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Solo uno de los Beatles era un músico virtuoso, ¿sabes quién?

The Beatles, 22 de agosto 1970 . Foto: Ethan Russell

The Beatles, 22 de agosto 1970 . Foto: Ethan Rusell

No soy de los que piensan que los Beatles eran buenos músicos. Al contrario, opino que, como desmostraron sus pésimas carreras como solistas tras la separación del grupo, eran poco imaginativos, mediocres, bastante incultos y tenían escasa intuición o sentimiento.

Como unidad, la carencia de uno cualquiera era suplida por el genio de alguno de los otros tres y, en una artesanía combinatoria que parece demostrar la existencia de un destino divino para los cuatro: en tanto se soportasen como personas funcionarían como la mejor de las máquinas de rock. Lo hicieron. Siguen siendo centrales, únicos, pero como grupo.

Encuentro una sola excepción a la medianía musical de los fab four —no hay ninguna, por ejemplo, en su estrechísima vulgaridad como letristas: ninguno era capaz de hilvanar dos versos seguidos sin caer en el lugar común o la vulgaridad verbenera—: el único beatle que me parece un excelente intérprete, un verdadero virtuoso musical, es Paul McCartney, uno de los mejores intérpretes de bajo eléctrico de todos los tiempos, un ejecutante sólido, de gran inventiva en la confección de líneas melódicas, bravo sin ser grosero, generoso con el lucimiento de los demás músicos…

El bajo de Macca gruñe, maulla, susurra y marca. Es el único instrumento tocado por los Beatles que lleva firma: en el ataque inconfundible y el uso novedoso de los silencios —¡esas paradas inesperadas!— y las notas altas.

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¿Debemos celebrar 1965 ó 1955?

Algunos discos editados en 1955

Algunos discos editados en 1955

Está el historicismo del rock muy apasionado con la celebración del 50º aniversario del milagroso 1965, el año, se nos dice, en que «cambió el pop«.

Las velas encendidas sobre el pastel —el apremiante Like a Rolling Stone, de Bob Dylan; Rubber Soul, el primer disco en el que los Beatles, de los que llegaron a celebrar un falso 50º aniversario hace bien poco, mostraban que no sólo eran un grupo de insustancial yeah yeah yeah; el despegue de los Kinks como nuevos Dickens; el country-rock de The Byrds…—   son luminosas como antorchas y es inútil discutir la potencia con que todavía alumbran y, sobre todo, cómo cegaron a la juventud occidental de hace medio siglo, gente desencantada con la cultura adulta y con más dinero en los bolsillos que nunca en la historia para gastarlo en emociones fuertes. En 1965 los jóvenes de la parte rica del mundo eran un gran nicho virgen para obtener cash flow y en los despachos lo sabían.

Es chocante que no se cite para la salva de aplausos a The Beach Boys Today!, quizá el mejor álbum del año —la estremecedora suite de bolsillo de cinco canciones seguidas en la cara B [Please Let me Wonder, I’m so Young, Kiss Me Baby, She Knows Me Too Well, In the Back of My Mind] , era nueva, compleja y palpitante— y era el prólogo al revolucionario Pet Sounds (1966), el disco que dinamitaría todas las convenciones sobre cómo construir canciones adolescentes con instrumentos clásicos y producción visceral y antiacadémica del genio Brian Wilson, que hoy, como entonces, es ninguneado en favor de los mucho más cool Mick Jagger y John Lennon.

Dado que los aniversarios son un juego con el calendario, me pregunto por qué no celebramos el 60º cumpleaños de 1955, año que fue tan o más rompedor que 1965 y que, como extra, era más inocente, acaso porque la mercadotecnia publicitaria no consideraba todavía al rock un negocio con posibilidades millonarias. Era un problema de «adolescentes salvajes» a los que convenía atar en corto.

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