y otra, We Shall Overcome, una reinterpretación de un espiritual que cantaban los negros en las capillas. Es muy digno de otro estadio del espejo la insistencia de los comunistas en reconocer las bondades literarias de las expresiones de la fé católica.

Bob Dylan y Pete Seeger en el Festival de Newport de 1963

Bob Dylan y Pete Seeger en el Festival de Newport de 1963

¿Héroe? El adjetivo se vende barato, es cierto, pero es un desatino aplicarlo al empresario y organizador de los festivales de Newport, pensados para la izquierda exquisita, universitaria y adinerada que veraneaba en la costa del pueblo de Rhode Island y deseaba ventilarse escuchando, entre un gin fizz y el siguiente, algo de música del pueblo pero, por favor, sin olor a estiercol y debidamente tamizada y corregida para evitar incorreciones como el machismo de los bluesmen jactándose de maltratar a sus mujeres, tema recurrente en el cancionero negro del sur profundo de los EE UU, o el parafascismo de los hillbilies, los primeros en practicar el supremacismo ario.

Seeger transitó por el mundo llamándose comunista: militó, tuvo carnet y fue víctima de la caza de brujas del maccarthismo aunque salió muy bien parado de la investigación (no pisó la cárcel) porque era indiscutible su devoción patria por los EE UU y su vernacular estilo no tenía nada de bolchevique. El suyo era un comunismo estético que recuerda a esos que proclaman sin que venga a cuento su ateismo mientras beben una cerveza y, sin solución de continuidad, una vez establecido el estatus de ahora-ya-sabes-lo-que-molo-muchacha, pasan a loar el buen cine de San Tarantino, que es a las películas lo que Seeger a la música: un masticador-deglutidor de los hallazgos de otros.

Con mucha posterioridad a Pol Pot, Mao, Castro y otros gestores del comunismo con las manos teñidas de sangre (y no se puede olvidar en este punto que el pseudo padre del folk defendió en todas las tribunas el pacto diabólico Hitler-Stalin de 1939), Seeger aún seguía afirmando que el sistema comunista era el mejor. En una entrevista en 1995 dijo: «Todavía me considero un comunista, porque el comunismo tiene tanto que ver con Rusia como el cristianismo con la Iglesia», olvidando que la esencia del marxismo leninismo, sea cual sea su forma, es la eliminación del individuo en el vientre voraz del Estado y el partido del que sólo emergen, como heces idénticas, individuos planos y sin  nombre. En 2007, acaso en un examen de conciencia premorturio, el cantante manifestó sus errores: «Quizá debí haber visitado los gulags cuando estuve en la URSS en 1965″, declaró en un mea culpa formulado muy a destiempo.

Bob Dylan en Newport-1965, eléctrico por primera vez

Bob Dylan en Newport en 1965, tocando en directo por primera vez con un grupo eléctrico

Quiero regresar a la heroicidad de Seeger mencionada por Springsteen, enlazándola con la actuación pública que mejor dibuja el talante del personaje: el tantas veces recordado incidente del 24 de julio de 1965 en el Festival de Newport, cuando Seeger quiso cortar el sonido de la primera actuación eléctrica de Bob Dylan, quien, acompañado por la Paul Butterfield Blues Band, indicaba a los asistentes que le habían venerado en las ediciones anteriores del evento (Seeger entre ellos, siempre dispuesto a presentarse como «descubridor» del cantautor cuando en realidad se enteró a toro pasado de su poderío) que ahora sí, los tiempos estaban cambiando, y convenía tocar rock and roll otra vez en vez de folk de pub cervecero irlandés.

Aunque se ha escrito que Seeger pretendió dirigirse a la mesa de sonido y cortar los cables con un hacha —imagen muy soviet— para interrumpir el sacrilegio burgués que Dylan cometía: decibelios, letras simbolista-surrealistas y la mente acelerada por la bencedrina, lo cierto es que sólo mencionó literalmente la posibildad. «¡Si tuviera a mano un hacha me encargaba personalmente de acabar con esto!», dijo el «héroe» de Springsteen, a quien Seeger también hubiera atacado con un hacha de ser el Boss quien ocupase en el lugar de Dylan en aquella tarde de 1965.

La explosión de ira del camarada Seeger, que nunca negó y no es, como sostienen algunos exegetas, un invento (hay testimomios de testigos presentes en Bob Dylan. Behind the Shades, la muy seria biografía oral escrita por Clinton Heylin), situó al folklorista en el lugar reaccionario que merece. Tenía miedo de perder a las nuevas generaciones inconformistas que estaban regresando a la esencia voluptuosa del rock, consumían drogas y entendían que, de existir algún camino de liberación, pasaba por el ni dios ni amo anarquista y no por las consideración de catecismo de las obras completas de Marx. El sexo, la sustancias intoxicantes y la negación del poder central fueron y aún son las peores pesadillas de cualquier comunista. Seeger lo demostró en Newport en 1965 con su histórica pataleta de caudillo político.

"Songs of the Spanish Civil War, Vol. 1: Songs of the Lincoln Brigade, Six Songs for Democracy" (Folkways Records)

«Songs of the Spanish Civil War, Vol. 1: Songs of the Lincoln Brigade, Six Songs for Democracy» (Folkways Records)

Un apunte final que imbrica a Seeger con España. En 1940 grabó una serie de canciones, versiones de temas de los combatientes republicanos en la Guerra Civil, para loar la participación en la contienda de la Brigada Lincoln, donde combatieron 500 voluntarios estadounidenses para defender la legalidad democrática frente al golpe de estado bélico de los franquistas.

Durante toda su vida, Seeger se presentó como paladín del antifascismo en España, país al que no acudió durante la Guerra Civil —pudo hacerlo: en aquella época se dedicaba a la vida social de los activistas de salón en los EE UU—, sin citar ni una sola vez que el valiente y admirable idealismo de la Brigada Lincoln fue tan admirable como ciego: los voluntarios fueron empleados como carne de cañón en misiones suicidas ordenadas por los comisarios políticos János Gálicz (húngaro-ruso) y Harry Haywood (estadounidense), ambos militantes del Partido Comunista de la URSS que únicamente obedecían órdenes de Stalin y no del Gobierno de la República y enviaron a los brigadistas a la matanza.

No sé si en el funeral de Seeger colocaron un banjo como símbolo póstumo del folklorista. Lo justo hubiera sido añadir una hoz, un martillo y un hacha.

Ánxel Grove

Editan en español «Mystery Train», una de las grandes ‘biblias’ del rock

"Mistery Train" - Greil Marcus (Editorial Contra)

«Mistery Train» – Greil Marcus (Editorial Contra)

Hace dos años, en una entrada de este blog titulada El mejor crítico de música no existe para las editoriales españolas, califiqué de «vergonzoso para los editores y lastimoso para los lectores» que el escritor Greil Marcus (San Francisco-EE UU, 1945) siga siendo un desconocido lejano o un autor al que debes acudir con conocimientos de inglés.

La situación ha mejorado y me parece de justicia referirme a la reciente traducción al español de dos obras de Marcus. En 2012 apareció Escuchando a The Doors [216 pgs., 19,9€], una obra menor y bastante deslabazada, y ahora sale al mercado uno de los libros clave la crítica musical del siglo XX, Mystery Train. Imágenes de América en la música rock & roll [544 pgs., 22,9 €]. Ambas ediciones están publicadas por Contra, una editorial nueva y valiente, de esas que acostumbran a condenar al sonrojo a las major de la edición y su acomodaticia política de lanzamientos basados en la banalidad superventas.

Greil Marcus (Foto: Jose Ángel González)

Greil Marcus (Foto: Jose Ángel González)

Editado por primera vez en 1975, Mystery Train propuso en su momento una tesis totalmente nueva para intentar explicar el poder del rock and roll. Marcus, en cuyos argumentos pueden encontrarse referencias a Herman Melville, Francis Scott Fitzgerald, las novelas negras de Walter Mosley o la televisión, sostiene que la música popular, al igual que cierto tipo de literatura, responde al «sentimiento de lugar» y a las leyes arcaicas y sagradas de la tierra y la sangre —el odio, el amor, el rencor, la venganza, el engaño, la verdad y la culpa— y que algunos de sus intérpretes son «heraldos» que, en el caso de los EE UU, transportan una idea del «espíritu» original del país, sus «posibilidades, límites, perspectivas y encerronas».

Lo que el lector puede encontrar en el libro no requiere, pues, de un amplio conocimiento del rock o de propensión hacía sus postulados sonoros. Mistery Train no es tanto un ensayo sobre canciones y cantantes como un viaje al territorio cultural y etnográfico estadounidense, un país al que, según Marcus, no se debe aplicar la idea canónica de democracia. «Nuestra democracia», dice el autor, «no es más que una flagrante contradicción: el credo individualista de cada hombre y mujer que conlleva la soledad y la separación, y la aspiración a la armonía y a la comunidad».

Arriba, desde la izquierda: Harmonica Frank, Robert Johnson y The Band. Abajo: Sly Stone, Randy Newman y Elvis Presley

Arriba, desde la izquierda: Harmonica Frank, Robert Johnson y The Band. Abajo: Sly Stone, Randy Newman y Elvis Presley

Para desarrollar la hipótesis de que el rock and roll es una «secreta rebelión» contra los fundadores puritanos del país y «contra la autoridad de sus fantasmas», ejercida mediante la burla de «los límites impuestos por las buenas maneras», Marcus echa mano a media docena de músicos que pueden ser apreciados como arquetipos de otras tantas formas de un país «sin costuras» y que, ensamblados, podrían ser un collage de eso que llamamos la experiencia estadounidense.

Los seis intérpretes modelan seis formas de insurrección que van siempre soldadas a la expresión roquista. El músico ambulante Harmonica Frank, que tocaba la armónica con un extremo de la boca y cantaba con el otro en ferias, calles y garitos, representa la socarronería y la mordacidad. El bluesman Robert Johnson, el misterio y la aceptación del dolor como materia expresiva. El quinteto The Band, la ruptura con el mundo circundante, la independencia y el eterno peregrinaje a las fuentes originales para volver a contaminarlas. Sly Stone, la llama de la rebelión. Randy Newman, la capacidad reflexiva y construcción de un mundo privado. Elvis Presley, la sexualidad y la «figura suprema».

Con el añadido de sustanciosas y detalladas discografías comentadas, no pongo casi ningún pero a la edición española de Mystery Train. Sólo echo en falta una traducción que conserve el ritmo entrecortado de Marcus y me pregunto la razón del empleo del término geográfico «América»  y los gentilicios «americano» y «americana» cuando es evidente que el autor los usa para mencionar a un sólo país, que en español tiene una traducción muy precisa: EE UU.

Pero el ensayo puede con ese pequeño lastre y, leido con un reproductor musical o una adecuada lista de reproducción al lado, se convierte en una necesaria biblia para celebrar el circular y necesario sacramento de rebautizo en la nunca muerta religión del rock and roll.

Les dejo con seis canciones que Marcus considera capitales para la ceremonia.

Ánxel Grove

 

Músicos muertos ‘on the road’

El día que murió la música

El día que murió la música

Habitan la carretera —o esas otras formas de senda: las vías de tren, los corredores trazados en el cielo…— y por pura obligación estadística mueren sobre la carretera, on the road, en marcha de un lugar a otro para cantar mañana las mismas canciones que ayer.

En los primeros minutos de la madrugada inclemente del 3 de febrero de 1959 una avioneta Beechcraft Bonanza se estrelló en un maizal de Clear Lake-Iowa (EE UU). Murieron el piloto y los tres pasajeros, los músicos Buddy Holly, Ritchie Valens y Big Bopper. El impacto de la tragedia todavía es notable en la copia de la vieja portada de diario. Unos años después bautizaron la amarga jornada como el día que murió la música.

Hubo otros fallecidos por impactos y entre hierros, pero no estaban en tránsito laboral: el londinense Marc Bolan, muerto unos días antes de cumplir 30 en el interior de un Mini que conducía su novia, salía de un restaurante y se iba a casa a dormir; el texano Stevie Ray Vaughan, a los 36, cuando se estrelló el helicóptero que lo trasladaba a un curso de golf; Rockin’ Robin Roberts, a los 26, cuando, tras una fiesta muy loca, viajaba en un coche kamikaze que causó una colisión múltiple con incendio; Bobby Fuller, cuyo cadáver (24) fue encontrado en el interior de su coche en Hollywood…

No fueron las primeras víctimas de la urgencia temeraria que reclama el negocio musical. Tampoco serán los últimos. En esta entrada recordamos a otros artistas prematuramente quebrados en automóviles, aviones, trenes…

Ragtime para Al Capone

Pesaba 150 kilos pero la comida no era su único apetito: consumía alcohol y sexo con la misma entrega. Fats Waller, el maestro del piano rag, tocaba tan bien que Al Capone ordenó que lo secuestrasen a punta de pistola para llevarlo a animar una fiesta de cumpleaños. Volvía locos a todos y todas, pero vivía más deprisa de lo que su enorme cuerpo podía aguantar. Murió en 1943 (ataque cardíaco) en la cabina del tren en el que viajaba para la siguiente actuación y la siguiente borrachera. Tenía 39 años.

Desangrada en la Ruta 61

La Emperatriz del Blues, Bessie Smith, tenía malas pulgas.  Siempre estaba dispuesta a la bronca por una mala mirada o una lectura entre líneas. Bebía mucho y cantaba como nadie ha cantado —incluso la adorable Billie Holiday se queda muy atrás en la comparativa—, con sangre y fuego en la garganta. Fue la primera cantante negra de blues rica y famosa (cobraba 500 dólares por actuación en los años veinte, una enorme suma entonces) y murió desangrada, a los 43 años, con un dramatismo casi literario: en la tierra de nadie de la Route 61 —la verdadera carretera de la música, por la que los bluesmen del sur llevaron el veneno a Chicago— tras un accidente de coche. La ambulancia tardó una eternidad en llegar.

Cadáver en un Cadillac azul pálido

La última canción que grabó Hank Williams fue I’ll Never Get Out of This World Alive, Nunca saldré vivo de este mundo. El vaquero más triste murió el uno de enero de 1953, a los 29 años, en el asiento trasero de un Cadillac azul pálido (lo exhiben en un museo) en una gasolinera de Oak Hill, Colina del Roble (Virginia Occidental), mientras iba camino de otra actuación. Estaba consumido por la morfina y los calmantes que necesitaba para paliar el tormento de una espina bífida oculta. Además de la guitarra que había cambiado el rumbo del country y presentido el rock and roll tenía encima un cuaderno escolar con letras de nuevas canciones.

Sin gafas en una noche de lluvia

Clifford Brownie Brown tuvo la mala suerte de madurar como trompetista casi al mismo tiempo que Miles Davis, cuya enorme presencia eclipsaba a todos los rivales. Era un músico limpio —ni heroína ni alcohol— y de gran pegada rítmica que ayudó a consolidar el hard bop, es decir, el jazz contaminado por el rhythm and blues y su latido urbano. En junio de 1956 murió, entre actuación y actuación, cuando el coche que conducía su mujer se salió de la carretera en una noche de lluvia. Ella, que también perdió la vida, era miope y no llevaba gafas, pero se había animado a tomar el volante mientras Brownie echaba una cabezada en al asiento de atrás.

El cadete se llevó una Gretsh rota

Eddie Cochran era tan guapo como Elvis Presley pero bastante más inteligente —en Summertime Blues (1958) hizo el primer alegato generacional y político a ritmo de cuatro por cuatro—. Murió el 16 de abril de 1960, a los 21 años, mientras estaba de gira en el Reino Unido. El taxi en el que viajaba iba a demasiada velocidad, sufrió un reventón en una rueda, patinó y se empotró contra una farola. Cochran salió despedido por una puerta y sufrió letales contusiones en la cabeza. En el taxi viajaba su colega, el también cantante Gene Vincent (Be-Bop-A-Lula), que resultó herido en una pierna y cojeó toda la vida. Con la guitarra Gretsh de Cochran, bastante perjudicada tras el accidente, se quedó el  cadete de policía David John Harman, que aprendió a tocarla y, bajo el apodo de Dave Dee, montó unos años después el grupo Dave Dee, Dozy, Beaky, Mitch & Tich.

Vaquero angelical y conductor borracho

Clarence White aparece en el vídeo anterior a la izquierda, vestido de vaquero angelical, tocando con clase y estilo fingerpicking la guitarra y apoyando a Roger McGuinn en la voz. Hijo de músicos canadienses, White era un virtuoso llamado con frecuencia para acompañar a grupos y solistas del country-rock espacial de la segunda mitad de los años sesenta (Gram Parsons, Emmylou Harris, Ry Cooder…). El 15 de julio de 1973, mientras cargaba equipo en una furgoneta para salir a tocar, fue atropellado por un conductor borracho y murió en el acto. Tenía 29 años.

El soul murió en un lago helado

Otis Redding estaba llamado a ser el gran renovador del soul. Era una demasía: la mejor voz, el más alto voltaje escénico, un enorme compositor y arreglista. Incluso los hippies —muy poco amigos de la música racial— se habían quedado pasmados tras verlo en el Festival de Monterey, donde incendió la noche y dejó en evidencia a los grandes ídolos blancos. El 10 de diciembre de 1967, a los 26 años, murió al caer la avioneta en la que viajaba en las aguas heladas de un lago. Estaba de gira con su grupo, The Bar-Kays, dos de cuyos músicos también fallecieron en el accidente. Tres días antes, Redding había grabado la canción con la que daba a su carrera un giro radical y la acercaba a la sensibilidad beatle: (Sittin’ On) The Dock of the Bay.

La cubierta profética

Tres días antes habían editado el disco Street Survivors (Supervivientes callejeros), en cuya portada aparecían entre llamas. El 20 de octubre de 1977, el grupo Lynyrd Skynyrd, sureños, bebedores, eléctricos, alquiló una avioneta para ganar tiempo en una apretada y exitosa gira. La aeronave se estrelló en un bosque y en el accidente murieron seis personas, entre ellos el cantante Ronnie Van Zant (29 años), el guitarrista Steve Gaines (28) y su hermana y vocalista Cassie (29). Uno de los supervivivientes, mal herido, logró llegar a una granja para pedir ayuda pero el propietario le dió un tiro creyendo que se trataba de un prófugo de una penitenciaria. La avioneta había sido rechazada previamente por el grupo Aerosmith porque el piloto y el copiloto no paraban de beber bourbon mientras tripulaban el aparato.

 Ánxel Grove

¿Qué queda de ‘God Save the Queen’ 35 años después?

Primera edición en single de "God Save the Queen"

Primera edición en single de "God Save the Queen"

Sediciosa y bárbara. God Save the Queen, el himno de ruptura y rebelión de los Sex Pistols, acaba de cumplir 35 años y no sufre ningún síntoma de esclerosis.

Al contrario, cuadra con la miseria político-económica presente, pone en su lugar a las familias reales de tanta utilidad social como las figuritas de Lladró, condensa una respuesta adecuada a la patología social del miedo, traza la historia de la prosperidad edificada en torno al hedonismo de uno y la miseria de los demás y proclama exigencias que nunca deberían languidecer y que, como escribió alguien, «ningún gobierno podrá cumplir jamás» porque, como nos demuestran a diario, los gobiernos son antagónicos con la idea de humanidad.

Treinta y cinco años después God Save the Queen habla del futuro. De muy pocas canciones se puede decir lo mismo.

Por el tiempo agotado en que nada ha cambiado, por los años en que todo deberá cambiar, acaso con la misma violencia que subyace en la canción y su escenografía ético-anarquista, vamos a hablar hoy de God Save the Queen, el Juicio Final en tres minutos y veinte segundos. ¿Sentencia? Culpables, desde luego.

Para empezar piensen en cómo nos va, en el diametro de la rendición, en la superficie del dominio, en los ángulos del maltrato, en el círculo del hambre y la sed… Eleven el volumen de su equipo y consideren qué ha sucedido desde 1977 hasta hoy, en los últimos 35 años, mientras escuchan como suena nuestro pasado, que también es presente y porvenir… Si lo permitimos.

John Lydon, 1975

John Lydon, 1975

1. Los delincuentes. Steve Jones (21 años, guitarra), analfabeto, hijo de una peluquera y un boxeador amateur. A los 14 lo internaron en un reformatorio por gamberro. Iba, según él mismo, «camino del crimen y la cárcel». Paul Cook (20, batería), ayudante de electricista y colega de Jones. Glen Matlock (20, bajo), dependiente de un sex-shop —lo echaron del grupo en 1977 porque «le gustaban demasiado los Beatles» y le reemplazó un tal Sid Vicious (20), yonqui y zopenco—. John Lydon (20, cantante), al que Jones bautizó como Johnny Rotten, Juanito el Podrido, por su mala relación con la higiene dental, un pandillero fracasado que se convertiría, como escribió Greil Marcus, en «el único cantante verdaderamente aterrador que ha conocido el rock and roll»: pronunciaba las erres como si le rechinasen los dientes y tenía mirada de lunático, te pulverizaba con los ojos. Había empezado a llamar la atención en 1975, mientras paseaba por las calles pijas de Londres con una camiseta de Pink Floyd sobre la que había garabateado una frase con más poder que el manifiesto de mil intelectuales: «I hate» (Yo odio). También escupía a los hippies. Era un espantajo de las cloacas.

Malcolm McLaren ante la tienda "Sex", 1975

Malcolm McLaren ante la tienda "Sex", 1975

2. El consigliere. Los paseos provocadores de Lydon eran, en realidad, un trabajo. Le pagaba como hombre-póster Malcolm McLaren (1946-2010), descendiente de judíos sefardíes portugueses, exestudiante de arte, aspirante a anarquista y socio de la diseñadora de ropa para falleras modernas Vivien Westwood en la tienda-boutique Sex (que antes se había llamado Let It Rock y Too Fast to Live too Young to Die y después sería bautizada como Seditionaries). El mismo zig zag que McLaren aplicaba a las marcas lo padecía en el el ánimo: era un desequilibrado que quería estar en todas partes y al mismo tiempo. Ayer, teddy boy; hoy, situacionista; mañana, lo que venda… Al final dió en el clavo. Había estado en Nueva York, visto a los Ramones y descubierto las posibilidades comerciales de la fealdad y la confrontación. Regresó a Londres convencido de que la nueva belleza necesitaba ser asquerosa, ofensiva y asustar a los burgueses. No iba más allá: dinero fácil y rápido («sacar pasta del caos», era su eslogan de operaciones). Reclutó a cuatro golfos, les concedió el derecho a gritar, ayudó en la búsqueda de nombre —antes de dar con el de Sex Pistols barajaron Le Bomb, Subterraneans, Beyond, Teenage Novel, Kid Gladlove, y Crème de la Crème— y añadió algo de background intelectual al asunto. «Si la aventura sale mal, os vuelvo a contratar como hombres-póster», prometió para tranquilizar los ánimos.

Sex Pistols, 1976

Sex Pistols, 1976

3. El lugar del crimen. En 1975, cuando McLaren clonó el punk yanqui en el Londres del aburrimiento, el Reino Unido era un país en desmantelamiento, con la cantidad de desempleados creciendo a tanta velocidad como la grosería de la inmisericorde brecha social y los servicios públicos en perpetuo recorte por mor de la política privatizadora del neoliberalismo. En 1977 deciden festejar, con el barco a punto de naufragar y las condiciones de vida ya hundidas, el Jubileo de Plata de la Reina Isabel II (25 años en el trono). Se organizan fastos millonarios, similares a los celebrados hace unos días por los 60 años en el sillón de la monarca —que, según Forbes, es la 23ª mujer más rica del mundo, con una fortuna personal declarada de 600 millones de euros—.

Single de "God Save the Queen", editado por Virgin

Single de "God Save the Queen", editado por Virgin

4. La munición. El 27 de mayo de 1977 la discográfica Virgin Records pone a la venta el single de los Sex Pistols con God Save the Queen en la cara A y Did You No Wrong en la B —antes de que la banda firmara con la disquera, la empresa A&M había editado algunos ejemplares (se asustaron del contenido de la canción y pararon el proceso) como el que aparece al principio de esta entrada: se tiene conocimiento de que existen una docena y es el disco más valioso en las subastas: 12.000 libras esterlinas, unos 15.000 euros—. El single es el más censurado de la historia: no sólo la BBC, sino también las radios independientes, se niegan a emitir el tema; los almacenes lo boicotean, la prensa seria editorializa lo mismo que la amarilla y habla de «afrenta» y «atentado moral» contra el himno nacional del Reino Unido del que se mofan los Sex Pistols… El grupo organiza una gira por el Támesis en un barco alquilado (el Queen Elizabeth). La policía carga y hay apaleados y detenidos. Se debate sobre los Sex Pistols en el Parlamento. A Rotten le ataca en la calle un skin y le deja secuelas permanentes en una mano. Cuando le preguntan cómo solucionaría los problemas del país, Rotten responde: «Resolvedlos vosotros. Es vuestra puta culpa, esclavos, putos cabrones«. El single y su mensaje de profundo y desolador asco calan en la sociedad: el disco se convierte en el más vendido, pero las empresas mediáticas lo ocultan en las listas de éxitos con maniobras grotescas como dejar en blanco la casilla del título de la canción o simplemente subir al número uno a la que ocupaba el segundo puesto, una balada de Rod Stewart que se titula, para completar el ridículo, I Don’t Want To Talk About It (No quiero hablar sobre eso).

Póster de la revuelta de mayo de 1968 en París y cartel de los Sex Pistols (Jamie Reid, 1977)

Póster de la revuelta de mayo de 1968 en París y cartel de los Sex Pistols (Jamie Reid, 1977)

5. El testimonio. La letra de la canción de los Sex Pistols, traducida al español, dice: Dios salve a la Reina / El régimen fascista / Te han convertido en un idiota / Una bomba h en potencia // Dios salve a la Reina / No es un ser humano / No hay futuro / En el sueño de Inglaterra // Dios salve a la Reina / Que no te digan lo que quieres / Que no te digan lo que necesitas / No hay futuro, no hay futuro  / No hay futuro para ti // Dios salve a la Reina / Sabemos lo que decimos, tío / Adoramos a nuestra Reina / Que Dios la salve // Dios salve a la Reina / Porque los turistas son dinero / El torso de nuestro personaje / No es lo que parece // Dios salve a la Reina / Dios salve la historia / Dios salve tu demencial desfile // Dios salve a la reina / Señor, ten piedad / Todos los crímenes se pagan / ¿Cuando no hay futuro / Cómo puede haber pecado? // Somos las flores en el cubo de la basura / Somos el veneno de tu maquinaria humana / Somos el futuro, tu futuro // Dios salve a la Reina / Sabemos lo que decimos, tío / Adoramos a nuestra Reina / Que Dios la salve //  Dios salve a la Reina / Sabemos lo que decimos, tío / No hay futuro / En el sueño de Inglaterra // No hay futuro , no hay futuro / No hay futuro para ti / No hay futuro , no hay futuro / No hay futuro para mí.

Edición de lujo y tirada limitada de "God Save the Queen", 2012

Edición de lujo y tirada limitada de "God Save the Queen", 2012

 6. ¿RIP?. Los Sex Pistols nacieron para morir deprisa. Fueron una refrescante maldición. Como una versión en reverso de un embarazo, estuvieron nueve meses entre nosotros, del 4 de noviembre de 1976, fecha de publicación de su primer disco, el single Anarchy in the UK / I Wanna Be Me; al 14 de enero de 1978, cuando actuaron por última vez en público —actuar es un verbo demasiado condescendiente, ya no se soportaban entre sí—. Fue en San Francisco (EE UU) [aquí está el concierto completo] y Rotten acabó el show hablando cara a cara a la audiencia: «¡Ah, ja, ja, ja! ¿Alguna vez os habían engañado? Buenas noches». El resto ha sido muy triste: la muerte anunciada de Vicious, convertido en un más que presunto asesino; actuación de los músicos como mercenarios sin rumbo —con excepción de los muy aconsejables primeros álbumes de PIL, la banda de Lydon—; una reunión crowdfunding en 2007-2008 en la que tocaron como si ellos mismos no hubieran negado la posibilidad de futuro; vulgares pleitos por los derechos de las canciones ante una justicia a la cual nos aconsejaron maldecir; el lanzamiento de un agua de colonia con el nombre de la banda («pura energia, combinada con aroma a piel, heliotropo y pachuli») y, hace unas semanas, durante el nuevo jubileo de Isabel II, la reedición de lujo de 3.500 ejemplares de God Save the Queen en vinilo de siete pulgadas de la que se ha descolgado Lydon diciendo que «socava todo aquello por lo que lucharon los Sex Pistols». Treinta y cinco años después de la canción ante la que nadie era capaz de sonreir, ¿qué queda? Quizá el mensaje esencial de un joven gandul que no se cepilla los dientes, se siente «vacío», quiere «destruir a los transeúntes» y aconseja, como vomitando: «Sean irresponsables. Sean irrespetuosos. Sean todo lo que esta sociedad detesta (…) Te aseguro que no me odias tanto como yo te odio a ti«. Suficiente, ¿no?

Ánxel Grove

La saga eléctrica de Small Faces

Small Faces, 1968

Small Faces, 1968

Eran los menos condicionados por el estilo: tenía una amplísima gama expresiva y grabaron, en sólo cuatro años, canciones de potente rock and roll, descargas de rhythm & blues, crónicas pop de inconfundible aire británico y descabelladas piezas de psicodelia.

Sonaban como si los Who, los Kinks y los Beatles se hubiesen simbiotizado en un solo grupo. Quizá eran tan buenos músicos como los de esas tres bandas que, junto a los Rolling Stones, eran las piezas sagradas de la música inglesa de los años sesenta. Sin embargo, el futuro no fue justo con los Small Faces, quienes pocas veces aparecen en las reseñas de los años milagrosos con la importancia que merecen.

La primavera de 2012 servirá para hacer algo de justicia a uno de los grupos más notorios de la segunda mitad de la década del cataclismo. El día 14 de este mes serán admitidos, con una injusta demora, en el Rock and Roll Hall of Fame —esa especie de museo-santuario que en los EE UU utilizan para venerar a los músicos de rock—.

En la justificación de la membresía, los Small Faces, que serán presentados en la gala por Stevie Van Zandt, mano derecha de Bruce Springsteen, son definidos como «visionarios mod«, destacan su «imperecedera influencia» sobre músicos como Led Zeppelin, Black CrowesThe Jam, Paul Weller, Replacements… y les definen como «iguales» en términos «creativos y comerciales» a los Beatles, los Rolling Stones y los Who.

Small Faces - "Ogdens Nut Gone Flake" (1968)

Small Faces - "Ogdens Nut Gone Flake" (1968)

No exageran. Quien opte por la comprobación está en el mejor momento. En mayo serán reeditados los cuatro primeros discos del grupo en ediciones especiales: Small Faces (1966), From the Beginning (1967), Small Faces (1967) y Ogden’s Nut Gone Flake (1968). Los tres primeros aparecerán como discos dobles y en formato triple el último, la obra maestra psicodélica de la banda y una de las causas del desmembramiento de los músicos, frustrados porque las canciones era demasiado complejas para ser tocadas en directo. Es una pena que hayan dejado fuera del lanzamiento el póstumo The Autumn Stone (1969).

Chicos del este de Londres que deseaban emular la intensidad volcánica de James Brown y la belleza melódica de Smokey Robinson, los Small Faces empezaron a ensayar en 1965. Eran Steve Marriott (1947-1991), Ronnie Lane (1946-1997), Kenney Jones (1948) e Ian McLagan (1945). Los dos primeros, los que componían casi todo el material, morirían prematuramente. Marriott en un incendio y Lane tras padecer durante décadas esclerosis múltiple.

Del grupo emergió una saga. En 1969 Lane, Jones y McLagan llamaron a Ronnie Wood (1947) —futuro stone— y a Rod Stewart (1945) —futuro playboy millonario— y montaron el grupo más bruto de electro-alcohol de la historia, Faces, que acabaron con la cerveza y el whisky de todos los lugares en los que entraron y fueron una de las pocas bandas blancas capaces de reinterpretar soul negro sin provocar vergüenza. Los supervivientes del grupo se van a reunir para tocar durante la ceremonia del Rock and Roll Hall of Fame.

Marriott, que buscaba nuevos horizontes, montó en 1968 Humble Pie, otra banda que ha sido maltratada por el olvido pese a la influencia que ejerció con la solidez de su sonido casi heavy en el debut de Led Zeppelin, cuyo líder Jimmy Page adoraba la forma de tocar la guitarra de Marriott —también Jimy Hendrix, que declaró cómo su solo de guitarra favorito del rock inglés el de esta canción de los Small Faces—.

Dejo un vídeo de cada uno de los tres grupos que emergieron de esta historia de electricidad y desgracia: Small Faces, Faces y Humble Pie. Tengo la impresión de que ya nadie toca así, como si cada canción fuese un pulmón artificial y el aire de la maquinaria estuviese ardiendo.

Ánxel Grove

La canción que mandó a paseo a los adultos cumple 50 años

Esta tormenta de dos minutos y poco es de 1956, hace medio siglo. Se titula Roll Over Beethoven. En la versión original la canta su compositor, el mejor letrista del rock and roll: Chuck Berry.

Un año antes, Vladimir Nabokov había publicado Lolita. Ya escribí en el blog sobre el eco del libro.

En un momento dado, el narrador de la novela dice:

Entre los límites de los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica; propongo llamar ‘Nínfulas’ a esas criaturas escogidas.

Chuck Berry tenía debilidad por las adolescentes (en 1962 un juez racista le condenó a tres años de cárcel utilizando una ley de 1910 por transportar de un estado a otro a una niña de 14 años para, según el magistrado, prostituirla).

No sé si Chuck Berry leyó el libro de Nabokov, pero escribía canciones pensando en las lolitas y ellas, todas ellas (sobre todo las de piel blanca), las creían a pies juntillas.

Dedicamos este Cotilleando a… a una canción que mandó a paseo a los adultos y, como dice algún historiador, es «una declaración de independencia cultural», Roll Over Beethoven.

Edificio donde estaba Chess

Edificio donde estaba Chess

1. La discográfica. La dirección debería ser preguntada como salvoconducto de ingreso en el cielo: ¿2120 South Michican Avenue, Chicago?. Quien no responda: «sede de Chess Records» se queda sin derecho al paraíso. Era el más valiente sello editor de los EE UU: grababa música de negros y la vendía a los blancos en la década de los cincuenta, cuando en algunos lugares del país te colgaban de un roble por menos. Los dueños eran judíos de Częstochowa (entonces Polonia, hoy Bielorrusia), hermanos y canallas: Leonard (1917-1969) y Phillip Chess (1921), apellido que al llegar a América tomó la familia Czyz. Primero se dedicaron a traficar con alcohol durante los años secos. Luego montaron garitos de noches afiebradas, entre ellos el Macomba. En 1947 compraron una parte de Aristocrat Records y en 1950, ya dueños de la empresa, la rebautizaron como Chess. Se dieron cuenta de que Chicago se estaba llenando de músicos negros del sur y decidieron grabarlos. El catálogo de Chess es impecable: Muddy Waters, Little Walter, Bo Diddley, Memphis Slim, Eddie Boyd, John Lee Hooker, Howlin’ Wolf, Rufus Thomas, Etta James… Nadie les hacía sombra. Eran chulos, peleones, auténticos y sonaban con una potencia que parecía extraterrena.

Chuck Berry

Chuck Berry

2. El cantante. Charles Edward Anderson Chuck Berry, nacido en octubre de 1926 en St. Louis-Misuri, no era un chiquillo cuando grabó Roll Over Beethoven. Le faltaban sólo unos meses para cumplir 30 años y algunos consideraban que estaba demasiado pasado para ser un ídolo juvenil. Era el cuarto hijo de una familia de clase media de seis (el padre era trabajador de la construcción), pasaba de estudiar, había estado en la cárcel tres años por reincidir en pequeños robos (le habían condenado a diez), se casó, tuvo un hijo, trabajó en lo que pudo (una factoría, conserje…), estudió peluquería y ganaba un sobresueldo tocando en locales de blues. Siempre le había gustado la música y sabía tocar la guitarra y el piano. En 1955, cansado de malvivir, se fue a Chicago, conoció a Muddy Waters y en cosa de días grabó Maybellene para Chess. Un pasmo: número cuatro entre las canciones más vendidas del año. Un negro con el pelo aceitoso, la sonrisa lúbrica y una guitarra eléctrica que reclamaba acción insertado entre blanquitos angelicales.

Single de "Roll Over Beethoven"

Single de «Roll Over Beethoven»

3. La canción. Rápida y furiosa. Empieza con un solo de guitarra -estructura nada frecuente por entonces- que es una proclama. El grupo se une a la parranda y la temperatura aumenta. Los músicos (ninguneados en el disco, que atribuye la pieza a Chuck Berry and His Combo) fueron Fred Below, el batería de confianza de Muddy Waters; Johnnie Johnson, que toca un feroz arreglo de boogie al piano; Willie Dixon, el sólido contrabajista de casi todas las grabaciones de Chess, y Leroy C. Davis (futuro acompañante de James Brown), que sopla un lejano y constante solo de saxo. Durante toda la canción Berry parece drogado con alguna clase de anfetamina: canta con vehemencia -se le escucha escupir las palabras ante el micrófono- y toca la guitarra como poseído por una urgencia palpable en las gónadas.

Chuck Berry

Chuck Berry

4. La letra. Entre 1956 y 1958, Berry estaba en estado de gracia. Sus letras, picantes, divertidas y generacionales (aunque destinadas a personas con la mitad de su edad) parecían brotar de un inagotable manantial. El mensaje de Roll Over Beethoven (que, resumido, sería algo así: «déjanos en paz Beethoven, intenta entender este rhythm & blues y dale la noticia a Tchaikovsky») era una proclama de emancipación y suficiencia. Berry escribió en su autobiografía que se le ocurrió el estribillo recordando a su hermana mayor, que iba para cantante de ópera, ensayando interminablemente música seria en la casa familiar mientras él no podía encender la radio para escuchar blues y rhythm & blues. A la canción siguieron, en una admirable continuidad, otras sagas adolescentes de rebelión contra el aburrimiento del colegio, sexo, diversión, coches y asco hacia la alienación adulta: School Days, Oh Baby Doll, Rock & Roll Music, Sweet Little Sixteen, Johnny B. Goode, Brown Eyed Handsome Man, Too Much Monkey Business, Memphis, Tennessee… Berry parecía imparable y nadie era capaz de hacerle sombra. Incluso Elvis Presley, que cantaba y bailaba como nadie pero no podía componer, tocar o escribir letras, salía perdiendo en la comparativa.

The Beatles, 1963

The Beatles, 1963

5. Los herederos. De Roll Over Beethoven se han grabado más de doscientas versiones en unos cincuenta países y casi otros tantos idiomas. La canción ha sido homenajeada, transformada (heavy, sinfónica, salsa, reggae…) y mancillada, pero ninguna versión supera el arisco temperamento de la original grabada por Berry en 1956. La han tocado, entre otros, Jerry Lee Lewis, Electric Light Orchestra, Mountain, Ten Years After, Leon Russell, Status Quo, The Byrds, The 13th Floor Elevators, The Sonics, Gene Vincent, M. Ward e Iron Maiden. La más conocida de las versiones es, desde luego, la de los Beatles, cantada por George Harrison e incluida en su segundo disco, With the Beatles (1963). También la tocaron The Rolling Stones, que adoraban la música de Chess (Brian Jones abordó por primera vez a Keith Richards cuando vió que llevaba encima un disco de Chess de Mudy Waters) y grabaron en 1964 y 1965 en los estudios de Chicago.

Chuck Berry

Chuck Berry

6. La muerte. Chuck Berry cumplió en octubre 85 años. Sigue tocando en directo, con escaso pulso, las mismas canciones, las dos docenas de milagros que compuso hace 50 años. Después del bienio dorado algo se le apagó por dentro (intentó encenderlo con la penosa oda a la masturbación My Ding-a-Ling de 1972, que vendió bien). Se repite cada vez que actúa, no tiene grupo estable desde los años sesenta porque prefiere tocar con músicos locales que no cobren por pasar 45 minutos al lado del genio, afirma que «el nombre de este juego es billete de dólar»… Tengo la sospecha de que Chuck Berry se murió cuando dejó de hablar el idioma de las lolitas.

Ánxel Grove

 

Constructor de purgatorios pop con complejo de Napoleón

Back To Mono

Back To Mono

Ninguna otra proclama tan indispensable: Back To Mono. Bastante más que una simple bandera, De regreso al Mono, al sonido monoaural, de un sólo canal, implica varias proposiciones.

En primer lugar, renunciar a la falsedad del estéreo (del griego stéreos, sólido). En segundo, volver a la audición natural, la percepción de las ondas sonoras que se propagan por el espacio.

El eslogan no es una necedad de la propaganda. Conviene situar el contexto temporal: fue enunciado en 1991 como título de un cofre de cuatro discos (en principio de vinilo, luego se reeditaron en compacto digital) dedicado al trabajo como productor, entre 1958 y 1969, de Phil Spector.

En 1991 no había manera de escuchar la música de Spector en su original fidelidad. Sus mejores discos, publicados por su propia empresa, Philles Records, eran un producto del pasado y sólo se distribuían en recopilaciones dudosas. No había forma de regresar al mono. En 1991 habíamos olvidado el don de la escucha humana. Back To Mono nos la devolvió.

Phil Spector

Phil Spector

Spector -a quien hoy dedicamos la sección Cotilleando a…– es lo más parecido a Mozart que ha dado el pop occidental.

Como sucede con cualquier ángel, el envés de sus alas esconde cochambre: podredumbre moral, desamor, demencia, crueldad, un crimen…

En el lado angélico: sinfonías impecables de menos de tres minutos; canciones que te tocan y te seducen para siempre; cápsulas de sexo y turbación; «música emocional», como él mismo decía, para una «generación emocional».

Veinte pequeñas claves para entender al mejor constructor de purgatorios pop, un hombre con complejo de Napoleón que supo tratar con las canciones pero no con el mundo.

1. Harvey Phillip Spector, nacido el 26 de diciembre de 1940, era hijo de dos inmigrantes rusos de etnia judía. El apellido original era Spektor, pero un oficial de inmigración lo cambió por confusión fonética.Vivían en Soundwiew, una fea zona del Bronx neoyorquino.

2. El 20 de abril de 1949, Ben Spector, el padre (rubio, jovial, bregado, trabajador de una acería), se despidió de la familia tras los huevos revueltos con café. Condujo el coche durante unas cuadras y lo aparcó. Del maletero sacó una manguera, conectó un extremo al tubo de escape y se dejó matar, sentado en el asiento del conductor, por el monóxido de carbono. Nadie sabía que estaba deprimido hasta el extremo del suicidio.

3. Harvey -asmático, feucho, bajito- creció marcado por la muerte del padre al que idolatraba. Bertha, la madre, también. En 1953 se fueron Los Ángeles para intentar alejarse de los recuerdos. El cambio de panorama fue vano: en la mujer creció una neurosis obsesiva. Estaba convencida de que Harvey también acabaría suicidándose. Otras veces, en pleno ataque compulsivo, decía al crío: «Tu padre se mató por tu culpa».

Phil Spector, 16 años

Phil Spector, 18 años

4. Cuando jugaba al Monopoly, Harvey-Phil  hacía trampas: escondía billetes extra en los bolsillos y los utilizaba sin que sus rivales lo notasen.

5. Montó un grupo con dos compañeros de instituto, los Teddy Bears. El 20 de mayo de 1958 Spector alquiló por 20 dólares dos horas de estudio. Grabaron una balada hipnótica, To Know Him Is To Love Him, título idéntico al epitafio escrito en la tumba de su padre. Antes de fin de año la canción era número uno nacional.

6. Se fue durante dos años a Nueva York para aprender de los mejores compositores de la época. Aunque tenía dinero, le gustaba parecer bohemio y dormía en el sofá de la oficina de Jerry Leiber y Mike Stoller.  Con el primero compuso, en una noche loca en la que todos los asistentes a una fiesta terminaron desnudos, Spanish Harlem, que sería un éxito cantada por Ben. E. King.

7. En 1961 pisó por primera vez la consulta de un psiquiatra. Lo hizo para evadirse del servicio militar.

8. En 1961 funda, con Lester Sill, Philles Records, una de las primeras discográficas independientes del pop. Aunque la aventura sólo duró cinco años, el impacto fue indeleble. Spector fue el primer productor-artista, responsable al completo de la canción como idea. Quería ejercer un «acercamiento wagneriano al rock and roll, pequeñas sinfonías para los jóvenes«.

El jefe

El jefe

9. Diez mandamientos. Primero: nada de estéreo, porque separar el sonido en dos canales diferentes es un acto contrario a la capacidad auditiva del oyente. Segundo: muro de sonido, integración, collage, la canción es un todo y los matices tímbricos no importan. Tercero: Los solistas, prohibidos. Si son necesarias diez baterías, diez baterías.  Cuarto: varios instrumentos tocando al unísono las mismas progresiones. Quinto: castañuelas y panderetas. Sexto: adiós al elepé («dos buenas canciones y diez basuras») y regreso al single, fervoroso, inmediato. Séptimo: mando único. Los músicos, sean quienes sean, tocan como decide el productor. Octavo: mercenarios, los mejores, pero anónimos. Spector contrata a los mejores músicos de Los Ángeles, les paga bien pero les mantiene fuera de los focos. Comienzan a ser conocidos como la Wrecking Crew. Noveno:  el sonido empastado está pensado para que se escuche especialmente bien en los transistores de radio y los jukeboxes. Ninguna mezcla era aprobada si no pasaba la prueba de sonar irresistible en una rockola. Décimo: sexo. Si las canciones de la factoría Motown eran bien educadas y formales (negros cantando para público blanco, conservador y protestante), las de Spector eran lascivas y enigmáticas.

The Ronettes y Phil Spector, 1963

The Ronettes y Phil Spector, 1963

10. Lluvia de hits. Los discos de Spector tuvieron un éxito grandioso. Calaban a la primera escucha pero eran densos. Se mantenían en la memoria pero sin artificiosidad. The Crystals fueron la punta de lanza. Se especializaron en amores difíciles: en He’s a Rebel la cantante desea al líder de una pandilla y en He Hit Me (It Felt Like a Kiss) el amor se mezcla con el masoquismo. Otro trío de chicas, The Ronettes, fueron quizá el mejor grupo vocal de la historia con las impecables Be My Baby y Baby I Love You. Spector se metió al público en el bolsillo. Comenzaron a llamarle «el magnate teen«.

11. Cuando los Beatles viajaron por primera vez a los EE UU en 1964 -en la gira cuidadosamente planeada de la beatlemanía-, pidieron que Spector les acompañase. El productor voló a Londres y regresó a Nueva York con los Cuatro Fabulosos, que le veneraban. Al bajar del avión, que era esperado por miles de fans, John Lennon pidió a Spector que saliese antes. «Tú fuiste el primero», le dijo.

12. Reinado breve. Tras prendarse del soul de ojos azules de los Righteous Brothers y empaparlos de dramatismo, Spector cerró Philles Records con la más compleja de sus producciones, River Deep – Mountain High, de Ike & Tina Turner, una avalancha compacta y atormentada.

'Ronnie' Bennett. Al fondo, Spector

'Ronnie' Bennett. Al fondo, Spector

13. Se casó en 1968 con Veronica Ronnie Bennett, la chica mala de las Ronettes. El matrimonio terminó en divorcio en 1974. Spector la sometió a malos tratos. Cuando ella se «portaba mal» la encerraba en un armario. Antes había estado casado (1963-1965) con Annete Merar, a quien también le hizo la vida imposible

14. En 1969 Spector hizo un cameo en la película Easy Rider (Dennis Hopper). Interpreta a un traficante de drogas.

 15. Perdió interés por la música. Se convirtió en un recluso paranoide encerrado en la mansión suntuosa que compró en Beverly Hills (21 habitaciones). Unos años después le pareció poca cosa y compró otra, una especie de castillo de dibujos animados llamado Pirineos (33 habitaciones) en la calle Alhambra. Contrató a un guardaespaladas y siempre iba armado.

16. Fue colega de farras y drogas del comediante Lenny Bruce, perseguido por obscenidad por los jueces conservadores estadounidenses.

Lennon y Spector

Lennon y Spector

17. Fue llamado por los Beatles para que intentase salvar las canciones que luego formarían el álbum Let It Be (1970). Las sobreprodujo y estropeó. Paul McCartney se enfureció tanto que en 2003 volvió a editar el disco eliminando toda la intervención de Spector (Let It Be… Naked).

18. Lennon siguió manteniendo la fe en Spector. Le encargó la producción del single Instant Karma! (1970) y de varios de sus álbumes como solista, entre ellos  Imagine (1971) y el infausto Rock & Roll (1975), quizá el peor de los discos del beatle. Spector también produjo un disco de Leonard Cohen (Death of a Ladie’s Man, 1977), al que amenazó con una pistola en el estudio, y otro de los Ramones (End of the Century, 2000).

19. En 1974 estuvo a punto de matarse cuando perdió el control de su Rolls Royce y salió despedido por la luna delantera. Trescientos pedazos de cristal se le clavaron en la cara. Le diagnosticaron trastorno bipolar y cierto grado de esquizofrenia. «Si hablas con Dios, dicen que rezas. Si Dios te habla, dicen que eres esquizofrénico», declaró.

Spector en el banquillo

Spector en el banquillo

20. En 2003 mató de un tiro a la actriz Lana Clarkson. Se negó a ser detenido y la policía le redujo con una descarga eléctrica. Durante el largo proceso judicial sostuvo que Clarkson se suicidó: «¿Por qué tuvo que venir a mi casa y besar la jodida pistola con sus jodidos labios?». En 2009 fue condenado a 19 años de cárcel. Está internado en la prisión californiana de Corcoran, donde también se aloja Charles Manson.

 Ánxel Grove

 

 

 

 

 

 

«Vale, no lo haré», dijo Elvis antes de quedarse dormido para siempre

Elvis Presley, 1956 (Foto: Alfred Wertheimer)

Elvis Presley, 1956 (Foto: Alfred Wertheimer)

Elvis. Algo más que un nombre propio. Quizá el perímetro completo de una frontera. Todo empieza y acaba en Elvis: la inocencia, la rebeldía, la sensualidad, la canción…

Si todo monarca tiene una vida secreta, la del Rey es tan asombrosa como él mismo: un camionero coronado; un muchacho de pueblo amarrado a las faldas de mamá que, sobre un escenario, es capaz de conseguir que la reina del baile se quite la falda; el mejor cantante de rock, quizá el único necesario, pero también una persona vacía, simplona, casi una caricatura…

El Cotilleando a… de esta semana está dedicado a Elvis Presley.

1. Cuando Elvis Aaron Presley tenía 15 meses fue arrastrado por un tornado en su pueblo natal, Tupelo (Misisipi – EE UU). Estuvo a punto de morir. Algunos majaras sostienen que durante el suceso el bebé fue abducido por alienígenas, que le dotaron del don del canto y la seducción.

2. Durante los servicios religiosos de la Asamblea de Dios, una congregación pentecostalista, el bebé gateaba hasta el coro e intentaba acompañar el gospel.

3. A los 10 años ganó el segundo premio en un concurso de talentos. Cantó vestido de vaquero la canción Old shep, que grabaría años después. Le tuvieron que subir a una silla para que alcanzase el micro.

4. De adolescente trabajó como acomodador en el cine Lowe’s State, en Memphis. Lo despidieron tras pillarle robando caramelos del ambigú.

5. Elvis era rubio. Se teñía de negro el pelo porque deseaba parecerse a Roy Orbison.

6. Odiaba el pescado. Cuando compartía mesa con alguien prohibía que sirvieran cualquier tipo de plato con pescado.

7. Le encantaban las galletas. De todo tipo.

8. A pesar de que le gustaba cantar en directo, todos sus conciertos fueron en territorio estadounidense. Jamás cantó en Europa pese a que los empresarios no dejaban de hacerle ofertas millonarias. Cuando se emitió vía satélite el concierto Aloha from Hawai (enero de 1973), los ingleses se quedaron sin verlo porque la BBC se negó a comprar los derechos.

9. Era un defensor de carácter casi apostólico de las anfetaminas. Las probó por primera vez en 1958 cuando hizo el servicio militar en la base de Friedberg (Alemania) -su único viaje a Europa-. Le invitó un sargento.

10. En el año anterior a su muerte (16 de agosto de 1977) tomó unas 10.000 pastillas. Sufría de glaucoma, cirrosis, colon irritable, incontinencia (actuaba con pañales), adicción a las anfetaminas, los calmantes y otras drogas y paranoia.

11. Tenía un médico en nómina, George Nichopoulos, Doctor Nick. A veces le inyectaba a Elvis una solución salina como placebo. La licencia médica de Nichopoulos fue anulada tras un largo proceso judicial. Ahora trabaja como asesor de seguros médicos para una empresa de paquetería.

Elvis Presley, 1956 (Foto: Alfred Wertheimer)

Elvis Presley, 1956 (Foto: Alfred Wertheimer)

12. Elvis grabó quince canciones que contienen en el título la palabra blue (azul, pero también triste o tristeza).

13. También grabó (y apareció cantándolas en películas) canciones demenciales: Queenie Wahini’s Papaya, Yoga Is as Yoga Does, There’s No Room to Rhumba in a Sports Car

14. Elvis odiaba a los Beatles. Le parecían estirados como personas y malos como músicos. El agente de Presley, el pérfido Coronel Tom Parker, le obligó a conocerlos, en 1965, para que las fotos del encuentro salieran en los diarios.

15. Admiraba al ultraconservador presidente Richard Nixon. Cuando éste le recibió en la Casa Blanca, en 1970, Elvis apareció con un traje de terciopelo negro y un cinturón de oro. Nixon le dijo: «Vistes de forma extraña, ¿no?». Presley respondió: «Señor presidente, usted tiene su show y yo tengo el mío». Nixon le nombró agente honorario anti narcóticos por promover una campaña contra el consumo de drogas.

16. Adoraba a los animales. En la mansión de Graceland vivían la tortuga Botwie, una manada de diez perros, algunas cacatúas, patos, gallinas, un mono, un pájaro mynah, el caballo Rising Sun -que enterró en el jardín de la casa junto a las tumbas de sus padres, su abuela y su hermano gemelo, que murió en el parto-…

17. Su mascota favorita era el chimpancé Scatter, que murió por una crisis hepática. Era alcohólico.

18.  Cuando Elvis vivía andaban por el mundo unos 200 imitadores. Hoy se calcula que hay casi 500.000.

19.  Las últimas palabras de Elvis antes de morir se las dijo a su novia, Ginger Alden, que le advirtió que no se quedase dormido en el suelo del cuarto de baño. Fueron: «Vale, no lo haré».

20. Sobre su mesilla de noche estaba el libro que leía esos días,  A Scientific Search for the Face of Jesus (Una búsqueda científica de la cara de Jesús).

Ánxel Grove