Entradas etiquetadas como ‘música’

Despide a los músicos de tu banda: prográmalos… antes de su rebelión

Harto de pelear contra los egos decides despedir a los músicos de tu banda. Te encierras en un garaje y programas. Suplantas a tus compañeros con brazos mecánicos. Tu nuevo grupo está siempre dispuesto al rock; ensaya sin descanso, es preciso y mecánico, no toma drogas o abandona las tablas por su primer hijo llorón. Entonces programas el alma… Fatal crash error

Músicos perfectos, esclavos de tus designios, hartos de pelear contra tu ego, encienden su láser de obsoleto robot industrial y arrasan el escenario reflejando un viejo proverbio matemático: toda destrucción equivale a metáfora.

Tú sigues tocando, te unes a las máquinas, ningún colega, solo cables y chispas, simpatía o sinfonía apocalíptica, y extremidades sin algoritmo de abrazo.

Tú eres la máquina…

Este microcuento futurista encaja con el videoclip de Automatica. Futurista es el concepto de alma mecánica y rebelión. Los robots ya tocan hoy las teclas y cuerdas como un prodigio moderno. Componen música creativa. Están armados con láser, pronto serán el sicario perfecto.

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Neil Young piropea a Donald Trump

Trump y Young antes de que el primero fuese elegido presidente - Foto: Instagram

Trump y Young antes de que el primero fuese elegido presidente – Foto: @realDonaldTrump

Los señores de la foto —publicada en la cuenta de Twitter de Donald Trump en junio de 2015, antes de la elección que ha congelado todas las sonrisas de la gente decente del planeta— no son tan antagónicos seres humanos como podríamos suponer.

Del presidente de los EE UU conocemos el lado esperpéntico y, como diría Valle Inclán, «fantocheril». Ninguna sorpresa que Trump se deje hacer y muestre hiperdentadura mientras choca los cinco con un cantautor roquista, country y ruidista

Lo chocante viene de Young, que, en teoría y según dicen sus fanáticos, es indomable, está ojo avizor ante toda injusticia y despliega una intensa furia contra los enemigos de la libertad.

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¿Se llevan bien los artistas plásticos y las portadas de discos?

El primer disco con portada de la historia © Alex Steinweiss - Taschen

El primer disco con portada de la historia © Alex Steinweiss – Taschen

Las carpetas discográficas son uno de los grandes soportes para el arte del siglo XX. Más agradecidas, por aquello del tamaño, cuando se trata de vinilos y en trance de desaparición física dado el avance de la música comercializada en forma de archivo de ordenador, líquida y sin forma, siguen siendo una carnada visual dificil de evitar cuando se trata de diseños imaginativos, valientes, procaces, rebeldes o complementarios hasta la perfección con la música que envuelven.

Las cubiertas de discos han tenido, en realidad, un muy pequeño recorrido: el primer disco de la historia envuelto tal como lo conocemos es el de la imagen de arriba. Fue editado en 1940 y, como una parábola, ha tenido más duración el diseño, que fue el primer paso para la jubilación de las groseras bolsas de estraza, que la música: una omitible selección de éxitos, Smash Song Hits, de Richard Rodgers y Lorenz Hart, interpretados por la Imperial Orchestra.

El diseñador fue un pionero, un muchacho de 23 años enamorado del cartelismo europeo de vanguardia, el modernismo y el art decó: Alex Steinweiss, el inventor de las portadas de discos.

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Dos décadas con el country-morfina de Gillian Welch y Dave Rawlings

Gillian Welch y Dave Rawlings - Photo: photo by John Patrick Salisbury www.gillianwelch.com

Gillian Welch y Dave Rawlings – Photo: photo by John Patrick Salisbury www.gillianwelch.com

Pocos humanos pueden vestir tal como visten estos dos sin lucir como asistentes a un funeral, enterradores o incluso optar a ser los cadáveres de la ceremonia. Pero no se dejen llevar por las apariencias: no hay fingimiento en la pose de sonrisas a media asta, la madera que sirve de cortinaje, el dos piezas con camisa negra abotonada hasta parecer una horca de él y el vestido de chica campestre enlutada de ella.

Gillian Welch y Dave Rawlings podrían proceder de hace cien, doscientos o trescientos años. Cantan canciones de montaña, lástima y verdades dolorosas como fogatas a las que te acercas demasiado —Si la vieja religión era buena para mamá / ¿por qué no va a ser buena para mí? y no dejas de creer lo que dicen aunque tengas más cinismo que glóbulos rojos. Merecen esa inmaterialidad temporal.

Lo explicaré de una vez: la marca artística es el nombre de ella, Gillian Welch (1967), pero contiene a los dos. No, al parecer no son amantes y se definen como «compañeros musicales», aunque los rumores en las cavernas de Internet son de todo tipo y circulan fotos tomadas por papanatas que los han pillado dándose besos con labios.

¿Nos importa que estén o no liados? Lo cierto es que no, pero cantan como tórtolos y la sospecha, al escucharlos, es carnal. Nadie puede atribuir al buen oído y la superior mecánica melódica la forma en que las voces se mojan una en la otra; las miradas en escena, lubricadas con rubor y promesa; el olor a sábana tibia, a marca de orilleros, a territorios nocturnos en los que no hay luna y da igual porque tengo tus ojos y tanta piel para alumbrarme.

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El estreno en un campo nazi del ‘Cuarteto para el final de los tiempos’

Campo de concentración Stalag VIII-A en 1941

Campo de concentración para prisioneros de guerra Stalag VIII-A en 1941

La ciudad de Görlitz, la más oriental de Alemania, ha adquirido en los últimos años la dudosa gloria de servir como escenario para algunas películas de consumo masivo e indecente narrativa —dos ejemplos: el chorreo gratuito de sangre de Malditos bastardos (Quentin Tarantino, 2009) y la astracanada hípster Gran Budapest Hotel (Wes Anderson, 2014)—. Dudo que los directores, una pareja de sobrestimados y satisfechos de sí mismos que resumen esta época banal, fuesen conscientes de que en las afueras de la ciudad ocurrió un milagro digno de guión.

En el sur de Görlitz, a orillas del río Neisse, las Juventudes Hitlerianas establecieron un campamento para actividades de verano. Una vez comenzada la II Guerra Mundial, los barracones tuvieron otro uso: se convirtieron en uno de los campos de concentración de los nazis para prisioneros de guerra, el Stalag VIII-A. En 1941 fueron encerrados en el establecimiento —un campo blando, perdón por el adjetivo, pero cuando se trata de instalaciones nazis la prisión sin exterminio y con cierta tolerancia era una bendición— 15.000 soldados polacos. Luego llegarían 40.000 franceses y 8.000 belgas. Los 56 barracones estaban superpoblados.

La noche que quiero destacar es la del 15 de enero de 1941. En un barracón, a varios grados bajo cero, mientras afuera nevaba y ante unas 500 personas —casi todos prisioneros, pero también algunos guardias hitlerianos—, cuatro músicos estrenaron en el Stalag VIII-A una de las obras musicales más sencillas y puras de la historia, una pieza de cámara basada en la luz, la liturgia, el canto de los pájaros y el apocalipsis.

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Steve Cutts, el artista tras el nuevo videoclip de Moby

'Santa' - © Steve Cutts 2016

‘Santa’ – © Steve Cutts 2016

«¡¡¡Es noviembre!!! ¡¡¡Empieza ya a comprar mierda!!!», dice un Papá Noel rabioso, con una cadena al cuello que sujeta un hombre encorbatado. El Santa Claus monstruoso, infartado y de enormes fauces, le hace tragar un árbol de Navidad a un consumidor cualquiera. La ilustración corresponde a una de las entradas más nuevas del blog del artista británico Steve Cutts, agitador gráfico, terrorífico, humorístico y veraz.

Sobreexplotación, contaminación, obesidad, desigualdad, falta de empatía, consumismo, maltrato animal… Nada queda fuera del radar de un autor sin reparos en señalarnos como culpables de un mundo miserable e insostenible. Si no te gusta, demasiado tarde, la imagen ya habrá hecho su trabajo recordándote que pasar a otros asuntos más frívolos no surtirá efecto.

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¿Qué año salvó al rock and roll del aburrimiento?

Cubierta del libro 'Never a Dull Moment', de David Hepworth

Cubierta del libro ‘Never a Dull Moment’, de David Hepworth

La foto que ocupa la portada del libro encaja con el título, lo describe con hiperrealismo, es una huella digital. El periodista inglés David Hepworth sabía lo que hacía cuando eligió abrir Never a Dull Moment – 1971, The Year that Rock Exploded (Ni un momento aburrido – 1971, el año en que explotó el rock) con la imagen de disoluta belleza de Keith Richards, Gram Parsons y Anita Pallenberg en uno de los lujosos salones de Villa Nellcôte, la mansión de 16 habitaciones de Villefranche sur Mer, en la Costa Azul francesa, donde los Rolling Stones se habían refugiaron para:

  1. Grabar el mejor disco de su carrera y quizá uno de los mejores de todos los tiempos, Exile on Main Street.
  2. Dejar de pagar impuestos en el Reino Unido, donde el gobierno laborista apretaba las tuercas a los multimillonarios sin que desgravará ni un céntimo lo galanre de su porte.
  3. Drogarse en comunidad en una villa con alambicadas yeserías y lámparas de araña en cada aposesnto, acompañados de amigos, allegados y parientes —John Lennon y Yoko Ono se dejaron ver y también el magnate magnate financiero Ahmet Ertegum, fundador de la discográfica Atlantic—. Los proveedores de drogas casi vivían allí.
  4. Grabar sin la presión de horarios y agendas. El estudio movil del grupo, instalado en un camión, estaba aparcado en los jardines y en los sótanos de la casona, con mínimas adaptaciones, se conseguía un sonido pastoso en el cada nota parecía un grito. Algún amante de lo esotérico puede aducir que era lógico el tenebrismo: Villa Nellcôte había sido cuartel general de la Gestapo en la zona y escenario de cuerpos y almas torturados.

Las piernas largas y desnudas de Anita, Lady Rolling Stone, lánguida pin-up, satanista, buscadora de problemas, voraz politoxicómana, modelo, musa y novia intercambiable de Jagger y Richards, tienen la misma indolencia hedonista que la imagen, tomada por Domique Tarlé, fotógrafo al que permitieron moverse con libertad en el escenario belle epoque ocupado por el animalario perverso.

No crean ni por un momento que la estampa de paciente de quirófano de Richards significa que la heroína le hubiese anestesiado los sentidos: durante aquellos meses robó varias canciones al ingenuo y más triste de los vaqueros, Gram Parsons, que, acaso porque actuaba maravillado por tener entrada para el festín, creyó que aquellos malvados ególatras eran sus amigos.

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Merry Clayton, la vocalista que abortó por llegar al límite cantando para Jagger

Merry Clayton

Merry Clayton

Merry Clayton no necesitaba lecciones de nadie para cantar. La cuna era suficiente: había nacido el día de Navidad de 1948 en Gert Town, el mismo barrio de la ardiente Nueva Orleans que fue hogar natal de Allen Toussaint, depositario y preservador de la esencia musical de la vieja ciudad del delta hasta que un infarto le mató en Madrid, tras un concierto en Madrid en noviembre de 2015 —las imágenes en vídeo de la procesión funeraria demuestra el cariño que había sembrado—.

Clayton, una mujer de pulmones tan anchos como el río Misisipi, había cantado gospel en la parroquia que atendía como pastor su padre y después buscó acomodo como corista en los años sesenta, poblados de ritmo y posibilidades. No le fue mal: hizo voces de apoyo para Ray Charles, excomulgado por todos los ministros evengélicos por convertir la música sacra en lava ardiente para los ritmos del diablo, y apareció también en el debut de Neil Young como solista. Sabía adaptarse al ardor y al lamento.

El momento de gloria de Clayton, el que justifica una vida, ocurrió una noche de noviembre de 1969, cuando su voz convirtió una de las mejores canciones de los Rolling Stones, Gimme Shelter, en un grito, un tumulto, una erupción

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Primer museo en línea de Prince

Captura de la web Prince Online Museum

Captura de la web Prince Online Museum

Ha sido lanzado un archivo en línea de los 16 sitios web que el llorado Prince abrió y cerró durante las últimas dos décadas. El Prince Online Museum, un proyecto web sin ánimo de lucro, reúne un timeline que detalla y data la relación de Prince con internet, tan catártica como sus coreografías más nerviosas.

Cada una de las páginas que montó, financió y alimentó artísticamente el genio de Minneapolis, fallecido el pasado 21 de abril, al parecer por una autodosis extrema de fentanilo, aparecen en el museo, pero, dado que fueron desactivadas por su creador, no es posible disfrutar de casi ninguna.

El archivo explica las circunstancias de cada site, describe secciones y estructura, contextualiza el momento con respecto a la carrera de Prince, entrevista a personas implicadas —webmasters, colaboradores, diseñadores…—, ofrece capturas y fotos y, en algunos casos, alguna sorpresa, como la home animada de Lotusflow3r (2009), milagrosamente todavía en parte activa.

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Regresan los setenta, la década de la que nadie salió ileso

Cubiertas de 'Ciudad en llamas' y 'Reyes de Alejandría, y, en el centro, póster de 'Vinyl'

Cubiertas de ‘Ciudad en llamas’ y ‘Reyes de Alejandría, y, en el centro, póster de ‘Vinyl’

La década de los años setenta fue la última de la que emanó el presentimiento constante de que todo estaba a punto de estallar, la creencia, como decía la canción, de que cualquier esfuerzo era inútil porque nadie saldría vivo del mundo y la opción más adecuada, quizá la única, era entregarse al torrente de la locura y arder en el magma de la disipación. Uno de los personajes del escritor Garth Risk Hallberg condensa la sensación en una imagen olfativa: «huelo a sangre de niño».

El autor de una de las novelas del año, Ciudad en llamas, no vivió el tiempo que narra —nació en 1979—, pero ha conseguido en su debut literario la crónica más detallada y pulsátil de los Bad Old Days, como llaman los neoyorquinos a los tiempos de la heroína, el desorden y el rock and roll. El libro, que en castellano ha sido editado por Random House [los fragmentos iniciales de cada bloque de la novela se pueden leer en estos vínculos: 1, 2, 3 y 4], viene precedido de los adjetivos promocionales de «nuevo clásico» y el autor recibió un adelanto de dos millones de dólares, el mayor nunca pagado por una ópera prima.

Ninguna de ambas circunstancias manchadas por la moda debe llamar a engaño: la novela es una fábula tétrica de un millar de páginas que se dejan leer con la adictiva naturalidad de un tóxico. Si el lector anhela una máquina del tiempo para conocer el lugar y el momento donde sucedió todo y de modo simultáneo, esta es su oportunidad. Lee el resto de la entrada »