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Una beca de la Universidad de Harvard honra el arte poético del rapero Nas

Nas (Foto: Danny Clinch)

Nas (Foto: Danny Clinch)

El tipo de la foto —tomada para promocionar el muy reciente documental Time is Illmatic, que este año inauguró el TriBeCa Film Festival (la respuesta del vecino Robert De Niro al efecto negativo del 11-s sobre el barrio)— se adentra en Queensbridge, el mayor desarrollo inmobiliario de los EE UU de viviendas sociales (projects como los mundializados por la serie The Wire). Hay cierta duda en el gesto, cierta levedad en las pisadas de las botas de cordones desatados… Quien crece en un lugar como Queensbridge desarrolla modales silenciosos. Debes ser discreto al entrar en la jungla.

El ciudadano del paso taciturno se llama Nasir bin Olu Dara Jones y en septiembre cumplirá 41 años. El alias artístico que utiliza desde 1991 es menos complejo y también menos resonante, menos político: Nas.

Es el único rapero al que una universidad, y no una del montón sino la muy selecta de Harvard —la de mayor presupuesto del planeta, la factoría académica de los rulers del mundo (Obama, JFK, Netanyahu, Salinas de Gortari, Felipe Calderón…)—, ha consagrado con una beca que honra su ars poética. El hijo de Queensbridge, que dejó las aulas a los 13 años para licenciarse en los programas académicos que se imparten sobre el asfalto, en aulas sin pupitres a las que debes entrar con los cordones de las botas desatados de todo elitismo, da nombre desde 2013 a la Nasir Jones Hiphop Fellowhsip.

Las ayudas, que serán concedidas a estudiantes universitarios que quieran analizar o investigar la «habilidad creativa excepcional» de los artistas de hip-hop, dan bastante asco —son migajas: volver a Henry James o David Foster Wallace siempre tendrá más salida— y no pueden sacudirse el tufo de la corrección falsamente igualitaria que impera en los EE UU: las becas Nas están refugiadas en el mismo nicho universitario que los estudios afroamericanos, esa toma de corriente para retroalimentar a las élites que quieren residir en Harvard desde las primeras espinillas, durante los años departamentales de sopa boba y hasta la jubilación.

Nas, en torno a 1991

Nas, en torno a 1991

No me parece bien que un artista como Nas, segregado desde la cuna, hijo de un project y amigo de chavales asesinados en las calles —como su colega de infancia e inspirador Willy Ill Will Graham, muerto a tiros en 1992—, es decir, uno de los proletarios, los sin nada, consienta la pretensión de Harvard de decorar al hip hop con birrete y toga. No le perdono la traición: como tampoco le perdono que se dedique a maldecir la marihuana y participe mientras tanto y a cambio de millones en campañas de publicidad del muy hiphopero coñac Hennessy.

Salvadas las incongruencias, con las que conviene ser tolerante porque a todos nos mojan en el chaparrón cotidiano, hay en el beneplácito de Harvard a Nas un emocionante triunfo, que jamás se daría, por ejemplo, en ninguna universidad española, donde ni siquiera el viejo rock and roll es admitido como materia de estudio salvo en excepcionales casos. ¿Cómo van a aceptar los profesores de Literatura Inglesa hispanos la potencia literaria —o metaliteraria, como gustan decir ahora— de cualquier forma de manifestación musical del siglo XX posterior al jazz si solamente empezaron a conocer a David Foster Wallace anteayer y tras un mediático suicidio?

Nas y su padre, el músico de jazz y blues Olu Dara

Nas y su padre, el músico de jazz y blues Olu Dara

Si algo es notable en el arte del muchacho del project desde su primer disco, el crucial Illmatic, que este año cumple veinte y el músico está interpretando en su integridad en una serie de conciertos especiales [el 7 de julio toca en el festival Ibiza Rocks], es la capacidad literaria de moldeo de las palabras como si fuesen materia líquida, las rimas desordenadas y el carácter conversacional con que Nas dice las letras —liberándolas del tono de púlpito que en ocasiones lleva el hip hop al terreno de la jaculatoria—.

En el libro Book of Rhymes: the Poetics of Hip Hop —no está traducido al español, por supuesto—, el profesor universitario Adam Bradley destaca la amplitud narrativa oral como storyteller, contador de historias, de Nas, al que considera «el mayor innovador del rap» en la búsqueda de voces expositivas y puntos de vista no tradicionales. Bradley destaca que el músico ha afrontado relatos en primera persona desde la posición de alguien que no ha nacido (Fetus), de un cadáver (Amongst Kings), de una mujer (Sekou Story), de un arma de fuego (I Gave You Power)… Formalmente ha experimentado con los relatos alegóricos (Money Is My Bitch), los epistolares (One Love) y los confesionales (Doo Rags).

Para acabar, siete líneas como siete ecos de balazos en la jungla, de New York State of Mind:

Derriba mi aliento
Nunca duermo porque
El sueño es el primo de la muerte
Más allá de las paredes de la inteligencia
La vida se define
Pienso en el crimen
En el estado mental de Nueva York

Ánxel Grove

Edward Gorey, el amante de los gatos que pensaba en blanco y negro

Edward Gorey

Edward Gorey

«Pienso en mis libros como en novelas victorianas hechas un burruño«. Edward Gorey (1925-2000) escribía e ilustraba historias de presencias oscuras, niños que morían, mansiones decadentes y almas solitarias, pero de algún modo conseguía que hasta lo más tenebroso tuviera un lado entre surrealista y cómico que lo hacía tierno.

Clasificaba su trabajo como «literary nonsense» («Absurdo literario»), le molestaba socializarse, no le interesaban la promoción, la riqueza ni la fama. Disfrutaba del privilegio de tener la nariz metida en un libro todo el tiempo que fuera necesario.

Tal vez esa mezcla de circunstancias sea la razón de su estatus como autor de culto. Desde su debut en los años cincuenta, siempre fue conocido y admirado por unos pocos, nunca un superventas, pero es muy probable que cualquiera que lo descubra se quede boquiabierto no solo por la singularidad del universo afilado y elegante del autor: la obra de Gorey desenmascara también la supuesta originalidad de algunos héroes pop como Tim Burton.

'Donald imaginaba cosas'

‘Donald imaginaba cosas’

En breves narraciones ilustradas (a veces sólo una frase acompaña a cada dibujo), Gorey recrea la incomodidad que provoca un invitado convertido en intruso, se divierte con el sinsentido de un accidente doméstico, caricaturiza una despedida amarga. Los personajes, larguiruchos y pálidos, se someten a las historias con caras serias, como si tuvieran la certeza de que nada pueden hacer contra la locura de quien los maneja.

En la sección Cotilleando a… de esta semana repasamos la figura de Edward Gorey en una decena de puntos que descubren cómo lo inusual de su caracter se mezclaba con la capacidad creativa.

1. La infancia. Por su aficción al estilo victoriano y eduardiano, la aparente incoherencia de su humor y lo refinado del vocabulario, era frecuente la suposición de que Gorey era inglés.

En realidad había nacido en Chicago (EE UU) y, a pesar de las especulaciones de todo el que se acerca a su trabajo, no creció en un entorno difícil ni tuvo una infancia traumática. Creció en los suburbios de la ciudad, su padre era periodista y la familia se mudaba con frecuencia por razones que el artista nunca supo.

'The gashlycrumb tinies'

‘The gashlycrumb tinies’

Cuando tenía año y medio hizo el primer dibujo, los trenes que pasaban frente a la casa de sus abuelos. «Eran extrañas y pequeñas salchichas que pretendían ser vagones», recordó después en varias entrevistas. Aprendió a leer sin la ayuda de nadie a los tres años y medio. Era un niño brillante al que avanzaron de curso en dos ocasiones. Leer y jugar al Monopoly eran sus actividades preferidas.

La normalidad con la que habla de la niñez contrasta con la oscuridad de sus personajes infantiles, desdichados y maltratados, que protagonizan obras famosas de Gorey como The Gashlycrumb Tinies (1963) (gash significa corte, tajo y crumb, mequetrefe), un abecedario con nombres de niños que sufren accidentes o enfermedades: «A de Amy, que se cayó por las escaleras; B de Basil, atacado por los osos; C de Clara, que se consumió…». Cada ilustración en tinta sobre papel muestra sin miramientos el momento que rodea a la desgracia, en blanco y negro, como una pesadilla poética.

Una de las escenas de ballet de Gorey

Una de las escenas de ballet de Gorey

2. Ballet. No se perdía ni una representación del New York City Ballet. Tras servir en tareas administrativas al ejército de EE UU (sin salir del país) en la II Guerra Mundial y después licenciarse en Francés por la universidad de Harvard, Gorey se instaló en Nueva York en 1953.

Comenzó acudiendo de vez en cuando al ballet y tres años después era un adicto. Cautivado por el trabajo del célebre coreógrafo ruso George Balanchine (1904-1983), que dirigía a la compañía entonces, Gorey era capaz de distinguir los pequeños matices de una representación a otra, la evolución de las destrezas de los bailarines.

Muchos conocían al artista de haberlo visto en las representaciones y no por su obra, e incluso lo abordaban por la calle para preguntarle por uno u otro show. Cuando Balanchine murió en 1983, Gorey se mudó de la Gran Manzana a su residencia en Cape Cod (Massachusetts), en una casa atestada de libros en la que campaban a sus anchas cinco o seis gatos.

No se ponía elegante para el ballet, vestía como solía ir: con vaqueros y zapatillas deportivas, anillos dorados en casi todos los dedos de las manos y un abrigo de piel; un estilo que Stephen Schiff (periodista de la revista New Yorker que entrevistó a Gorey en 1992) describía como «una mezcla de beatnik aficionado a tocar los bongos y dandi de fin de siglo».

Demuestra la obsesión por el ballet en varios libros, en especial en The Lavender Leotard (La malla lavanda, 1973), una detallada caricatura del New York City Ballet en el que recrea la atmósfera, las grandes figuras de cada espectáculo, los acontecimientos y pequeños detalles cotidianos de un lugar que casi era una segunda casa.

Autorretrato de Gorey con sus amados gatos

Autorretrato de Gorey con sus amados gatos

3. Gatos. «Llevan esas vidas misteriosas, que sólo estan medio conectadas a la tuya. (…) Es interesante compartir la casa con un grupo de gente que obviamente ve, escucha y piensa de un modo infinitamente diferente a ti». Gorey asemejaba los movimientos felinos al ballet y siempre tuvo varios e intentó capturar su gracilidad sobre el papel: «Se mueven en el instante en que decido hacer un boceto, incluso cuando previamente han pasado horas en estado comatoso». El autor los consideraba «el amor de su vida». En el testamento, legó la gestión de su obra a una fundación dedicada a la defensa de los perros y los gatos.

Dancing Cats and Neglected Murderesses  (Gatos danzantes y asesinas olvidadas, 1980) es una muestra más de la devoción del autor por los felinos domésticos, de los que decía que eran el amor de su vida. La colección de ilustraciones individuales con texto muestra a gatos en actividades extravagantes que se entrelazan de modo sorprendente con oscuros retratos femeninos.

'Esperar la llegada del otoño'

‘Esperar la llegada del otoño’

4. Viajes. A pesar de la curiosidad innata con la que abordaba cualquier manifestación artística y literaria, recorrer mundo no le interesaba. Sólo salió una vez de Estados Unidos, para hacer un viaje a las islas Hébridas, en Escocia.

En una entrevista previa a esa única excursión habló de su aversión por los paisajes extraños: «No. Nunca he estado en Inglaterra. Nunca he salido del país. Todo viene de los libros. Leo sobre todo literatura inglesa. Siempre me gustaron las novelas victorianas. No me gusta viajar ¿Quién cuidaría de mis gatos? Seguramente les daría un ataque de nervios… Excepto en el caso de que ni se dieran cuenta de que me he ido. Soy una persona rutinaria. No quiero trastornos en la barriga, sonidos extraños en mis oídos, ni dormir en camas extrañas»

Dos ilustraciones de 'The dubious guest'

‘The doubtful guest’ (‘El invitado dudoso’)

5. Violencia. En los dibujos sugiere la amenaza en lugar de mostrarla. Gorey odiaba que le definieran como macabro, porque aborda el miedo con absoluta frialdad. Los personajes caen en desgracia y la vida continúa, el momento en que sucede el desastre casi nunca se ilustra, pero la frase que acompaña al dibujo no deja duda del cruel desenlace.

Las estrategias del autor para hacer sentir incómodo al lector no se reducen al miedo a la muerte. Gorey es capaz de crear situaciones aparentemente cómicas que resultan en amenazantes, como sucede en The Doubtful Guest  (El invitado dudoso, 1957), una narración ilustrada sobre un extraño ser —parecido a un pingüino— que se instala en la mansión victoriana de una familia adinerada. Sin intención de marcharse y perturbando el día a día de los distinguidos y algo decadentes seres humanos de la casa, la presencia pasa de ser curiosa a desasosegante y después desesperante para el lector, a pesar de la impavidez de los que sufren al invitado.

6. De la alta cultura a Las chicas de oro. La atemporalidad de los dibujos, las numerosas referencias literarias de sus obras y la precisión con que emplea las palabras son sólo una vaga muestra de la erudición del autor, recolector de influencias que van del surrealismo pionero de Lewis Carroll y la observación aguda de Jane Austen a «la captura del momento congelado» que admiraba en pintores como Piero della Francesca, Georges de la Tour, Vermeer y (por supuesto) Francis Bacon.

En su casa llena de libros y con sus inseparables gatos

En su casa llena de libros y con sus inseparables gatos

Tenía una pequeña colección de arte, reunía postales decimonónicas de bebés muertos («siempre me dicen que no lo mencione», apuntaba en una entrevista) y compraba libros de manera compulsiva. Aunque tuviera un volumen repetido cinco veces, no se podía desprender de ningun ejemplar. De Murasaki Shibiku (escritora japonesa del siglo X), al novelista victoriano Anthony Trollope, pasando por Borges, Gorey leía y releía incluso lo que detestaba (como era el caso de las novelas de Henry James).

Junto a esa vena erudita, convivía la atracción por los culebrones baratos y las series de televisión que nadie sospecharía que fueran de su gusto. Las chicas de Oro y Buffy Cazavampiros («la recomiendo sin ninguna reserva») fueron algunos de sus fetiches. Salvando las distancias, al final de su vida, quedó prendado de Expediente X. «Vivo para ver la última temporada», dijo en 1998.

Ilustraciones y texto para 'The curious sofa'

Dibujos y texto para ‘The curious sofa’

7. Asexual. Nunca se casó ni se le conocieron romances. Su apariencia extravagante se complementaba con una voz algo nasal y una expresión corporal amanerada; pero nunca afirmó ni desmintió su posible homosexualidad: «No soy ni una cosa ni la otra (…). Soy una persona antes que todo eso«. Algunos críticos detectan en el trabajo del artista una sexualidad reprimida. Él respondía con indiferencia a ese análisis: «No lo sé, yo no sé de lo que escribo. Nunca me he sentado a averiguarlo».

The Curious Sofa (El curioso sofá) es tal vez su obra más cercana al erotismo, clasificada por su autor como «pornográfica», el lenguaje rebuscado y las ilustraciones cuidadosamente planeadas evitan cualquier referencia al sexo mientras queda patente que no se habla precisamente de un sofá. Gorey recuerda con ironía haber recibido cartas de padres que destacaban lo mucho que sus hijos pequeños habían disfrutado con la historia.

Ilustración de 'Drácula'

Ilustración de ‘Drácula’

8. Dibujante aficionado. Sus estudios artísticos se reducían a un semestre en el Instituto de Arte de Chicago.  Se sentía inseguro en cuanto a la calidad de sus dibujos y le gustaba pensar en sí mismo como escritor («mis ideas tienden a ser primero literarias en lugar de visuales»).

Declaraba que nunca había hecho una ilustración que no fuera para un libro, que nunca sabía cómo iba a ser el dibujo hasta que no estaba hecho: «Cuando trato de visualizarlo antes( …) me paralizo y el resultado suele ser terrible«.

Muy de vez en cuando se atrevía a colorear con acuarelas el mundo en blanco y negro que albergaba casi siempre a sus personajes. Gorey estaba acostumbrado a que sus libros fueran publicados en editoriales modestas que no iban a permitirse el lujo de publicar nada a color. «He terminado pensando en blanco y negro«, sentenciaba.

Diseños para el vestuario de 'Mikado'

Diseños para el vestuario de ‘Mikado’

9. Teatro. «Pienso al estilo de las películas de cine mudo», decía cuando le preguntaban por la influencia cinematográfica en sus trabajos. La obra de Gorey es teatral, cada escena es un momento congelado que bien podría ser un fotograma. No es casualidad que se encargara del diseño en 1977 del vestuario y la escenografía de una adaptación del Drácula de Bram Stocker, primero representada en Nantucket (Massachusets) y luego en Broadway.

Los sets, en blanco y negro y en dos dimensiones, marcaron tanto la adaptación que pronto se terminó conociendo como «la versión de Drácula de Edward Gorey». Ganó el premio Tony al mejor vestuario y, por supuesto, no fue a recogerlo. En 2007 se editó un hermoso libro desplegable que recreaba los escenarios y los personajes de la novela de Stocker imaginados por Gorey.

The Mikado (1983) fue su otra gran aportación al teatro. La ópera cómica escrita por W.S.Gilbert (1836-1911) y Arthur Sullivan (1842-1900) satiriza en dos actos la Inglaterra del siglo XIX con la seguridad que proporcionaba entonces hablar de un país tan lejano como Japón. En un estilo luminoso y colorista, poco habitual en él, Gorey —gran admirador de la cultura japonesa— diseñó también la escenografía y el vestuario de la adaptación.

Ilustración de Gorey para 'The Disrespectful Summons' ('Las citaciones irrespetuosas')

Ilustración de Gorey para ‘The Disrespectful Summons’ (‘Las citaciones irrespetuosas’)

10. Asocial. A pesar de que a veces se le asocia por error con la literatura infantil, no tenía intención de acercarse a ese público. Su relación con los niños fue nula y declaraba no sentirse cómodo con ellos alrededor, pero tampoco los adultos eran fáciles.

«Eventos sociales… ¡Buf! Ya sabes». Gorey se recluía con agrado en su casa de Cape Cod, llena de pilas de papeles y libros, descuidada hasta el punto de que en una ocasión un trozo de techo se derrumbó.

Con frecuencia Gorey se escudaba en una sordera para justificar su vida monacal. «Soy ligeramente sordo… más que ligeramente. Durante años lo he pasado mal en los intermedios y en las reuniones. Estoy allí de pie, sonriendo dulcemente y preguntándome de qué habla todo el mundo porque no llego ni a oir una de cada diez palabras (…). Muchas ocasiones sociales me dejan menos que entusiasmado», decía en 1992.

Pasó los últimos años de su vida sin dejar de dibujar, pero en ese silencio social que no le molestaba en absoluto, en el micromundo de libros, pinturas y películas almacenados sobre los que dormían sus gatos. En abril del año 2000 murió de un ataque al corazón.

Helena Celdrán

La saga eléctrica de Small Faces

Small Faces, 1968

Small Faces, 1968

Eran los menos condicionados por el estilo: tenía una amplísima gama expresiva y grabaron, en sólo cuatro años, canciones de potente rock and roll, descargas de rhythm & blues, crónicas pop de inconfundible aire británico y descabelladas piezas de psicodelia.

Sonaban como si los Who, los Kinks y los Beatles se hubiesen simbiotizado en un solo grupo. Quizá eran tan buenos músicos como los de esas tres bandas que, junto a los Rolling Stones, eran las piezas sagradas de la música inglesa de los años sesenta. Sin embargo, el futuro no fue justo con los Small Faces, quienes pocas veces aparecen en las reseñas de los años milagrosos con la importancia que merecen.

La primavera de 2012 servirá para hacer algo de justicia a uno de los grupos más notorios de la segunda mitad de la década del cataclismo. El día 14 de este mes serán admitidos, con una injusta demora, en el Rock and Roll Hall of Fame —esa especie de museo-santuario que en los EE UU utilizan para venerar a los músicos de rock—.

En la justificación de la membresía, los Small Faces, que serán presentados en la gala por Stevie Van Zandt, mano derecha de Bruce Springsteen, son definidos como «visionarios mod«, destacan su «imperecedera influencia» sobre músicos como Led Zeppelin, Black CrowesThe Jam, Paul Weller, Replacements… y les definen como «iguales» en términos «creativos y comerciales» a los Beatles, los Rolling Stones y los Who.

Small Faces - "Ogdens Nut Gone Flake" (1968)

Small Faces - "Ogdens Nut Gone Flake" (1968)

No exageran. Quien opte por la comprobación está en el mejor momento. En mayo serán reeditados los cuatro primeros discos del grupo en ediciones especiales: Small Faces (1966), From the Beginning (1967), Small Faces (1967) y Ogden’s Nut Gone Flake (1968). Los tres primeros aparecerán como discos dobles y en formato triple el último, la obra maestra psicodélica de la banda y una de las causas del desmembramiento de los músicos, frustrados porque las canciones era demasiado complejas para ser tocadas en directo. Es una pena que hayan dejado fuera del lanzamiento el póstumo The Autumn Stone (1969).

Chicos del este de Londres que deseaban emular la intensidad volcánica de James Brown y la belleza melódica de Smokey Robinson, los Small Faces empezaron a ensayar en 1965. Eran Steve Marriott (1947-1991), Ronnie Lane (1946-1997), Kenney Jones (1948) e Ian McLagan (1945). Los dos primeros, los que componían casi todo el material, morirían prematuramente. Marriott en un incendio y Lane tras padecer durante décadas esclerosis múltiple.

Del grupo emergió una saga. En 1969 Lane, Jones y McLagan llamaron a Ronnie Wood (1947) —futuro stone— y a Rod Stewart (1945) —futuro playboy millonario— y montaron el grupo más bruto de electro-alcohol de la historia, Faces, que acabaron con la cerveza y el whisky de todos los lugares en los que entraron y fueron una de las pocas bandas blancas capaces de reinterpretar soul negro sin provocar vergüenza. Los supervivientes del grupo se van a reunir para tocar durante la ceremonia del Rock and Roll Hall of Fame.

Marriott, que buscaba nuevos horizontes, montó en 1968 Humble Pie, otra banda que ha sido maltratada por el olvido pese a la influencia que ejerció con la solidez de su sonido casi heavy en el debut de Led Zeppelin, cuyo líder Jimmy Page adoraba la forma de tocar la guitarra de Marriott —también Jimy Hendrix, que declaró cómo su solo de guitarra favorito del rock inglés el de esta canción de los Small Faces—.

Dejo un vídeo de cada uno de los tres grupos que emergieron de esta historia de electricidad y desgracia: Small Faces, Faces y Humble Pie. Tengo la impresión de que ya nadie toca así, como si cada canción fuese un pulmón artificial y el aire de la maquinaria estuviese ardiendo.

Ánxel Grove

Oscar Wilde: de héroe a monstruo

Oscar Fingal O’Flahertie Wilde (16 de octubre de 1854 – 30 de noviembre de 1900), poeta, escritor y dramaturgo, era el apóstol insolente del esteticismo inglés, el extravagante que llamaba la atención allá a donde iba, una máquina de pronunciar frases ingeniosas.

Escribió cuentos infantiles (El ruiseñor y la rosa, El gigante egoista, El príncipe feliz…), obras de teatro con las que alcanzó la fama mundial (El abanico de Lady Windermere, La importancia de llamarse Ernesto…) y una sola novela: El Retrato de Dorian Gray, en la que escribió una de esas frases que resume su amor por la artificiosidad: «Ser natural es simplemente una pose».

Oscar Wilde

Oscar Wilde

El público se debatía entre amarlo u odiarlo: las plumas de pavo real, los girasoles, el pelo largo, su entonces sospechoso amaneramiento…

Caía bien por lo cultivado de su humor, estaba hecho de otra pasta. Pero jugaba con la idea de moral y parecía peligrosamente libre para la sociedad victoriana.

Ahí van 13 datos, nuestro Cotilleando a…., sobre el irlandés esteticista, un personaje al que primero elevaron a los altares de la popularidad y luego catalogaron de monstruo:

1. Nació en Dublín. Su madre, Jane Francesca Elgee, era poeta y activista. Firmaba con el pseudónimo de Speranza en un semanal irlandés que cerraron las autoridades británicas a consecuencia de una artículo de Jane que llamaba a la lucha armada en Irlanda.

2. En 1882, con 26 años y siendo ya una celebridad, Wilde realizó una gira por EE UU y Canadá. Todo el mundo quería hablar con él. El tour iba a durar unas semanas y al final se quedó casi un año. Dio entrevistas por todo el país y conferencias con títulos tan dispares como El Renacimiento inglés, Poetas y poesía irlandesa del siglo XIX o Decoración de interiores.

3. Cuando llegó a San Francisco declaró a un periodista que los nombres de los lugares en California le resultaban especialmente bonitos, por la sonoridad del español.

Oscar Wilde "más feliz que un girasol", caricaturizado en la revista Puch (1881)

Oscar Wilde "más feliz que un girasol", caricaturizado en la revista Punch (1881)

4. El músico W.S. Gilbert y el libretista Arthur Sullivan aprovecharon la gira estadounidense del escritor para ridiculizarlo en una opereta que satirizaba el movimiento esteticista, al que muchos acusaban de vacío y autoindulgente. La obra siguió a Wilde a propósito, allá donde daba charlas y conferencias. Él, entrando en el  juego, decidió publicitarla. Al final, la ópera cómica terminó sirviéndole de promoción.

5. El padre de Wilde, médico especialista en ojos y oídos, tuvo tres hijos fuera del matrimonio. Los mediohermanos de Oscar Wilde eran Henry, Emily y Mary. Las dos chicas murieron jóvenes en un incendio. Bailaban un vals en una reunión casera cuando el vestido de Emily se incendió al pasar demasiado cerca de la chimenea. El tejido ardió con facilidad y su hermana acudió a ayudarla, pero el vestido de Mary también prendió. Un invitado las rodeó con su abrigo y las hizo rodar por la nieve cuando ya era demasiado tarde.

6. El escritor Henry James dijo de Wilde que era un «sinvergüenza de pésima calidad» y que parecía una «bestia desaseada».

7. Su gran amor de juventud fue la bella dublinesa Florence Balcombe, que lo dejó para casarse con Bram Stoker, el autor de Drácula. Tras el desengaño, Wilde se fue a Inglaterra y sólo volvió a Irlanda dos veces más en su vida.

8. Se casó con Constance Lloyd, la hija de un consejero de la reina. Tuvo dos hijos: Cyril (1885) y Vyvyan (1886).

Constance Lloyd y Cyril

Constance Lloyd y Cyril

9. Tanto en declaraciones a la prensa como en sus obras, era un creador innato de eslóganes: «Perdona siempre a tus enemigos. Nada les molesta más»; «toda influencia es mala, pero la buena influencia es la peor de todas»; «la ambición es el último refugio del fracaso»; «la imaginación es una cualidad dada al hombre para compersarle por lo que no es. El sentido del humor se inventó para consolar al hombre de lo que es»…

10. El Marqués de Queensberry lo denunció a los tribunales acusándolo de mantener un relación homosexual con su hijo, Lord Alfred ‘Bosie’ Douglas. Wilde y el joven Lord eran inseparables. El escritor fue condenado por «indecencia y comportamiento homosexual» y obligado a cumplir dos años de prisión y trabajos forzados. Tras el escándalo y la sentencia, su mujer Constance se llevó a los hijos del matrimonio a Suiza. Cambió su apellido y el de los niños por Holland.

11. Los efectos personales de Oscar Wilde fueron subastados para sufragar los gastos del proceso judicial. Entre los objetos que más interesaban a los pujadores había retratos de notables, un escritorio que había pertenecido al historiador y ensayista inglés Thomas Carlyle, una vajilla azul y blanca y, lo más preciado para él, una importante colección de libros. Wilde cayó en el desconsuelo cuando supo que los habían adquirido personas ajenas y que no podría recuperarlos. «Es la peor de mis pérdidas materiales», escribió en De Profundis, la larga carta que redactó a su amante durante el cautiverio.

12. Tuvo una hermana, Isola, nacida en 1857 y que murió a consecuencia de unas fiebres a la edad de 10 años. Wilde tenía sólo tres años más que ella y quedó muy afectado por la muerte de Isola. Cuando el escritor murió encontraron entre sus pertenencias un sobre con un mechón de pelo de ella.

13. Su paso por la cárcel debilitó su salud. Se fue a vivir, arruinado, a París bajo el pseudónimo de Sebastian Melmoth, aludiendo a la novela gótica «Melmoth el errabundo», de Charles Robert Maturin, la historia de un estudioso que vende su alma al diablo por 150 años más de vida y es condenado a vagar por el mundo.

Helena Celdrán