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Una joven sureña blanca y de a pie, heroína del antirracismo en los EE UU

Joan Trumpauer - Fotos policiales de 1961

Joan Trumpauer – Fotos policiales de 1961

Joan Trumpauer tenía 19 años cuando, en junio de 1961, la Policía de Jackson, en el estado de Misisipi, en el sur profundo de los EE UU, la fichó y retrató de frente y perfil.

Unos días antes el autobús en el que Joan viajaba junto con otros militantes antisegregacionistas había sido quemado por una turbamulta de arios racistas. La joven escapó de milagro pero fue golpeada, pateada y detenida. Como se negó a pagar la multa por los desórdenes de los que fue acusada o la fianza sustitutoria, la encerraron en la prisión más dura del país, Parchman Farm. La tuvieron en una celda del pabellón de la muerte durante dos meses antes de fijar una fecha para la vista del juicio y dejarla en libertad.

Durante aquel encierro arbitrario y desproporcionado Joan canturreaba con cierta constancia una cancioncilla religiosa que le habían enseñado en la catequesis:

Cristo quiere a los niños
A todos los niños del mundo
Rojos y amarillos, negros y blancos
Todos son preciosos para Él

Además de las convicciones, la muchacha no tenía nada especial que la distinguiera de otras, era una chica de a pie. Había nacido en Georgia, sus abuelos habían sido dueños de esclavos negros y sus padres eran aparceros sin demasiados medios pero que, sin embargo, podían permitirse pagar a una criada, también negra, para que cuidara de los niños. Cuando algo se torcía en la vida de la familia Trumpauer, la madre, racista visceral, solía utilizar siempre la misma fórmula: «Podremos con esto. Pase lo que pase, al menos no somos negros».

Joan abrió los ojos cuando empezaron a proliferar las protestas contra la segregación que permitía el trato diferente según el color de la piel. A los 18 años participó en la primera sentada. La detuvieron y catalogaron como «mentalmente inestable» porque sólo la locura podía explicar que una señorita del sur compartiese ideales y movilizaciones con negros.

Al año siguiente se implicó en los Freedom Riders (Viajeros de la libertad), los centenares de chicos y chicas de ambas razas que se desplazaban en autobuses por las zonas más despiadadas del racismo para organizar protestas no violentas en bares con entradas separadas, colegios que no admitían negros, piscinas en las que sólo la piel blanca tenía derecho de chapoteo en el largo y ardiente verano…

Tres 'viajeros de la libertad' son increpados y atacados por chicos blancos en un bar segregado. La muchacha del medio, con moño, es Joan. 28 de mayo de 1963, Jackson-Misisipi.

Tres ‘viajeros de la libertad’ son increpados y atacados por chicos blancos por entrar en un bar segregado. La muchacha del medio, con moño, es Joan. 28 de mayo de 1963, Jackson-Misisipi (Foto: Fred Blackwell)

Fred Blackwell, reportero del Jackson Daily News, se subió a la barra del Woolworth para poder hacer esta foto. No hay sangre, pero quizá sea una de las imágenes más violentas de la lucha contra la segregación racial en los EE UU por la rabia, burla y odio de los jovencillos que atacan a los tres viajeros de la libertad, desde la izquierda, John Salter, Joan Trumpauer y Anne Moody. Habían entrado en la fuente de soda segregada con una chica negra, la última de las activistas citadas, para hacer una sentada pacífica en la barra sólo para blancos. A Salter le regaron la ropa con sirope y la cabeza con azúcar. A Trumpauer le esperaba la misma humillación. La policía no apareció por el lugar pese a las llamadas del encargado.

Hubo muchos otros sit-in en cafeterías de los estados racistas que se oponían a la abolición de la segregación y la aprobación de una ley de garantía de los derechos civiles. Todos los actos, coordinados por el Congreso por la Igualdad Racial, fueron pacíficos. Este set de Flickr agrupa unas cuantas decenas de fotos de las movilizaciones y en alguna se puede reconocer a Joan con su tranquila prestancia haciendo frente sin un pestañeo a matonzuelos arengados por el Partido Nazi Americano.

Joan Trumpauer en la actualidad. Foto: © J.M. Giordano

Joan Trumpauer en la actualidad. Foto: © J.M. Giordano

Trampauer fue coherente con el credo de la canción que había aprendido en la iglesia cuando era cría: se matriculó en un instituto para negros preguntándose cómo respondería la sociedad —lo supo pronto: la tildaron de «puta» en artículos de opinión en la prensa— y fue expulsada de la muy prestigiosa Universidad de Duke por negarse a abandonar el activismo.

Era sureña y blanca, tenía más que perder que nadie y embravecía con más intensidad a los intolerantes.

Se retiró a la honrosa condición de ciudadana digna y coherente cuando la lucha alcanzó los resultados legislativos soñados —concretados en la Civil Rights Act (Ley de los Derechos Civiles, 1964), que tardó lo suyo en servir para algo pero al menos ilegalizó la segregación en el plano teórico—.

Sin salir del anonimato de nuevo Joan trabajó en el Smithsonian, fue funcionaria de los ministerios de Justicia y Comercio y profesora voluntaria de Inglés como segundo idioma en una organización de ayuda a inmigrantes ilegales. Está jubilada, tiene 73 años y cinco hijos.

Cuando en 2013 la trajeron otra vez a la actualidad como protagonista del documental An Ordinary Hero: The True Story of Joan Trumpauer (Una heroína corriente: la verdadera historia de Joan Trumpauer) declaró que volvería a repetir cada paso de su vida porque el racismo convierte a cualquier territorio en «el corazón de las tinieblas».

Jose Ángel González

¿Qué hacen tres nazis en un mitin de Malcolm X?

George Lincoln Rockwell (centro) y dos de sus camaradas nazis en un mitin de Malcolm X en 1962 © Eve Arnold

George Lincoln Rockwell (centro) y dos de sus camaradas nazis en un mitin de Malcolm X en 1962 © Eve Arnold

Pese a que tiene más de medio siglo de edad, la foto, tomada el 25 de febrero de 1962 en el International Amphitheater de Chicago, contiene una cadena de contrasentidos, una sucesión de disparates que, enlazados, siguen diciendo bastante de la naturaleza espuria de la política y sus bastardías raciales y sociales, superiores en socarronería a cualquier serie cómica.

1. El hombre que ocupa el centro de la imagen es George Lincoln Rockwell, autoproclamado American Hitler o American Führer. Aparece flanqueado por dos tipejos de su guardia de corps, émulos presuntos de los Leibstandarte de las SS, matones de protección al servicio de Hitler.

2. El trío de paletos sobrados de gomina para mantener a raya germánica las indómitas raíces mediterráneo-gitanas de las melenas son miembros del American Nazi Party (Partido Nazi Americano), fundado en 1960 con el peregrino y escasamente comercial nombre de World Union of Free Enterprise National Socialists, cambiado a los pocos meses. La formación sigue en activo y la web oficial demuestra que no hay diseñadores en sus filas que superen el nivel de lo deplorable.

3. El Partido Nazi Americano —aquí pueden leer un informe desclasificado de 60 páginas del FBI que situaba a los militantes de 1965 al borde del umbral de la imbecilidad y otorgaba a Rockwell tendencia a los placeres de la homosexualidad— fue y sigue siendo negacionista con respecto al holocausto («un fraude» inventado por los judíos, dijo su fundador en 1966 en una entrevista en la revista Playboy. Para el encuentro informativo sólo puso una condición: que el periodista lo tratara de «comandante»).

4. Rockwell había nacido en 1918 de una pareja de actores de vodevil que frecuentaban la amistad de, entre otros, Groucho Marx, el libertario comediante —de orígen judío— que deseaba para su tumba el más correcto epitafio: «Perdonen que no me levante».

El 'Hate Bus' de Rockwell en 1961

El ‘Hate Bus’ de Rockwell en 1961

5. Antes de convertirse, entrado en la cuarentena, en el Hitler de las praderas, Rockwell había dirigido una revista de humor fecal en el instituto, servido con honores en la II Guerra Mundial y la de Corea e intentado labrarse un futuro como relaciones públicas y editor de un semanario femenino con una cabecera diáfana y de escasa perspicacia: U.S. Lady (Mujer Estadounidense), que no pasó del número cero. Cuando leyó Mein Kampf, el libro de Hitler inspirado en El judío internacional (1920), del empresario automovilístico Henry Ford (al que Rockwell no se molestó en cotejar porque deseaba ser el primero en emular el nazismo del lado de allá del Atlántico), se sintió «paralizado, trastornado». De no dar muestras de otras ambiciones que fumar en pipa y ejercer de padre de familia pasó a profeta del odio racial.

6. Para compensar las campañas de los negros en contra de la segregación racial y a favor de los derechos civiles y los periplos en autobús de los Freedom Riders (Viajeros de la libertad) cercanos a Martin Luther King, el Partido Nazi transformó una furgoneta Volkswagen en el Hate Bus (Autobús del Odio). Era bastante cutre, pero Rockwell se sentía importante conduciendo el vehículo y transportando a sus fieles a ferias agrícolas y otros eventos. También reconvirtió con automática imaginación la proclama Black Power en White Power y editó unos cuantos discos xenófobos —y pésimos: simples singalongs para reuniones de cerveceros—.

7. La autora de la foto que abre esta entrada, la avispada (y diminuta) reportera Eve Arnold, había nacido en una familia de inmigrantes judíos fundada por un rabino ucraniano. Su padre era tan carca como Rockwell pero desde el extremismo del judaísmo: Eve tuvo que superar los obstáculos diarios que encontraba en casa. Acaso de esas dificultades extrajo la cualidad de ser en extremo cuidadosa y nunca juzgar a los modelos de las fotos. La imagen de los tres nazis no es denigrante sino práctica: son ellos, no la imagen, quienes nos aseguran la condición de payasos.

8. El Partido Nazi Americano nunca pasó del centenar de militantes.

Malcolm X (derecha) en la tribuna del mitin con Elijah Muhammad, líder de la Nación del Islam  © Eve Arnold

Malcolm X (derecha) en la tribuna del mitin con Elijah Muhammad © Eve Arnold

Foto del mitín de Chicago © Eve Arnold

Foto del mitín de Chicago © Eve Arnold

9. ¿A quién estaban escuchando Rockwell y sus dos coleguitas el 25 de febrero de 1962? La respuesta es el gran oxímoron. En la tribuna de oradores estaba el carismático e influyente Malcolm X —nombre oficial:  El-Hajj Malik El-Shabazz—, uno de los líderes de la Nación del Islam (25.000 afiliados en la época) y uno de los personajes mediáticos con mayor pegada de los EE UU después del luminoso discurso de 1959 en el que señalaba a la mayoría blanca de responsabilidad en la siembra y crecimiento de la simiente del odio racial: «Nos acusan de lo que ellos mismos son culpables. Es lo que siempre hace el criminal: te bombardea y luego te acusa de haberlo atacado. Esto es lo que los racistas han hecho siempre; lo que ha hecho el criminal, el que ha desarrollado métodos criminales hasta convertirlos en una ciencia: ejecuta sus crímenes y luego utiliza la prensa para atacarte. Hace que la víctima aparezca como el criminal y el criminal como la víctima«.

10. Malcolm X había invitado personalmente a Rockwell al mitín, en el que también habló Elijah Muhammad, gran líder de los musulmanes afroestadounidenses, definido por el dirigente nazi como «el Hitler de los negros». Rockwell admiraba a los dos militantes por la intransigencia con que predicaban la separación racial y parece que en alguna ocasión mantuvo reuniones privadas con ambos. «Ellos, como yo, quieren naciones separadas: una para blancos y otra para negros», dijo el comandante en la entrevista de Playboy.

11. Al final del mitín, cuando fue solicitada la donación de ayudas económicas, Rockwell dejó 20 dólares en el cepillo de la Nación del Islam.

12. Al par de protagonistas principales de este episodio casi burlesco de extremos que se encuentran y adulteración del discurso racial les aguardaban sendos finales trágicos de pólvora y venganzas. Unos años después del mitín en que los nazis apluadieron a los negros extremistas, Rockwell y Malcolm X serían asesinados por enemigos que no salieron del bando contrario sino de entre sus propias manadas.

"Final violento del hombre llamado Malcolm X" - Doble página de 'Life' sobre el asesinato del líder negro

«Final violento del hombre llamado Malcolm» – Doble página de ‘Life’ sobre el asesinato del líder negro

13. El 21 de febrero de 1965, en el Audubon Ballroom de Manhattan, Malcolm X fue tiroteado con una escopeta recortada y varias pistolas —recibió en total 16 balazos— y murió en el acto antes de pronunciar un mitin de la Organización de la Unidad Afroamericana, el nuevo grupo político secular que había fundado un año antes, cuando dejó la Nación del Islam por los escándalos sexuales de Elijah Muhammad, que se llevaba a la cama a todas las empleadas y voluntarias alegando su condición de profeta.

14. Aunque tras el crimen hubo cinco detenidos, todos miembros de la Nación del Islam, el caso sigue sin estar claro y han surgido teorías que van de la acción de agentes gubernamentales infiltrados a la participación indirecta del actual líder del grupo, Louis Abdul Farrakhan.

15. Malcolm X tenía 39 años. Quienes llevan camisetas con su estampa no recuerdan lo que declaró tras el asesinato de John Fitzgerald Kennedy:  «Es un caso de los pollos que vuelven a casa a dormir y cuando los pollos regresan a casa a dormir no me siento triste, siempre me alegro«.

El cadáver de Rockwell yace en la calle en una foto de agencia de la época

El cadáver de Rockwell yace en la calle en una foto de agencia de la época

16. El 21 de agosto de 1967, Rockwell fue asesinado de dos tiros mientras conducía su coche en Arlington (Virginia). El pistolero, un militante del Partido Nazi, fue detenido en cuestión de horas, pero no quedaron claras las motivaciones del crimen.

17. Tras salir arrástrándose del Chevrolet, el hombre que soñó con un Reich en los EE UU murió sobre la calzada en apenas dos minutos. Una de las dos balas le había acertado en el corazón.

18. El American Führer, que tenía 48 años, ocho menos que Hitler en el búnker final, acababa de hacer la colada en una lavandería barata.

Jose Ángel González

Los vecinos que se niegan a abandonar Detroit

© Dave Jordano

© Dave Jordano

Las tres fotos de la línea superior fueron tomadas entre 1971 y 1972. Las cuatro de abajo, entre 2013 y 2014. En medio de ambos grupos hay una brecha de al menos cuatro décadas, lapso que dice poco y que acaso debiera formularse con un contraste más visible que la neblina del tiempo: el national average wage —el índice oficial de ingresos medios anuales por persona de los EE UU— era en 1971 de unos 6.500 dólares; en 2012, el último año con dato disponible, fue de 44.300.

En las seis personas que aparecen en las fotos de arriba hay ansia de futuro, espléndidas sonrisas, orgullo, ganas de jugar. En las de abajo, la tristeza se asoma a los ojos y ni siquiera la saturación de los colores puede evitar el sentimiento de luto. Sin embargo, no todo es dolor.

Las siete fotos tienen en común al fotógrafo que las hizo, Dave Jordano, y la ciudad donde fueron tomadas, Detroit, la desmesurada megalópolis de 3.463 kilómetros cuadrados de extensión en la que cabrían tres ciudades del tamaño de Madrid o también Manhattan, Boston y San Francisco juntas.

Asomarse al mapa de Detroit implica el mareo, la certeza de que no hay direcciones cardinales que valgan ni un trazado racional y determinista basado en los ángulos rectos y las paralelas. Detroit es una ciudad autogenerada por la simbiosis de los seres humanos, las factorías y el terreno lacustre y plano. Vista desde el espacio la huella de la ciudad parece un contrasentido abstracto al que están a punto de deglutir las masas de agua.

Portada de la revista "Life" del 4 de agosto de 1967

Portada de la revista «Life» del 4 de agosto de 1967

En el verano de 1967 esta ciudad-madeja fue el escenario de los disturbios raciales más violentos de la historia de los EE UU: 43 muertos, 1.189 heridos, 11.000 detnidos, más de 2.000 edificios destruidos y soldados-paracaidistas con bayoneta calada haciendo la guerra en casa y atacando a la población civil. El origen de la revuelta fue el trato brutal y arbitrario contra los ciudadanos negros de la policía local, un cuerpo 95% blanco.

La ciudad ha cultivado una histórica y pertinaz tendencia a la segregación racial, con ataques frecuentes con artecatos incendiarios a viviendas y barrios negros y mucha mayor actividad de grupos supremacistas que cualquier otra colectividad de la región. Los sindicatos de trabajadores blancos de la grandes factorías de automóviles llegaron a declararse en huelga cuando las empresas, en los años cincuenta, admitieron a los primeros operarios negros en las líneas de producción.

Jordano, un ario nacido en Detroit en 1948, empezó a retratar las calles de la ciudad cuando tenía 23 años, estudiaba fotografía y sólo había transcurrido un quinquenio desde la gran explosión de ira de los negros en 1967.

Las fotos que el reportero hizo entonces son plácidas y elocuentes citas gráfica de una ciudad movida por el ritmo del melting pot racial y sostenida por las Big Three (las tres grandes factorías de automóviles: General Motors, Ford y Chrysler).

Después de irse a vivir a Chicago, Jordano decidió regresar a Detroit para documentar el ocaso reciente de su ciudad natal. Quería regresar a los escenarios donde había aprendido el arte de mostrar lo cotidiano y deseaba, según cuenta en una entrevista, esquivar la «pornográfica visión de ruinas» que ha dominado la imagen pública de la ciudad desde que se convirtió en la primera gran urbe de los EE UU en declararse en bancarrota, sometida a un concurso de acreedores que reclaman, según un dictamen judicial, 18.500 millones de dólares (unos 13.500 millones de euros).

Al volante de un automóvil, Jordano entró en el laberinto de barrios superpuestos y calles trazadas por capricho y empezó a dar forma a Unbroken Down, una narrativa sobre quienes se quedaron. Son pocos y viven mal: la población, que en los años setenta rozaba los dos miillones de habitantes, supera escasamente ahora los 700.000, la tercera parte de los cuales vive por debajo del umbral de la pobreza; sólo uno de cada cuatro jóvenes termina la Secundaria; el índice de desempleo es del 28 por ciento, el más alto entre las ciudades de más de 250.000 habitantes de los EE UU; los ingresos han caído un 35 por ciento en la última década…

En los escenarios de la tierra quemada por la quiebra, la injusticia y la especulación, el fotógrafo ha dado con valerosas historias de fidelidad, decencia y coraje: un hombre canta un blues en el salón, una familia posa ante una casa que no por arruinada deja de ser un hogar, una barbería mantiene el mismo ambiente de palabrería y risas que uno busca en la íntima ceremonia de dejar que un extraño le corte el pelo…

La última foto de la derecha quizá es el más escrupuloso resumen del no querer dejar la ciudad, de la permanencia y el lazo que nos ata a nuestro mapa, por muy confuso que resulte.  La mujer se llama Kristal y vive en el Northside, uno de los barrios con más criminalidad de Detroit. Un hermano y un sobrino de Kristal han muerto en los últimos meses por enfrentamientos entre pandillas, pero ella se siente la «matriarca» de su familia y no está dipuesta a moverse ni a que la muevan.

Ánxel Grove

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Fotos que hacen preguntas sobre la segregación racial provocada por la crisis

Una de las fotos de Mary Beth Meehan en Brockton

Una de las fotos de Mary Beth Meehan en Brockton

Brockton, una ciudad de casi 100.000 habitantes situada media hora al sur de Boston, tiene un lema singular: «City of Champions» (Ciudad de los campeones). El recuerdo de tintes heroicos es para un par de boxeadores nativos de la localidad, el gran Rocky Marciano, único campeón de los pesos pesados que se retiró invicto, y el extitular mundial de los medios Marvelous Marvin Hagler.

La ciudad no puede a estas alturas revalidar títulos ni reclamar glorias: está aquejada, desde hace veinte años, por la quiebra en cadena de las fábricas de calzado que habían fundado inmigrantes italianos e irlandeses a finales del siglo XIX. Convertida en un suburbio deprimido de Boston, Brockton es hoy una ciudad dormitorio poblada por un tipo no muy diferente de inmigrantes —desplazados por motivos económicos, expulsados por la guerra— y sólo diferentes según su procedencia: Cabo Verde, Haití y Centro y Sudamérica.

Nancy DeSouza posa en Main Street (Foto: Mary Beth Mehan)

Nancy DeSouza posa en Main Street (Foto: Mary Beth Mehan)

En los últimos seis años el cambio en la radiografía racial de la ciudad ha sido dramático y ahora los negros, que se han duplicado en número, son el 33% de la población y los latinos el 10%.

«Los negros están arruinando la ciudad». La frase fue la cantinela diaria que escuchó durante años la fotógrafa Mary Beth Mehan, nacida en Brockton en 1967. Su proyecto City of Champions es una indagación personal. Quizá por eso contenga tanta emoción y tal grado de verdad.

«Brockton, Massachusetts, es mi hogar, donde mis bisabuelos irlandeses alimentaron a sus familias con los salarios de las fábricas de calzado. Aquellos negocios y las personas a las que mantenían se han desvanecido y las calles que un día fueron brillantes están destrozadas. Los viejos lamentan el lugar que recuerdan y culpan a los recién llegados. Nuevos inmigrantes de algunos de los lugares más pobres del planeta, países arrasados por guerras, toman el lugar de los viejos y viven en un paisaje que otros han abandonado. Pobreza, renovación, decadencia, esperanza… Contradicciones que adornan la vida en una ciudad estadounidense que alguna vez se sintió orgullosa de sí misma y que ahora muchas consideran muerta», escribe Mehan en el prólogo del proyecto.

Otra de las ampliaciones colocadas en el pueblo

Otra de las ampliaciones colocadas en el pueblo

Durante más de un año, la fotógrafa indagó en el día a día de su ciudad natal. Lo hizo sin condiciones y desde la implicación de una nativa cuya vida también está en juego. Ese risego es notable en el dramático —y dulce— ensayo fotográfico.

Meehan retrató a africanos asustados buscando calor bajo una manta con la bandera estadounidense estampada (un pastor católico se quejó de que la enseña apareciera en las fotos, porque «esa bandera ya no representa la esperanza para nadie»), a ancianos presos de la fatiga, a niños reteniendo una milagrosa sonrisa, a policías y funcionarios, a vagabundos y desempleados, a aburridas animadoras deportivas y tenderos con demasiado tiempo libre, a su padre desayunando en soledad…

Tras la encuesta fotográfica, encontró una respuesta: «La raza no es el problema de Brockton. El problema es económico. La división entre blancos y negros tiene raíces económicas«.

Un sinpapeles de Guinea Bissau en un apartamento de Brockton (Foto: Mary Beth Mehan)

Un sinpapeles de Guinea Bissau en un apartamento de Brockton (Foto: Mary Beth Mehan)

La Massachusetts Foundation for the Humanities concedió a Mehan una beca para ampliar, a gran tamaño y en resistente vinilo, una docena de las fotos. Las colgó en la calle principal, en la capilla baptista, en esquinas frecuentadas, en la fachada del ayuntamiento, en edificios comunitarios, en entradas de aparcamientos… Las han exhibido durante un año, desde el 12 de septiembre de 2011 hasta el próximo domingo. Una vez a la semana había tours guiados para verlas en compañía de otros.

Las grandes fotos pretendían ser un reflejo que enfrentase a Brockton y sus habitantes con ellos mismos, una serie de espejos formulando preguntas sobre las realidades escondidas pero al alcance de la mano: «¿Dónde está el pasado de Brockton? ¿Por qué ha cambiado y cómo? ¿Cuáles son los retos ahora? ¿Qué menera de experimentar y vivir la ciudad tienen personas de diferentes culturas? ¿Cómo podemos hacer que Brockton despierte de nuevo?».

El domingo, cuando descuelguen las fotos, alguien debería empezar a contestar. Quizá deberíamos contestar cada uno de nosotros.

Ánxel Grove

Ashleigh Bruns posa con un ramo de flores de primavera en la plaza del Ayuntamiento (Foto: Mary Beth Meehan)

Ashleigh Bruns posa con un ramo de flores de primavera en la plaza del Ayuntamiento (Foto: Mary Beth Meehan)

La Iglesia Haitiana de Dios ocupa el edificio de una vieja factoría de zapatos (Foto: Mary Beth Mehan)

La Iglesia Haitiana de Dios ocupa el edificio de una vieja factoría de zapatos (Foto: Mary Beth Mehan)

Turon Andrade, cuyos padres llegaron de Cabo Verde, practica el deporte más popular en Brockton (Foto: Mary Beth Mehan)

Turon Andrade, cuyos padres llegaron de Cabo Verde, practica el deporte más popular en Brockton (Foto: Mary Beth Mehan)

Melissa Cruz practica con la Brockton High School Marching Band (Foto: Mary Beth Mehan)

Melissa Cruz practica con la Brockton High School Marching Band (Foto: Mary Beth Mehan)

La familia Martel celebra el 4 de julio en la casa en la que viven desde 1950 (Foto: Mary Beth Mehan)

La familia Martel celebra el 4 de julio en la casa en la que viven desde 1950 (Foto: Mary Beth Mehan)

Marina Robles llega de Ecuador para vivir con su hermana (Foto: Mary Beth Mehan)

Marina Robles llega de Ecuador para vivir con su hermana (Foto: Mary Beth Mehan)

Francella McFarlane, de Jamaica (Foto: Mary Beth Meehan)

Francella McFarlane, de Jamaica (Foto: Mary Beth Meehan)

Las 'cheerleaders' New England Patriots (Foto: Mary Beth Meehan)

Las ‘cheerleaders’ New England Patriots (Foto: Mary Beth Meehan)

John Meehan, padre de la fotógrafa, en su casa de Brockton (Foto: Mary Beth Meehan)

John Meehan, padre de la fotógrafa, en su casa de Brockton (Foto: Mary Beth Meehan)

La canción que mandó a paseo a los adultos cumple 50 años

Esta tormenta de dos minutos y poco es de 1956, hace medio siglo. Se titula Roll Over Beethoven. En la versión original la canta su compositor, el mejor letrista del rock and roll: Chuck Berry.

Un año antes, Vladimir Nabokov había publicado Lolita. Ya escribí en el blog sobre el eco del libro.

En un momento dado, el narrador de la novela dice:

Entre los límites de los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica; propongo llamar ‘Nínfulas’ a esas criaturas escogidas.

Chuck Berry tenía debilidad por las adolescentes (en 1962 un juez racista le condenó a tres años de cárcel utilizando una ley de 1910 por transportar de un estado a otro a una niña de 14 años para, según el magistrado, prostituirla).

No sé si Chuck Berry leyó el libro de Nabokov, pero escribía canciones pensando en las lolitas y ellas, todas ellas (sobre todo las de piel blanca), las creían a pies juntillas.

Dedicamos este Cotilleando a… a una canción que mandó a paseo a los adultos y, como dice algún historiador, es «una declaración de independencia cultural», Roll Over Beethoven.

Edificio donde estaba Chess

Edificio donde estaba Chess

1. La discográfica. La dirección debería ser preguntada como salvoconducto de ingreso en el cielo: ¿2120 South Michican Avenue, Chicago?. Quien no responda: «sede de Chess Records» se queda sin derecho al paraíso. Era el más valiente sello editor de los EE UU: grababa música de negros y la vendía a los blancos en la década de los cincuenta, cuando en algunos lugares del país te colgaban de un roble por menos. Los dueños eran judíos de Częstochowa (entonces Polonia, hoy Bielorrusia), hermanos y canallas: Leonard (1917-1969) y Phillip Chess (1921), apellido que al llegar a América tomó la familia Czyz. Primero se dedicaron a traficar con alcohol durante los años secos. Luego montaron garitos de noches afiebradas, entre ellos el Macomba. En 1947 compraron una parte de Aristocrat Records y en 1950, ya dueños de la empresa, la rebautizaron como Chess. Se dieron cuenta de que Chicago se estaba llenando de músicos negros del sur y decidieron grabarlos. El catálogo de Chess es impecable: Muddy Waters, Little Walter, Bo Diddley, Memphis Slim, Eddie Boyd, John Lee Hooker, Howlin’ Wolf, Rufus Thomas, Etta James… Nadie les hacía sombra. Eran chulos, peleones, auténticos y sonaban con una potencia que parecía extraterrena.

Chuck Berry

Chuck Berry

2. El cantante. Charles Edward Anderson Chuck Berry, nacido en octubre de 1926 en St. Louis-Misuri, no era un chiquillo cuando grabó Roll Over Beethoven. Le faltaban sólo unos meses para cumplir 30 años y algunos consideraban que estaba demasiado pasado para ser un ídolo juvenil. Era el cuarto hijo de una familia de clase media de seis (el padre era trabajador de la construcción), pasaba de estudiar, había estado en la cárcel tres años por reincidir en pequeños robos (le habían condenado a diez), se casó, tuvo un hijo, trabajó en lo que pudo (una factoría, conserje…), estudió peluquería y ganaba un sobresueldo tocando en locales de blues. Siempre le había gustado la música y sabía tocar la guitarra y el piano. En 1955, cansado de malvivir, se fue a Chicago, conoció a Muddy Waters y en cosa de días grabó Maybellene para Chess. Un pasmo: número cuatro entre las canciones más vendidas del año. Un negro con el pelo aceitoso, la sonrisa lúbrica y una guitarra eléctrica que reclamaba acción insertado entre blanquitos angelicales.

Single de "Roll Over Beethoven"

Single de «Roll Over Beethoven»

3. La canción. Rápida y furiosa. Empieza con un solo de guitarra -estructura nada frecuente por entonces- que es una proclama. El grupo se une a la parranda y la temperatura aumenta. Los músicos (ninguneados en el disco, que atribuye la pieza a Chuck Berry and His Combo) fueron Fred Below, el batería de confianza de Muddy Waters; Johnnie Johnson, que toca un feroz arreglo de boogie al piano; Willie Dixon, el sólido contrabajista de casi todas las grabaciones de Chess, y Leroy C. Davis (futuro acompañante de James Brown), que sopla un lejano y constante solo de saxo. Durante toda la canción Berry parece drogado con alguna clase de anfetamina: canta con vehemencia -se le escucha escupir las palabras ante el micrófono- y toca la guitarra como poseído por una urgencia palpable en las gónadas.

Chuck Berry

Chuck Berry

4. La letra. Entre 1956 y 1958, Berry estaba en estado de gracia. Sus letras, picantes, divertidas y generacionales (aunque destinadas a personas con la mitad de su edad) parecían brotar de un inagotable manantial. El mensaje de Roll Over Beethoven (que, resumido, sería algo así: «déjanos en paz Beethoven, intenta entender este rhythm & blues y dale la noticia a Tchaikovsky») era una proclama de emancipación y suficiencia. Berry escribió en su autobiografía que se le ocurrió el estribillo recordando a su hermana mayor, que iba para cantante de ópera, ensayando interminablemente música seria en la casa familiar mientras él no podía encender la radio para escuchar blues y rhythm & blues. A la canción siguieron, en una admirable continuidad, otras sagas adolescentes de rebelión contra el aburrimiento del colegio, sexo, diversión, coches y asco hacia la alienación adulta: School Days, Oh Baby Doll, Rock & Roll Music, Sweet Little Sixteen, Johnny B. Goode, Brown Eyed Handsome Man, Too Much Monkey Business, Memphis, Tennessee… Berry parecía imparable y nadie era capaz de hacerle sombra. Incluso Elvis Presley, que cantaba y bailaba como nadie pero no podía componer, tocar o escribir letras, salía perdiendo en la comparativa.

The Beatles, 1963

The Beatles, 1963

5. Los herederos. De Roll Over Beethoven se han grabado más de doscientas versiones en unos cincuenta países y casi otros tantos idiomas. La canción ha sido homenajeada, transformada (heavy, sinfónica, salsa, reggae…) y mancillada, pero ninguna versión supera el arisco temperamento de la original grabada por Berry en 1956. La han tocado, entre otros, Jerry Lee Lewis, Electric Light Orchestra, Mountain, Ten Years After, Leon Russell, Status Quo, The Byrds, The 13th Floor Elevators, The Sonics, Gene Vincent, M. Ward e Iron Maiden. La más conocida de las versiones es, desde luego, la de los Beatles, cantada por George Harrison e incluida en su segundo disco, With the Beatles (1963). También la tocaron The Rolling Stones, que adoraban la música de Chess (Brian Jones abordó por primera vez a Keith Richards cuando vió que llevaba encima un disco de Chess de Mudy Waters) y grabaron en 1964 y 1965 en los estudios de Chicago.

Chuck Berry

Chuck Berry

6. La muerte. Chuck Berry cumplió en octubre 85 años. Sigue tocando en directo, con escaso pulso, las mismas canciones, las dos docenas de milagros que compuso hace 50 años. Después del bienio dorado algo se le apagó por dentro (intentó encenderlo con la penosa oda a la masturbación My Ding-a-Ling de 1972, que vendió bien). Se repite cada vez que actúa, no tiene grupo estable desde los años sesenta porque prefiere tocar con músicos locales que no cobren por pasar 45 minutos al lado del genio, afirma que «el nombre de este juego es billete de dólar»… Tengo la sospecha de que Chuck Berry se murió cuando dejó de hablar el idioma de las lolitas.

Ánxel Grove