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Adiós Zaha, qué pena que no siguieras con el origami

Zaha Hadid (1950-2016) - Foto: Zaha Hadid Architects

Zaha Hadid (1950-2016) – Foto: Zaha Hadid Architects

Dicen que siendo una niña era capaz de moldear en papel cualquier pedazo de mundo, cualquier asomo de sueño, cualquier ficción imaginaria. Era un vislumbre de lo que sería su arquitectura: una corriente de flujos, un imprevisto caos… Zaha Hadid, muerta el 31 de marzo a los 65 años de un ataque al corazón, vivió convencida de que aquellos diseños de origami eran posibles como construcciones, edificables.

Los obituarios destacaron, sobre todo, que era un mujer capaz de brillar —hacerse millonaria también— en un gremio de hombres y, al mismo tiempo que ensalzaron la condición femenina, ocultaron otras certezas que no son menos relevantes.

Hija de una familia con la vida resuelta gracias a la sólida fortuna del padre, que pagaba los viajes bimensuales a Europa, la educación suiza, el tren de vida de la alta burguesía de los últimos musulmames cosmopolitas de la hoy destartalada Bagdad, Hadid trabajó sin pestañear para dictadores —ganó el concurso del magno Salón de Convenciones del Pueblo que Gadafi quería levantar en Trípoli (la primavera árabe paró el proyecto) e hizo el Heydar Aliyev Center en Azerbaiyán, bautizado en honor al estalinista gobernante del país durante 30 años en una dictadura del culto a la personalidad que parece medieval— y colaboró en la consodilación del neocapitalismo policéntrico —en Moscú, centro de altas y sospechosas finanzas, construyó el moderno complejo de oficinas Dominion Tower, cuyo nombre elimina la necesidad de críticas—…

Su tienda virtual está poblada de objetos de cariz pornográfico en este tiempo de pobreza e injusticia: un juego de ajedrez de cristal con un PVP de más de 6.000 euros, joyas de quilates con probabilidad manchados de sangre africana, mobiliario para residencias de criminales de postín y otros productos que no merecen salir de las manos de alguien que se considere creador.

Entre los casi mil proyectos de arquitectura que desarrolló desde su estudio no hay uno solo que merezca el adjetivo, ni siquiera secundario, de social. La mujer en la que se convirtió la niña que se negaba a poner límites a las formas, solamente practicaba el origami con billetes de mil dólares.

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Fotógrafos griegos hablan desde el ‘subpaís’

Barricaded Building © Yiannis Hadjiaslanis

Barricaded Building © Yiannis Hadjiaslanis

Acaso nada cumpla con tanta exactitud como esta foto la tarea de explicar qué pasa en Grecia, ese subpaís, colonia de la troika, laboratorio neoliberal con ciudadanos-cobaya.

Edificio parapetado, se titula la foto. Parece un dogma de obligado cumplimiento y lo es: se trata de la antigua sede del Ministerio de Educación, hoy evacuada y tabicada, achabolada. El inmueble es propiedad de la iglesia. El Estado no tiene dinero para el alquiler y la iglesia es una casera como cualquier otra: sin caridad.

Desde que el zumbido mediático sobre Grecia ha dejado de ser de altísima intensidad, sabemos esto y aquello: los suicidios aumentaron un 43% en los últimos seis años; la televisión pública fue cerrada aunque emite (nadie cobra), pero seis clanes mandan en los cinco canales privados —por supuesto, protroika y, en algún caso, cercanos a Amanecer Dorado, el partido nazi—; movilizan forzosamente a los docentes; los usureros se frotan las manos en Berlín: los rescates (asistencia financiera, les llaman) suman 240.000 millones

Tratando de captar los sentimientos de angustia, el abandono y la decadencia, he elegido fotografiar durante la noche. Los edificios públicos, estatuas, parques, los símbolos de la ciudad adquieren un carácter que refleja con mayor claridad su estado actual y su significado.

El fotógrafo Yiannis Hadjiaslanis (1974) ve su país a oscuras. En After Dark (Tras la oscuridad) muestra la que quizá sea la forma más adecuada para ver Atenas: con nocturnidad, con la luz negra para guiarnos. El reportero comparte su narrativa:

Una estatua de un Sátiro mítico, medio hombre medio cabra se levanta sobre un arbusto en los Jardines Nacionales con una sonrisa siniestra. Un circuito cerrado de televisión vigila la entrada del Museo Arqueológico, un lugar de reunión de yonquis (…) Una bolsa de plástico llena de pan colocada en el exterior de la Sociedad Arqueológica, donde ahora residen personas sin hogar.

© Yiannis Hadjiaslanis

© Yiannis Hadjiaslanis

© Panos Kokkinias

© Panos Kokkinias

Panos Kokkinias (1965) responde a la incertidumbre y la rabia con un trabajo antiturístico: Leave Your Myth in Greece (Deja tu mito en Grecia), una colección de cartelería absurda para un país donde ya no queda hueco para el sentido del humor, el esmeralda del Jónico, la vagancia por la arcadia…

En mi trabajo trato de abordar lo que es más importante en mi vida. Por consiguiente era imposible ignorar la crisis, ya que ha afectado a mi vida, mi familia y mi país. Esta serie es mi primera reacción a la crisis, un esfuerzo para poner en imágenes el estado actual de la mente y el alma, una manera de entender lo que está pasando. Es un intento de ver dónde estamos y hacia dónde vamos desde aquí.

El fotógrafo padece la misma desubicación del hombre vestido de ejecutivo ante los restos de un templo y con la humeante central térmica en segundo plano. Una crisis de ansiedad, una pestilencia repentina, un cuadro clínico de shock…, cualquier cosa es posible excepto la risa.

Man With Apples © Petros Efstathiadis

Man With Apples © Petros Efstathiadis

El Hombre con manzanas de Petros Efstathiadis (1982) está apartado del mundo por un retal de plástico. No es poca cosa: el pueblo montañoso y casi balcánico en el que nació y creció el fotógrafo sabe bien que las fronteras, sean del material que sean, son difíciles de evadir porque son absurdas y a veces están en la mente de los hombres.

La idea de Grecia de cielos azules, arenales con playas y gente feliz, todos esos clichés, no son el corazón de este país.

Irracional. Así es la nación lejana que retrata este reportero de la demencia. Un infrapaís dentro de un subpaís.

Fluttering Curtains © Petros Kloubis

Fluttering Curtains © Petros Koublis

 Petros Koublis (1981) narra en Lamenta la «soledad de los suburbios» y la «colisión» entre los símbolos domésticos —unas cortinas, una lancha abandonada, un jardín asilvestrado…— y la crisis aún más honda de las ciudades, donde nada es posible, ni siquiera la apariencia de normalidad.

El choque entre dos espacios diferentes, lo urbano contra lo natural, crea un nuevo espacio intermedio, donde la naturaleza parece derrumbarse a la misma velocidad que nuestras ciudades en crisis. Pero también es la colisión entre dos tipos diferentes de tiempo, del centro contra los bordes, la creación de un nuevo tiempo paralelo.

© Dimitris Michalakis

© Dimitris Michalakis

Finalmente, sobre el negro paño de una casa de compraventa, las fundas de oro que una vez recubrieron tres molares de un ciudadano griego. El fotógrafo, Dimitris Michalakis (1977), encabeza Burnout (Agotamiento), con una declaración que deberíamos memorizar o, si la memoria no nos alcanza, reproducir en loop en algún gadget fabricado por los esclavos chinos de Silicon Valley.

  • El 20% de la población griega vive por debajo del umbral de la pobreza.
  • El desempleo juvenil oficial (entre 15 y 24 años) es del 50%.
  • 180.000 empresas, especialmente pequeñas y medianas, han cerrado cada año por la reticencia de los bancos a conceder créditos.
  • Las únicas empresas realmente florecientes son las tiendas de compra de oro.
  • Recortes drásticos en el gasto público han desmantelado las instituciones del Estado de bienestar y han llevado a la marginación de los estratos sociales más vulnerables.
  • Se ha producido un aumento del 25% en el número de personas sin hogar.
  • La Archidiocesis de Atenas distribuye 10.000 comidas cada día.
  • Se han dado casos de niños que se desmayan en las aulas por desnutrición.
Captura de la web depressionera.org

Captura de la web depressionera.org

El colectivo Depression Era, con una treintena de artistas y creadores implicados, aventura que no hay final feliz posible. Su manifiesto, escrito con el arrebato al que tiene derecho un subciudadano griego, dice:

Con ojos claros en el aire borroso nos ponemos a ello, sin mirar nunca más hacia el futuro, hacia el progreso, hacia la idea de crecimiento, pero juntos, con la cabeza alta aunque rota, más allá del ruido blanco de las manifestaciones porno, el shopping, el nuevo feudalismo, los reportajes de hashtags, el desastre de los media, la parálisis del análisis, el urbanismo de Photoshop y la crisis constante, a caballo entre la línea roja de una Europa dividida, construyendo un arca de imágenes y textos (un mosaico de lentes: una antipantalla, un museo-acera, una ventana de lo por venir) mientras Occidente se hunde en nuestra Era de la Depresión.

Volvamos a Grecia. También nosotros somos subpaís.

Jose Ángel González

El «huracán sin agua» de los desahucios de Detroit

Calle Hazelridge, entre Celestine y McCray, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Calle Hazelridge, entre Celestine y McCray, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Cuatro vistas tomadas de Google Street View, entre 2008 y 2013, de la misma calle del noreste de Detroit, la mayor ciudad de los EE UU en bancarrota, sometida a un concurso de acreedores que reclaman, según un dictamen judicial, 18.500 millones de dólares (unos 13.500 millones de euros, poco menos que el presupuesto de la Comunidad de Madrid para este año).

La ciudad que otrora fue la cuarta más poblada del país y era la capital de la trillonaria industria automotriz estadounidense —de ahí el nombre alternativo, Motor City (Ciudad del Motor), porque albergó las megafactorías de las Big Three (las tres grandes: General Motors, Ford y Chrysler)— es víctima de un «huracán sin agua» por la acción predadora de los intereses hipotecarios de la banca y los desahucios por impago de impuestos. La muy gráfica imagen, que resuena con especial brutalidad en un país que aún no olvida la crisis del Katrina, un desastre natural aprovechado para sacar tajada y, de paso, limpiar racialmente una ciudad, es del grupo Detroit Eviction Defense, que da la cara por las víctimas: 130.000 familias expulsadas de sus hogares desde abril de 2009 [PDF].

Entre 2003 y 2013 se han ejecutado en Detroit casi 90.000 desahucios. La magnitud de la cifra se desvela si la comparamos con la supuesta de España, donde el Gobierno y los bancos sigue escondiendo la cantidad real pero la Plataforma de Afectados por la Hipoteca la sitúa en 171.110 desde el comienzo de la crisis en julio de 2008. Detroit tiene 4,2 millones de habitantes, más o menos la décima parte de la población española.

Calle Exeter, entre Seven, fotos de Mile y Penrose, fotos de Goggle Street View de 2009, 2011, 2013 (julio) y 2013 (agosto)

Calle Exeter, entre Seven, fotos de Mile y Penrose, fotos de Goggle Street View de 2009, 2011, 2013 (julio) y 2013 (agosto)

El microblog GooBing Detroit —Bing es el apellido de quien fuera alcalde de Detroit desde 2009 hasta diciembre de 2013, Dave Bing, un demócrata negro cuya mayor y acaso única gloria fue jugar una docena de temporadas como escolta en el equipo local de la NBA, los Pistons, y que aprendió a hacer política trabajando, el azar no existe cuando hablamos de propiedad inmobiliaria, como consejero hipotecario de un banco— es uno de los muchos sites de Internet desde los que se vocea la desvergüenza de lo que está sucediendo en la ciudad del estado de Michigan. Una de sus iniciativas es mostrar cómo las viviendas de Detroit se deterioran ante nuestros ojos gracias a las imágenes periódicamente renovadas de Google Street View.

Los promotores del GooBing Detroit —la empresa Loveland Technologies, que tiene la pretensión de mostrar, terreno a terreno, quién es el dueño de los solares de las grandes ciudades de los EE UU— hacen suya la metáfora del «huracán sin agua» y piensan que no hay lecturas simples para explicar qué está pasando en la Ciudad del Motor y que, como ha demostrado sobradamente, el capitalismo basado en la especulación sabe esperar. Le sobra tiempo.

¿Un buen ejemplo? Gran parte de los casi 90.000 desahucios de la última década fueron ejecutados porque los propietarios de las viviendas, compradas mediante hipotecas antes de la crisis, no pudieron hacer frente al pago de los impuestos municipales, que ascienden auna media de 3.000 dólares al año (2.200 euros) a cambio de servicios precarios o inexistentes por la degradación de las finanzas del ayuntamiento, que sólo enciende el alumbrado público en una cuarta parte de la ciudad y reconoce que no puede garantizar que la Policía o las ambulancias atiendan casos urgentes.

Con las casas vacías de seres humanos, los especuladores sólo necesitaron sentarse a esperar la declaración de ruina y hacerse con las propiedades por una media de 500 dólares (370 euros) en subastas públicas. Para que no se manchen las manos ni tiren de la chequera sin necesidad, los derribos de las construcciones declaradas en ruina son ejecutados con subvenciones gratamente otorgadas por la administración federal de Barack Obama para, dicen, «limpiar Detroit».

Calle Hoyt, entre Liberal y Pinewood, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Calle Hoyt, entre Liberal y Pinewood, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Un proyecto de cartografía virtual de Detroit, ejecutado por 150 vecinos de la ciudad que trabajaron voluntariamente y sin remuneración, ha muestreado 377.602 terrenos, el 99% de los del término municipal de la ciudad. El resultado, alojado en una web interactiva donde puede rastrearse cada vivienda supuestamente en peligro de ruina, conocer su situación jurídica y, si es el caso, el precio de venta, demuestra, como dice el prolijo informe de conclusiones, que cada barrio de la ciudad tiene futuro y este no pasa necesariamente por los desahucios, las declaraciones de ruina, los derribos y la especulación.

De las 84.641 construcciones censadas y evaludas (más de 73.000, de uso residencial), sólo 40.077, menos de la mitad, están en estado de ruina, pero el resto podrían ser recuperadas con programas de atención y mejora.

Está por ver en qué equipo juega el emergency manager de la ciudad, el también negro (como las tres cuartas partes de la población de la ciudad) y demócrata Kevyn Orr, un jovencísimo y muy bien pagado abogado (700 dólares por hora) experto en gestión de bancarrotas, que ha sido nombrado responsable de la ejecución de la quiebra y , entre otras lindezas, quiere poner en venta las obras de arte del gran museo público local. Las casas de los desahuciados se vendieron antes.

Ánxel Grove

 

‘Manos’, arte callejero que reflexiona sobre el ‘ahogo’ al ciudadano

Las manos del proyecto 'Hands'

Las manos del proyecto ‘Hands’

El vídeo que presenta el proyecto comienza con una síntesis escalofriante de la situación socieconómica de España en los últimos años. Las imágenes de telediarios nacionales y extranjeros, las cifras de paro, las protestas reprimidas, las declaraciones del presidente del Gobierno… Luego aparecen ellas, las manos, sin un cuerpo que las complete y sujetando amenazantes sogas, intentando con una palanca forzar la reja de un negocio o buscando monedas en las cabinas telefónicas.

El arte callejero de Hands es una humilde expresión del ahogo de los ciudadanos, una colección de manos blancas que aparecen surgiendo de manera ilógica de las paredes y de las aceras de las calles de Barcelona. Una —situada en la pared lateral del entrante en el que hay un cajero automático— tiene los dedos flexionados como imitando una pistola y apunta a los usuarios; otra, muy cerca del suelo, permanece con la palma extendida y sobre un letrero de cartón escrito a mano en el que se lee «Help Spain».

Los autores —Mateu Targa, Octavi Serra, Daniel Llugany y Pau García— se dedican a las artes visuales y la iniciativa les permite utilizar la creatividad para hacer un comentario social sobre la situación española actual, expresar en la calle la creciente preocupación de los peatones que la transitan.

Masculinas, realistas y hechas de escayola, cada pieza tiene en un extremo un pegamento que se ablanda con el calor. Su aplicación es tan sencilla como acercar la sustancia a un mechero y presionar contra la pared.

Helena Celdrán

Fotos que hacen preguntas sobre la segregación racial provocada por la crisis

Una de las fotos de Mary Beth Meehan en Brockton

Una de las fotos de Mary Beth Meehan en Brockton

Brockton, una ciudad de casi 100.000 habitantes situada media hora al sur de Boston, tiene un lema singular: «City of Champions» (Ciudad de los campeones). El recuerdo de tintes heroicos es para un par de boxeadores nativos de la localidad, el gran Rocky Marciano, único campeón de los pesos pesados que se retiró invicto, y el extitular mundial de los medios Marvelous Marvin Hagler.

La ciudad no puede a estas alturas revalidar títulos ni reclamar glorias: está aquejada, desde hace veinte años, por la quiebra en cadena de las fábricas de calzado que habían fundado inmigrantes italianos e irlandeses a finales del siglo XIX. Convertida en un suburbio deprimido de Boston, Brockton es hoy una ciudad dormitorio poblada por un tipo no muy diferente de inmigrantes —desplazados por motivos económicos, expulsados por la guerra— y sólo diferentes según su procedencia: Cabo Verde, Haití y Centro y Sudamérica.

Nancy DeSouza posa en Main Street (Foto: Mary Beth Mehan)

Nancy DeSouza posa en Main Street (Foto: Mary Beth Mehan)

En los últimos seis años el cambio en la radiografía racial de la ciudad ha sido dramático y ahora los negros, que se han duplicado en número, son el 33% de la población y los latinos el 10%.

«Los negros están arruinando la ciudad». La frase fue la cantinela diaria que escuchó durante años la fotógrafa Mary Beth Mehan, nacida en Brockton en 1967. Su proyecto City of Champions es una indagación personal. Quizá por eso contenga tanta emoción y tal grado de verdad.

«Brockton, Massachusetts, es mi hogar, donde mis bisabuelos irlandeses alimentaron a sus familias con los salarios de las fábricas de calzado. Aquellos negocios y las personas a las que mantenían se han desvanecido y las calles que un día fueron brillantes están destrozadas. Los viejos lamentan el lugar que recuerdan y culpan a los recién llegados. Nuevos inmigrantes de algunos de los lugares más pobres del planeta, países arrasados por guerras, toman el lugar de los viejos y viven en un paisaje que otros han abandonado. Pobreza, renovación, decadencia, esperanza… Contradicciones que adornan la vida en una ciudad estadounidense que alguna vez se sintió orgullosa de sí misma y que ahora muchas consideran muerta», escribe Mehan en el prólogo del proyecto.

Otra de las ampliaciones colocadas en el pueblo

Otra de las ampliaciones colocadas en el pueblo

Durante más de un año, la fotógrafa indagó en el día a día de su ciudad natal. Lo hizo sin condiciones y desde la implicación de una nativa cuya vida también está en juego. Ese risego es notable en el dramático —y dulce— ensayo fotográfico.

Meehan retrató a africanos asustados buscando calor bajo una manta con la bandera estadounidense estampada (un pastor católico se quejó de que la enseña apareciera en las fotos, porque «esa bandera ya no representa la esperanza para nadie»), a ancianos presos de la fatiga, a niños reteniendo una milagrosa sonrisa, a policías y funcionarios, a vagabundos y desempleados, a aburridas animadoras deportivas y tenderos con demasiado tiempo libre, a su padre desayunando en soledad…

Tras la encuesta fotográfica, encontró una respuesta: «La raza no es el problema de Brockton. El problema es económico. La división entre blancos y negros tiene raíces económicas«.

Un sinpapeles de Guinea Bissau en un apartamento de Brockton (Foto: Mary Beth Mehan)

Un sinpapeles de Guinea Bissau en un apartamento de Brockton (Foto: Mary Beth Mehan)

La Massachusetts Foundation for the Humanities concedió a Mehan una beca para ampliar, a gran tamaño y en resistente vinilo, una docena de las fotos. Las colgó en la calle principal, en la capilla baptista, en esquinas frecuentadas, en la fachada del ayuntamiento, en edificios comunitarios, en entradas de aparcamientos… Las han exhibido durante un año, desde el 12 de septiembre de 2011 hasta el próximo domingo. Una vez a la semana había tours guiados para verlas en compañía de otros.

Las grandes fotos pretendían ser un reflejo que enfrentase a Brockton y sus habitantes con ellos mismos, una serie de espejos formulando preguntas sobre las realidades escondidas pero al alcance de la mano: «¿Dónde está el pasado de Brockton? ¿Por qué ha cambiado y cómo? ¿Cuáles son los retos ahora? ¿Qué menera de experimentar y vivir la ciudad tienen personas de diferentes culturas? ¿Cómo podemos hacer que Brockton despierte de nuevo?».

El domingo, cuando descuelguen las fotos, alguien debería empezar a contestar. Quizá deberíamos contestar cada uno de nosotros.

Ánxel Grove

Ashleigh Bruns posa con un ramo de flores de primavera en la plaza del Ayuntamiento (Foto: Mary Beth Meehan)

Ashleigh Bruns posa con un ramo de flores de primavera en la plaza del Ayuntamiento (Foto: Mary Beth Meehan)

La Iglesia Haitiana de Dios ocupa el edificio de una vieja factoría de zapatos (Foto: Mary Beth Mehan)

La Iglesia Haitiana de Dios ocupa el edificio de una vieja factoría de zapatos (Foto: Mary Beth Mehan)

Turon Andrade, cuyos padres llegaron de Cabo Verde, practica el deporte más popular en Brockton (Foto: Mary Beth Mehan)

Turon Andrade, cuyos padres llegaron de Cabo Verde, practica el deporte más popular en Brockton (Foto: Mary Beth Mehan)

Melissa Cruz practica con la Brockton High School Marching Band (Foto: Mary Beth Mehan)

Melissa Cruz practica con la Brockton High School Marching Band (Foto: Mary Beth Mehan)

La familia Martel celebra el 4 de julio en la casa en la que viven desde 1950 (Foto: Mary Beth Mehan)

La familia Martel celebra el 4 de julio en la casa en la que viven desde 1950 (Foto: Mary Beth Mehan)

Marina Robles llega de Ecuador para vivir con su hermana (Foto: Mary Beth Mehan)

Marina Robles llega de Ecuador para vivir con su hermana (Foto: Mary Beth Mehan)

Francella McFarlane, de Jamaica (Foto: Mary Beth Meehan)

Francella McFarlane, de Jamaica (Foto: Mary Beth Meehan)

Las 'cheerleaders' New England Patriots (Foto: Mary Beth Meehan)

Las ‘cheerleaders’ New England Patriots (Foto: Mary Beth Meehan)

John Meehan, padre de la fotógrafa, en su casa de Brockton (Foto: Mary Beth Meehan)

John Meehan, padre de la fotógrafa, en su casa de Brockton (Foto: Mary Beth Meehan)

Boogie, fotógrafo del Belgrado en todas partes

Belgrado (Boogie, 2008)

Belgrado (Boogie, 2008)

Vladimir Milivojevich nació en 1969 en Belgrado, que entonces era parte de Yugoslavia y ahora es la capital de Serbia. El lugar convulso y el tiempo transcurrido desde entonces hacen innecesarios los detalles: el desmenbramiento de la antigua república, las guerras étnicas, las matanzas, la extrema pobreza, la heroína como único Prozac…

En los años noventa Belgrado era un infierno poblado por desquiciados e inocentes también desquiciados y Vladimir Milivojevich empezó a hacer fotos para mantener la cordura. Con una vieja cámara que le regaló su padre, un pintor de iconos ortodoxos, atravesaba la ciudad en raids frenéticos. Los amigos empezaron a llamarle Boogie por el aterrador Bogeyman de tantos cuentos y cómics de pesadillas.

Muchacho gitano posando con pesas de cemento en Belgrado (Boogie, 1996)

Muchacho gitano posando con pesas de cemento en Belgrado (Boogie, 1996)

Boogie, que surcó las venas abiertas de Belgrado sin perder la razón, es ahora uno de los fotógrafos más cotizados del mundo en ese género que llaman urbano y que en realidad debería llamarse espejo. Vive en Nueva York, es un habitual de las campañas publicitarias de Nike y ya no necesita las fotos para evitar la locura. Cultiva tomates en el huerto, tiene una hija, se permite elegir los trabajos que desea y no desea hacer y por primera vez ha comenzado a usar el color.

Llegó a la capital del imperio por una lotería. Textualmente: en 1997 él y varios amigos presentaron solicitudes para el sorteo de visados que organizan de cuando en vez los EE UU para demostrar que al paraíso también puedes acceder como si estuvieses ante una tragaperras de Las Vegas.

Salvador de Bahía, Brasil (Boogie, 2004)

Salvador de Bahía, Brasil (Boogie, 2004)

Boggie ganó la visa y se largó de Serbia, pero Serbia no dejó que se fuera su alma. El fotógrafo sigue viviendo en un Belgrado mental y, allá donde vaya, lleva encima los espectros de la ciudad infernal, protonazi y abandonada por Occidente de los años noventa.

Incluso desde su condición de residente legal (por gracia de la lotería) en el territorio del sueño americano, Boogie ha reencontrado las pesadillas de Serbia. En una entrevista de hace un año las enumeraba: la desigualdad, la creencia de que las soluciones meramente económicas son válidas todavía, el ahogo de la clase media, la sensación de que un «nuevo feudalismo» llama a la puerta

Las fotos de Boogie son prolongaciones de una angustia universal, huelen a la carne quemada que abunda como plato único.

Un pandillero y su hermana pequeña. Brooklyn (Boogie, 2003)

Un pandillero y su hermana pequeña. Brooklyn (Boogie, 2003)

En los últimos años, con una furia rayana con lo obsesivo, ha retratado callejones peligrosos, pandilleros armados, perros de presa entrenados para matar, jeringuillas y cruces gamadas clavadas en la piel, mujeres que venden sexo, jóvenes de México, Brasil, Brooklyn o Estambul con un futuro que se limita a la próxima hora…

Pese a la contradicción de que el fotógrafo aplique la misma mirada turbia en sus fotos millonarias para Nike —¿quien está libre de pecado en la lucha por subsistir a la que nos condenan?—, conviene visitar el Belgrado global de Boogie. Es la ciudad que nos espera en la lotería.

Ánxel Grove

Anciana cortando carne en el parque. Belgrado (Boogie, 1993)

Anciana cortando carne en el parque. Belgrado (Boogie, 1993)

Una pareja juega al dominó en La Habana durante un corte de luz (Boogie, 2003)

Una pareja juega al dominó en La Habana durante un corte de luz (Boogie, 2003)

Williamsburg, Brooklyn (Boogie, 2005)

Williamsburg, Brooklyn (Boogie, 2005)

Sonia esperando al camello de crack. Brooklyn (Boogie, 2005)

Sonia esperando al camello de crack. Brooklyn (Boogie, 2005)

Skinhead (Boogie)

Skinhead (Boogie)

Tokyo (Boogie)

Tokyo (Boogie)

Una señal de aviso para los soplones colocada por los Latin Kings en Brooklyn (Boogie, 2005)

Una señal de aviso para los soplones colocada por los Latin Kings en Brooklyn (Boogie, 2005)

Gitano, Belgrado (Boogie, 1997)

Gitano, Belgrado (Boogie, 1997)

Reeditan a The Beat, un grupo de ska nacido de la rabia contra los recortes sociales

The Beat

The Beat

Fueron un producto de la rabia social contra la política de recortes y represión del tatcherismo, la política salvaje de tijeretazo aún hoy considerada ejemplar por algunos, que entregó el Reino Unido a la voracidad financiero especuladora y corporativa y preparó el panaorama para el desastre actual.

Eran chicos blancos y negros de la industriosa ciudad de Birmingham, con el añadido volcánico del veterano Saxa (Lionel Augustus Martin), un veterano que había acompañado a la santa trinidad del ska (Prince Buster, Lauren Aitken y Desmond Dekker). Formaron parte de la oleada de renacimiento skatalítico 2 Tone, nacida desde 1978, al mismo tiempo que el punk y, como éste, derivado de la respuesta musical contra la descomposición del estado del bienestar.

The Beat ofrecían dos características únicas: invitaban al baile a través de bellísima melodías y contaban con la sagrada inspiración de Ranking Roger, un toaster de alta escuela.

No eran furiosos como The Specials ni dickensianos como Madness, pero tenían matices rítmicos y una sensibilidad ajena al machismo tangible de algunos grupos 2 Tone.

La discográfica Edsel acaba de reeditar los tres discos del grupo: I Just Can’t Stop It (1980), Wha’penn? (1981) y Special Beat Service (1982). Cada uno aparece en versión extendida —dos CD y un DVD—, con las canciones originales, tomas en directo y un buen lote de descartes y rarezas.

"I Just Can't Stop It" (1980)

«I Just Can’t Stop It» (1980)

Volver a escuchar a The Beat —que en los EE UU debieron llamarse The English Beat para diferenciarse de los Beat de Paul Collins— compensa y no resulta un simple trayecto hacia la nostalgia. Intenten repasar Hand’s Off She’s Mine, Doors of Your Heart, Can’t Get Used of Losing You o Stand Down Margaret y saquen conclusiones. Para mí son una de las últimas grandes bandas del Reino Unido.

Ánxel Grove

Un fotógrafo del cielo y el infierno rusos

© Rafal Milach

© Rafal Milach

Gala: «Me gusta Rusia porque es impredecible. Nunca sabes lo que va a pasar cuando te despiertas cada mañana».

Lena: «Soñé con Putin. La sensación era cálida y brillante».

Mira: «Para los ortodoxos sólo hay cielo e infierno. No hay nada en medio. Rusia es igual».

Vasya: «Ahora nos sentimos más libres. La diferencia es que antes sabías qué decir pero no podías decirlo y ahora puedes decir lo que quieras, pero nadie sabe qué decir«.

Saha y Nastya: «La única forma de morir es morir juntos».

© Rafal Milach

© Rafal Milach

El fotógrafo Rafal Milach (Polonia, 1978) añade testimonios escuetos pero resonantes a algunas de las fotos de la serie 7 Rooms (7 habitaciones), una indagación en el turbio, desolado y ansioso panorama de la vida diaria en Rusia. Esas palabras bastan para que el reportaje adquiera sentido.

El proyecto, al que Milach ha dedicado seis años de trabajo y sobre el cual ha autoeditado un fotolibro, presenta la vida de siete personas que residen en las muy distintas ciudades de Moscú, la caótica capital del país; Ekaterimburgo, la más poblada del distrito de los Urales, y Krasnoyarsk, en el oriente de Siberia.

Fascinado por el caos de los antiguos países de la URSS, vinculado por procedencia y edad a su melancolía orgullosa y fatalista, Milach presenta fotos que permiten visualizar la perturbadora sensación de vacío de un territorio al que, obsesionados con nuestros problemas domésticos, seguimos considerando ajeno y distinto.

© Rafal Milach

© Rafal Milach

Cofundador del colectivo Sputnik Photos, dedicado a ahondar en la exploración fotográfica de Europa del Este, el trabajo de Milach es delicado, poético y está marcado por el amor sin condiciones hacia el tema que retrata de manera sutil: la admiración y la melancolía.

Ánxel Grove

© Rafal Milach

© Rafal Milach

© Rafal Milach

© Rafal Milach

© Rafal Milach

© Rafal Milach

© Rafal Milach

© Rafal Milach

© Rafal Milach

© Rafal Milach

© Rafal Milach

© Rafal Milach

¿Qué queda de ‘God Save the Queen’ 35 años después?

Primera edición en single de "God Save the Queen"

Primera edición en single de "God Save the Queen"

Sediciosa y bárbara. God Save the Queen, el himno de ruptura y rebelión de los Sex Pistols, acaba de cumplir 35 años y no sufre ningún síntoma de esclerosis.

Al contrario, cuadra con la miseria político-económica presente, pone en su lugar a las familias reales de tanta utilidad social como las figuritas de Lladró, condensa una respuesta adecuada a la patología social del miedo, traza la historia de la prosperidad edificada en torno al hedonismo de uno y la miseria de los demás y proclama exigencias que nunca deberían languidecer y que, como escribió alguien, «ningún gobierno podrá cumplir jamás» porque, como nos demuestran a diario, los gobiernos son antagónicos con la idea de humanidad.

Treinta y cinco años después God Save the Queen habla del futuro. De muy pocas canciones se puede decir lo mismo.

Por el tiempo agotado en que nada ha cambiado, por los años en que todo deberá cambiar, acaso con la misma violencia que subyace en la canción y su escenografía ético-anarquista, vamos a hablar hoy de God Save the Queen, el Juicio Final en tres minutos y veinte segundos. ¿Sentencia? Culpables, desde luego.

Para empezar piensen en cómo nos va, en el diametro de la rendición, en la superficie del dominio, en los ángulos del maltrato, en el círculo del hambre y la sed… Eleven el volumen de su equipo y consideren qué ha sucedido desde 1977 hasta hoy, en los últimos 35 años, mientras escuchan como suena nuestro pasado, que también es presente y porvenir… Si lo permitimos.

John Lydon, 1975

John Lydon, 1975

1. Los delincuentes. Steve Jones (21 años, guitarra), analfabeto, hijo de una peluquera y un boxeador amateur. A los 14 lo internaron en un reformatorio por gamberro. Iba, según él mismo, «camino del crimen y la cárcel». Paul Cook (20, batería), ayudante de electricista y colega de Jones. Glen Matlock (20, bajo), dependiente de un sex-shop —lo echaron del grupo en 1977 porque «le gustaban demasiado los Beatles» y le reemplazó un tal Sid Vicious (20), yonqui y zopenco—. John Lydon (20, cantante), al que Jones bautizó como Johnny Rotten, Juanito el Podrido, por su mala relación con la higiene dental, un pandillero fracasado que se convertiría, como escribió Greil Marcus, en «el único cantante verdaderamente aterrador que ha conocido el rock and roll»: pronunciaba las erres como si le rechinasen los dientes y tenía mirada de lunático, te pulverizaba con los ojos. Había empezado a llamar la atención en 1975, mientras paseaba por las calles pijas de Londres con una camiseta de Pink Floyd sobre la que había garabateado una frase con más poder que el manifiesto de mil intelectuales: «I hate» (Yo odio). También escupía a los hippies. Era un espantajo de las cloacas.

Malcolm McLaren ante la tienda "Sex", 1975

Malcolm McLaren ante la tienda "Sex", 1975

2. El consigliere. Los paseos provocadores de Lydon eran, en realidad, un trabajo. Le pagaba como hombre-póster Malcolm McLaren (1946-2010), descendiente de judíos sefardíes portugueses, exestudiante de arte, aspirante a anarquista y socio de la diseñadora de ropa para falleras modernas Vivien Westwood en la tienda-boutique Sex (que antes se había llamado Let It Rock y Too Fast to Live too Young to Die y después sería bautizada como Seditionaries). El mismo zig zag que McLaren aplicaba a las marcas lo padecía en el el ánimo: era un desequilibrado que quería estar en todas partes y al mismo tiempo. Ayer, teddy boy; hoy, situacionista; mañana, lo que venda… Al final dió en el clavo. Había estado en Nueva York, visto a los Ramones y descubierto las posibilidades comerciales de la fealdad y la confrontación. Regresó a Londres convencido de que la nueva belleza necesitaba ser asquerosa, ofensiva y asustar a los burgueses. No iba más allá: dinero fácil y rápido («sacar pasta del caos», era su eslogan de operaciones). Reclutó a cuatro golfos, les concedió el derecho a gritar, ayudó en la búsqueda de nombre —antes de dar con el de Sex Pistols barajaron Le Bomb, Subterraneans, Beyond, Teenage Novel, Kid Gladlove, y Crème de la Crème— y añadió algo de background intelectual al asunto. «Si la aventura sale mal, os vuelvo a contratar como hombres-póster», prometió para tranquilizar los ánimos.

Sex Pistols, 1976

Sex Pistols, 1976

3. El lugar del crimen. En 1975, cuando McLaren clonó el punk yanqui en el Londres del aburrimiento, el Reino Unido era un país en desmantelamiento, con la cantidad de desempleados creciendo a tanta velocidad como la grosería de la inmisericorde brecha social y los servicios públicos en perpetuo recorte por mor de la política privatizadora del neoliberalismo. En 1977 deciden festejar, con el barco a punto de naufragar y las condiciones de vida ya hundidas, el Jubileo de Plata de la Reina Isabel II (25 años en el trono). Se organizan fastos millonarios, similares a los celebrados hace unos días por los 60 años en el sillón de la monarca —que, según Forbes, es la 23ª mujer más rica del mundo, con una fortuna personal declarada de 600 millones de euros—.

Single de "God Save the Queen", editado por Virgin

Single de "God Save the Queen", editado por Virgin

4. La munición. El 27 de mayo de 1977 la discográfica Virgin Records pone a la venta el single de los Sex Pistols con God Save the Queen en la cara A y Did You No Wrong en la B —antes de que la banda firmara con la disquera, la empresa A&M había editado algunos ejemplares (se asustaron del contenido de la canción y pararon el proceso) como el que aparece al principio de esta entrada: se tiene conocimiento de que existen una docena y es el disco más valioso en las subastas: 12.000 libras esterlinas, unos 15.000 euros—. El single es el más censurado de la historia: no sólo la BBC, sino también las radios independientes, se niegan a emitir el tema; los almacenes lo boicotean, la prensa seria editorializa lo mismo que la amarilla y habla de «afrenta» y «atentado moral» contra el himno nacional del Reino Unido del que se mofan los Sex Pistols… El grupo organiza una gira por el Támesis en un barco alquilado (el Queen Elizabeth). La policía carga y hay apaleados y detenidos. Se debate sobre los Sex Pistols en el Parlamento. A Rotten le ataca en la calle un skin y le deja secuelas permanentes en una mano. Cuando le preguntan cómo solucionaría los problemas del país, Rotten responde: «Resolvedlos vosotros. Es vuestra puta culpa, esclavos, putos cabrones«. El single y su mensaje de profundo y desolador asco calan en la sociedad: el disco se convierte en el más vendido, pero las empresas mediáticas lo ocultan en las listas de éxitos con maniobras grotescas como dejar en blanco la casilla del título de la canción o simplemente subir al número uno a la que ocupaba el segundo puesto, una balada de Rod Stewart que se titula, para completar el ridículo, I Don’t Want To Talk About It (No quiero hablar sobre eso).

Póster de la revuelta de mayo de 1968 en París y cartel de los Sex Pistols (Jamie Reid, 1977)

Póster de la revuelta de mayo de 1968 en París y cartel de los Sex Pistols (Jamie Reid, 1977)

5. El testimonio. La letra de la canción de los Sex Pistols, traducida al español, dice: Dios salve a la Reina / El régimen fascista / Te han convertido en un idiota / Una bomba h en potencia // Dios salve a la Reina / No es un ser humano / No hay futuro / En el sueño de Inglaterra // Dios salve a la Reina / Que no te digan lo que quieres / Que no te digan lo que necesitas / No hay futuro, no hay futuro  / No hay futuro para ti // Dios salve a la Reina / Sabemos lo que decimos, tío / Adoramos a nuestra Reina / Que Dios la salve // Dios salve a la Reina / Porque los turistas son dinero / El torso de nuestro personaje / No es lo que parece // Dios salve a la Reina / Dios salve la historia / Dios salve tu demencial desfile // Dios salve a la reina / Señor, ten piedad / Todos los crímenes se pagan / ¿Cuando no hay futuro / Cómo puede haber pecado? // Somos las flores en el cubo de la basura / Somos el veneno de tu maquinaria humana / Somos el futuro, tu futuro // Dios salve a la Reina / Sabemos lo que decimos, tío / Adoramos a nuestra Reina / Que Dios la salve //  Dios salve a la Reina / Sabemos lo que decimos, tío / No hay futuro / En el sueño de Inglaterra // No hay futuro , no hay futuro / No hay futuro para ti / No hay futuro , no hay futuro / No hay futuro para mí.

Edición de lujo y tirada limitada de "God Save the Queen", 2012

Edición de lujo y tirada limitada de "God Save the Queen", 2012

 6. ¿RIP?. Los Sex Pistols nacieron para morir deprisa. Fueron una refrescante maldición. Como una versión en reverso de un embarazo, estuvieron nueve meses entre nosotros, del 4 de noviembre de 1976, fecha de publicación de su primer disco, el single Anarchy in the UK / I Wanna Be Me; al 14 de enero de 1978, cuando actuaron por última vez en público —actuar es un verbo demasiado condescendiente, ya no se soportaban entre sí—. Fue en San Francisco (EE UU) [aquí está el concierto completo] y Rotten acabó el show hablando cara a cara a la audiencia: «¡Ah, ja, ja, ja! ¿Alguna vez os habían engañado? Buenas noches». El resto ha sido muy triste: la muerte anunciada de Vicious, convertido en un más que presunto asesino; actuación de los músicos como mercenarios sin rumbo —con excepción de los muy aconsejables primeros álbumes de PIL, la banda de Lydon—; una reunión crowdfunding en 2007-2008 en la que tocaron como si ellos mismos no hubieran negado la posibilidad de futuro; vulgares pleitos por los derechos de las canciones ante una justicia a la cual nos aconsejaron maldecir; el lanzamiento de un agua de colonia con el nombre de la banda («pura energia, combinada con aroma a piel, heliotropo y pachuli») y, hace unas semanas, durante el nuevo jubileo de Isabel II, la reedición de lujo de 3.500 ejemplares de God Save the Queen en vinilo de siete pulgadas de la que se ha descolgado Lydon diciendo que «socava todo aquello por lo que lucharon los Sex Pistols». Treinta y cinco años después de la canción ante la que nadie era capaz de sonreir, ¿qué queda? Quizá el mensaje esencial de un joven gandul que no se cepilla los dientes, se siente «vacío», quiere «destruir a los transeúntes» y aconseja, como vomitando: «Sean irresponsables. Sean irrespetuosos. Sean todo lo que esta sociedad detesta (…) Te aseguro que no me odias tanto como yo te odio a ti«. Suficiente, ¿no?

Ánxel Grove

Un libro sobre la «criminalidad retorcida» de los banqueros

"Cleptopía" - Matt Taibbi, 2012

"Cleptopía" - Matt Taibbi, 2012

Este libro estaba a disposición de cualquiera en las librerías y (cada vez menos) bibliotecas españolas desde febrero. Es un análisis reportajeado e independiente de más de 400 páginas sobre la crisis de los bancos de los Estado Unidos y su rescate con dinero público.

Cleptopía: fabricantes de burbujas y vampiros financieros en la era de la estafa, editado por Lengua de Trapo, es la crónica de cómo se montó, funcionó y funciona lo que el autor, el periodista Matt Taibbi (1970), llama la «criminalidad pomposa, retorcida y arrogante de la Era de la Burbuja», la mafia del entramado bancario, cuyas reglas «están más allá de las divisiones de partido y constituyen nuestra política real».

No es necesario apuntar por qué rescato ahora el libro de los anaqueles para traerlo a la sección Top Secret del blog.

El ensayo es un relato pormenorizado de los acontecimientos que llevaron a la caída y posterior salvamento público de las entidades financieras estadounidenses.  Taibbi escribe con saludable humor negro, pero también con la necesaria y merecida mala leche, sobre los delincuentes a salvo de todo castigo que juegan con los ahorros de otros. No hurta nombres, apellidos y filiaciones.

¿Paralelismos? No es discutible a estas alturas que existen y empiezan a tener, también a este lado del Atlántico, nombres y apellidos. Es de temer que también aquí se irán de vacaciones.

«Por qué cuando se supone que hacemos lo correcto e intentamos ahorrar, nos penalizan con tasas de interés que apenas flotan sobre cero, mientras los bancos que han desbordado todos los límites de la imprudencia son compensados con miles de millones de dólares gratis. En realidad, a la mayoría de nosotros el poder político nos lo sustraen de la forma más sucia y sencilla, en pequeñas fracciones porcentuales, cada día y todos los días, a través de miles de transacciones que hablan en letra pequeña desde los márgenes de un inmenso mecanismo social que la mayoría de nosotros no sabemos siquiera que existe», afirma el autor para dejar claro de qué lado está —es decir, no forma parte de los partidarios del «ahora que está todo arreglado, me voy a Polonia«—.

Desde la sala de máquinas del mecanismo financiero global, Taibbi relaciona el sinvergüenza comportamiento de una clase social, los banqueros, integrada por gente poseída por un «fervor casi místico, genuinamente cegada ante las destructivas consecuencias sociales de sus actos y patológicamente inmune a toda sombra de duda sobre sí mismos«.

Nadie se salva: ni los grandes patrones de las sacrosantas entidades —Taibbi relata como la todopoderosa Reserva Federal «modeló incluso su estructura de personal
para parecerse a la de la Iglesia Católica, con un papa (el presidente), cardenales (los gobernadores regionales) y una curia (los directivos)»— , ni sus cómplices, los políticos y las agencias de calificación, que «conspiraron con los bancos instruyéndoles sobre qué debían hacer para burlar el sistema».

Una historia sobre capos financieros con ansia despiadada de «cualquier cosa que huela a dinero» y las compañías que presiden, «demasiado grandes para quebrar» pero arruinadas «por su propia arrogancia y estupidez», fueron salvadas y el precio lo están pagando los ciudadanos sin que nadie haya acabado embreado y cubierto de plumas de gallina.

Ánxel Grove