Mundos ‘fake’: vivir en una realidad alternativa o en la mente de Philip K. Dick

La ucronía es un género literario que me atrae como las runas célticas al nazi, la conspiración al anarquista, o el cosmopolitismo al asesor financiero. Historia-ficción o especulativa que empieza siempre con un “y si…”:

¿Qué ocurriría si la línea divisoria del espacio-tiempo hubiera tomado un camino distinto en un momento dado? ¿y si… hubieran ganado los cartagineses en vez de los romanos? ¿y si… Franco hubiera muerto en Marruecos? ¿y si… Kennedy hubiera apretado el botón rojo?

Consiste en imaginar cómo hubiera sido la Historia si en un punto relevante cambian las tornas- presumiblemente inexorables- del pasado: lo fijo se convierte en especulación móvil, lo cerrado se abre al infinito, una grieta que deforma no solo el pasado, sino también el presente y el futuro.

La verdad, el mundo, son inciertos. La realidad: paranoide.

Philip K. Dick escribió su primer gran éxito con una ucronía fundacional titulada El hombre en el castillo, donde se describe un mundo gobernado por un III Reich vencedor.

¿Y si los nazis hubieran ganado la guerra y en realidad viviéramos hoy en sus condominios?

Bandera de los Poderes del Eje de América, de la novela de Philip K.Dick.

Bandera de los Poderes del Eje de América, de la novela de Philip K.Dick.

En la novela los Estados Unidos quedan divididos bajo el poder de las fuerzas del Eje: los germanos y los japoneses (estos últimos, en la costa Oeste). Obtuvo el mayor premio que puede concederse a un autor de ciencia ficción, el Hugo, en 1963.

El problema es que visto en perspectiva tenemos una nueva ucronía encima. Sospechamos que equivocamos el género literario: este libro de “ciencia- ficción” debería haber sido catalogado como de “no ficción”, un texto que no inventa mundos: los describe.

No es que Philip K. Dick, un genio trastornado que devoraba anfetaminas con la voracidad de un hámster atrapado en una espiral de alambres, fuera vidente: es el mundo quien desde entonces ha querido convertirse en la mente rota de Philip K. Dick: múltiples realidades vencidas y vencedoras al mismo tiempo, colapso psíquico por la sobreinformación y bombardeo constante de datos y contra-datos: paranoia.

Dibujo de Philip K. Dick

Dibujo de Philip K. Dick

Como afirma Emmanuel Carrère en la recomendable biografía del artista, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos:

…en sus libros resulta siempre que en realidad, contra toda evidencia, el protagonista tiene razón; entonces la realidad aceptaba interpretar su papel. En su pulso con él, esta cedía y se volvía phildickiana.

En El Hombre en el Castillo no solo tuvo la osadía de imaginar otra realidad -donde los nazis habían ganado la guerra-, fue más allá. Al final del libro no queda claro cuál de ambos mundos (Eje triunfador/Aliados vencedores) es el más real de los posibles (existe en la trama otro libro, un evangelio que persiguen los nazis, y en el mismo se narra la historia contraria: ganaron los americanos). Dos libros en una novela. Dos realidades que cohabitan en pecado. Un lector que puede elegir alternativas distintas. La Historia, el presente y el pasado, el bien y el mal, el éxtasis y la catarsis, dejan de estar fijos, como los polos de un imán desquiciado.

Los personajes, en la clásica paranoia phildickiana, dudan entonces sobre cuál puede ser la realidad auténtica: la que ven -nazis celebrando su triunfo en Nueva York- o la que leen: el juicio de Núremberg.

– Significa que mi libro dice la verdad, ¿no es cierto?
– Sí, dijo Juliana
– ¿Alemania y Japón perdieron la guerra?
– Sí.

Como los protagonistas del libro tengo la sospecha. Me gustan las ucronías porque sospecho que ahora mismo estamos viviendo en una de ellas. La verdad parece una entidad viscosa, susceptible de enrocarse en sí misma, aceptados unos postulados y pruebas cada vez más delirantes e inverosímiles.

Tenemos la realidad A y la B, pero también la C, D, E, F…

Conviven aquí -¡todas!- en el ahora del río revuelto.

Las posibles realidades discuten en Twitter, por ejemplo, sobre cuál de ellas triunfó, qué pasado venció en la intersección y cómo fecundó después nuestro presente. Cada uno de nosotros, pobres entidades carentes de fuerzas y sometidas a potentes vibraciones psíquicas, debemos escoger entonces vivir en una de ellas sin importar la razón o la evidencia.

Todos escriben su libro contra la prueba. Son el hombre y la mujer en el castillo.

Como en la novela de Dick no sabemos cuál de estas realidades puede ser la más real, cuál es el mundo fake y cuál no.

Es tal el despiporre que ya nadie tiene claro si ganaron los cartagineses o los romanos, si Franco está vivo o muerto, si entramos en el siglo XXI o en el XIII, si el hombre llegó a la luna o si la tierra es plana o esférica.

Por poner otros ejemplos

En un mismo pueblo de 15 mil habitantes unos pueden creer que Cataluña es la Eslovenia de 1991 y otros, en cambio, que España es un imperio universal cuyas picas siguen ondeando en Flandes. Hay quien defiende que los sarracenos nunca perdieron el al-Ándalus y que la Reconquista empieza en el año 2018 y no con Don Pelayo. Otros afirman vivir en el octubre rojo constante mientras que sus vecinos lo hacen en la Transición eterna. Algunos confirman que Roma nunca cayó y que se enfrentan esta vez a la enésima avalancha de los bárbaros mauritanos. Unos gritan que España es Venezuela y otros que Venezuela es Eldorado. Unos dicen que estamos en la crisis sin fin y otros que no, en el milagro de los años 60. Unos piensan que el régimen de 1978 es futurista y otros que Franco sigue en el trono disfrazado de rey (más alto y guapo). Muchos dicen soliviantarse porque vivimos en tiempos prehistóricos – antes de que sapiens bajara del árbol- en los que se ejecutan horribles sacrificios. Unos sienten que los blancos dominan con vileza la Tierra y otros que los negros hace siglos que la tomaron mediante técnicas de camuflaje. Unos creen que vivimos en 1980 y que el título universitario les da derecho a un trabajo, y otros que vivimos en un futuro a lo Blade Runner donde el trabajador no merece ser pagado porque su esfuerzo es colaborativo. Unos saben que todas las mañanas somos fumigados por aviones de la CIA y otros que esos mismos aviones no podrían volar porque la tierra es plana y saldrían disparados al espacio exterior. Unos dicen que el cáncer se cura con lejía y otros que la depresión con pastillas. Unos confirman que Jesucristo es el dios resucitado y otros que se trata de un extraterrestre llegado de un planeta lejano. Unos dicen que el mundo es la invención de un dios falocrático y otros que los comandos feministas– revoltosas replicantes de la “verdadera mujer” llegadas de las colonias lunáticas- han impuesto un invisible orden mundial que usa el aborto para diezmar a la población…

Y esto ocurre en un pueblo de 15 mil habitantes. Imaginen cuántas realidades distintas pueden convivir en una megalópolis.

Lo único que parecen tener en común las distintas ucronías es que son excluyentes, fosilizantes, únicas. Quien decide vivir en una ya no puede aceptar o ver el universo paralelo vecino. Siguiendo con el esquema paranoide de Dick, ahora entraría en juego el algoritmo: la máquina perversa o la droga fabulosa que en sus novelas decide alimentar la ilusión de que tú vives en esa realidad “real” mientras que el resto de las alternativas posibles son un “fake”.

No son pocos los que querrán ver en esto al demiurgo de Facebook y sus ángeles caídos de Cambridge Analytica, pero también a los bots rusos y los teléfonos móviles chinos.

Como en el cuento de Dick todo es confuso: ¿en cuál de estas ucronías debería uno vivir?. Hoy nadie puede jurarnos si ganaron los nazis o los aliados la Segunda Guerra Mundial, si su mundo o el opuesto determinó y concibió nuestro tiempo, o en qué parte del desvío histórico y mental nos encontramos.

Todos ejercemos de hombre o mujer en el castillo.

1 comentario

  1. Dice ser Marcos de Flores

    si ganaron los nazis o los aliados la Segunda Guerra Mundial, si su mundo o el opuesto determinó y concibió nuestro tiempo, o en qué parte del desvío histórico y mental nos encontramos.

    31 diciembre 2018 | 05:27

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