Entradas etiquetadas como ‘años sesenta’

Regresan los setenta, la década de la que nadie salió ileso

Cubiertas de 'Ciudad en llamas' y 'Reyes de Alejandría, y, en el centro, póster de 'Vinyl'

Cubiertas de ‘Ciudad en llamas’ y ‘Reyes de Alejandría, y, en el centro, póster de ‘Vinyl’

La década de los años setenta fue la última de la que emanó el presentimiento constante de que todo estaba a punto de estallar, la creencia, como decía la canción, de que cualquier esfuerzo era inútil porque nadie saldría vivo del mundo y la opción más adecuada, quizá la única, era entregarse al torrente de la locura y arder en el magma de la disipación. Uno de los personajes del escritor Garth Risk Hallberg condensa la sensación en una imagen olfativa: «huelo a sangre de niño».

El autor de una de las novelas del año, Ciudad en llamas, no vivió el tiempo que narra —nació en 1979—, pero ha conseguido en su debut literario la crónica más detallada y pulsátil de los Bad Old Days, como llaman los neoyorquinos a los tiempos de la heroína, el desorden y el rock and roll. El libro, que en castellano ha sido editado por Random House [los fragmentos iniciales de cada bloque de la novela se pueden leer en estos vínculos: 1, 2, 3 y 4], viene precedido de los adjetivos promocionales de «nuevo clásico» y el autor recibió un adelanto de dos millones de dólares, el mayor nunca pagado por una ópera prima.

Ninguna de ambas circunstancias manchadas por la moda debe llamar a engaño: la novela es una fábula tétrica de un millar de páginas que se dejan leer con la adictiva naturalidad de un tóxico. Si el lector anhela una máquina del tiempo para conocer el lugar y el momento donde sucedió todo y de modo simultáneo, esta es su oportunidad. Lee el resto de la entrada »

Recuperando horrores gastronómicos de los años cincuenta

Pineapple Olive Salad

Aperitivos, platos principales, bebidas, postres, guarniciones y ensaladas… Las categorías abarcan una variedad de recetas ideales para formarse una idea general de la tradición culinaria estadounidense de mediados del siglo XX, en particular de la comida de la mitificada cultura suburbana: amante de la fórmula sencilla, de las gelatinas, las mezclas desconocidas sepultadas en mayonesa y los pasteles salados.

The Mid-Century Menu (El menú de mediados de siglo) es un blog en el que su autora practica una interesante arqueología de la cocina. Apodada Retroruth, la valiente cocinera se atreve con recetas de libros estadounidenses de los años cincuenta y sesenta. Es fiel incluso en las presentaciones de los platos y fotografía con impunidad y crudeza los resultados de sus experimentos.

Frozen Valentine Rounds - Mid Century MenuConsiderados en su día atractivos y apetecibles, los platos no encajan en los gustos y modas actuales y provocan ahora cierta repulsión. Hay páginas y grupos de Internet (algunas reseñadas anteriormente en este blog, como Gee, That Food Looks Terrible!) que dedican especial atención a las ilustraciones y fotografías que acompañan a estas recetas añejas, ahora cómicas, mal presentadas y poco apetitosas. The Mid-Century Menu lleva esta atracción por el horror culinario al extremo de hacerlo realidad en el presente.

«La cultura de los EE UU tras la guerra estaba plagada de un entusiasmo por lo nuevo y lo mejorado, el aparato que lo hace todo, comida preparada y en lata. Esta actitud lo invadía todo y las amas de casa se daban el gusto de hacer algo que nunca antes habían hecho: tomar atajos para preparar la cena«, dice la autora, contraria a renegar al olvido o esconder «los atajos que no funcionaron».

El proceso no se queda en reproducir la receta. Retroruth y su marido Tom han establecido un día a la semana para cocinar un arriesgado plato del pasado y después cenarlo o tomarlo de postre. Cada entrada del blog documenta también las impresiones de la pareja al probar el resultado.

Unas veces hay sorpresas agradables y la gelatina verde con tropezones resulta estar buena. Otras, cuesta un poco atreverse a dar el primer vocado bocado a la peligrosa mezcla de atún en lata, rosada y compacta, que parece mirarte a los ojos con desdén. Otras veces pagan caro el atrevimiento, como en el caso del enigmático y colorido White Mystery Fruit Cake (que se podría traducir por Pastel de frutas Misterio Blanco) de una receta de 1958, tan feo como desagradable al paladar.

«Algunos dicen que es una pérdida de tiempo y energía, pero Tom y yo no pensamos eso. ¿Por qué? Bueno, te guste o no, esas horribles recetas son parte de la evolución culinaria de nuestro país (…). Sí, en un momento dado era lo máximo tener en tu fiesta crema agria mezclada con polvos de sopa de cebolla. Reconozcámoslo y sintámonos orgullosos de ello»

Helena Celdrán

Rosy tuna ring - Mid Century Menu

Cheezy Beans Casserole - Disgusting Thanksgiving

Spaghetti Sub  - Mid Century Menu

Pickle and Pineapple Salad - Mid Century Menu

Checkerboard bake with kraft dinner and spam - Mid Century Menu

45 años de «Music from Big Pink», el disco que acabó con los excesos de la psicodelia

© Elliott Landy

«Next of Kin» © Elliott Landy, 1968

Primero, el momento: 1968, año de vuelos astrales, she’s leaving home, dinamitando a la familia, jergas secretas, saris para ella y abrigos afganos para él, far out, «¿sabes que los Beatles van a parar la guerra de Vietnam?», quemando libros de texto (y alguno de T.S. Eliot, a la pira también), lo quiero todo y lo quiero ya…

¿Qué pensar si encuentras esta foto de parranda consanguínea al desplegar la carpeta de un disco editado cuando el mundo se entrega a la celebración psicodélica?

La imagen se titula Next of Kin (familiares cercanos) y está poblada por presuntos partidarios de la trama patriarcal a los que juzgas, como buen hijo del espíritu de 1968, según la calaña de los abrigos de las señoras, las medias de domingo de las niñas y el aspecto general de gente que puede manejarse con un tractor. Eres capaz de detectar los orines del ganado que crían, no con la intención de contribuir a la paz celeste sino para comerlo, convenienemente troceado y a la parrilla. Detectas que comparten café con el agente de policía del pueblo, que consultan los diarios de provincias, que prefieren el bourbon a la marihuana, que no saben quién demonios es Mary Quant ni conocen el significado de ninguna de estas palabras: groupie, dude, foxy, groovy, hip…´

Las 33 personas de la foto —una cifra no buscada por aspiraciones cabalísticas o bíblicas, pero a la que se pueden aplicar ambas condiciones— no son el mejor elenco para hacer amigos en 1968: los primos Anette y Paul, las sobrinas Lori y Maury, la abuela Smith, el tío Lelo y Mamá Leola, la tía Jean… Ahora es posible saber quién es quién en la imagen, pero en 1968, cuando te cae el disco en las manos, ni siquiera logras dilucidar dónde están los músicos de no ser porque en el lado contrario de la carpeta  aparece otra foto.

The Band, 1968 © Elliott Landy

The Band, 1968 © Elliott Landy

Podrían ser enterradores o difuntos, pistoleros o tahúres, tienen aspecto de atemporal suficiencia y de conceder escasa importancia a la idea engañosa de lo contemporáneo. Prefieren la grandeza moral del negro a la degeneración estrambótica de la paleta de colores del hippismo y nada de lo que llevan puesto ha sido comprado en una boutique, aunque sí, quizá, pedido prestado a los padres, a quienes respetan y admiran. Han llegado a la conclusión, después de tocar en burdeles y bares que podrían ser casas de reposo pero también manicomios, de que lo moderno siempre se conjuga en pasado.

Desde la izquierda: Rick Danko (26 años), Levon Helm (28), Richard Manuel (25), Garth Hudson (31) y Robbie Robertson (25). Cuatro canadienses y un granjero de Arkansas, Helm, que se había retirado de la música para trabajar en una plataforma petrolífera del Golfo de México. Le llamaron: «Tenemos algunas canciones que sólo tú puedes cantar. Ven a las Catskills». Habían alquilado una casa de dos cuartos, un sótano y lejanía suficiente —los montes del estado de Nueva York— y querían hacer música con la revolucionaria intención de divertirse cuando el objetivo generacional era la pasarela.

Hace 45 años, estos cinco tipos, hasta ese momento solamente conocidos como músicos mercenarios —primero acompañando a Ronnie Hawkins, un rocker canalla y grasiento, y después a otro loco, un tal Bob Dylan— y a partir de ahí llamados The Band, editaron Music From Big Pink, uno de los escasos discos de los que es posible afirmar que ennoblecen al género humano, una obra que demuestra que el rock no puede viajar en limusina porque necesita un vehículo con bastante más espacio, acaso un tren de vapor poblado de negros rumiando blues, predicadores espantando al demonio con el agua bendita del góspel, vaqueros brutos capaces de pegarte un tiro y escribir una canción para contar cómo te desangraste, señoras de los Apalaches con batas floreadas y ánimo podrido, camioneros que imaginan compases en las noches infinitas de las highway

En lo que a mí respecta, es el único disco sustancial. Lo podría escuchar desde el primer café hasta el último bostezo. No concibo que tenga 45 años porque acaba de nacer.

Dado que no tengo a mano o no alcanzo a encontrar las palabras apropiadas, les propongo que opriman el play de este vídeo. Contiene el álbum completo, única prueba necesaria para sostener su grandeza.

Estamos ante un artilugio que no está sometido, como el resto de sus hermanos de añada —Electric Ladyland, We’re Only in It For The Money, Beggars Banquet, The Beatles, Waiting for the Sun, Cheap Thrills, Wheels of Fire… y toda aquella sinfonía causada por el exceso de egolatría y el LSD— a la condena irrefutable que dicta el tribunal del tiempo. Si esos álbumes huelen a arqueología y materia de reflexión universitaria, Music from Big Pink rezuma mugre y vida: es una colección de cantos marinos, baladas de lagrimeo, cuentos morales, escenas sexuales en el arroyo, letanías sobre el fardo que cargamos colectivamente hasta que nos morimos y entonces se lo pasamos a otros, lamentos y sumisiones, canciones que demuestran que la telepatía pasado-futuro existe, que las ventanas deben estar abiertas, que los abuelos son superiores a los nietos, que la serenidad puede ser un ladrido, que la textura es el único virtuosismo que merece la pena…

"Music From Big Pink" (1968)

«Music from Big Pink» (1968)

Nacido en el sótano de una casa de montaña alejada de los vértices urbanos sobre los cuales giraban las galaxias del rock vanidoso y excesivo (en el sentido nocivo) de finales de los años sesenta —Londres, San Francisco, Los Ángeles, Nueva York…—, ensayado ante una grabadora de bobinas y cuatro micrófonos baratos, tocado sin ansias de volumen ni estridencia, Music from Big Pink dejó boquiabiertos a todos por la pureza y la tensión de un manojo de piezas tocadas en círculo y sin apenas amplificación: los Beatles —por intermediación de George Harrison, que estuvo de visita en las sesiones— decidieron olvidarse de mandangas y volver a ser un grupo de rock para decirnos adiós (no es casual que Don’t Let Me Down, quizá la mejor canción de los meses finales de la banda, parezca una prolongación de los temas de The Band); Eric Clapton cortó con el proyecto megalomaníaco de Cream para volver a  la sencillez; Roger Waters acaba de declarar que Pink Floyd nunca hubieran sido quienes son sin Music from Big Pink…

The Band, en Big Pink

The Band, en Big Pink © Elliott Landy

¿Qué fue de los actores que hace 45 años editaron uno de los mejores discos de la historia saliendo de la nada?

Rick Danko, el de corazón más sensible, sufrió un grave accidente de tráfico en 1968. Padeció un abusivo dolor de espalda durante el resto de su vida. Sólo se sentía en paz cuando se picaba heroína. Murió el 10 de diciembre de 1999 mientras dormía, a los 56 años.

Richard Manuel, la voz más bella de su tiempo, se ahorcó en un motel de Winter Park (Florida) el 4 de marzo de 1986. Vivía en la depresión, era alcohólico y consumidor de heroína.

Garth Hudson, mago de los teclados y lo imprevisto, edita discos melindrosos con su mujer, Maud. Vendió la grabadora Uher con la que se gestó Music from Big Pink. a la corporación que gestiona los Hard Rock Café.

Robbie Robertson, el gran compositor y guitarrista de mano telegráfica, se dedica a las bandas sonoras de las películas de su amigo Martin Scorsese, a la exploración etnográfica de sus orígenes mohawk y a cultivar las apariencias en las fiestas de clase alta.

Levon Helm, que cantaba como un soldado agonizante en las trincheras y tocaba la batería con el cuello torcido y el ceño de un hombre enfermo, grabó un montón de discos, peleó diez años contra el cáncer, apoyó las guerras de castigo de George W. Bush y murió en 2012 a los 72 años.

Big Pink

Big Pink

Big Pink. La Casa Rosada del 2188 de Stoll Road con Parnassus Lane, West Saugerties, estado de Nueva York, escenario del milagro, sigue en pie. Es propiedad de una pareja de músicos que han montado un estudio de grabación en el sótano. No los creo cuando afirman que no hay fantasmas en la casa.

Ánxel Grove

Melinda Marx, hija de Groucho y cantante pop

Melinda Marx ("The Violent Ones", 1967)

Melinda Marx («The Violent Ones», 1967)

La foto de promoción es de la película The Violent Ones, dirigida y protagonizada en 1967 por Fernando Lamas, padre de Lorenzo Rey de las Camas Lamas. Para hablar de la actriz que aparece en la imagen también es necesario acudir a la genelogía paternofilial: se trata de Melinda Marx, hija de Groucho Marx.

La historia de Melinda apenas merece una de esas páginas de tonalidad ocre que pueblan los anuarios pasados. No es la única hija de perdida en el barullo de la farándula y le tocó jugar desde niña a la derrota segura de cargar con el apellido de uno de los grandes héroes de la comedia de de humor de los años veinte y treinta del siglo XX.

Hija del segundo de los tres matrimonios de Groucho —la esposa, Kay Marvis, tenía 21 años y el hombre del bigote pintado 54—, Melinda nació en 1946 y desde cría fue utilizada habitualmente por su padre como comparsa en el show televisivo You Bet Your Life.

Aprovechando el tirón del apellido, intentaron construirle una carrera como cantante y actriz, pero no tenía dotes para tanto.

Amparada en la ola de chicas pop de mediados de los años sesenta, editó algunas cancioncitas pop (Catch the Wind, Is That What I Get for Loving You), se coló en el elenco de un par de películas de bajo presupuesto y nula calidad.

En 1972 Melinda Marx decidió tirar por la borda las ansias de ser alguien en el mundo del espectáculo y se casó con el actor Sahn Berti. La pareja tiene una hija, también actriz, que ha decidido intentar seguir en la labor de sacar réditos al apellido de su abuelo Groucho, Jade Marx-Berti.

Ánxel Grove

Un archivo para resucitar la historia de los años sesenta

"Amerika devorando a sus hijos" - Jay Belloli, 1970

«Amerika devorando a sus hijos» – Jay Belloli, 1970

La memoria gráfica que perdí en mudanzas, mangoneos, olvidos y otros accidentes —todas aquellas revistas, fanzines, pasquines, panfletos y hojas volanderas—; que maltraté por despiste, cuelgue, colocón o porque la consideraba efímera, inválida e incapaz de soportar el ocre de los años; que desprecié sin saber cuánto me castigaría el karma por la infidelidad

Merced a la solidaria aportación de algunos menos desprendidos y más inteligentes que yo y por el fácil manejo de los escáneres y las redes virtuales, la memoria gráfica que dejé escapar se me aparece en uno de esos celestes nichos de Internet que consienten la recuperación y demuestran que todo símbolo mantiene parte de la munición original pese a los años.

Babylon Falling es un microblog de Tumblr —esa especie de biblioteca de Babel donde lo mejor y lo peor comparten cobija— donde la contracultura de los años sesenta y la dinamita hip-hop de los noventa conviven para «resucitar la historia y hacer posible su disfrute si todavía resuena», según apuntan los gestores del site, relacionado con una tienda de libros y cómics independientes de San Francisco (EE UU).

Malcom X

Malcolm X

El blog, cuyo archivo de varios años empieza a ser notable en cantidad, ofrece imágenes escaneadas de publicaciones de toda índole e intenta, cuando es posible y los datos aparecen —los underground no eran nada amigos de dejar su firma y tampoco cultivaban el personalismo arty-narcisista que padecemos desde los años ochenta y se ha convertido en caricatura en el siglo XXI—, etiquetarlas con fecha, autoría, soporte o intención.

Poco se sabe, por ejemplo, de esta imágen de un joven Malcolm X con una de sus frases más conocidas: «Nací con  tantos problemas que ni siquiera me preocupan los problemas. Me interesa una sola cosa: la libertad, por cualquier medio… Me aliaré con cualquiera sin importar su color, siempre que quiera cambiar la miserable situación del mundo».

Casi todo es conocido, al contrario, de la siguiente: una ilustración publicada en 1969 por la tantas veces llorada revista inglesa OZ Magazine para un reportaje del libertario, poeta y periodista italiano Angelo Quattrocchi titulado The Situationist Are Coming (Llegan los situacionistas).

"The Situationists Are Coming", 1969

«The Situationists Are Coming», 1969

Esta vez el mensaje es: «Lejos de ser una imposibilidad dialéctica, la eliminación del concepto de trabajo es el requisito previo a la eliminación efectiva de la sociedad mercantil».

Quattrocchi fue de los que sólo abandonaron el barco por razones de peso (la muerte, en 2009). Su libro póstumo fue The Pope Is Not Gay! (¡El Papa no es gay!), donde aventura que el gusto de Ratzinger por los zapatitos rojos de Prada dice más de lo que oculta.

En Babylon Falling abundan tesoros de este calibre. Resulta especialmente notable, por lo chocante para el criterio castrado con que vivimos hoy, el material publicitario que juega con la paradoja y el descreimiento y se sirve de un código que acaso parezca naíf a algunos pero a mí me sugiere, pese a la maldad innata de los publicistas, locura y libertad.

Anuncio de "Steal This Book", 1971

Anuncio de «Steal This Book», 1971

«Una guía de supervivencia y guerra. Más de 300 páginas con el último material sobre: autoestop, primeros auxilios, lucha callejera, vivir en clandestinidad, tráfico de drogas…», promete el anuncio de Steal This Book (Roba este libro), escrito por el yippie Abbie Hoffman en 1971 con la intención de ofrecer artimañas y consejos para vivir gratis.

Es agridulce ver ahora la candidez del inserto publicitario del hombre más investigado de todos los tiempos por el FBI (su dossier tiene más de 13.000 folios), cuando sabemos que Abbie, diagnosticado como bipolar en 1980, se suicidó en 1989 —150 pastillas de barbitúricos combinadas con alcohol— porque llevaba muy mal haber dejado de ser joven.

Es el doble valor de frecuentar archivos tan polivalentes como el de Babylon Falling: encuentras el pasado en el que viviste pero también todas sus salpicaduras.

Ánxel Grove

Foto de Robert Altman para el "San Francisco Express Times" - Febrero, 1969

Foto de Robert Altman para el «San Francisco Express Times» – Febrero, 1969

Foto de George Adams para "Evergreen", 1970

Foto de George Adams para «Evergreen», 1970

Jim Morrison retratado por Andy Kent

Jim Morrison retratado por Andy Kent

Ilustración de Vaughn para el "East Village Other", 1968

Ilustración de Vaughn Bode para el «East Village Other», 1968

Grafitti en People’s Park, Berkeley - 1969

Grafitti en People’s Park, Berkeley – 1969

Una casa de muñecas a tamaño natural

'The Dollhouse' - Heather Benning

‘The Dollhouse’ – Heather Benning

Las paredes están pintadas con tonos suaves y los muebles son de una sencillez campestre pero atractiva. La casa de dos habitaciones, cocina y salón perteneció a una familia de granjeros que la abandonó en 1968, tal vez con la falsa ilusión de que la gran ciudad era el futuro. 35 años después, la vivienda de madera era una ruina olvidada en la que se fijó la artista canadiense Heather Benning.

The Dollhouse  fue una instalación artística y ahora es un proyecto fotográfico que presenta la transformación de una granja abandonada en una casa de muñecas a tamaño natural.

La granja casa abandonada

La granja casa abandonada

La construcción de madera estaba en Manitoba (una provincia de la parte central de Canadá), a 30 kilómetros de Redvers (Saskatchewan), donde Benning pasaba en 2008 un año como artista residente. Durante más de un año, limpió escombros, rellenó con yeso las grietas de las paredes, pintó las habitaciones  y se hizo con muebles y decoración que correspondieran a lo que habitualmente se encontraba en una vivienda de los años sesenta, la última década en que la casa fue habitada.

Sustituyó una de las paredes con metacrilato para poder ver desde fuera el interior de cada habitación. El aspecto final era el de una casa recuperada, pero estéril, con objetos excesivamente bien colocados, pocos detalles personales y sobre todo, sin presencia humana. Celebró una exposición para mostrar el edificio a quien quisiera visitarlo y con el proyecto tuvo la sensación de unir dos líneas de tiempo: «Pude enseñar el aspecto que tenía la casa antes de ser abandonada y al mismo tiempo el aspecto que tiene 35 años después».

Detalle del interior de la casa

Detalle del interior de la casa

La artista (que ha realizado otros trabajos relacionados con la conexión que establecemos con los lugares que habitamos) tiene la certeza de que los lugares moldean nuestras ideas y sentimientos «y al mismo tiempo, nuestras ideas y sentimientos animan los lugares«.

Con la conversión de una casa real en una de muñecas, deja clara la sensación a la que se refiere. En las fotografías, las estancias tienen un aspecto adorable, pero carecen del carácter que se le imprime a diario a cada objeto que contiene un hogar.

Helena Celdrán

La saga eléctrica de Small Faces

Small Faces, 1968

Small Faces, 1968

Eran los menos condicionados por el estilo: tenía una amplísima gama expresiva y grabaron, en sólo cuatro años, canciones de potente rock and roll, descargas de rhythm & blues, crónicas pop de inconfundible aire británico y descabelladas piezas de psicodelia.

Sonaban como si los Who, los Kinks y los Beatles se hubiesen simbiotizado en un solo grupo. Quizá eran tan buenos músicos como los de esas tres bandas que, junto a los Rolling Stones, eran las piezas sagradas de la música inglesa de los años sesenta. Sin embargo, el futuro no fue justo con los Small Faces, quienes pocas veces aparecen en las reseñas de los años milagrosos con la importancia que merecen.

La primavera de 2012 servirá para hacer algo de justicia a uno de los grupos más notorios de la segunda mitad de la década del cataclismo. El día 14 de este mes serán admitidos, con una injusta demora, en el Rock and Roll Hall of Fame —esa especie de museo-santuario que en los EE UU utilizan para venerar a los músicos de rock—.

En la justificación de la membresía, los Small Faces, que serán presentados en la gala por Stevie Van Zandt, mano derecha de Bruce Springsteen, son definidos como «visionarios mod«, destacan su «imperecedera influencia» sobre músicos como Led Zeppelin, Black CrowesThe Jam, Paul Weller, Replacements… y les definen como «iguales» en términos «creativos y comerciales» a los Beatles, los Rolling Stones y los Who.

Small Faces - "Ogdens Nut Gone Flake" (1968)

Small Faces - "Ogdens Nut Gone Flake" (1968)

No exageran. Quien opte por la comprobación está en el mejor momento. En mayo serán reeditados los cuatro primeros discos del grupo en ediciones especiales: Small Faces (1966), From the Beginning (1967), Small Faces (1967) y Ogden’s Nut Gone Flake (1968). Los tres primeros aparecerán como discos dobles y en formato triple el último, la obra maestra psicodélica de la banda y una de las causas del desmembramiento de los músicos, frustrados porque las canciones era demasiado complejas para ser tocadas en directo. Es una pena que hayan dejado fuera del lanzamiento el póstumo The Autumn Stone (1969).

Chicos del este de Londres que deseaban emular la intensidad volcánica de James Brown y la belleza melódica de Smokey Robinson, los Small Faces empezaron a ensayar en 1965. Eran Steve Marriott (1947-1991), Ronnie Lane (1946-1997), Kenney Jones (1948) e Ian McLagan (1945). Los dos primeros, los que componían casi todo el material, morirían prematuramente. Marriott en un incendio y Lane tras padecer durante décadas esclerosis múltiple.

Del grupo emergió una saga. En 1969 Lane, Jones y McLagan llamaron a Ronnie Wood (1947) —futuro stone— y a Rod Stewart (1945) —futuro playboy millonario— y montaron el grupo más bruto de electro-alcohol de la historia, Faces, que acabaron con la cerveza y el whisky de todos los lugares en los que entraron y fueron una de las pocas bandas blancas capaces de reinterpretar soul negro sin provocar vergüenza. Los supervivientes del grupo se van a reunir para tocar durante la ceremonia del Rock and Roll Hall of Fame.

Marriott, que buscaba nuevos horizontes, montó en 1968 Humble Pie, otra banda que ha sido maltratada por el olvido pese a la influencia que ejerció con la solidez de su sonido casi heavy en el debut de Led Zeppelin, cuyo líder Jimmy Page adoraba la forma de tocar la guitarra de Marriott —también Jimy Hendrix, que declaró cómo su solo de guitarra favorito del rock inglés el de esta canción de los Small Faces—.

Dejo un vídeo de cada uno de los tres grupos que emergieron de esta historia de electricidad y desgracia: Small Faces, Faces y Humble Pie. Tengo la impresión de que ya nadie toca así, como si cada canción fuese un pulmón artificial y el aire de la maquinaria estuviese ardiendo.

Ánxel Grove

Roy Lichtenstein, el chico tímido del Pop Art

'M-maybe' (1963) - Roy Lichtenstein

'M-maybe' (1963)

Afirmaba que las grandes obras de la historia del arte son «un banco de imágenes», una colección de logotipos artísticos que todos tenemos en la cabeza. Roy Lichtenstein buscaba la imagen clara y contundente que el espectador pudiera reconocer al instante.

Se atrevió a pintar lo que no le gustaba a nadie en el mundo del arte: comenzó en los años cuarenta a explorar la cultura popular, lo que se ve a diario en las revistas, en la publicidad, en las páginas amarillas y en los tebeos. Los envoltorios, lo vulgar y lo repetido eran para él una mina de inspiración.

Elevó a institución lo que nadie respetaba y desarrolló su arte pasando por encima de los pretenciosos, con una simpleza de tramas de cómic y motivos que parecían una burla (como una pelota de golf, un pollo asado o una radio). Así se abrió paso entre los expresionistas abstractos que triunfaban tras la II Guerra Mundial, como el atormentado Jackson Pollock, aclamados por la crítica más esnob del momento.

'Standing rib' (1962)

'Standing rib' (1962)

El Cotilleando a… de esta semana es para el pintor Roy Lichtenstein (1923-1997), un hombre descreído de su popularidad, que nunca quiso inventar nada, sino solo pintar y sentirse satisfecho con su pequeña revolución.

Se convirtió en inventor del Pop Art, en el envés del otro fundador del estilo, Andy Warhol, obsesionado por las marcas, mitómano y ególatra. Lichtenstein era tímido, callado y reflexivo, transmitía paz y trabajaba sorprendiéndose, incluso tras décadas de fama, de que sus obras se vendieran.

1. Nacido y criado en Manhattan (Nueva York), comenzó en la línea del expresionismo abstracto, emocional y contrario a la figuración. No se conserva ninguna obra de estos comienzos: el pintor renegó de ellas y las destruyó al encontrar su lenguaje propio.

2. Se matriculó en 1940 en la Ohio State University para especializarse en Bellas Artes. «Era de una tranquila sofisticación. Roy se había criado en Nueva York. Gran parte de los profesores por entonces procedían de Ohio, pero él ya había visto mucho del mundo del arte. (…) Con su manera de ser calmada, se ganó el respeto de todos sus colegas» recuerda el artista Sidney Chafetz, que fue su profesor en aquellos años.

'Look Mickey' (1961)

'Look Mickey' (1961)

3. Estudiando para su título de posgrado, fue nombrado profesor auxiliar en el departamento de Bellas Artes. En 1950 la universidad ya no le ofreció la plaza y él y su mujer Isabel se mudaron a Cleveland. Ella triunfaba como interiorista y él era dibujante, diseñador de muebles y de piezas mecánicas, decorador de escaparates… Por primera vez trabajaba con fines comerciales y entraba en contacto con los objetos mundanos. En sus obras comenzaron a introducirse contadores, válvulas, termómetros y otras piezas ajenas a los motivos canónicos.

4. Look Mickey (1961) fue la primera pintura en la que se alejó por completo del expresionismo abstracto. La obra protopop mostraba a un imperfecto pato Donald hablando al ratón Mickey. Todavía de trazos dubitativos, provocó en el artista un deseo de ruptura con todo lo que había pintado antes. Tenía miedo de dar el salto hacia un estilo que ni él sabía bien como defender, pero la atracción hacia esa puerta abierta no era fácil de ignorar.

'Whaam' (1963)

'Whaam' (1963)

5. Elaboró a partir del cuadro una colección en vistas a conocer a Ivan Karp, ayudante de Leo Castelli, un destacado marchante neoyorquino especializado en arte contemporáneo. Roy volvió a Nueva York -aún a costa de su felicidad matrimonial- porque languidecía como maestro y necesitaba jugárselo a todo o nada con el lenguaje radical que había desarrollado: «Comencé seriamente. Empleaba las otras pinturas -las abstractas- como alfombrillas. Como pintaba en el dormitorio, las ponía en el suelo para no mancharlo de pintura. Acabaron destrozadas. (…) Las pisaba y dejaba que cayeran gotas de pintura de otros cuadros sobre ellas. Al final las tiré, eran una docena o así».

'Girl with ball'

'Girl with ball' (1961)

6. The Engagement Ring, Girl with Ball o The Refrigerator fueron parte de esta nueva colección. Comenzó a transformar las fórmulas del cómic en un lenguaje pictórico. Los contornos eran negros, la paleta se reducía al blanco, el negro y los colores primarios (amarillo, rojo y azul). En 1961 empezó a aplicar extensiones de puntos que imitan las tramas de impresión o puntos Benday (en honor a su inventor, Benjamin Day, ilustrador y grabador). En estas primeras obras Lichtenstein los pintó a mano, pero después adoptó un sistema de plantillas.

7. Convertía las convenciones estéticas en clichés geométricos: «La nariz de la típica reina de la belleza estadounidense son dos comas verticales, no el contorno (…); y el estereotipo de hombre guapo es una única línea que representa el borde del labio inferior y una sombra debajo».

8. El galerista Ivan Karp recuerda el día en que expusieron las obras de Lichtenstein por primera vez: «Fue muy en contra de la opinión de nuestra comunidad artística (…). ¡Ya sólo la temática era tan ajena! (…) Cosas comerciales, objetos procedentes de los periódicos. Todo era muy directo, anodino, frío, tonto de alguna manera. Un conservador de un museo local, muy amigo de la galería, dijo que habíamos ido demasiado lejos y que ya no le interesaría venir si pensábamos exponer este tipo de obras».

'Golf ball' (1962)

'Golf ball' (1962)

9. Se convirtió en un estudioso de la imagen. Warhol repetía el motivo al estilo de una fábrica; Lichtenstein elevaba a los altares el objeto, le otorgaba el don de la individualidad y lo transformaba en abstracto. Los patrones del caucho negro de una rueda en Tire (1962) son un estudio geométrico. La pelota de golf que pintó ese mismo año, sobre un fondo casi igual de blanco, hace que la esfera parezca un círculo con manchas dentro.

10. En los cuadros-viñeta que lo hicieron popular, la acción se sitúa fuera del lienzo y lo que captura el pintor es un momento sin principio ni final, coronado con una frase enigmática dentro de un bocadillo. Siempre consideró la composición como uno de los pilares fundamentales de un cuadro. La contraposición de las tramas, las superficies lisas y los bocadillos buscaban ser un collage de texturas.

'Figures in Landscape' (1977)

'Figures in landscape' (1977)

11. Se fue distanciando poco a poco de la realidad, creando un mundo artificial que lo devolvía progresivamente a la abstracción. Se suele atribuir una presunta frialdad a las obras de Lichtenstein, por la meticulosidad del diseño y las composiciones limpias, casi mecánicas. Él se defendía de estas acusaciones: «Quiero que mi trabajo se vea como algo programado e impersonal, pero no creo que yo sea personal cuando lo realizo. (…) Tendemos a confundir el estilo de la obra acabada con los métodos empleados para hacerla».

12. Se dejó influir en los setenta, los ochenta y los noventa por el cubismo, el expresionismo y el surrealismo. La abstracción comenzó con ejemplos como Landscape with column (1965) o Yellow sky (1966). Continuó con las pinturas tipo mural de Figures in landscape (1977) y lo acompañó hasta el final de su vida con paisajes minimalistas, de influencia japonesa, como Landscape in fog (1996).

'Head with blue shadow' (1965)

'Head with blue shadow' (1965)

13. En una entrevista de 1967 habló de su interés por la sombra y la luz, que le llevó a esculpir cabezas de cerámica como Head with blue shadow (1965): «Siempre quise caracterizar a alguien como en un cómic. Iba a maquillar a una modelo con líneas negras alrededor de los labios, puntos en la cara y una peluca teñida de amarillo y negro. Estaba interesado en llevar los símbolos de las dos dimensiones a un objeto en tres dimensiones».

14. El crítico Gene Swenson le pidió en una entrevista de 1963 que definiera el Arte Pop. Lichtenstein respondía entre inseguro y burlón: «No sé, el uso del arte comercial como tema en la pintura, supongo. Era bastante difícil encontrar una pintura lo suficientemente despreciable para que nadie quisiera colgarla. Todo el mundo colgaba cualquier cosa. Casi se podía colgar un trapo empapado de pintura, porque todos estaban acostumbrados a este tipo de cosas. El arte comercial era lo único que todos odiaban. Pero según parece tampoco lo odiaban lo suficiente».

15. En los años ochenta experimentó con Brushstrokes, pinturas y esculturas de brochazos de colores que al principio se le resistieron por la dificultad de captarlas con realismo. «Parecían lonchas de bacon«, declaró en una entrevista el año de su muerte. Una reproducción de esas esculturas está en el patio del Edifio Nouvelle del Museo Reina Sofía de Madrid.

16. Siempre dudó de la duración de su éxito. Incluso poco antes de morir de una neumonía en 1997, cuando ya era un artista consagrado, su segunda mujer, Dorothy, recordaba que el artista decía con frecuencia «Sé que en cualquier momento alguien va a venir, me va a zarandear y me va a decir: señor Lichtenstein, es la hora de sus pastillas’.

Helena Celdrán