Entradas etiquetadas como ‘inventos’

Inventos para revolucionar la hora del desayuno

Inventos de Dominic Wilcox para la hora del desayuno - dominicwilcox.com

Inventos de Dominic Wilcox para la hora del desayuno – dominicwilcox.com

El hermano del industrial William Keith Kellogg (1860-1951), el médico John Harvey Kellogg, fue el gran introductor de los cereales en los desayunos de occidente. El empresario y fundador de Kellogg’s en 1906 era miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, conocida por defender la abstinencia sexual y practicar una estricta dieta vegetariana. Los copos de maíz suponían la síntesis de una alimentación libre de excitantes y productos cárnicos.

Merece la pena mencionar la serie de cachivaches que hay sobre la mesa, pero no porque esté vinculada a Kellogg’s. Fotografiados con la luz natural de la mañana, se reconoce a una de las mascotas de la marca. El gallo Cornelio —que desde 1958 figura en los paquetes de copos de maíz de la multinacional— puede hacernos creer que estamos ante cualquier colección de objetos promocionales, pero cada objeto brilla por su ingenio infantil y aparatoso, la marca inimitable de Dominic Wilcox.

Lee el resto de la entrada »

Dominic Wilcox, inventos alocados, optimistas y naíf

Las orejeras que él mismo ha creado tienen dos tubos, uno —el azul— sale del oído derecho, rodea la cabeza y desemboca en el lado izquierdo. El rojo sale del oído izquierdo, también rodea la cabeza y tiene su salida en el lado derecho.

El inglés Dominic Wilcox inventa jugando, hace reflexiones que rozan el chiste y lo absurdo, pero que siempre despiertan la curiosidad. «Estaba pensando… Si sería extraño que los sonidos que oyeras en el lado derecho sonaran en la dirección contraria», dice explicando el extraño cachivache que lleva puesto. «Si llevara esto más a menudo… ¿Lo arreglaría mi cerebro? ¿Se volvería algo normal?».

No lo menciono en este blog por primera vez, ya me había referido a los brillantes diseños de relojes que había creado colocando a personajes sobre las agujas y cubriéndolos con una pequeña cúpula. Los inventos de Wilcox contienen diseño, arte, artesanía y tecnología. Hace auténticos revueltos de ideas, tiene recetas para darle la vuelta a lo convencional.

'Binaudios' - Dominic Wilcox

‘Binaudios’ – Dominic Wilcox

En su página web repleta de proyectos, enumera algunas creaciones recientes: «un par de zapatos con GPS incorporado para guiar al usuario a casa», unos «binaudios» —una modificación de los binoculares— que sirven para escuchar «los sonidos de una ciudad» y un pequeño coche que se conduce solo y está cubierto por una colorida vidriera. Todos tienen el sello alocado, optimista y algo naíf de Wilcox.

El director Liam Saint-Pierre se acerca al inventor-artista en un pequeño documental de poco menos de ocho minutos: The Reinvention of Normal (La reinvención de lo normal), un título tomado del libro del mismo nombre que Wilcox publicó en 2014 con dibujos y fotos de los objetos y proyectos que ocupan su mente.

En la pieza audiovisual con carácter de semblanza poética, Wilcox habla de sus objetos (un cepillo de dientes-maraca, un miniventilador a juego con la taza, para enfriar el té) e incluso sale pateando una pelota de fútbol… en la que hay una bolsa aislada para meter frutas y yogur y hacer batidos mientras se disputa el partido.

Hay también una breve entrevista con los padres, que se debaten entre definir las ideas de su hijo como locas o como imaginativas, pero aseguran sentirse orgullosos de que se salga de lo común. La narración está trufada de animaciones hechas con dibujos del creador, pequeños y simples, pero cautivadores por las historias que proponen.

Experimenta con materiales y usos ya existentes para «encontrar sorpresas» que no podría descubrir «con un bolígrafo o un ordenador». «Me he convencido a mí mismo de que, entre todo lo que nos rodea, hay cientos de ideas y conexiones esperando a ser encontradas. Sólo debemos mirar con suficiente empeño», dice el autor, que en el documental de Saint-Pierre aparece en una tienda escogiendo elementos que luego resultan unirse en un solo invento: un aparato para escuchar mejor a los pájaros en la naturaleza.

Por su expresión divertida, como siempre al borde de la sonrisa, a veces es complicado distinguir si habla en serio o no. El Mago de Oz y en particular los zapatos de Dorothy lo inspiraron para idear los zapatos con GPS, «que por lo menos te guían a casa» e indican el camino cuando quien los lleva junta los talones tres veces. Otras soluciones vienen dadas por el accidente, como la propuesta que da en caso de que derramemos la temida copa de vino tinto sobre una moqueta: basta con crear en el mismo tono rojizo y a partir de la mancha «una preciosa réplica de una ornamentada alfombra».

Helena Celdrán

Taza de té con ventilador incorporado - Dominic Wilcox. Foto: Pec studio

Taza de té con ventilador incorporado – Dominic Wilcox. Foto: Pec studio

'No Place like Home', zapatos con GPS de Dominic Wilcox

‘No Place like Home’, zapatos con GPS de Dominic Wilcox

Dominic Wilcox imagina unos zapatos para subir cuestas

Dominic Wilcox imagina unos zapatos para subir cuestas

Traje volador relleno de helio. Dibujo de Dominic Wilcox

Traje volador relleno de helio. Dibujo de Dominic Wilcox

Somabar, un barman robótico dependiente del móvil

Somabar

Somabar

Al más puro estilo de las teletiendas estadounidenses, pero con un barniz de capricho tecnológico deseable para un público sofisticado, el invento aparece en idílicas y espaciosas cocinas en la promesa de que no ocupará demasiado espacio, llenando copas de cóctel y exhibiendo tubos de cristal con líquidos de colores preparados para la siguiente dosis.

Los creadores de Somabar lo definen como un «barman robótico para tu hogar». La máquina mide, mezcla y agita varias bebidas y en menos de cinco segundos puede preparar un cosmopolitan, un margarita, un tequila sunrise, un whiskey sour

Uno de los últimos grandes éxitos de la microfinanciación, los empresarios —afincados en Los Ángeles— han triunfado a la hora de buscar dinero para comercializar el producto: superaron más de seis veces la cifra de 50.00 dólares (poco más de 44.200 euros) que pedían en principio. Las contribuciones debían ser generosas para conseguir uno de los barmans robóticos, por 399 dólares (353 euros) uno ya podía tener el Somabar «por 100 dólares menos» de lo que costará si se reserva antes de su llegada a las tiendas. El precio en los comercios ascenderá a 699 dólares (620 euros).

El interior del Somabar

El interior del Somabar

Todo comienza —por supuesto— con una aplicación para el móvil, en la que el usuario recibe «sugerencias para bebidas» según los ingredientes que le haya puesto al invento en sus grandes probetas laterales, diseña la mezcla según apetencias, puede comprobar las existencias de cada licor o zumo cuando no tiene el aparato delante…

Con gifs animados, los creadores tratan de disipar la desconfianza que pueda surgir en los compradores potenciales. El Somabar está preparado para activar un sistema automático para limpiar los conductos con agua de manera que no terminen mezclándose los sabores y los colores de las bebidas que se hacen seguidas.

El vídeo de presentación peca de muchos de los vicios de la venta por televisión: imágenes luminosas de grupos de amigos perfectos bebiendo cócteles irresistibles, el «qué pasa cuando no lo tienes» que muestra a una mujer luchando con la coctelera y ha dejado la encimera de la cocina hecha un desastre y llena de botellas, las entrevistas a los expertos…

El aparato tiene un diseño armónico y el prototipo es de un blanco-apple que sin duda corresponde a la obsesión tecnológica de nuestros tiempos, un capricho tontorrón, dependiente del teléfono móvil y con un tamaño que lo destina a permanecer en un lugar alto y apartado de la cocina, junto a esos pequeños electrodomésticos limitados a una sola función o que no terminan de funcionar demasiado bien.

Helena Celdrán

Somabar

Somabar

El bolígrafo de los 16 millones de colores

Scribble Pen

Scribble Pen

Capaz de capturar en su memoria el color de cualquier objeto o superficie, el Scribble (término de la lengua inglesa traducible por garabato o por garabatear) es un aparato entre ensoñador y útil, con el toque infantil y caprichoso que tienen esa clase de objetos tecnológicos llenos de promesas revolucionarias.

El lápiz electrónico, con punta disponible en varios grosores, graba en su memoria el color con sólo entrar en contacto físico con el elemento («una pared, una fruta, un libro o una revista, una pintura o incluso el juguete de un niño») y almacena la tonalidad exacta en forma de datos para que luego el usuario pueda pintar —con uno de los modelos, el que contiene cartuchos de tinta— sobre papel y con el otro modelo sobre una tableta electrónica. Una aplicación para smartphones y tabletas permite al usuario crear una «biblioteca» de colores para clasificarlos y utilizarlos de nuevo. La información se puede importar a los ordenadores y todo es compatible con programas de tratamiento de imagen como el Photoshop o el Corel.

'Scribble Ink'

Los inventores —Mark Barker y Robert Hoffman, de Scribble Technology, una pequeña empresa emergente de las miles que inundan la californiana ciudad de San Francisco— aseguran que el ingenio puede captar hasta 16 millones de colores, que el bolígrafo mágico equivale a tener de manera virtual «una gigantesca caja de rotuladores». Predicen que el bolígrafo despertará el interés de cualquiera que necesite un «amplio acceso» al color y mencionan a artistas, diseñadores gráficos, decoradores interiores, diseñadores de moda, educadores y padres que desean que sus hijos «piensen más allá de la caja de ceras»…

Desde el 11 de agosto, fecha de lanzamiento de la campaña de microfinanciación en la plataforma Kickstarter para hacer el proyecto realidad, el Scribble ha recaudado 366.566 dólares (273.559 euros) cuando sus creadores sólo pedían 100.000 (74.627 euros). La inesperada avalancha hizo que Scribble Technology tuviera que cancelar temporalmente el 15 de agosto la recepción de dinero por petición de Kickstarter, que le ha pedido a la empresa un vídeo más informativo sobre el producto.

Helena Celdrán

Scribble

Scribble Stylus

Scribble Ink

Scribble Stylus

La ‘torre orquesta’, el ‘piano de gatos’… Instrumentos que nunca existieron

Caricatura  de la 'Torre orquesta' propuesta por Adolphe Sax en 1850

Caricatura de la ‘Torre orquesta’ propuesta por Adolphe Sax en 1850

El «órgano de vapor» de William Mason era producto de la fascinación por la Revolución Industrial en Inglaterra. El inventor se basaba en las escrituras en latín del monje benedictino Guillermo de Malmesbury tituladas Gesta regum Anglorum (1125).

El religioso mencionaba la existencia de un órgano en una iglesia de la ciudad francesa de Reims y detallaba el funcionamiento del ingenio, creado por otro monje benedictino: «Por la violencia del agua caliente, el aire que sale llena la cavidad del instrumento por completo».

En 1795, Mason interpretó el «agua caliente» como vapor y vio la posibilidad de modernizar la idea con los avances tecnológicos del momento. No está claro a qué se refería Guillermo de Malmesbury, tal vez a un sistema hidraulico, pero la iniciativa de Mason era inviable tal y como la presentaba.

El 'piano de gatos' en una ilustración de 1883

El ‘piano de gatos’ en una ilustración de 1883

La historia es una de las muchas que reúne el Museum of Imaginary Musical Instruments (Museo de instrumentos musicales imaginarios), una página que recopila de modo serio e informativo documentación y fotos sobre instrumentos que nunca se hicieron realidad o se quedaron en un proyecto fallido.

«Existentes como diagramas, dibujos o descripciones escritas; estos aparatos nunca emitieron un sonido», dicen sus fundadores los estadounidenses Deirdre Loughridge (profesora auxiliar de Música en la Universidad californiana de Berkeley) y Thomas Patteson (profesor en la Facultad de Estudios Musicales en el Curtis Institute of Music de Filadelfia).

El "clavicémbalo ocular", instrumento fallido diseñado en 1743

El «clavicémbalo ocular», instrumento fallido diseñado en 1743

«Los inventos no sólo surgen de la necesidad, como asegura el tópico, sino también del irreprimible impulso por jugar, experimentar (…). Por la naturaleza fluida y amorfa de la música, la pregunta sobre qué constituye un instrumento está siempre abierta», dicen Loughridge y Patteson, que no tienen reparos en admitir que utilizan el término instrumento «en un sentido deliberadamente amplio» para referirse a «cualquier aparato empleado para interpretar, componer, escuchar o de algún modo relacionarse al sonido musical».

En siete exposiciones online (recopilaciones de instrumentos que se relacionan de una u otra manera) catalogan ideas megalómanas como las «torres orquesta» del belga Adolphe Sax (inventor del saxofón), caricaturizadas en los periódicos de 1850 y consistentes en cuatro enormes estructuras que formarían una gigantesca plataforma sonora. El inexistente pero aún así ilustrado «piano de gatos» o el «orgasmatron» de Barbarella (basado en un proyecto de Wilhelm Reich, que creía en la posibilidad de capturar la energía sexual para crear sonidos) están entre los artefactos más estrafalarios del ambicioso catálogo del museo virtual.

Helena Celdrán

Los científicos que quisieron convertir los cadáveres en estatuas de metal

Ilustración del libro 'Victorian Inventions', de Leonard De Vries, en el que figura el invento

Ilustración del libro ‘Victorian Inventions’, de Leonard De Vries, en el que figura el invento

Al igual que las estatuas conmemorativas, se trataba de recordar a familiares y seres queridos tras su muerte, con la diferencia de que el interior de la escultura contenía los restos mortales.

El electroplateado o galvanoplastia es un procedimiento para dar forma al metal mediante la electricidad. Aplicada a la preservación de cadáveres, la idea se perfila como una fantasía victoriana y retrofuturista que cuesta creer que existiera. El cuerpo se debía preparar para ser conductivo pulverizándole nitrato de plata en una campana de cristal. Tras el tratamiento, había que bañarlo en sulfato de cobre para crear una capa de un milímetro del metal sobre la piel.

Hay varios recortes de prensa a partir de 1880 que documentan la técnica y venden sus bondades como una mezcla de efectivo embalsamamiento, logro sanitario y arte. Parece ser que la idea la propuso por primera vez el Doctor Varlot, un cirujano de París, aunque la autoría del invento también podría pertenecer al doctor neoyorquino Thomas Holmes (1817-1899), considerado en los Estados Unidos «el padre del embalsamamiento».

Del siglo XIX son las fotografías por mortem, las joyas fúnebres con lugar para preservar mechones de pelo del difunto… La era victoriana iba abandonando progresivamente la herencia del romanticismo, pero no era fácil despegarse de una corriente tan seductora. Además, a ese pasado reciente se unía el afán por mostrar los progresos técnicos y científicos del momento. El caldo de cultivo era el ideal para este tipo de iniciativas truculentas.

Los orígenes del electroplateado de cadáveres son inciertos e incluso hay una patente (Method of preserving dead bodies) de 1934 del desconocido inventor estadounidense Levon G. Kassabian. Aunque rondó esporádicamente durante casi un siglo, la técnica parece ser que nunca llegó a realizarse o al menos no se conocen pruebas de ello a pesar de que el servicio pretendía comercializarse.

Helena Celdrán

Ilustración de la patente 'Method of Preserving Dead Bodies' (1934)

Ilustración de la patente ‘Method of Preserving Dead Bodies’ (1934)

El inventor que quiso añadir globos y matasuegras al cine mudo

Ilustración de la patente de Pidgin

Ilustración de la patente de Pidgin

El piano era con frecuencia el único acompañamiento de las historias del cine mudo. Los personajes gesticulaban de manera teatral, las situaciones eran lo más claras posibles, los diálogos o cualquier explicación sobre la trama se tenían que resumir en intertítulos: frases escritas sobre un fondo negro, cuadros de texto que aparecían ocasionalmente para apoyar la imagen con palabras.

Las películas ganaban complejidad en la década de los años veinte. El gabinete del Dr. Caligari de Robert Wiene se estrenó en 1920, en 1921 Chaplin dirigía ya El chico, una de sus obras maestras; Harold Lloyd había protagonizaba El hombre mosca en 1923. La falta de sonido era el gran pero para el desarrollo lógico del cine. Los técnicos buscaban desde los años de la I Guerra Mundial sincronizar de alguna manera las palabras para evitar las interrupciones en la escena que suponían los bruscos mensajes sobre fondos negros.

Los intentos más serios ya se habían producido unos años antes con éxito, pero es El cantante de jazz (Alan Crosland, 1927) la película que se suele citar como la primera en incluir diálogos sonoros con solidez técnica. Por supuesto, antes de la década de los veinte también existieron propuestas.

El estadounidense Charles Felton Pidgin (1844-1923) era escritor y entre sus obras había novelas de ciencia ficción, de historia alternativa y de detectives. Ser inventor era su segunda gran pasión, ideó varios artefactos —entre ellos varias máquinas de cálculo— y acudía con frecuencia a la oficina de patentes. Sin duda, su proyecto más pintoresco fue el sistema para añadir mensajes a las películas mudas.

Motion-picture-and-method-of-producing-the-samePidgin presentó en 1916 la patente, publicada en 1917, para solucionar el problema de los carteles del modo más estético posible. Motion-picture and method of producing the same (Película y método para producir la misma) no propone sonido, sino un método rocambolesco para que las palabras aparezcan en pantalla mediante una especie de bocadillos de cómic desplegables.

«Con el fin de trasladar a los espectadores de una foto-novela o producción cinematográfica análoga el significado completo de la película mostrada, suele ser necesario añadir a las películas mismas ciertas características, palabras, letras y demás que se muestran en una pantalla separada. Esta separación entre el discurso y la acción es necesariamente inefectiva», explica en el texto de la patente el inventor.

En el proyecto de Pidgin los actores llevan los mensajes escritos en un tubo «inflable y extensible», similar a un matasuegras, detallado en las figuras 3 y 4 del documento. Pensando en personajes que necesiten más espacio para el texto, el autor propone utilizar globos de goma de diferentes tamaños y formas que se inflarían con una válvula conforme le tocara intervenir a cada uno: «Hinchar los artefactos (…) añadirá realismo (…), las palabras parecerán surgir de las bocas de los actores».

Como es de suponer, la aparatosa idea, que más que a los bocadillos de cómic casi recuerda a las banderolas medievales, no llegó ni siquiera a la fase de prueba. Pidgin continuó escribiendo y —ya sea por casualidad o por desánimo— no inventó nada más.

Helena Celdrán

¿Vestidos hechos con pegamento?

Con tres percheros, un globo de goma alargado, un compresor de aire, pegamento y prendas de diferentes tallas la holandesa Laura Lynn Jansen y el francés Thomas Vailly han inventado un heterodoxo método de crear ropa de diseño. Los diseñadores definen Inner Fashion (Moda interior) como un «proceso de producción low-tech«, un método sencillo y transparente en el que están presente «todos los pasos del círculo de la moda» desde la idea inicial hasta la venta pasando por la manufacturación.

Inner FashionDesarrollaron su idea en C-fabriek, un taller de diseño de moda situado en una antigua fábrica de Eindhoven (Holanda). Las instalaciones sirven como lugar de trabajo a varios autores jóvenes que quieren «reclamar el control sobre sus creaciones»: las amplias instalaciones les han permitido disponer de las máquinas y herramientas necesarias para encargarse de todo el proceso de elaboración ellos mismos y alejarse del estereotipo esnob del diseñador de moda al uso. «C-Fabriek es un estudio/lugar de trabajo/museo/galería/tienda. Un lugar donde los diseñadores trabajan y crean, pero también presentan sus procesos y métodos al público», escriben en su página web.

En el proyecto de Jansen y Vailly cada prenda está hecha a partir de dos capas de tela, una interior —de la talla XS y de elastano— que se ajusta al cuerpo y otra exterior (de viscosa o seda) suelta de la talla XXL. El procedimiento consiste en vestir al globo de goma alargado (del tamaño aproximado del cuerpo) con las dos capas. Cuando se hincha, las telas se estiran.

«Donde en el bordado se usa aguja e hilo, Inner Fashion usa pegamento para acelerar el proceso», dicen sus creadores. En el vídeo de demostración se ve cómo las gotas aplicadas sobre el tejido forman hileras de puntos sin aparente significado, pero todo cambia cuando el globo se deshincha y la superficie se contrae. El pegamento forma entonces los fruncidos del vestido, que la misma autora de la prenda se prueba y admira frente al espejo.

Reconocen que buena parte de su inspiración se debió al vertido accidental de pegamento sobre una prenda y quedaron prendados del potencial del material. Aunque «odian» la comida rápida, se refieren al proyecto como un método para fabricar «moda rápida» y destacan la drástica reducción de tiempo que implica. «La forma tradicional de hacer un plisado lleva hasta 12 horas de trabajo y a nosotros nos bastan unos cuantos puntos de pegamento». El tiempo total para crear uno de estos vestidos va de los 15 a los 30 minutos.

Helena Celdrán

Uno de los vestidos de 'Inner Fashion' - © Jansen and Vailly

Uno de los vestidos de ‘Inner Fashion’ – © Jansen and Vailly

'Inner fashion' - Jansen and Vailly

Inner fashion - Jansen and vailly - setup Casina Cuccagna - Milan

Dos inventores que creyeron en un tren impulsado por el viento

Aerodromic System of Transportation (1894)

«La velocidad es el problema actual y futuro del ferrocarril. La presión por conseguir mayor movimiento de pasajeros y mercancía se ha vuelto intensa». Los estadounidenses George Nation Chase y Henry William Kirchner, en los últimos años del siglo XIX, apostaban por una drástica reforma técnica de los trenes.

En plena expansión de los EE UU, la comunicación era la clave de la vida moderna y los inventores sentían la urgencia de mejorar el transporte. Estaban convencidos que de no efectuarse el avance, se corría el riesgo de sufrir «una vuelta a los años oscuros».

Chase y Kirchner buscaban un sistema que permitiera la evolución del ferrocarril, que lo hiciera más eficiente, rentable y seguro. No era descabellado pensar en el viento como elemento impulsor: los primeros medios de transporte en recorrer largas distancias —inventados por los egipcios hace por lo menos 5.000 años— fueron las embarcaciones de vela. Además, los experimentos previos a la creación de los dirigibles se sucedían a finales del siglo XIX con la notable mejora de los planeadores.

'The Coming Railroad'

En 1894 publicaron The Coming Railroad (El próximo ferrocarril), un libro en el que explicaban todos los pormenores de su ambicioso proyecto. The Chase-Kirchner aerodromic system of transportation (El sistema de transporte aerodrómico Chase-Kirchner) iba a ser «una máquina capaz, con el aire, de ir a gran velocidad, guiada por una vía con absoluta seguridad».

Sobre el tren descansaría una estructura de «aeroplanos», «superpuestos directamente uno sobre otro a una distancia ligeramente inferior a su ancho». «El area de estas superficies variará dependiendo de la carga, de 2.000 a 4.000 pies cuadrados» (de casi 186 a 371 metros cuadrados). La estructura convertiría el aire en impulso y, con un motor eléctrico añadido, lograría una velocidad superior a la que podían llegar las locomotoras de vapor.

Las ilustraciones de la máquina tienen en el presente un aspecto fantástico y retrofuturista, los finales puntiagudos evocan a una embarcación y las tablas aeronáuticas parecen extraidas de los primeros aviones del siglo XIX.

Nunca se construyó, ni siquiera llegó a la fase experimental. Aunque en algunas consideraciones aerodinámicas no andaban desencaminados, parece ser que nadie se aventuró a financiar el sistema, pero no hay demasiados datos de los fallos y carencias que descartaron por completo su realización.

Helena Celdrán

Chase and Kirchner Aerodromic Railroad - Section

The Coming Railroad

Aerodromic System of Transportation

The Coming Railroad

El teléfono móvil pensado para durar toda la vida

¿Y si tuviéramos la posibilidad de sustituir la pieza estropeada? ¿Y si nos libráramos por fin de la letanía del «no se puede arreglar» o del «cuesta menos comprar otro»?

El diseñador holandés Dave Hakkens llama la atención sobre «uno de los tipos de residuos que se generan con más rapidez del mundo», la incómoda y apenas mencionada chatarra tecnológica, una pila de cacharros en la que abundan los efímeros teléfonos móviles. «Cada día tiramos millones de aparatos sólo porque son viejos o se gastan, pero normalmente es uno de los componentes el que causa el problema. El resto funciona bien y es innecesariamente desechado, simplemente porque los aparatos electrónicos no están hechos para durar«, apunta Hakkens.

En un mundo regido por la obsesión de tener lo último en electrónica, propone un proyecto arriesgado pero esperanzador. Phonebloks (que se podría traducir por bloques de teléfono) es de momento un concepto, pero de realizarse supondría un rediseño radical del smartphone que pondría fin al desperdicio masivo de teléfonos, que muchos consideran de sustitución obligatoria cada dos años.

phoneblocksEl teléfono se compondría de una plataforma base con bloques que encajarían en ella con facilidad como en un juego de construcciones. Dos pequeños tornillos asegurarían el conjunto en el que cada una de las piezas (la capacidad de almacenaje, el altavoz, la cámara, la batería…) se vería claramente y sería sustituible en caso de que se rompiera o quedara desfasada. El aparato podría durar toda la vida.

Además, Hakkens se mete en el bolsillo a los más caprichosos al ofrecer la tentadora posibilidad de personalizar el aparato: «Digamos que lo almacenas todo en una nube. ¿Por qué no reemplazar el bloque del almacenaje por una batería más grande». Si lo que te gusta es hacer fotos, ¿por que no mejorar la cámara?»

Sabe que hay hábitos enquistados, difíciles de cambiar cuando se habla del fetichismo de las marcas, por eso inició en Internet una campaña (que finaliza el 29 de octubre) para sondear al público. No pide dinero, sino que simplemente se comparta la idea en las redes sociales y que los partidarios de ella manifiesten su interés para que diferentes compañías vean el negocio de fabricar «bloques» para el teléfono.

phonebloks-2El usuario optaría por los elementos de cada marca que más le convinieran y crearía así el móvil adaptado a sus gustos y necesidades. Además, no siempre se trataría de multinacionales, sino que existiría la opción de que se involucraran pequeñas empresas especializadas en una pieza en particular.

La respuesta ha sido abrumadora: el diseñador holandés esperaba una modesta cifra de firmantes («unos 1.000 en el mejor de los casos») y ya ha conseguido 930.600 reacciones de personas que interpretan el invento como el justo fin de la tiránica obligación de cambiar de móvil. El vídeo explicativo que colgó en Youtube tiene más de 16 millones de vistas e incluso Edward Snowden pidió ayer en su cuenta de Twitter el apoyo para el proyecto. Hace unos días, Hakkens subía una fotografía a su cuenta de Facebook en la que posaba frente al Golden Gate de San Francisco y anunciaba que hay una compañía en Silicon Valley interesada en hablar con él sobre los Phonebloks.

Helena Celdrán