Archivo de junio, 2018

Yaybahar, el nuevo instrumento que nació en Turquía

Cuando vi que Görken Sen, un músico turco, había creado un instrumento nuevo, pensé en contracciones, respiración y llanto: me dije que había nacido un nuevo lenguaje en el estrecho del Bósforo. Un habla, a más señas, extraterrestre.

Su madre sería asiática, su padre, europeo, el corazón, marciano. Un niño popurrí, que aúna el clasicismo del laúd medieval con los maullidos de la ciencia ficción.

Cada vez que oímos hablar de un instrumento nuevo es como si una lengua brotara en las orejas, un dialecto tribal que aspira a la universalidad del inglés. ¿No te parece?

La música es el argot común, el habla de locos y dichosos, tiende el mismo puente que la sonrisa, la nostalgia, el éxtasis, la extrañeza y la rabia. Un aparato que es a la vez percusión y cuerda, muelles, arcos y tambores. Un instrumento acústico que suena como un sintetizador, y que cuenta con membranas, bobinas, espirales y un cuerpo resonante. Una catapulta de sonidos.

Se llama Yaybahar, nombre digno para una tribu perdida de los Annunakis; apellido de princesa persa que salta sobre la arena caliente.

Y suena así

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El Cupido de Rubens se escapa de un cuadro en el aeropuerto de Bruselas

En este vídeo mapping Cupido se escapa del cuadro de Rubensque cuelga de una pared blanca, higiénica, anodina, casi diría que utilitaria, sobria, vulgar, un insulto a las paredes del mundo, y a las tapias, murallas, tabiques y poyetes, situada en el aeropuerto de Bruselas.

Cupido vuela fuera del lienzo flamenco en un reflejo azaroso sobre esa pared horrible.

Los cuadros y las paredes suelen ser cosas muertas, materia bella sin vida, como la piel de un dinosaurio que se seca en una galería ajena al meteorito destructor. Pero en esta ocasión los personajes de Rubens no parecen dispuestos a aceptar la eternidad inmóvil, vacía. La pared tampoco. Cupido es otra vez el niño rebelde, capaz de ensartar corazones, inducir guerras, hundir familias. Cupido perfora cual termita los límites del marco, que son también los límites del arte, y deambula sobre el lienzo como buscando una salida, harto de su condición de exposición, cansado de ser un objeto, pero no sexual, peor aún, artístico, el receptáculo de unas miradas aburridas que solo esperan el avión salvador que los devuelva a casa. Si tú fueras el personaje de un cuadro harías lo mismo. Si tú fueras un pasajero que espera en Bruselas el vuelo low cost te gustaría salir volando como este cupido. Si tú fueras una pared no te gustaría que te llamaran poyete

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Un cerdo que se salvó del matadero se convierte en artista

Actúa como una celebridad y se hace el Kandinsky frente a las cámaras, el Rothko de los animales cuadrúpedos, o un Warhol maloliente. Aparece en las noticias de los periódicos de medio mundo y en revistas como el National Geographic. Es capaz de vender todos sus cuadros (a unos 1.000 euros) y dispone de su propia galería que es a la vez su santuario.

Él es en realidad ella, una cerda, sí, una gorrina, un animal de granja que se salvó por milagro de ser sacrificada en Sudáfrica. Cambió su futuro de salchichas por los pinceles, y adoptó, como buena artista, un nombre llamativo: se hizo llamar Pigcasso.

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Un libro ‘escrito’ por insectos

En toda inspiración hay un momento que arde, la mecha que prende, un golpe que es explosión, una luz que ilumina el crespúsculo y barre el horizonte de ideas. Para el artista chino Zhu Yingchun fue el observar una cigarra cruzando por azar su libreta de bocetos, dejando a su paso las marcas en tinta de sus patitas sobre el papel. Así surgió la idea de crear el libro El lenguaje de los insectos (ACC Publishing).

Pensó en poner trampas a los bichos de su jardín, pequeños estanques de tinta extraída de colorantes vegetales para después recoger los rastros que dejaban sus movimientos sobre un lienzo. Ordenó estos jeroglíficos. Cual arqueólogo se preguntó si existía un mensaje en ellos. Creó una aproximación a un idioma de insectos, la piedra de Rosetta invertebrada, la escritura que muestra su danza, el ajedrez que practican con su balanceo y el aparente devenir errático sobre una tabla.

Cada especie tenía su propia firma, el garabato único.

Todo lo unió en ese libro que no contiene lenguaje humano, solo runas de alas, poemas de orugas, trazos que parecen personajes retorcidos y que han sido creados por estas moscas amanuenses, escribas avispas, mantis artistas, escarabajos escritores, y cuyo resultado recuerda a la caligrafía china, a un idioma simbólico y arcano, un misterio cuneiforme que parece contener el enigma de un significado perdido.

El Lenguaje de los insectos. © Zhu Yingchun. ACC Art Books

El Lenguaje de los insectos. © Zhu Yingchun. ACC Art Books

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Hiroshima: retrato de una ciudad 10 años antes del infierno

Hoy es viernes y miro esta peliculita de Japón, un found footage que dicen los ingleses. Es material encontrado e inédito, apenas unos minutos mudos que muestran una ciudad en los años treinta; ráfagas de vida, niños corriendo, pájaros, tranvías, mercados, mujeres con kimono que parecen venir de la compra, ajetreo, arterias que bombean un barrio, que huelen a barrio, que son el barrio, con sus carteros, los señores cubiertos por gorras y sombreros, ciclistas, autos, un tráfico denso, policías, transeúntes, mozos cargando paquetes, un día cualquiera, vaya, en una ciudad que me parece incluso moderna, con sus bulevares y teatros, sus puentes y río, las prisas y los atascos, y los alumnos que salen del colegio y sonríen inocentes hacia la cámara.

Pienso que si en Barcelona o Nueva York las señoras llevaran kimono la estampa no sería tan distinta. Solo por los magníficos almendros te diría que eso es Asia; árboles blancos, preciosos, una sinfonía de hojas enroscadas como en un haiku primaveral, tributos al reflorecer de la vida con los que el operador cámara inicia su reportaje sobre la existencia común en una ciudad cualquiera; los tiernos tallos de almendro que solo 10 años después acabarían pulverizados por Little Boy y sus 16 kilotones de soberbia; los 4.000 grados de asfixia, destrucción, radiación y muerte, desplegados en sendos lengüetazos de fuego por toda esa urbe que abandonó en aquella mañana de agosto su anonimato histórico.

Hoy es viernes y así era la vida en Hiroshima en 1935.

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Dibuja ‘La noche Estrellada’ de Van Gogh sobre agua negra

El ebru es una técnica de pintura antigua que te transporta con sus dibujos a orillas del imperio otomano. Una disciplina que consiste en usar tintes sobre una superficie líquida que hace las veces de lienzo. Se crea el diseño sobre el agua, para después, una vez terminado el motivo, añadir un papel especial que absorba la tinta que flota en el receptáculo.

Usando pinturas y materiales que aumentan la viscosidad, se obtienen bellos patrones, un dibujo de trazo ondulado en una acuarela única. Se trata en definitiva de pintar sobre el agua con pinceles. Un lago poético. Un arte de origen ignoto -pudo haber sido inventado en Turkmenistán, vieja encrucijada de caminos y culturas- que ha cruzado las estepas y los siglos, de la India a Persia, del desierto de Dasht-e Lut a Estambul. En Europa a esta técnica se la conoce por «papel turco», ya que está considerada como una de las artes más antiguas de esa región, y desde el siglo XV los pintores del imperio Otomano fueron sus máximos exponentes.

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Mitchel Wu, el paparazzi de los juguetes

Envidio a Mitchel Wu porque tiene una profesión extraña. Es fotógrafo de juguetes, paparazzi de muñecos. Las profesiones utópicas son para mí un elixir prohibido, el soma védico, o un unicornio arenoso, un lugar inalcanzable que se parece a Ítaca, la isla, el paraíso, el peregrinaje, la redención de los contables, panaderos, cajeras, abogados, vendedores, prostitutos, bedeles, policías… que pisan al fin la orilla y renuncian a aquella vida de porras, monedas, querellas, códigos, condones, números, solo para fotografiar unos muñecos.

Wu se pasa el día dotando de emoción y movimiento a unos seres inanimados, celebrities cansadas, trocitos de plástico. Usa trucos fotográficos. Luz y baile. Saltos y espectáculo. Da vida a la muerte. Es un dios infantil.

Solo los dioses infantiles pueden resucitar a los juguetes, que es mucho mejor que levantar a los muertos. Aquí, por ejemplo, R2D2 huye del pesado de C-3PO

No fue siempre así. En su día Wu también necesitó huir hacia Ítaca, buscar el caballo cornudo. Esta es la condena, multiplicada por generaciones, de los homínidos nómadas. O huyes o pierdes la identidad. Hubo un tiempo en que él tuvo una vida cansada y aburrida, como todos nosotros. Hubo un tiempo en que era fotógrafo de bodas.

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La terapeuta que baila semidesnuda con 12.000 abejas

Pasos de ladrona de colmenas. Cautela absoluta. 12.000 aguijones curiosean por su carne. Esperan un espasmo, un grito, una señal de alarma, un aliento químico que dispare el ataque. Así debe moverse. Es una coreografía, un dúo entre muchos, dice.

Baña su cuerpo con una feromona. Las abejas luego se posan en la piel como atraídas por un conjuro de polen. Aguijones móviles, excitación eusocial. Entonces ella baila, casi desnuda, cubierta por un manto de seres que zumban, una masa promiscua.

Las atrae con esa sustancia que copia al componente que segregan las abejas reinas para mantener la cohesión en la colonia. La reina será el primer insecto que colocará sobre su piel. Miles de abejas la cubren después con devoción real. Invaden el torso y la cara de esta terapeuta y artista. Y ella, convertida en colmena ambulante, baila como si existiera el invento de la Madre de las abejas, como si las abejas entendieran a la mujer y pudieran amamantarse de ella, como si fuera posible esta sincronía que recuerda a la temeridad del hipnótico baile de las serpientes.

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¿Por qué grita ‘El Grito’ de Munch?

¿Por qué grita El Grito de Munch? ¿Qué expresará esa cara desencajada, dolorida, atávica…?

Edvard Munch, maestro expresionista, tuvo una vida de perros. Peor que eso, porque los perros gozan de cierta inocencia: bostezan bajo el sol en invierno, cagan a la sombra en verano, muerden enemigos, huelen culos, esperan que el dueño recoja su mierda.

Nada de eso tuvo Munch. Un padre obsesivo y estricto. Maltratos bañados en agua ardiente. La muerte prematura de madre y hermana por tuberculosis. El necesario universo femenino que se colapsa bajo el dominio fálico de Saturno.

Depresión. Alcoholismo. El ingreso posterior en el club de los buenos manicomios, donde lobotomía suena a banda de jazz… La pintura como acto único de redención.

Razones suficientes para gritar, ¿no te parece?

El Grito de Edvard Munch. Wikimedia Commons.

El Grito de Edvard Munch. Wikimedia Commons.

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La modelo rusa que desafía al vértigo jugándose la vida

Una pin-up de la moda suicida. Look de niña sin miedo. Un fashion film de riesgo. Temeridad. Desafío. Inconsciencia. La gata sobre el rascacielos de acero.

Vértigo. Demasiado vértigo.

Sinceramente, no sé que decir de Angela Nikolau. Solo sé que es rusa, modelo, chica de Instagram (hasta aquí hormona y silicio); sé que corretea por edificios sin arneses, protocolos o leyes, una práctica popular en Rusia. Aquí, las coordenadas erróneas, el juego perverso que en inglés llaman Rooftopping: personas que eluden las medidas de seguridad de los edificios más altos para tomarse, una vez en la cumbre, fotografías o vídeos panorámicos.

Lugares de acceso restringido por su extrema peligrosidad.

Como un cuerpecito que quiere vacilar al abismo. Una modelo que asciende por unas cuchillas que destripan el cielo. Posa sobre estas aristas, su estudio fotográfico, en los límites de la sensatez, donde tu vida depende de la fuerza del viento, el sudor, o el conjuro de la fatalidad.

No sé si es atractivo este dilema. Su rostro angelical, la marca seductora, y un vértigo tremebundo.

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